El amante de vidrio, de Félix J. Palma

El amante de vidrioDurante muchos años una de las ideas dominantes en el fandom de ciencia ficción español fue el de leer a alguno de sus autores fuera de sus muros; romper el limitado techo de cristal dentro del cuál vivían y alcanzar al “gran público”. Vías para lograrlo sobre todo hubo una: el tránsito a través de la literatura juvenil; un sendero empujado por la participación en premios entonces excelentemente dotados y que permitió a César Mallorquí o Elia Barceló iniciar una escritura más o menos profesional donde consiguieron asentarse. El camino que trabajó Félix J. Palma fue opuesto. Aunque hubo una intentona (La hormiga que quiso se astronauta), se centró en perfeccionar aquello que había cultivado fundamentalmente: el relato. Hasta el punto que, durante la década de los 2000, se convirtió en un autor de cuentos magistral, ganador de diversos certámenes. Un incitador de todo tipo de emociones (melancolía, humor, sentimiento de pérdida) a través de narraciones de construcción intachable. Contradicciones que tiene la literatura, el éxito comercial no le llegó hasta que ganó el premio Ateneo de Sevilla con un tochaco como El mapa del tiempo, pero esa es otra historia.

En su evolución, hubo aspectos que Palma pulió. El más ostensible su tránsito de unas descripciones recargadas hacia una redacción más contenida. A pesar de su pulcritud, y la brillantez de las imágenes, subsumía los textos en un flujo denso y, a ratos, pesado, que, una vez fue capaz de aligerar, ganó filo sin sacrificar su capacidad para evocar lugares, sentimientos, ideas. Sobre esta transición hablan colecciones como El vigilante de la salamandra o Los arácnidos, sobremanera cuando se comparan con algunas de sus obras de finales de los 90. La más paradigmática sería este El amante de vidrio. Aunque, paradójicamente, el estilo está aquí a ratos justificado: sus dos protagonistas son holopoetas y el libro estaría formado por los “textos” que ambos componen; sobre todo uno de ellos, Olenos Krise, que inicia el libro contando el fallecimiento de Dorian, su maestro.

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La hormiga que quiso ser astronauta, de Félix J. Palma

La hormiga que quiso ser astronautaAhora que Félix J. Palma vuelve a ser actualidad por la publicación de su tercera novela postvictoriana, he aprovechado para dar cuenta de su primera novela, escrita a finales de los años 90 y reeditada hace un lustro por Marelle. El pequeño cajón de sastre donde Luis G. Prado continuó la linea iniciada por Malabares, manteniendo el nivel de calidad pero sin mejorar el resultado comercial. Una reedición de lo más necesaria al abrigo del éxito de El mapa del tiempo medio año antes: puso de nuevo en circulación una obra más cercana a la labor de Palma como relatista y, desde mi perspectiva, más satisfactoria.

A lo largo de 16 capítulos organizados en una cuenta regresiva, La hormiga que quiso ser astronauta descubre en primera persona la vida sentimental de Alejandro, un tardoadolescente sevillano cuya percepción de la realidad está condicionada por su imaginación. Convive con una serie de ilusiones que tiñen su experiencia cotidiana de un aire onírico, hasta el punto que es incapaz de discernir entre realidad y ficción. De esta forma, su día a día adquiere un tono vívido y evocador, el medio perfecto para imprimir frescura a una historia más vieja que el mundo: el rechazo a madurar; la negación a aceptar la hiel que tiñe las cosas buenas de la vida.

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El hombre sin rostro, de Luis Manuel Ruiz

El hombre sin rostro

Estos tiempos de crisis económica, incertidumbre ante el agotamiento de recursos naturales y pérdida de esperanza ante la idea del progreso en todas sus vertientes son el caldo de cultivo perfecto para cierto tipo de ficciones. Ahí está, por ejemplo, el auge de la narración postapocalíptica de la mano de la ya larga epidemia de novelas zombies, los colapsos socioecológicos de Bacigalupi o los relatos de supervivencia después del colapso a lo Cenital. Incluso historias catastróficas tan ajenas a nuestra actualidad, caso del diluvio universal en la película Noe, terminan incorporando un toque admonitorio a través de una serie de escenas que, analizadas en clave de presente, inciden en la fragilidad de ese débil barniz que llamamos civilización. En contraste, junto a estas historias con una mayor o menor desesperanza, están floreciendo toda una serie de obras menos preocupados por el presente y construidas desde la nostalgia de la novela de aventuras clásica. Un género que, mas allá de ejemplos anecdóticos, no tengo claro se cultivara en España antes de los bolsilibros. Esta exaltación de la ficción retro bien se entrega al homenaje por el homenaje en clave anglófila, caso del ciclo de novelas de Félix J. Palma que comienza con El mapa del tiempo, bien traslada a nuestro entorno elementos tomados de otras literaturas, caso de la vibrante La isla de Bowen de César Mallorquí, relatos a lo La Liga de los Hombres Extraordinarios como “Las muchas hazañas de la brigada 13” de José María Faraldo o esta El hombre sin rostro, de Luis Manuel Ruiz, una novela de misterio con fuertes trazas de literatura popular.

Madrid, finales de la primera década del siglo XX. Alguien está matando a insignes científicos españoles y solo un periodista, Elías Arce, parece haberse dado cuenta de ello. Bueno, más que periodista, joven aspirante a redactor de El Planeta. Un voluntarioso don nadie venido de provincias que, a base de esfuerzo, tesón y dar la brasa, ha logrado un puesto para el que no está tan preparado como le gusta creer. El caso alrededor de esos asesinatos parece ser la oportunidad perfecta para dar la campanada y seguir creciendo dentro de la redacción, aunque el asunto resulta mucho más complejo de lo que había imaginado. Por el camino se le unen el científico más brillante del país, Salomón Fo, su hija Irene, el motivo amoroso que no podía faltar en la historia, y su criado Orlok, un supuesto vampiro que promete mucho más de lo que realmente ofrece. Todos ellos obligados a desentrañar la amenaza de un ser misterioso capaz alterar su aspecto a voluntad.

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Algunas ideas tangenciales sobre Terra Nova

Terra Nova vol. 2Como conviene comenzar por las premisas, debo decir que considero Terra Nova uno de los proyectos más ilusionantes surgidos desde la esfera aficionada a la ciencia ficción en España (ver Nota 1 al final del texto). Hacía años, muchos, que no aparecía una publicación de esta envergadura dispuesta a parchear en la medida de sus posibilidades la brecha creciente en la traducción de relatos anglosajones de entidad. Además con la firme voluntad de editar las mejores obras breves escritas en nuestro idioma. Una combinación que explica el entusiasmo despertado por su primer volumen entre los lectores de base. Como es bien sabido, el título terminó promocionado a una editorial con un cajón de resonancia todavía mayor.

Ok, los lectores amantes de las narraciones breves están de enhorabuena pero ¿qué pasa con los escritores?

Cuando se presentó hace dos años, se abrió una nueva “ventana” para los autores interesados en escribir ciencia ficción. No abundan los espacios para publicar y con Terra Nova resurgió la oportunidad de ser editado en una antología que era algo más que cuatro colegas publicando para los amigos, familiares y blogueros hardcore. El paso a Random-House-Mondadori Penguin-yo-qué-sé-más otorgó un impulso y una capacidad de difusión como no se veía desde hace 30 años. Lo menos.

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El mapa del tiempo, de Félix J. Palma

El mapa del tiempo

El mapa del tiempo

Primero las buenas noticias, aunque sean pocas. Félix J. Palma publica un nuevo libro, y eso siempre es positivo; uno de nuestros mejores autores de cuentos, y no hablo sólo de literatura fantástica, al que merece la pena leer y seguir. Segundo, es un libro de ciencia ficción, lo que tampoco está mal, ya que Palma tenía un tanto olvidado el género. Y, por último, ganador de uno de los grandes premios de literatura que se fallan en nuestro país: el Ateneno de Sevilla. Podría hablar ahora de la famosa normalización, pero a las pruebas me remito, no creo que haga falta decir mucho más sobre el tema visto lo éxitos recientes como éste o como Somoza con el Ciudad de Torrevieja, Zaldua ganador del Euzkadi o Casariego hace unos años finalista del Nadal.

Y ahora las noticias menos buenas que se pueden resumir en una: la novela es mediocre tirando a maleja. Y bien que me duele decirlo, porque, repito, Palma es un escritor de cuentos maravilloso. Pero, me temo, aún no le ha cogido el truco a la narrativa larga. Puede que nunca lo haga; gente como Sheckley, Brown o Borges hicieron su carrera, o sus mejores obras, en el género corto. O puede que sí pero, desde luego, debería de evitar muchos de los errores cometidos en esta novela.

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Los arácnidos, de Félix J. Palma

Los arácnidos

Los arácnidos

Entre los autores de los últimos años que han cultivado la literatura fantástica y han publicado en colecciones y revistas de género, hay uno que, a pesar de la calidad media de su obra, ha permanecido arrinconado en un triste segundo plano alejado de la atención del aficionado. Quizá porque se ha dedicado casi por completo a la creación de relatos y estos son obviados sistemáticamente por la mayoría de los lectores a la hora de seleccionar o alabar sus lecturas; quizá porque sus novelas no han aparecido en editoriales afines; quizá porque su enfoque del fantástico ha derivado hacia una perspectiva alejada de los cánones que estamos habituados a consumir. Su nombre es Félix J. Palma y Los arácnidos su más reciente colección de relatos. Un excelente vehículo para comprobar hasta qué punto es injusta esta realidad.

El calificativo que mejor se ajusta a esta recopilación es idiosincrásico. En Los arácnidos se observan con claridad meridiana las señas de identidad que Palma ha mantenido durante los últimos años, en los que ha compuesto un universo narrativo atractivo, tan genuino como coherente. Una serie de narraciones enclavadas en nuestra España actual en las que individuos de clase media con una vida “normal” deciden, tras un hecho a priori casual, romper de alguna forma su anodina rutina diaria. Un conjunto de estampas cotidianas en las que el azar, los deseos no consumados, la envidia, la avaricia,… consuman, a priori, nimias catástrofes personales de insospechadas consecuencias. Y, a veces, en este contexto, se cuela un levísimo aire fantástico que potencia determinados aspectos de la narración.

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Artifex Tercera Época 2

ATE 2

ATE 2

Las antologías de relatos de Artifex, tanto en su pasada Segunda Época como en la presente Tercera Época –de la primera no he visto nunca un ejemplar y eso que me encantaría– han demostrado ser un referente a la hora de conocer y disfrutar de la literatura fantástica hispanohablante de extensión corta. Por sus páginas han pasado tanto autores consagrados –por lo menos dentro del fandom patrio– como noveles y sus relatos han sido premiados tantas veces que voy a rehuir la tarea de enumerarlos aquí. Justamente, dos de los cuentos del presente volumen han sido nominados en la categoría de relato nacional en los primeros premios Xatafi-Cyberdark de la crítica de literatura fantástica: “Escombros” de Santiago Eximeno y “Margabarismos” de Félix J. Palma.

Esta Tercera Época ha apostado por un cambio tanto de estética como de extensión y se ha integrado en la línea de libros de bolsillo de Bibliópolis. En este segundo número de la nueva época, los editores Luis G. Pardo y Julián Díez han seleccionado diez relatos con una calidad media notable. Paso a comentarlos uno por uno:

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