 Cuando hablo con otros conocedores de la cf española, coincidimos en algo al hablar de Eduardo Vaquerizo: es un escritor muy lírico, con un precioso manejo del lenguaje por el color de las palabras y el ritmo de la frase. Esto resulta paradójico por numerosas razones, sobre todo porque, cuando hablas de un autor lírico, das por supuestas un montón de ideas que no se cumplen en el caso de nuestro escritor.
Cuando hablo con otros conocedores de la cf española, coincidimos en algo al hablar de Eduardo Vaquerizo: es un escritor muy lírico, con un precioso manejo del lenguaje por el color de las palabras y el ritmo de la frase. Esto resulta paradójico por numerosas razones, sobre todo porque, cuando hablas de un autor lírico, das por supuestas un montón de ideas que no se cumplen en el caso de nuestro escritor.
En primer lugar, se asume que debe de tratarse de alguien de Letras, con una exquisita formación filológica. Esto no se satisface tan a menudo como suele esperarse, pero en Vaquerizo no nos encontramos con un médico ―con toda su carga humanista― o un físico ―acostumbrado a tratar con lo abstracto―. Es ingeniero aeronáutico. Me gusta pensar que, como ingeniero, se ha acostumbrado a contemplar la realidad de la manera más pragmática posible, así que, en el caso de la literatura, esto implica usar todos los recursos poéticos que el lenguaje te ofrece. En Coramante esto se traduce en una adaptación del lenguaje a los diferentes capítulos de la novela. Si bien puede deberse, quizás, a un manuscrito desarrollado en momentos muy distintos. No he hablado con él. Podría ser. Importa poco, en mi opinión. El lector se encontrará con unos capítulos muy poéticos, con un embriagador trabajo de las palabras, acerca de un mundo que vivía entre lo espiritual, lo escondido y lo material. Como ocurría en la edad media, en esta época, lo invisible nos habla. Las larguísimas descripciones apoyadas en símiles inesperados y engarzados con un ritmo acentual cercano al de un poema se relacionan con esos personajes atrapados en lo ignoto, en la vinculación profunda entre lo personal y lo trascendente. Recomiendo leer esas páginas sin prisas, desde la degustación de una belleza de otra Humanidad ya desaparecida. Sobre el resto del libro, hablaré tras un pequeño inciso, pues no solo la formación y el trabajo de Vaquerizo parecen contradecir su escritura lírica, pues Coramante es una gran narración. De hecho, es un gran relato, uno de esos más grandes que la vida. Ahora bien, a diferencia de Danza de tinieblas o de La última noche de Hipatia, Coramante quizás podría contarse en 12 páginas. Sería una magnífica historia, pero no sería la gran literatura que es el libro tal como nos ha llegado.
Si escuchas a Vaquerizo en el podcast El sótano de Radio Belgrado o en alguna mesa redonda, tardarás poco tiempo en oírle decir que lo que más le interesa de una obra es la narración. Es un narrador puro. Que alguien que dedica tanta atención al lirismo centre sus obsesiones en las tramas ya no es tan usual. Coramante nos cuenta la historia de la humanidad en el formato fix-up, de pequeños relatos entrelazados por ciertos recursos narrativos. Disfruta de una maravillosa tradición en la cf ya desde su edad de oro, con ejemplos tan geniales como Crónicas marcianas, Ciudad o Galaxias como granos de arena.
 
			






