Perdona, Baudrillard, pero Dick llegó primero

Quizá se me pasaron algunas de las ironías de su primera película. Room 237 era un documental francamente creativo sobre la adaptación que hizo Kubrick de El resplandor, y eran tantas las lecturas, tan inesperadas las interpretaciones, que no sé si entendí muy bien hasta dónde llegaba, como digo, el alcance de sus ironías. Pero se me quedó en el recuerdo la osadía de sus planteamientos. Fue una alegría, por eso, descubrir que se podía ver en Filmin Un fallo en Matrix, la hasta ahora última película de Rodney Ascher, creativo documentalista donde los haya, como digo, que se mete de lleno, esta vez, en la teoría del simulacro y las mentes brillantes que la han expuesto, con palabra e imagen, en la plaza cultural.

Recupera Ascher las obsesiones de Philip K. Dick –quizá el autor más citado de esta página– e indaga en cómo esas mismas obsesiones han perdurado en su obra y han influido en la de otros autores y obras a su vez seminales como Matrix. El documental es, entre otras cosas, un viaje por la ciencia ficción más cercana a estos temas, a la que está ahí para cuestionar lo que damos por sentado, lo que consagramos como válido, como verdadero, con el marchamo inapelable de lo que es real.

Y no sé si le pasa a todo el mundo o no pero me da la sensación de que fue tan fuerte el impacto de Matrix que nos cuesta recordar otras películas, anteriores o posteriores, cuando se menciona la teoría del simulacro, pero el caso es que también están Dark City, soberbia película de Alex Proyas, anterior a la de las hermanas Wachowski; o la mucho más reciente No te preocupes querida, de Olivia Wilde, o la que probablemente sea la más citada después de Matrix, con toda la razón, que es El show de Truman, de Peter Weir. Y también Barbie, de Greta Gerwig.

O, en otro lenguaje, series como 1899 –reciente pero ya cancelada por falta de éxito– recuperan esta (yo diría) que fascinante semilla de la duda que plantó Dick en nuestras consciencias, igual que el último episodio de la temporada 11 de Futurama (o 12, según la enumeración equivocada de Disney+, como ya expliqué en mi texto sobre la serie), que también cuestiona el entorno asumido.

Quizá la ciencia ficción dé pie, con sus plausibles deformaciones de la realidad, a este pensamiento. Que lo incite.

Tenemos claro que hay un sustrato importante de obras que quieren ver lo que ocurre por debajo de la realidad. Que siguen los pasos de la sospecha de que hay algo más allá de lo que vemos y tocamos, y que saben que ese ‘algo’ es más real, más verdadero, que lo aceptado al abrir los ojos todos los días por la mañana.

¿Por qué? Porque como dice el narrador de Dick en Tiempo desarticulado: “Tenemos un montón de fugas en nuestra realidad”.

A Glitch in the MatrixLa pregunta que plantea tanto el documental de Ascher como, sobre todo, la casi totalidad de la obra de Dick, es clave: ¿es real esto que veo? Y si no lo es, ¿qué es lo que es real? Esta duda, este cuestionamiento radical de lo que nos rodea, puede llevar a la paranoia, como explicaré más adelante, o puede llevar a un conocimiento no espurio de las cosas, por eso mística y ciencia ficción hacen tan buenas migas, como sabemos por la propia, monumental Exégesis de Dick. Y por eso también el documental de Ascher se convierte en una de las películas más fieles al pensamiento de Dick, que mejor han adaptado el corazón, el atrevimiento y la personalidad de sus novelas.

Un fallo en Matrix, con figuras animadas entrevistadas junto con gente bien real, se convierte en sí misma en un cuestionamiento de la realidad. Autoconsciente, la película contiene su propia herramienta de desactivación del discurso dominante: en lugar de rastrear, obsesivos y completistas, la bibliografía de y sobre Dick para encontrar copiosos argumentos que describan y analicen la teoría de la simulación, es decir, que vivimos en un mundo que no es real y que la verdadera vida no sólo está ausente, como decía Rimbaud, sino que está manipulada, con todo interés e intención, para que creamos que lo que vemos es verdad, lo que hace el documental es ejemplificar eso mismo, ser lo que cuestiona.

Y bueno, si esto va de la teoría de la simulación mejor será decirlo ya que si no aún puede haber alguna duda: yo no creo que, si le doy una patada a la pared de este caluroso sobreático en que vivo, de repente vaya a ver una colorida realidad llena de significados que hasta ahora sólo he podido percibir de refilón, sin llegar a entender ni aprehender porque se me escapan como esos pececillos que bajo el agua son siempre más rápidos que tú.

Lo que sí que creo es que –metafóricamentese puede decir que vivimos en una simulación. Que buena parte de lo que nos rodea y damos por sentado sencillamente no es verdad.

Obras como la de Dick o películas como las ya citadas o, por añadir alguna más, Están vivos, de John Carpenter, todas mentadas en el documental de Rodney Ascher, hablan de una superposición de realidades que no es ninguna tontería, ninguna evasión palomitera sin más. La agresiva maquinaria de la publicidad nos hace creer que necesitamos lo que no necesitamos para nada. Crea una ilusión, una realidad –fabricada, claro, pero real en la medida en que la buscamos y nos nutre de algo que creemos que necesitamos– que se superpone a otra, más física, esta sí real pero quizá decepcionante, que acaba tan oculta y alejada de nuestro pensamiento que, cuando por algún motivo recibe el chispazo externo que la reaviva para que la veamos, nos parece que efectivamente vivimos en un simulacro.

Y la ciencia ficción siempre está ahí para desasnarnos.

Nuestros amigos de Frolik 8En otras palabras: siempre acabas volviendo a Dick. Y la cosa es que, cuando vuelves, vuelves para quedarte. En Nuestros amigos de Frolik 8 –penúltimo Dick que he leído y novela injustamente despreciada que merecería, con total urgencia, un texto completo aparte, fanáticamente laudatorio–, vemos trazos de ese cuestionamiento de la realidad.

Hasta en esta novela tan marginada del canon dickiano vemos representada esa teoría de la simulación. De una manera menos llamativa que en otras novelas, pero está. Vemos cómo dos facciones del poder enfrentadas son de hecho quienes de consuno deciden lo que será justo y verdad, y por tanto esas dos facciones no son tal cosa sino el simulacro de esa tal cosa. El poder que domina el mundo en la novela no es político sino corporativo, como veíamos, hace poco, revisitando Robocop, y aunque parece que haya dos facciones, como digo, sólo hay una. Se crea la ilusión de una realidad que se impone, se superpone a la de verdad.

Y ocurre de una manera muy sencilla: el poder impone la versión de la realidad que necesita para perpetuarse, y, para ello, se superpone a la otra, hasta que, con el tiempo y gracias a la maquinaria engrasada de la publicidad, se convierte en la sustitución de esa otra realidad –la prosaica, multitudinaria, que espanta al poder– por la de las élites que toman las decisiones. Y esa es la simulación.

La ciencia ficción es la crisálida que libera la realidad no simulada. Cuanto más rutinarios y grises sean los mundos, más contrasta el novum, y el novum es el chispazo de genio que eviscera una realidad que no cuestionamos. Y en esto Dick es un maestro.

Lo que nos lleva otra vez a Tiempo desarticulado y al pensamiento de Baudrillard apuntalando (quizá innecesariamente) a Dick.

De nuevo, la pregunta que rezuman los párrafos de Dick, la que lo impregna todo, es ¿qué es real? O bien: ¿si estoy empezando a dudar de la realidad, qué es lo que tengo entre manos, y qué será la verdad?

En Tiempo desarticulado, último Dick, ahora sí, que he leído, la supuesta verdad se cae a pedazos y lo malo es que cae no porque alguien intuya algo, sino por azar. Alguien un día se da cuenta de alguna incongruencia en su entorno, y sigue los pasos que le plantea esa incongruencia. Que no es lo mismo que cuestionar la realidad e indagar. Que todo sea de cartón piedra implica, por necesidad, que somos títeres. O, en otras palabras, que hay una estructura de poder que nos engloba y controla y fabrica nuestro entorno para que nos lo creamos. Y saber ver a través de esas mentiras estructurales es saber ver a través de un mundo orquestado, simulado, como vemos en estas cienciaficciones. Sólo hay que quitar el novum y ya estamos ahí.

Ya no suena tan descabellada la teoría de la simulación.

Pero bueno. Un ejemplo nos irá bien.

Te venden, como nos dijo David Foster Wallace, el viaje en un crucero fantástico y quince mil antes que tú y otros tantos después de ti habrán tenido y sin duda tendrán la misma experiencia que tú, y sin embargo lo has comprado, empaquetadito y enumerado, con la promesa de que vivirás una experiencia única. Sólo para ti. Y entre los muy palpables panfletos y trípticos y vídeos que has leído y visto, entre las palabras, seductoras y cómplices, del departamento de ventas de tu agencia de viajes favorita y tus propias ganas de vivir esa experiencia, se ha generado una realidad, como por combustión instantánea: una en la que quieres un viaje único y efectivamente lo tienes, y es esa la ‘verdad’ se superpone a la otra, más palmaria, en la que no eres feliz y no vives aventuras. Es una realidad superpuesta a la otra. Pero no la desplaza: la sustituye. Y te la crees.

Cultura y simulacroEs lo que dice Baudrillard en Cultura y simulacro cuando habla de “una suplantación de lo real por los signos de lo real”, tal como vemos imaginado en la sabia ciencia ficción de Dick. Lo que vives como real es falso. Es otra realidad que ha suplantado la de verdad.

Simulándola.

Esa impuesta realidad se nutre de lo que, empequeñecidos por nuestros sufrimientos cotidianos, necesitamos, y nos lo da. Quieres un viaje único, aquí lo tienes. Pero no lo es: es un simulacro. Repito.

El delfín que ves saltando libre en la proa del barco es el mismo que ven desde hace décadas otros cruceristas porque el crucero pasa ex profeso por una zona de cría de delfines, y la anécdota tuya es la misma que la del videoaficionado de al lado. Todo está fabricado en serie y las mínimas variaciones del día a día no cambian la esencial inmutabilidad de lo orquestado. Y así con todo.

El pasado de la Roma imperial no está guiñándonos el ojo en la parada de autobús, como en Valis, ni el probador de la tienda de ropa es una puerta a un futuro que crees haber vivido.

Lo que nos guiña el ojo y lo que se esconde en el probador es la desoladora realidad de que todo lo que vemos arrastra consigo un cruce de datos que nos está vetado conocer. Echan a alguien de tu empresa y dan diecisiete mil motivos para justificarse y ninguno es cierto y te lo tienes que creer porque aparte de eso no hay nada ‘real’ a lo que aferrarse. Esas diecisiete mil explicaciones crean un tejido de realidad que se superpone a la otra, y quien se las quiera creer vivirá en un brillante simulacro en el que podrá ser feliz cubriéndose de mentiras; y el que no, no.

Unas diminutas instancias, una breves intuiciones, hacen pensar a los personajes de Tiempo desarticulado que esto que les rodea tal vez no exista. Que lo que dan por sentado que es la realidad tal vez no sea más que una simulación. Y por libros como este, aunque no sólo, entiendo que Bolaño y Fresán consideren, como leemos en Entre paréntesis, que Dick trató la paranoia y la persecución con más ahondamiento aun que Thomas Pynchon.

En Dick el imaginario y el pensamiento están en un bucle de retroalimentación constante: la simulación en la que viven, cuando empieza a desflecarse, lleva a la paranoia total, a una que se multiplica a cada nuevo detalle que ven, y a su vez la paranoia intensifica la creencia de que todo es un simulacro, y entonces no sólo los personajes sino tú como lector o lectora entras en un bucle infinito de persecución y de duda. Es una paranoia inducida por una simulación de la realidad que te lleva a la paranoia de creer que en verdad todo es un simulacro que genera paranoia.

La subasta del lote 49La de Thomas Pynchon, en cambio, es una paranoia más racional, valga aquí por un momento la contradicción. Una que viene más de la duda razonable de tu entorno, no de la caída física de todas tus creencias y de lo que te dicen tus sentidos. Por eso podemos decir que la paranoia en Dick está mejor imaginada y desplegada que en Thomas Pynchon, o, como mínimo, que el mecanismo para narrarla para que los lectores entendamos qué es y cómo funciona la paranoia es más efectivo en Dick que en Pynchon (diría, aunque no lo sé seguro y, lo más importante, no creo que sirvan demasiado estas comparaciones).

El caso es que con ideas e imaginarios como los que vemos en esta novela se anticipó Dick a Baudrillard, aunque esto tampoco importe demasiado, y nos ayudó a entender mejor las implicaciones de la simulación en nuestra mente y en nuestra manera de percibir las cosas.

Y si vivimos en este mundo de Dick, en este pensamiento de Baudrillard –como me temo que es el caso–, ¿cómo salimos de ese bucle? ¿Qué podemos hacer?

Poco, pero siempre hay algo.

Horadar ese mundo y decir lo que ves al otro lado.

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