Piranesi, de Susanna Clarke

PiranesiSe hace difícil escribir sobre Piranesi tras la excelente crítica de Alfonso García en esta misma web. Ya he padecido este complejo otras veces, a priori (por eso no he publicado todavía reseña de Kirinyaga, de Mike Resnick, aunque lleva años casi terminada), y a posteriori (luzco con orgullo los hematomas de la enmienda a mi texto sobre El rito, de Laird Barron). Aun así mi empecinamiento y la riqueza de la segunda novela de Susanna Clarke han sido suficientes para vencer cualquier reparo. Sobre todo ha pesado esto último.

Quince velas hemos soplado desde la aparición de Jonathan Strange y el Señor Norrell, un lapso que a más de uno nos llevó a pensar en que, a pesar de las dificultades, estaba enfrascada en un nuevo novelón de la misma envergadura. Es necesario recordarlo, el libro de fantasía más importante de este siglo y el único capaz de entrar en disputa con Pequeño, Grande por el título de Suma Teológica de la Fantasía Moderna (aunque fracase por diversos motivos). La aparición de Piranesi resquebrajó en cierta forma estas expectativas. Es una narración de dimensiones más comedidas y una composición mucho más sencilla. Aunque después te invita a rascar bajo la superficie y te deja desnudo ante esos prejuicios.

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Ring Shout, de P. Djèlí Clark

Ring ShoutEn ese parque temático en que se ha convertido el horror lovecraftiano, Territorio Lovecraft ampliaba la superficie del lugar con una serie de “atracciones” orientadas a poner de manifiesto el racismo en los EE.UU. y detrás de sus mitos fundacionales. Concebido como un falso fix-up, el libro de Matt Ruff ponía en su centro a personajes afroamericanos y los horrores a los que se enfrentaban (y todavía se enfrentan) para zambullirlos en las narraciones de Weird Tales, sus temas, sus caracterizaciones, convenientemente reinterpretados. Inevitablemente, al apostar por esta inspiración plantaba en la habituación un elefante problemático: gran parte de su propia cultura, más allá de sus sacrificios y adaptaciones para sobrevivir en la América de Jim Crow, quedaban fuera de la representación. Ring Shout viene a enmendar esto.

P. Djèlí Clark cuenta la historia de un trío de mujeres dedicadas a cazar miembros del KKK en los primeros años de la ley seca. La narradora, Maryse, puede ver a los Ku Kluxes bajo su verdadera forma: unas criaturas provenientes de otra dimensión que han colonizado a miembros del Klan y se alimentan de su odio y su violencia. Su presencia en este mundo se materializó en un ritual cerca de Stone Mountain, Georgia, a mediados de la década anterior y sus filas crecieron aupadas por el éxito de El nacimiento de una nación. La película de D. W. Griffith, con su intensa poética, su sesgo supremacista blanco y, aquí, un poco de ayuda mágica, sedujo a muchos de sus espectadores. Armada con su espada y acompañada de dos camaradas, Maryse recorre el estado de Georgia en busca de miembros del Klan para eliminarlos antes de que linchen a otros afroamericanos.

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Puente de pájaros, de Barry Hughart

Puente de pájarosBosque Mitago me parece una de las novelas de fantasía más importantes del siglo XX. En un momento en el cual la fantasía heroica y su degeneración en franquicias arrasaban en las listas de ventas, Robert Holdstock consiguió un éxito en una zambullida brutal en los arquetipos fundacionales ingleses. Pocas novelas han explorado las raíces del mito desde la multiplicidad de niveles de su desarrollo, y por ese motivo se llevó el Premio Mundial de Fantasía. En una de esas carambolas inesperadas, las votaciones la auparon a la categoría de mejor novela junto a otra obra; un título que en España se tradujo dos décadas más tarde. Aunque no pasó desapercibida, no alcanzó su fama y un poco ha terminado en el cementerio de los libros olvidados. Su título es Puente de pájaros y, si no la conocen, deberían buscarla: es una de las narraciones más divertidas e insólitas que he leído años.

Su originalidad se debe en gran parte a la peculiaridad de su autor, Barry Hughart. Puente de pájaros se editó cuando Hughart contaba con cincuenta años y supuso su debut. En un contexto que recuerda al de R. A. Lafferty, Hughart se dedicó a la escritura en un momento tardío de su vida con una serie de influencias bastante alejadas de las habituales en los 80: Stevenson, Swift y, claramente, Twain se dan cita con una de las grandes historias de la China medieval: El romance de los Tres Reinos. Un extravagante punto de encuentro que resume un poco su idiosincrasia.

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Bosque Mitago y Lavondyss, de Robert Holdstock

Lavondyss Logo

¿Tiene sentido contar el argumento de Bosque Mitago y Lavondyss de la misma manera que se suele hacer con un libro convencional? Más allá, quiero decir, de la idea principal, el planteamiento en torno al cual gira todo, a saber: en Inglaterra hay un bosque, Ryhope, más grande por dentro que por fuera, en el que cobran vida los mitos fijados en el inconsciente colectivo. Algo en sus profundidades logra extraer las ideas atávicas de la cabeza de la gente y transformar los personajes legendarios en «mitagos»: seres vivos de carne y hueso que se mueven empujados por las urgencias y motivaciones de sus propias historias.

Si digo que el argumento no es en realidad tan importante es porque las dos novelas, en cierto modo, se experimentan más de esa manera fragmentada en la que se viven los sueños que como historias lineales al uso con planteamiento, desarrollo, nudo y desenlace. Ambas disponen, por supuesto, de dichos elementos, pero no es el deseo de averiguar qué será de los protagonistas lo que empuja al lector a seguir pasando páginas. Uno se adentra en la saga como un explorador en un terreno sin cartografiar, movido más por la curiosidad y el placer de bucear en los entresijos de la fantasía concebida por Robert Holdstock que por averiguar el destino que aguarda a los personajes (especialmente los del libro primero, a quienes encontré un tanto descafeinados). Y, una vez digerida la lectura, lo que perdura es, más que el relato en sí, algunas sensaciones, imágenes aisladas, retazos de situaciones fascinantes.

Pero vayamos por partes. El «Ciclo Mitago» consta de seis novelas publicadas entre 1984 y 2009, aunque únicamente las dos primeras (Bosque Mitago y Lavondyss) han sido traducidas al español. Las mismas que Gigamesh recupera ahora en una edición, por cierto, espectacular: preciosa y muy cuidada. Pese a pertenecer a la misma saga, ambos libros son independientes y autoconclusivos. Es posible leer únicamente el primero o únicamente el segundo y quedar completamente satisfecho (que es, me parece a mí, como deberían concebirse todas las novelas, independientemente de que formen o no parte de una hexalogía).

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La tierra multicolor y El torque de oro – Saga del Exilio en el Plioceno, de Julian May

La tierra multicolorQué barbaridad la saga del Exilio en el Plioceno de Julian May. Qué barbaridad en todos los sentidos: para lo bueno y para lo malo. Porque qué derroche de imaginación, aventuras y sentido de la maravilla. Cuánta ambición y originalidad. Pero, pardiez, qué cantidad de personajes, muchos de ellos —aunque no todos— de una monocromía exasperante. Sus mil y un nombres (y algunos son literalmente solo eso, un nombre que se menciona en una o dos ocasiones para no volver a aparecer jamás) acaban amalgamándose en una lista interminable que arrolla al lector sin piedad, como un tsunami de fonética extravagante. Y cuántas, cuantísimas páginas también. Muchas más de las que hubieran sido necesarias para narrar lo que tiene que ser contado, incluso teniendo en consideración los numerosos meandros que dibuja la trama. Estos son algunos de los factores que hacen que la lectura de las dos primeras entregas de la tetralogía (La tierra multicolor y El torque de oro, publicadas por La máquina que hace ping,) sea una experiencia irregular. Las novelas brindan sin duda momentos emocionantes y de auténtico disfrute: uno chapotea en los alardes de imaginación de May como un gorrino en un charco. Sus excesos, sin embargo, a veces hacen que la narración se atragante como un mendrugo a palo seco.

Publicada en 1981, La tierra multicolor ganó el Locus a la mejor novela de ciencia ficción (aunque, en mi opinión, la obra encaja más en fantasía) y fue también finalista de los premios Hugo y Nebula, entre otros. El arranque del libro describe un siglo XXII en el que la humanidad, cuyas colonias se extienden a lo largo de centenares de planetas, está integrada en el «Medio Galáctico», una especie de confederación interplanetaria a la que pertenecen también cinco especies alienígenas: los «exóticos». Esta sociedad del futuro no solo dispone de una tecnología sumamente avanzada, sino que además pululan por ella algunas personas con «poderes metapsíquicos» como telepatía o telekinesis. May, en cualquier caso, apenas nos deja vislumbrar una pizca de cómo es la vida en ese Medio Galáctico (pocos años más tarde le dedicaría su propia saga), porque aquí el quid de la cuestión es otro: un científico francés, Theo Guderian, ha creado un portal temporal que conecta con el Plioceno, aunque este funciona únicamente en sentido ida: quienes lo cruzan no pueden regresar jamás. El «Exilio en el Plioceno» acaba siendo una opción abrazada con entusiasmo por románticos e inadaptados y aceptada a regañadientes por algunos convictos, a quienes se les ofrece como alternativa a la cárcel o el tratamiento de «docilización».

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La chica oculta y otros relatos, de Ken Liu

La chica oculta y otros relatosKen Liu se ha convertido en uno de los autores más queridos y que más entusiasmo levanta entre los aficionados a la literatura fantástica. No es fácil encontrar críticas desfavorables a los libros que ha publicado. Su primera recopilación de relatos, El zoo de papel y otros relatos, provocó sobre todo elogios en las webs dedicadas al género fantástico y mereció el premio Locus a la mejor antología en 2017. ¿Cuál es el secreto para despertar tanto entusiasmo? ¿Un estilo sencillo y cercano que cala en el lector? ¿Unos argumentos rompedores? ¿Un punto de vista diferente al occidental? ¿O tal vez sea su habilidad para emocionar al lector? No lo supe entonces y ahora, después de leer La chica oculta y otros relatos, sigo sin tenerlo claro. Los relatos de ambos libros son perfectamente intercambiables, no detecto diferencias apreciables entre unos y otros ni en forma ni en contenido, si acaso puede que haya más ciencia ficción en este último.  A los que quedaron encantados con El zoo de papel no les defraudará La chica oculta y muchos de los comentarios que se escribieron para uno podrían servir para el otro. Pero no todo ha permanecido inalterado en este tiempo, yo no soy el mismo y Liu tiene su parte de culpa.

El primer relato del libro, “Días de fantasmas”, ha bastado para traer de regreso la misma apatía que sentí hace tres años cuando llegué a la mitad de El zoo de papel. Coincidió la lectura con un septiembre extremadamente caluroso que acrecentó aún más mi desgana. Eran demasiados relatos, quince en total y más de quinientas páginas. Cuando lo terminé me sentí como si me hubiera dado un atracón de merengues y de yemas de Ávila. Lo había olvidado por completo pero mi organismo, que tiene mejor memoria, sí se acordaba y ha puesto todo tipo de trabas fisiológicas para evitar que se repitiera el empacho. Así que puedo decir que Liu me cambió, aunque no en la manera en que cabría esperar. Pero volvamos al primer relato del libro que seguramente interesará más que los trastornos de mi metabolismo. Su argumento gira alrededor de unas monedas antiguas de bronce de la dinastía Zhou que han ido pasando de una generación a otra hasta acabar en un remoto planeta al que los humanos se han adaptado para sobrevivir. Se trata de una historia que transcurre en varias épocas y que sirve a Liu para poner en valor la diversidad. Es puro Liu, y en él podemos encontrar muchos de los elementos que caracterizan sus relatos: grandes dosis de sentimentalismo, asiáticos discriminados por razón de su raza, utilización profusa de las cursivas y una trama concebida con la clara finalidad de transmitir un mensaje.

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Gideon la Novena, de Tamsyn Muir

Gideon la NovenaEn ese carrusel de expresiones manidas en el que demasiadas veces se convierte una reseña, “la primera novela” se mantiene como uno de los valores más seguros a la hora de establecer cualquier consideración cuando existe la oportunidad de utilizarla. Esa fuerza, ese vigor, esa transgresión que empujan al autor nuevo en el formato, ávido por culminar un caso práctico de que una fantasía innovadora es posible, con gotas de hibridación con la corriente X o el género Z mientras se incorpora lo aprendido del mundillo Y. En el caso concreto de Gideon la Novena ponen más carne en el asador de participar del estereotipo su aparición en los diferentes premios (finalista del Hugo, el Nebula y el Mundial de Fantasía), el texto de la cubierta trasera

El Emperador necesita nigromantes. La nigromante de la Novena necesita una espadachina. Gideon tiene una espada, unas revistas guarras y ninguna paciencia para tonterías con los muertos vivientes.

, los blurbs de rigor

«No habrás leído nada parecido.»
Forbes

«¡Nigromantes lesbianas exploran un palacio gótico encantado en el espacio!»
Charles Stross

y una serie de problemas narrativos acuciantes. Al final me va a resultar imposible escapar de esta marca.

Gideon la Novena abre la trilogía de La tumba sellada, la serie de libros que han dado a conocer a Tamsyn Nuir. A tenor de sus títulos, cada una tendrá una protagonista distinta vinculada con La Novena Casa, una de las facciones que, repartidas por los planetas de un extraño sistema, sirven al Rey Imperecedero. En el diezmilésimo año de su reinado este emperador inmortal ha convocado a los herederos de las ocho casas (la Primera es la suya) a una prueba en la Morada Canáan; una mansión de dimensiones colosales que dejaría como una humilde choza a un palacio real del barroco. Todos ellos, nigromantes avezados en diferentes artes, acuden en compañía de sus caballeros, sus mejores vasallos especializados no sólo en el manejo de armas blancas sino en entregarse en cuerpo y alma si así les es requerido. Ante ellos se abre una ordalía para determinar quiénes serán los lictores del Emperador. Todas las casas parecen mejor preparadas que la Novena. Su caballero, Ortus, ha desertado y su lugar ha sido ocupado por Gideon, una paria repudiada por su casa y con problemas para aceptar cualquier jerarquía: está enfrentada a muerte con Harrow, la nigromante a la que debiera servir. Pero sin este tipo de retos insuperables el space opera sería mucho más aburrido, ¿no?

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Ciudad de jade, de Fonda Lee

Ciudad de JadeEs digno de estudio el complejo que te puede entrar cuando disfrutas con una novela tan aparentemente insustancial como Ciudad de Jade. Una historia encuadrada entre la fantasía y la temática criminal, en la línea de Yendi. Duelo de rufianes, el segundo libro de la serie de Vlad Taltos. Una guerra de bandas por el control de un distrito de la ciudad Adrilanka que no deja de dar golpes de remo desde empujones más propios de un relato de hampones en el Chicago de la ley seca. El discurso cultural dominante sitúa una historia de este pelaje como necesariamente menor y casi ni se entra en la discusión de si ese disfrute es una cuestión de simpatía o puede haber algo más. Esa ausencia de debate, fiarlo todo a “es una mierda, pero es mi mierda”, resulta empobrecedor.

Ciudad de Jade, agraciada con el premio Mundial de Fantasía a la mejor novela en 2018 y publicada en España por Insólita Editorial, se sostiene sobre la enésima historia de familias en conflicto por el dominio de un territorio y una sustancia con una base maravillosa: el Jade. Esta piedra preciosa, controlado por un cartel de la isla de Kekon, puede dotar a quien lo porta de habilidades sobrehumanas de diversa índole, desde una percepción afilada a una piel inquebrantable, pasando por la telequinesis o una velocidad endiablada. Aunque dependiendo de la base genética del individuo, su formación, su abuso, puede generar resistencia, hipersensibilidad o dependencia. Como sólo los oriundos de Kekon han evolucionado para poder canalizar esa energía, hay incluso una droga sintética que permite llegar a controlarla, aunque tiene unos efectos secundarios que llegan a poner en riesgo su vida.

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El idioma de la noche. Ensayos sobre fantasía y ciencia ficción, de Ursula K. Le Guin

El idioma de la nocheLeer los ensayos de un novelista es verle algo más de cerca, como cruzar la puerta para entrar en su casa, como (atreverte a) hablar con él o con ella después de una conferencia. No tiene por qué quedar expuesta la urdimbre de la escritura misma en esos ensayos, pero las opiniones, las filias y detracciones, el ángulo desde el que se escribe y cómo entiende el mundo, sí queda, en general, expuesto, y así entendemos mejor la mente que ha imaginado otros mundos, esos ficticios mundos reales. La inteligencia de Ursula K. Le Guin (aunque no siempre la humildad), está a nuestro alcance gracias a Círculo de Tiza, que ya editó, en 2018, Contar es escuchar, y, ahora, más cerca aún, gracias a Gigamesh, que recupera El idioma de la noche en una edición impecable, bonita y cuidada (como para regalar o lucir en un espacio destacado de tus estanterías), de esta colección de ensayos de 1979.

Contar es escuchar no me gustó para nada. Tengo que admitirlo. Aparte de decir cosas sensatas y muy bien vistas, que las dice, claro, me pareció que incurría a menudo, muy a menudo, en una actitud condescendiente y ofensiva hacia los escritores jóvenes (página 340, página 364), hacia la crítica literaria (página 232), e incurría, también, en una molesta tendencia a dar por sentadas ciertas cosas sin necesidad de matizar nada, como cuando dice “Los lectores devoran libros. Las películas devoran a los espectadores”, en la página 359, por poner sólo un ejemplo. E incurría también en la obviedad facilona, como cuando se pregunta, retóricamente, “¿Cómo podría escribir si no leyera?”, en la página 370, y todo esto hizo que avanzar por sus páginas fuera desesperante. Pero Le Guin es perfectamente libre de decir lo que quiera, y eso es, realmente, lo único que importa. Tampoco quiero obviar el hecho que más me gustó: la defensa desacomplejada y por otra parte bien argumentada de Tolkien. ¡Defiende tus gustos, claro que sí!

El idioma de la noche es una colección de ensayos y prólogos más amable (en el sentido de que no trasluce actitudes arrogantes ni perdonavidas, o al menos no tanto). Traducido por Ana Quijada e Irene Vidal (a un castellano que fluye y suena natural, como la prosa de la autora), el libro contiene ensayos atrevidos, que intentan explicar fenómenos difíciles de explicar como por qué la fantasía no gusta, o no acaba de gustar, a los norteamericanos (en “¿Por qué los norteamericanos tienen miedo a los dragones?”), o el secreto mecanismo de relojería de la ciencia ficción en “Mito y arquetipo en la ciencia ficción”, donde tiene una de esas frases bomba con las que te quedas: “El escritor que no bebe de las obras y los pensamientos de otros, sino de sus propios pensamientos y de su ser profundo, hallará material común”. Aunque como frase bomba estrella, ésta, del prólogo a su propia La mano izquierda de la oscuridad: “La ciencia ficción es metáfora”.

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Piranesi, de Susanna Clarke

Corría el año 2004 de nuestro Señor cuando Susanna Clarke irrumpió en el género fantástico como un Leviatán en una cacharrería con su extenso novelón Jonathan Strange y el Sr. Norrell, una fantasía de carácter extremadamente inglés sobre magos de la época georgiana, que, aunque construida con hechuras modernas, rendía entregada pleitesía a la literatura decimonónica anglosajona, algo que sin duda habrá hecho las delicias de los tres fundadores del steampunk. Personalmente, se trataba de una obra que tocaba varias de mis teclas; anglofilia literaria, mitología céltica y una fascinante exploración de una idealizada Inglaterra mítica, mágica y ancestral, de círculos de piedra, desolados páramos cubiertos de niebla, túmulos ominosos y secretos en el corazón del bosque. De cuando las fronteras con lo feérico eran extremadamente tenues para los habitantes de la aislada Albión y reinaba el pensamiento mágico no-racional que tan sólo sobreviviría posteriormente en organizaciones herméticas y esotéricas como la Golden Dawn. De este modo Jonathan Strange y el Señor Norrell se alineaba con esta tradición inglesa de cultivar el género explotando ese vínculo con lo oscuro y arcano que genera ese particular carácter loquérrimo y raro del fantástico que proviene de las islas. Eso que tantas alegrías nos ha dado a los señores mayores aquejados de anglofilia literaria desde que Los Cinco y el tesoro de la isla cayó en nuestras inocentes manos.

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