Edición limitada, de Tim Maughan

Edición limitadaFata Libelli tiene por costumbre obsequiar a sus suscriptores con un relato largo. En la campaña de 2016/17 la narración elegida ha sido Edición limitada, si no me equivoco la presentación de Tim Maughan en España. Alfonso García ya había escrito sobre ella hace tres años cuando reseñó Paintwork. En dicho texto hacía mención a la fidelidad de Maughan hacia la ciencia ficción de los próximos cinco minutos. Esas historias prácticamente enclavadas en nuestro presente que exploran conductas y tendencias a través de una mínima proyección de algún elemento tecnológico, económico, social… que las magnifica y muchas veces deforma. Todo con la vista puesta en poner de manifiesto sus causas y sus consecuencias.

Edición limitada se desarrolla en las calles de Bristol en un Reino Unido postindustrial. Muchos de los objetos que ahora compramos en los comercios se descargan y elaboran en casa. Mientras, los centros de las ciudades se han convertido en permanente zona en conflicto donde los jóvenes de clase trabajadora participan en asaltos a los establecimientos que quedan retransmitidos por streaming a través de internet. Este relato cuenta uno de ellos desde el momento en el cual sus promotores, unos chavales cautivados por un anuncio de unas nuevas deportivas, organizan el ataque a una tienda para hacerse con las zapas. Un producto fuera del alcance de sus posibilidades, un ansiado objeto de deseo para lograr un cierto estatus.

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Zeroville, de Steve Erickson

ZerovilleLa conexión entre realidad y cine ha sido ampliamente discutida desde sus orígenes. Sin embargo no recuerdo haberla visto tan vinculada al corazón de una novela, y de manera tan perturbadora, como en Zeroville. La segunda obra traducida en España de Steve Erickson, un cuarto de siglo después de Las vueltas del reloj negro. Su faceta más atractiva se sostiene sobre la construcción de su protagonista, Vikar. Un tipo recién llegado a Hollywood poco después del asesinato de Sharon Tate, sus acompañantes y su hijo no nato a manos de Charles Manson en el verano de 1969, a tiempo para ser tomado por un miembro de The Family. Este pequeño encontronazo con las fuerzas del orden pone sobre la mesa sus problemas para pasar inadvertido donde destaca el tatuaje grabado en una cabeza perfectamente rapada: una representación de Montgomery Cliff y Elizabeth Taylor tal y como aparecían en Un lugar en el sol. Esta ilustración no sólo presenta su obsesión por el mundo del cine. A pesar de haber ganado varios Oscars veinte años atrás, el tatuaje es confundido con una imagen de los James Dean y Natalie Wood de Rebelde sin causa. Para su frustración, funciona como una medida de la cultura cinematográfica de ese Hollywood a caballo entre los 60 y los 70. Una gigantesca máquina de crear y consumir películas concentrada en el presente y desconectada de su pasado.

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Siete casas vacías, de Samanta Schweblin

Siete casas vacíasEs fácil dejarse llevar por el entusiasmo cuando una autora escribe un relato como Distancia de rescate. Un texto donde forma y fondo van indisolublemente unidos a la hora de construir una obra de misterio excelentemente asentada sobre ambos. De ahí la curiosidad por comprobar la pericia de Samanta Schweblin en historias más breves lejos del terreno del fantástico como las de Siete casas vacías; una colección de relatos galardonada con el IV Premio de Narrativa Breve Ribera de Duero y publicada por Páginas de espuma.

Ya el primer relato, “Nada de todo esto”, es una buena piedra de toque que nos pone sobre la pista del registro desarrollado por Schweblin en las seis piezas siguientes. Introduce a una madre y a su hija mientras recorren los suburbios acomodados de una ciudad para ver las casas y experimentar, de alguna manera, un modo de vida para ellas vedado. Parecen moverse desde la distancia, sólo por casas vacías, hasta que la madre comete un “error” y termina entrando en una habitada. Una transgresión a partir de la cual la rareza de la situación se revuelve sobre sí misma, llevando la narración hacia un terreno incómodo, con un aire insano que entra en resonancia con las expectativas del lector.

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La misión del Bufón, de Robin Hobb

La misión del BufónLos libros de Robin Hobb pueden resultar intimidantes para quien no está acostumbrado a acercarse a la fantasía heroica que copa los top de ventas. Salvo su opera prima, Aprendiz de asesino, superan irremediablemente las 700 páginas. Esta inclinación por las novelas extensas es una consecuencia de su marchamo personal como narradora y su gusto por relatos donde destacan la ausencia de elipsis y la atención prestada a los pequeños detalles, descritos casi siempre con la minuciosidad reservada a los momentos importantes. Características que pueden poner a prueba la perseverancia de los lectores más templados, tal y como se comprueba durante las 200 primeras páginas de La misión del Bufón.

La novela retoma las desventuras de Traspié Hidalgo Vatídico tras la última entrega de El VatídicoLa búsqueda del asesino, y funciona como inicio de una nueva trilogía situada tres lustros más tarde. Ante este salto, quizás lo más sensato hubiera sido continuar la narración como si se tratara de un volumen más de la autobiografía de Traspié. Sin embargo Hobb se obliga a otorgar carta de naturaleza a los nuevos lectores llegados a su obra. Así, de una manera un tanto fallida, convierte su primer cuarto en un pseudo nuevo comienzo e imbuye al lector en el personaje mediante su vida cotidiana en un lugar apartado de los Seis Ducados; una granja donde emplea sus días haciendo la casa, cuidando a las gallinas, bajando al pueblo a vender los huevos y cazando con su lobo, Ojos de noche. Labores mundanas sobre las que planea la sombra de todo lo vivido a lo largo de su infancia y adolescencia.

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Distintas formas de mirar el agua, de Julio Llamazares

Distintas formas de mirar el aguaHay secuencias tan grabadas a fuego en el recuerdo durante la infancia que siguen volviendo décadas más tarde en los momentos más insospechados. Una de las imágenes de telediario que periódicamente regresa a mi memoria es el desahucio de Riaño. Con el paso de los años no sabría decir qué parte es “real” y cuál una recreación, pero aún recuerdo a la Guardia Civil protegiendo las excavadoras que, una a una, iban destruyendo las casas para evitar el regreso de sus habitantes en las semanas previas a la inundación del valle. Las cuatro o cinco veces que he pasado por Nuevo Riaño, el pueblo construido a la vera del pantano, han servido para potenciar unos recuerdos alimentados por situaciones análogas ocurridas en otros lugares como los alrededores del embalse de Yesa (Ruestas, Esco, Tiermas) o los intentos por ahora fallidos en Vega de Pas y Ayerbe. De ahí que cuando Julio Llamazares publicó su penúltimo libro, centrado en este éxodo forzado, resultara inevitable llegar a él.

La forma impuesta a Distintas formas de mirar el agua condiciona su lectura. Una familia acude al embalse del Porma, en el norte de la provincia de León, a llevar las cenizas de Domingo, el patriarca. Es la manera de satisfacer su última voluntad: reposar en las aguas que anegaron las casas del pequeño pueblo de Ferreras, inundado al igual que otra media docena de localidades del valle. Mientras asisten a la ceremonia, Llamazares se introduce en la mente de cada uno de ellos para alumbrar sus pensamientos. Es ese contenido el que da carta de naturaleza a la obra y, por extensión, al título. La mujer del difunto, sus hijos, sus parejas, sus nietos… se suceden en los diferentes capítulos y abren la puerta a distintas perspectivas sobre su relación mutua y sus raíces en el pueblo desaparecido. Hay recuerdos significativos de los que más tiempo convivieron con Domingo y otros más circunstanciales y nebulosos de los que apenas compartieron momentos puntuales. La hábil yuxtaposición de todos ellos crea una secuencia de imágenes, sentimientos y emociones muchas veces evidente, por previsible, mientras que otras sorprenden por cómo se alejan de los lugares comunes que, en el fondo, es en gran parte una vida.

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Challenger, de Guillem López

ChallengerPara el cretino que anida en mi interior resulta tentador acercarse a un libro como éste, con un cúmulo de valoraciones encendidas prácticamente unánimes, con ganas de comprobar cuánto hay de cierto entre tanta palabra grandilocuente y, si se tercia, marcar la diferencia. No hace falta decir cómo. Sin embargo en el caso de Challengerdespués de 100 páginas ya estaba experimentando lo mismo que ha llevado a ese puñado de lectores a apreciarlo tal y como lo han hecho y a preguntarme qué habría sido de él si en lugar de haberse publicado en una colección con una distribución muy limitada hubiera aparecido en algún sello de tamaño mediano que asegurara una mayor difusión. No, no estoy pensando en un hipermegaéxito de ventas, pero sí en algo de visibilidad para un título cuyo alcance parece reservado exclusivamente para lectores muy muy muy metidos en el mundillo.

Challenger es un fix-up de 73 relatos que transcurren el 28 de Enero de 1986 en un intervalo de unas pocas horas alrededor del accidente del Challenger, en su inmensa mayoría en el área metropolitana de Miami. Narrados prácticamente todos en tercera persona, cuentan con un personaje mediante el cuál se observa qué está viviendo en ese momento y, en la medida de lo posible, la posible conexión con alguno de las otros 72 retazos de la obra. Tal acumulación de piezas puede asustar dado su número, su breve extensión, estar en una secuencia aparentemente aleatoria y tener cada uno su propio protagonista “foco”. No hay dramatis personae, ni un mapa de la ciudad, ni una referencia a los vínculos entre ellos más allá de los que el lector acierte a encontrar en su memoria a corto plazo. Afortunadamente Guillem López los sitúa con ingenio y se hace relativamente sencillo interconectarlos.

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NOS4A2, de Joe Hill

nos4a2NOS4A2 es una novela larga, muy larga, y concentra sus rasgos más atractivos durante su primer tercio, justo a la hora de definir a sus dos personajes guía: la antiheroína Vic McQueen y su némesis Charles Manx. Manx recorre el país en su Rolls Royce Espectro en busca de niños aquejados de algún tipo de problema con sus padres. Su objetivo es “liberarlos” para conducirlos hasta Christmasland, una dimensión paralela donde espera sean felices por toda la eternidad. A su vez, Vic dispone de una bicicleta gracias a la cual puede conjurar un puente que le permite desplazarse a cualquier punto del país. Un poder que no entiende, utiliza de manera esporádica para encontrar objetos perdidos, y le causa efectos secundarios en la forma de un malestar directamente proporcional a su tiempo al otro lado del puente.

Joe Hill echa a rodar su historia como un LP triple tocado a 25 revoluciones por minuto. Tras un prólogo situado en 2008 donde presenta a Manx, sostiene NOS4A2 sobre la historia de Vic con muuuuucha calma. Esto le permite abordar su logro más notable: el relato de cómo una niña inocente se topa y convive con lo extraño, su relación con unos padres en conflicto y cómo todo ello modela su carácter. Es durante esa construcción, mientras Hill teje su carácter y sus circunstancias, cuando comienza a percibirse una atmósfera desasosegante alrededor de la pérdida de la inocencia y cómo descarrilan los sueños cuya mayor manifestación es la vida de Vic, a la que vemos madurar y padecer las secuelas de su infancia y adolescencia hasta convertirse en madre.

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Música de mierda, de Carl Wilson

Música de mierdaEn estos 16 años dedicado a la crítica amateur he cambiado tanto que me cuesta reconocerme cuando me da por releer alguno de textos escritos hace más de un lustro. Todavía no puedo decir que haya pasado media vida, pero la expresión se puede quedar corta si considero la evolución de mis intereses, mi aprecio por determinadas características narrativas, mi manera de enfocar ciertos comentarios. En este tiempo he mantenido todo tipo de acordes y desacuerdos; impresiones compartidas por prácticamente casi todo el mundo, reseñas en minoría en las cuales me quedaba en solitario frente a una mayoría que loaba o masacraba un libro… En algún momento del camino me sentí interesado por iniciarme en la crítica literaria formal. No obstante la pereza, ser un yonqui de la narrativa, involucrarme en otros asuntos dejaron el proyecto en mera intención. De ahí que siempre me haya sentido incómodo cuando se me ha etiquetado como “crítico”, ya fuera en conversaciones informales, los dos años sirviendo en el jurado del premio Xatafi-Cyberdark, en alguna mesa redonda o al aparecer mencionado en según qué artículo. Aunque en los textos que escribo siempre he desarrollado mi visión más allá del argumento y mi gusto personal, este último ha dominado cualquier valoración. Este rollo macabeo rayano en la justificación autocomplaciente es mi manera de apuntar por qué me he sentido tan cerca de Carl Wilson en Música de mierda. Supongo una obra tan marginal para los iniciados en los misterios de la crítica literaria o la estética de la recepción como una lectura valiosa para lectores menos bregados en estos temas. Especialmente si acostumbran a dejar negro sobre blanco sus opiniones en internet.

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El Libro de las cosas nunca vistas, de Michel Faber

El Libro de las cosas nunca vistasEsta es la típica lectura que invita a hacer una reseña de destrucción masiva. El análisis FIAWOLesco en el cual el aspirante a entendido se luce con las cuatro cosas que cree saber de un género y sus mecanismos a costa de los puntos débiles en una obra que encuentra meliflua, desnortada, apoyada en diálogos insustanciales y, sobremanera, excesivamente extensa para lo que termina contando. Pero quizás por ser tan fácil caer en ese análisis destructivo (y haber leído hace nada Música de mierda, de Carl Wilson, libro que les recomiendo desde ya), me sienta inclinado a tomar un camino más constructivo. Establecer una pequeña búsqueda de por qué Michel Faber ha podido escribir El Libro de las cosas nunca vistas. Entre sus valedores cuenta gente tan poco sospechosa de caer en los elogios desmedidos como Philip Pullman o David Mitchell, y ha inspirado análisis críticos bastante elogiosos como éste.

A lo largo de sus 600 páginas, Michel Faber plasma la epopeya de Peter Leigh, un sacerdote enviado al planeta Oasis por una corporación privada. Allí se ha establecido una base poblada por personal técnico; un grupo de ingenieros, mecánicos, médicos… cuyo propósito es establecer una colonia. En esa compañía Peter, con facilidad para entender los problemas personales a su alrededor, se siente alienado. Apenas comparte nada con el resto y acusa la distancia de hallarse a media galaxia de su iglesia y su mujer, Bea. Sólo puede comunicarse con ella a través de correos electrónicos en texto plano, un parche insatisfactorio y problemático a la hora de mantener la relación. En este contexto, se entiende su estado de ánimo y la entrega a su misión: llevar la palabra de Dios a un grupo de nativos ya iniciados en el cristianismo. En ciclos de 360 horas (unos 5 días en tiempo del planeta), convive con sus nuevos fieles y, mientras se implica en su día a día, llena los vacíos y dependencias de su interior.

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Prayers to Broken Stones, de Dan Simmons

Prayers to Broken StonesSiempre me resultó curioso cómo, a comienzos de los 90, Dan Simmons se convirtió en una cierta garantía de ventas en España y su editorial, Ediciones B, no le dio la más mínima oportunidad al campo en el que había conseguido resultados más notables: el relato. Quizás la única colección con la que entonces contaba, Prayers to Broken Stones, ya hubiera visto traducida la mitad de su contenido; quizás imperó el miedo al desencuentro entre relatos y público; quizás influyera el asunto del elevado coste pagado por sus derechos, aireado por Miquel Barceló en una de sus entradas en su blog al comienzo de cada nuevo título de Nova Ciencia Ficción… Sea como fuere, un cuarto de siglo más tarde parece olvidado que, aparte de Hyperion y tochazos de más de 600 páginas, Simmons fue uno de los más reputados cuentistas de terror de la década de los 80.

Andaba temeroso de comprobar cómo me acercaba a varios de estos relatos con dos décadas más en el cuentakilómetros y varios galones de cinismo en el depósito. Historias con una cierta inclinación por lo macabro, capaces de hacer surgir el terror de situaciones cotidianas y con una afilada vena satírica, pero con espacio para narraciones más sensibles donde cada recodo rezuma sentimiento de pérdida. Tal es el caso del relato elegido para abrir Prayers to Broken Stones: “El río Estigia fluye corriente arriba”. El cuento con el cual Simmons impresionó a Harlan Ellison en un taller de escritura en Denver en 1981. Una carta de presentación difícilmente mejorable.

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