El pequeño Quentin Tarantino va al cine

Quentin Tarantino

La película empieza en la página en blanco. Aunque lo primero sea, seguramente, la inesperada presencia de una imagen o una idea en la mente, el primer paso en la hechura de una película, en lanzar esa imagen al camino hacia ser una obra, se da en la página en blanco. Esto, que puede parecer o ser tautológico, no lo es tanto si pensamos en la cantidad de directores –abrumadora cantidad de directores– que esperan, sentados, a que les caiga un guion interesante para ponerse a dirigir, a orquestar a su manera un mundo que no es suyo. Y Tarantino siempre se ha preciado de ser el autor de sus guiones, de sus diálogos, de sus personajes, o sea que no fue ninguna sorpresa ver que publicaba, por fin, un libro sobre cine. En Meditaciones de cine / Cinema Speculation hay menos name-dropping del que uno esperaría dada la afición al guiño cultural que ha sembrado en su obra, y en cambio lo que sí tenemos es un libro sobre cine que se lee casi diría como unas memorias: las películas, sí, pero sobre todo lo que vemos aquí es el hecho de ir al cine como hecho fundacional en la memoria de Tarantino.

Tarantino eleva sus visionados a categoría de acontecimiento, de evento decisivo en su vida, como quien habla de hechos históricos que han marcado un antes y un después político y personal. Recuerda qué comentaron su madre y su padrastro volviendo a casa en coche después de ver una película, recuerda qué sintió al ver tal o cual película, y toda esa constelación de hechos y anécdotas que rodean el hecho principal de ir al cine quedan grabados en la mente de ese crio que décadas después escribirá este libro que comento hoy en esta página. Como digo, es una memoria de los primeros pasos de su cinefilia. Y eso al leer te lleva a tu propia, parecida nostalgia espoleada por tus películas formativas, las que te han sido más formativas. El aspecto social, compartido, de las salas de cine es uno de los elementos vertebrales de la experiencia cultural para Tarantino. Uno de los que más recuerda y a los que más importancia da. A las estrepitosas, increpadoras reacciones del público en las sesiones de los estrenos blaxploitation. Aspira a eso como director. A la ebullición social prendiendo en la sala de cine, por el cine.

No sé si hago bien o no pero creo que no mencionaré los títulos que comenta el autor. Para mí fue una sorpresa y una alegría ir descubriendo, página a página, las películas, anticipando nombres e interpretaciones, o sea que prefiero dejar esa ventana abierta para que pueda sentir lo mismo quien lea el libro por primera vez. Lo que sí puedo decir es que los referentes aquí son menos obscuros de lo que podríamos esperar dados sus guiños, sus homenajes al cine tradicionalmente despreciado en su obra.

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Jesús Torbado y las gracias de la ucronía

En el día de hoyDe todas las posibles formas de impugnar la realidad que heredamos, es probable que la ucronía sea la que lo haga con más radicalidad. La ucronía propone una alternativa paralela, un escenario aparte, que es, en sí mismo, una refutación en bloque de lo que asumimos como historia. Se puede impugnar la historia con intenciones reparadoras, justicieras; o se puede jugar a imaginar, con la historia, algo aún peor de lo que tenemos. Por tanto, es fácil deducir que hay dos tipos de escenarios: las ucronías positivas y las negativas. El caso más conocido de ucronías negativas seguramente sea el de la novela El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, y, dentro de nuestras letras, el caso inverso sería, imagino, el de la novela En el día de hoy, de Jesús Torbado. En la de Dick asistimos a una realidad en la que los alemanes y los japoneses ganan la Segunda Guerra Mundial; en la de Torbado, una en la que la República gana la Guerra Civil.

(También está claro que la ucronía positiva, como En el día de hoy, puede ser, para algunos –no tan pocos– la peor pesadilla).

La ucronía usa de la historia como elemento narrativo principal; en palabras del ensayista David Seed en Science Fiction. A Very Short Introduction, sobre El hombre en el castillo, hay, en la ucronía, una “escéptica atención a la historia como constructo narrativo”. Claro, se atreve el ucronista a descreer de lo que ve (de ahí que Dick entendiera tan bien las posibilidades y la envergadura del subgénero), y ven la historia como un lienzo dúctil que se puede destejer para volver a tejerlo, después, con otros propósitos libres, críticos o lúdicos. Al contrario que en la novela histórica, la historia es aquí la pared de frontón sobre la que rebotan, irónicamente, los hechos ucrónicos: hablan e interactúan creando unas sinergias que se espesan, alejadas de la oficialidad, para configurarse en un ente paralelo, alejado y autónomo, que descree de su modelo.

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Challenger, de Guillem López

ChallengerPara el cretino que anida en mi interior resulta tentador acercarse a un libro como éste, con un cúmulo de valoraciones encendidas prácticamente unánimes, con ganas de comprobar cuánto hay de cierto entre tanta palabra grandilocuente y, si se tercia, marcar la diferencia. No hace falta decir cómo. Sin embargo en el caso de Challengerdespués de 100 páginas ya estaba experimentando lo mismo que ha llevado a ese puñado de lectores a apreciarlo tal y como lo han hecho y a preguntarme qué habría sido de él si en lugar de haberse publicado en una colección con una distribución muy limitada hubiera aparecido en algún sello de tamaño mediano que asegurara una mayor difusión. No, no estoy pensando en un hipermegaéxito de ventas, pero sí en algo de visibilidad para un título cuyo alcance parece reservado exclusivamente para lectores muy muy muy metidos en el mundillo.

Challenger es un fix-up de 73 relatos que transcurren el 28 de Enero de 1986 en un intervalo de unas pocas horas alrededor del accidente del Challenger, en su inmensa mayoría en el área metropolitana de Miami. Narrados prácticamente todos en tercera persona, cuentan con un personaje mediante el cuál se observa qué está viviendo en ese momento y, en la medida de lo posible, la posible conexión con alguno de las otros 72 retazos de la obra. Tal acumulación de piezas puede asustar dado su número, su breve extensión, estar en una secuencia aparentemente aleatoria y tener cada uno su propio protagonista “foco”. No hay dramatis personae, ni un mapa de la ciudad, ni una referencia a los vínculos entre ellos más allá de los que el lector acierte a encontrar en su memoria a corto plazo. Afortunadamente Guillem López los sitúa con ingenio y se hace relativamente sencillo interconectarlos.

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