Zeroville, de Steve Erickson

ZerovilleLa conexión entre realidad y cine ha sido ampliamente discutida desde sus orígenes. Sin embargo no recuerdo haberla visto tan vinculada al corazón de una novela, y de manera tan perturbadora, como en Zeroville. La segunda obra traducida en España de Steve Erickson, un cuarto de siglo después de Las vueltas del reloj negro. Su faceta más atractiva se sostiene sobre la construcción de su protagonista, Vikar. Un tipo recién llegado a Hollywood poco después del asesinato de Sharon Tate, sus acompañantes y su hijo no nato a manos de Charles Manson en el verano de 1969, a tiempo para ser tomado por un miembro de The Family. Este pequeño encontronazo con las fuerzas del orden pone sobre la mesa sus problemas para pasar inadvertido donde destaca el tatuaje grabado en una cabeza perfectamente rapada: una representación de Montgomery Cliff y Elizabeth Taylor tal y como aparecían en Un lugar en el sol. Esta ilustración no sólo presenta su obsesión por el mundo del cine. A pesar de haber ganado varios Oscars veinte años atrás, el tatuaje es confundido con una imagen de los James Dean y Natalie Wood de Rebelde sin causa. Para su frustración, funciona como una medida de la cultura cinematográfica de ese Hollywood a caballo entre los 60 y los 70. Una gigantesca máquina de crear y consumir películas concentrada en el presente y desconectada de su pasado.

La violencia con la cual Vikar llega a reaccionar ante esta confusión es la punta del iceberg de una personalidad singular en la que destaca un trastorno de espectro autista ligado a las secuelas de una educación represiva. Esto le lleva a mantener un comportamiento rayano en el idiot savant ligeramente socializado. Su percepción del mundo, sus escasas habilidades para relacionarse con compañeros de trabajo, amigos o extraños lo definen en la misma medida que su visión del mundo del cine, alejada de convenciones, estereotipos o escuelas. Un torrente de agua cristalina en un suelo virgen, apenas contaminado hasta que comienza a incorporar y adaptar elementos e ideas tomadas de otros.

En este sentido es reveladora una conversación entre Vikar y un ladrón al poco de comenzar la novela donde se pasa de un diálogo banal sobre interpretaciones o la música de películas como Casablanca, Tener o no tener o La extraña pareja, a un sólido discurso sobre la evolución del western desde el modelo clásico de los 40 y 50 (Ford, Hawks, Mann) hacia la visión crepuscular de finales de los 60. Una transición utilizada por el ladrón para señalar el viaje de unos Estados Unidos entregados a su propia mitología hacia la confusión y el naufragio del desarraigo y la alienación al cobrar conciencia de sus miserias y pecados. Es el primero de la miríada de ocasiones en las cuales Erickson explora cómo cine y realidad se modelan entre sí.

Steve EricksonTambién es un ejemplo de cómo Erickson cartografía la decena larga de años que van desde finales de los 60 hasta comienzos de los 80, mientras sigue su carrera desde su labor como operario de escenarios hasta convertirse en una estrella del montaje. El relato de un ascenso y una caída que revive una década de esplendor durante la cual los directores exploraron nuevos caminos y llegaron a arrebatar parte del poder a las grandes productoras (hasta el fracaso en taquilla de películas como Apocalypse Now o La puerta del cielo). Un recorrido no del todo homogéneo donde algunos pasajes más parecen una ocasión para lucirse con su ingente conocimiento sobre el mundo del cine que fragmentos destinados a aumentar el conocimiento del protagonista o algún aspecto colateral de su historia personal.

Colateralmente, Zeroville también funciona como historia de misterio. Esa pasión de Vikar por el cine no es un aspecto impostado. Está relacionada con detalles de su pasado, diseminados a lo largo y ancho de toda la novela a través de fragmentos mediante los cuales Erickson construye un relato sobre el cine como obsesión. En ellos da paso a un pequeño deslizamiento hacia el terreno del fantástico, un nuevo nivel de lectura que culmina en un tour de force cuyas últimas 100 páginas se devoran en un suspiro mientras se alcanza una comprensión que, a la manera de las películas más resbaladizas de David Lynch, amenaza con evaporarse y arroja al lector en los brazos de una deliciosa sensación de extrañamiento.

Estamos pues ante una mirada singular de la cultura popular. Una narración que explora el potencial del cine como artefacto cultural que altera la vida de todos los que están expuestos a él. Una nueva oportunidad para Erickson en España, esperemos que esta vez para quedarse. Desde luego me encantaría ver traducida The Sea Came In At Midnight, un libro del cual Manuel de los Reyes hablaba muy bien hace seis años. He puesto velas a Pálido Fuego, aunque si los lectores no se acercan hasta Zeroville será complicado verle de nuevo por aquí antes de otros… ¿25 años?

Zeroville (Pálido fuego, 2015)
Zeroville (2007)
Traducción: José Luis Amores
Rústica. 336pp. 23,90 €
Ficha en la web de la editorial

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