La España vacía, de Sergio del Molino

La España vacíaEn las últimas semanas parece haber alcanzado su clímax el interés por lo que Sergio del Molino etiqueta como La España vacía. Esa parte de nuestro país con una densidad de población tan baja como elevada resulta la edad media de sus habitantes. El éxodo hacia las ciudades dejó multitud de pueblos abandonados, los centros urbanos (y los servicios) se suelen encontrar a más de una hora por carreteras sinuosas y cualquier tentativa de mantener un tejido productivo estable desemboca en un sonoro fracaso. Sin embargo, a diferencia de otros libros como Los últimos, de Paco Cerdá, los numerosos artículos que se han podido ver en la prensa o el programa dedicado por Salvados a su agonía, La España vacía se aleja de cualquier voluntad de dar la palabra a sus habitantes o indagar en la naturaleza sociológica del asunto. El viaje en las páginas de este ensayo se plantea en otros términos. Del Molino busca las raíces de las percepciones dominantes sobre esta porción de España en el imaginario colectivo mientras explora su convivencia con la experiencia de visitar sus rincones. Esta tensión entre lo esperado y lo observado, donde las contradicciones se transforman en parte esencial de la descripción, es una de las guías del discurso junto al acercamiento subjetivo. El autor utiliza un variado arsenal de vivencias (viajes, conexiones familiares, anécdotas personales…) para enhebrar una argumentación donde él y su visión son esenciales en la descripción de un lugar entre la realidad y la ficción cuya consistencia se afianza con el transcurrir de las páginas.

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Distintas formas de mirar el agua, de Julio Llamazares

Distintas formas de mirar el aguaHay secuencias tan grabadas a fuego en el recuerdo durante la infancia que siguen volviendo décadas más tarde en los momentos más insospechados. Una de las imágenes de telediario que periódicamente regresa a mi memoria es el desahucio de Riaño. Con el paso de los años no sabría decir qué parte es “real” y cuál una recreación, pero aún recuerdo a la Guardia Civil protegiendo las excavadoras que, una a una, iban destruyendo las casas para evitar el regreso de sus habitantes en las semanas previas a la inundación del valle. Las cuatro o cinco veces que he pasado por Nuevo Riaño, el pueblo construido a la vera del pantano, han servido para potenciar unos recuerdos alimentados por situaciones análogas ocurridas en otros lugares como los alrededores del embalse de Yesa (Ruestas, Esco, Tiermas) o los intentos por ahora fallidos en Vega de Pas y Ayerbe. De ahí que cuando Julio Llamazares publicó su penúltimo libro, centrado en este éxodo forzado, resultara inevitable llegar a él.

La forma impuesta a Distintas formas de mirar el agua condiciona su lectura. Una familia acude al embalse del Porma, en el norte de la provincia de León, a llevar las cenizas de Domingo, el patriarca. Es la manera de satisfacer su última voluntad: reposar en las aguas que anegaron las casas del pequeño pueblo de Ferreras, inundado al igual que otra media docena de localidades del valle. Mientras asisten a la ceremonia, Llamazares se introduce en la mente de cada uno de ellos para alumbrar sus pensamientos. Es ese contenido el que da carta de naturaleza a la obra y, por extensión, al título. La mujer del difunto, sus hijos, sus parejas, sus nietos… se suceden en los diferentes capítulos y abren la puerta a distintas perspectivas sobre su relación mutua y sus raíces en el pueblo desaparecido. Hay recuerdos significativos de los que más tiempo convivieron con Domingo y otros más circunstanciales y nebulosos de los que apenas compartieron momentos puntuales. La hábil yuxtaposición de todos ellos crea una secuencia de imágenes, sentimientos y emociones muchas veces evidente, por previsible, mientras que otras sorprenden por cómo se alejan de los lugares comunes que, en el fondo, es en gran parte una vida.

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La lluvia amarilla, de Julio Llamazares

La lluvia amarillaEl disputado voto del señor Cayo había sido hasta el momento mi único acercamiento literario al mundo de la despoblación en España. Y si algo recuerdo de aquella novela no es tanto ese tema en concreto sino su manera de representar la fractura entre dos realidades, la rural y la urbana, casi siempre enfrentadas. Sin embargo es un tema por el cual me he sentido cada vez más interesado, sobre todo después de desarrollar la afición a fotografiar lugares abandonados. Mi buen amigo Santiago L. Moreno tiene el proyecto de visitar Ainielle, el pueblo donde Julio Llamazares había situado una de sus obras más conocidas: La lluvia amarilla. Y como la idea es acompañarle, me he zambullido en esta lectura desgarradora que va mucho más allá de ese tema.

La narración tiene la forma de un monólogo: el de Andrés, el último habitante de Ainielle, pueblo del norte de la provincia de Huesca que, como tantos otros del resto de España, padece la despoblación de mediados del siglo XX. Ese testimonio, narrado desde la emoción, el dolor y una cierta locura, sigue el febril sendero de su pensamiento. Un hilo inquieto que atraviesa sus recuerdos de manera vertiginosa para construir un panorama amargo en el cual el recuerdo de sus seres queridos, sus vecinos y diversos momentos arraigados en su memoria dan pie a una abrumadora reflexión sobre la familia, la soledad, el paso del tiempo y la muerte. Estas ideas cobran forma no solo a través de sus facetas más obvias (la muerte de su mujer Sabina, familiares, vecinos) sino también a través de aspectos como el descuido de sus quehaceres, la decadencia de su entorno, las estaciones predominantes a lo largo de sus recuerdos (el otoño y el invierno), o unas relaciones personales ásperas y, ante la hosca personalidad de Andrés, condenadas a desvanecerse o ser guillotinadas sin contemplaciones.

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