En las últimas semanas parece haber alcanzado su clímax el interés por lo que Sergio del Molino etiqueta como La España vacía. Esa parte de nuestro país con una densidad de población tan baja como elevada resulta la edad media de sus habitantes. El éxodo hacia las ciudades dejó multitud de pueblos abandonados, los centros urbanos (y los servicios) se suelen encontrar a más de una hora por carreteras sinuosas y cualquier tentativa de mantener un tejido productivo estable desemboca en un sonoro fracaso. Sin embargo, a diferencia de otros libros como Los últimos, de Paco Cerdá, los numerosos artículos que se han podido ver en la prensa o el programa dedicado por Salvados a su agonía, La España vacía se aleja de cualquier voluntad de dar la palabra a sus habitantes o indagar en la naturaleza sociológica del asunto. El viaje en las páginas de este ensayo se plantea en otros términos. Del Molino busca las raíces de las percepciones dominantes sobre esta porción de España en el imaginario colectivo mientras explora su convivencia con la experiencia de visitar sus rincones. Esta tensión entre lo esperado y lo observado, donde las contradicciones se transforman en parte esencial de la descripción, es una de las guías del discurso junto al acercamiento subjetivo. El autor utiliza un variado arsenal de vivencias (viajes, conexiones familiares, anécdotas personales…) para enhebrar una argumentación donde él y su visión son esenciales en la descripción de un lugar entre la realidad y la ficción cuya consistencia se afianza con el transcurrir de las páginas.
Por describir un poco cómo veo este enfoque, quiero comentar brevemente “La ciencia del aburrimiento”. En él se parte del asesinato del alcalde de Fago, cubierto por del Molino cuando trabajaba para El Heraldo de Aragón. A raíz de sus desplazamientos a ese pueblo en lo más remoto del Pirineo oscense, las conversaciones con sus habitantes, el repaso a las figuras de la víctima y el asesino (gente de ciudad emigrada hacia un pueblo de montaña), inicia la semblanza de la idea fuerza del capítulo: el conflicto entre la imagen idílica del ambiente rural, el mito urbanita de la huida a una medio más auténtico, y la cruda realidad. Vivir sometidos a una rutina demoledora, en un ambiente enrarecido por el aislamiento y las escasas personas de la nueva comunidad, puede ocasionar un deterioro de la convivencia hasta a niveles asfixiantes. No obstante, contra la intuición y nuestra memoria, y cómo estas explosiones de violencia capturan la atención de los medios de comunicación, las estadísticas no confirman que haya una mayor incidencia de crímenes violentos en estos escenarios aislados.
“Tribus no contactadas” y las Hurdes, “Marineros del entusiasmo” y las misiones pedagógicas durante la Segunda República, “La belleza de Maritornes” y el influjo de Bécquer y Cervantes, “Manos blancas no ofenden” y el Carlismo como modelador de ese atractivo romántico… Desde sus contrastes, cada capítulo desgrana una parcela complementaria donde se describe un lugar levantado a base a ficciones, sentimientos, canciones, bagajes, percepciones… Un mito con elementos reales que, no por tener mucho de quimera, deja de ser menos auténtico.
Quizás haya secciones menos consistentes (“Los hijos de la Tierra”, sobre los descendientes del éxodo, el supuesto pedigrí otorgado por esta condición y cómo el Gran Trauma ha quedado impreso en su obra, apenas parece un apunte de un capítulo más extenso) y en dos o tres fragmentos el estilo se haga un tanto reiterativo. Sin embargo la lectura es ágil, los argumentos están bien hilados y se ofrece un completo arsenal de ideas sobre las cuales profundizar y discutir a posteriori. El ensayo invita a enriquecer los terrenos de esa España vacía desde nuestras narrativas personales. Las varias reimpresiones del libro (la séptima reimpresión que tengo es de Diciembre de 2016 y hace unos días vi la novena en Gil) atestiguan lo efectivo de la tarea desempeñada por Sergio del Molino.
La España vacía (Turner Libros, col. Noema, 2016)
Rústica. 292pp. 23€
Ficha en la web de la editorial