Dreaming of Babylon, de Richard Brautigan

Dreaming of Babylon

Normalmente, se intenta que las reseñas que aparezcan en la página se ocupen de obras de género fantástico y afín, lo más actuales que se pueda dentro de nuestras posibilidades y, en mi caso, según me rote la boina en cada momento. Por eso me ha dado el capricho de traerles una novela de género negro, algo oscura y antigua, porque es divertida, es buena y conecta en cierto modo con nuestra afición a la cosa fantástica. Se trata de Dreaming of Babylon, de Richard Brautigan, una sátira del género negro publicada en España por Anagrama hace ya treinta años con el título de Un detective en Babilonia y, que, encima, no se ha reeditado desde entonces (Anagrama no la ha descatalogado, supongo que conseguirla será tan fácil como acudir a su librero de cabecera y que le pida el libro a la editorial).

Vaya por delante una confesión: me sonaba el nombre de Richard Brautigan pero poco más, llegué a esta novela por una referencia en la introducción de Perro Nick, el deslumbrante tebeo en el que el gran Miguel Gallardo desmonta los mecanismos del género negro. Pero resulta que, investigando por ahí, Brautigan, aparte de llevar una vida de lo más movida (creció en la pobreza absoluta, tiraba piedras a las comisarías de policía para que le metieran en la cárcel y así poder cenar caliente, electroshocks en hospitales psiquiátricos, depresión, alcoholismo, acabó pegándose un tiro), es también autor de un libro de culto en USA; La pesca de la trucha en América. Con lo que constatamos dos cosas, una, que estamos hablando de un escritor clave en la corriente contracultural de los años sesenta de las letras norteamericanas. Y dos; que este que les escribe, de literatura en particular y cultura en general va justito, justito.

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In the Penny Arcade, de Steven Millhauser

In The Penny Arcade

Allá por el 2004, la editorial argentina Interzona publicó varias obras de autores anglosajones de género fantástico en su línea C (no tenemos nada que ver) que sólo el amor puro e incondicional pudo inspirar. A saber; Paz de Gene Wolfe, Preparativos de viaje de M. John Harrison, El Azogue de China Miéville y así, de refilón, August Eschenburg de Steven Millhauser. Yo me los pillé todos excepto el de Miéville, con gran visión de futuro; la línea cerró enseguida y creo que la mayoría están descatalogados.

El caso es que por aquella época tenía en mente colocar aquí una reseña del Millhauser, porque era un tipo (para mí) desconocido y porque la novelita me sorprendió y gustó una barbaridad. Pero el tiempo pasa y pasa y uno está a otras cosas, se van los años a lo tonto y en fin, que de vuelta a esto del reseñeo a voleo y sin rigor, me acordé de August E. y la crítica que “debía”.

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Motor Lab Monqi, de Miguel Ángel Martín

Motor Lab Monqi

Tenía ya ganas de traer a Miguel Ángel Martín a esta página, un poco por provocar, lo confieso. No por la polémica afición del autor leonés por la temática escabrosa, sino porque considero que Martín es uno de los mejores autores de cf patria (a pesar de llevarle la contraria al propio autor, que niega hacer ciencia ficción). No de futurismo o prospectiva, sino del empleo de la ciencia ficción como herramienta para hablar del presente, del ser humano y del mundo que nos rodea. Y aunque casi cualquier obra suya puede recomendarse sin problemas (The Space Between, Rubber Flesh, The Fourth Wave, Playlove…) aprovecho la (ejem) reciente edición de Motor Lab Monqi para animarles a acercarse a la obra de Martín con la menor cantidad de prejuicios posibles.

Motor Lab Monqi continúa la saga de Brian (the Brain), personaje que apareció por primera vez en la tira Días felices, niño cabezón superdotado con el cerebro por fuera, cuyas aventuras infantiles se fueron desgranando en las sucesivas entregas de su propia colección de la línea Brut de La Cúpula. Dichas aventuras fueron felizmente reunidas en un solo tomo, simplemente titulado Brian the Brain, de imprescindible lectura para comprender este Motor Lab. Puesto que la historia de Brian toma forma de trilogía (infancia, adolescencia, y próximamente, espero, adultez), me disculparán si en la reseña hablo de ambas como si del mismo tebeo se tratase.

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Danza de dragones, de George R. R. Martin

Danza de dragones

Danza de dragones

Hace cuatro años era, como pueden suponer, un poco más joven. Tenía más pelo en la cabeza, vivía más cerca de Santander, trabajaba en un centro amenazado por cierre, solía leer más novelas de fantasía y, especialmente, tenía más paciencia con los libros de más de 350 páginas. Ahora mi cabellera ralea, vivo en otro continente, trabajo en un centro público con más de 2300 alumnos, prácticamente he dejado de lado la fantasía épica y, especialmente, he perdido la paciencia para leer cualquier libro que tenga más de 300 páginas.

Supongo que ya pueden imaginarse por dónde van los tiros de esta reseña.

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Mundo espejo, de William Gibson

Mundo espejo

Seguimos recuperando más reseñas “from the vaults”.

Hace mucho tiempo atravesé una época en la que, cuando veía una nueva novela de William Gibson en la librería, sabía que debería posponer todos mis planes para esa tarde. Trastorno mental que comenzó desde el mismo momento en el que me leí Neuromante de una sentada a lo largo de una tarde de domingo, después de adquirirla cegado por la ditirámbica crítica y posterior entrevista que Jacinto Antón le realizó al ídolo en El País. Por cierto, que grande Jacinto Antón, no sólo me descubrió a Gibson sino también a Gene Wolfe. Por no hablar de sus maravillosos artículos sobre arqueología o viajes decimonónicos.

El caso es que cuando cerré la novela, fue como si cayese desde el borde de un mundo que realmente existía, las neuronas felizmente intoxicadas por esa prosa de alta densidad poética en la que la acumulación de detalles te sumergía en un futuro naufragado donde la naturaleza había sido sustituida por una tecnología que, en las manos de Gibson, se convertía en algo mágico y misterioso. Luego vinieron las secuelas, perfeccionamiento y pulido de los conceptos manejados en Neuromante; Conde Cero, leída de una sentada durante toda una noche, hasta el amanecer. Y Quemando cromo y Mona Lisa acelerada, que adquirí yendo con la idea de comprar una entrada para los Buzzcocks. En fin, que se estarán explicando ustedes muchas cosas…

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Roco Vargas, de Daniel Torres

Roco Vargas

Dicen que el verano es época de relecturas. Para mantener la costumbre de publicar, durante este mes de vacaciones recuperaré semanalmente algunos artículos perdidos de mi antigua bitácora. En septiembre volveremos con más emociones. A descansar.

En Roco Vargas se recopilan los cuatro álbumes “clásicos” de “Las aventuras siderales de Roco Vargas”, publicados en los ochenta y antes del regreso a las estanterías del personaje hace ya bastantes años con el álbum El bosque oscuro. Con este regreso se trataba de convertir a Roco en protagonista icónico de una serie abierta al estilo francés, una vez que la historia del personaje había quedado completamente cerrada y resuelta al final de La estrella lejana. Por tanto, no me ocuparé aquí de esos cuatro álbumes (El bosque oscuro, El juego de los dioses, Paseando con monstruos y La balada de Dry Martini), de la época “moderna”.

La serie se inicia en 1984 con Tritón, un álbum donde Torres se encuentra todavía bajo la influencia total de Miguel Calatayud en lo gráfico, pero que sigue la escuela del tebeo de aventuras de toda la vida en lo narrativo. La historia no es más que un pastiche posmoderno de cachondeo a costa de la ciencia ficción más clásica, la de los años treinta, (el malo es un oriental del espacio que se llama Mung, no les digo más). Predominando el interés en lo gráfico, el álbum, ligero y de divertidos diálogos, es como tomarse un martini con media sonrisa y la ceja levantada mientras se lee a P.G. Wodehouse  y no presagia en absoluto lo que llegaría después. En esta historia, Roco se nos presenta como un aventurero espacial retirado (con los rasgos de Clark Gable) que lleva una doble vida regentando el exclusivo club Mongo y escribiendo ciencia ficción pulp bajo el seudónimo de Armando Mistral. Incluso tiene un mayordomo negr…, digooo, verde y marciano para más señas. La acción transcurre en un sistema solar de broma habitado por mercurianos, venusianos, marcianos…, en un ejercicio de revisión irónica de la cf de los años veinte y treinta, que abarca desde, por supuesto el Flash Gordon de Raymond, hasta los seriales de Buck Rogers pasando por la space opera de Van Vogt e, incluso, Burroughs (el de Tarzán, no el otro) bañado todo en la estética retrofuturista del Fritz Lang de Metrópolis o La mujer en la luna y los arquitectos locos de las vanguardias de los años veinte.

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El cementerio de barcos, de Paolo Bacigalupi

El cementerio de barcos

Zascandileando por internet, mientras buscaba información sobre El cementerio de barcos, me tropiezo con el término YA. El cementerio… es una novela YA, como Los juegos del hambre o la saga Crepúsculo o Harry Potter o las novelas de Phillip Pullman. Una entretenida y ágil novela YA, YA por aquí, YA por allá y que no me entero de nada (y eso que domino el internetés fluidamente, tanto hablado como escrito). Así que con el rigurómetro bajo mínimos, acudo a la Wikipedia y me encuentro con que YA es el acrónimo de Young Adult (fiction), o literatura dirigida al consumo del adolescente, esa criatura de edad comprendida entre los doce y los cuarenta años. Esto viene a ser como cuando la literatura femenina de toda la vida se convirtió en chick lit, es decir, en producto. Cuidao, que yo a tope con todo esto, soy perfectamente consciente de nuestro papel como consumidores de cultura. Bueno, que desbarro. En este artículo (pelín irritante cuando, en la sección “Historia de la YA” se trata La isla del tesoro, Oliver Twist o El señor de las moscas de novelas proto-YA, como si fuesen meras estaciones de paso en un proceso que culminaría ahora mismo con el esplendoroso presente literario Young Adult)  incluso analizan los temas más habituales de este género, subgénero o transgénero, la estructura de los argumentos, los personajes, los temas, en fin todo. Que estoy por copiarla y pegarla aquí y pirarme a leer unos tebeos.

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El rebaño, de César Mallorquí

Prospectivas

Prospectivas

En las faldas de los pirineos un perro, Brezo, mantiene la rutina que aprendió años atrás y pastorea un rebaño de ovejas. Día tras día, las saca del corral donde pasan la noche para llevarlas a los puertos. Mientras, a decenas de kilómetros sobre él, una IA de un satélite militar observa la faz del planeta e intenta recuperar el contacto con sus creadores. Ambos son los protagonistas de esta historia centrada en el último reducto de la civilización humana, extinta tras una epidemia global.

“El rebaño” es el relato más conocido de César Mallorquí, publicado en El círculo de Jericó y seleccionado tanto en La antología de la ciencia ficción española 1982-2002 como en la muy reciente Prospectivas. No lo considero su mejor pieza breve (“La pared de hielo” y “La casa del doctor Pétalo” me parecen todavía mejores), pero las tres veces que lo he leído me ha emocionado. Sus páginas están teñidas de un inexorable sentimiento de pérdida que gana momentum hasta explotar en un final que (me) deja con el corazón en un puño. Por los recuerdos que desencadena, por cómo enfoca el final de la civilización y por el encuentro que supone para sus protagonistas. Enormemente triste y, aunque parezca un contrasentido, luminoso.

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The San Veneficio Canon, de Michael Cisco

The San Veneficio Canon

No recuerdo ahora donde leí una comparación según la cual la narrativa sería como un inmenso museo de arte donde los géneros y estilos ocuparían las diferentes salas. La mayor parte de nosotros deambulamos casi todo el tiempo entre los cuadros de los grandes maestros de la composición, el dibujo, la anatomía y la perspectiva, las “buenas historias bien contadas” de toda la vida y como dios manda. A veces nos aventuramos por alguna estancia donde el color es algo más extravagante, o la composición un poco más atrevida. Pero a veces, es como si los lectores se negaran a aventurarse más allá del ala figurativa. Bueno, hay unos pocos ahí por el fantástico, unos que siguen folletines disfrazados de fantasía o romance científico, contemplando cuadros de Frank Frazetta, otros miran por encima del hombro a los anteriores mientras se deleitan con Chirico o Borges, Bacon y Burroughs y, claro, ni se dirigen la palabra. Sin embargo el museo es inmenso y las obras se pierden en las sombras, en una zona confusa entre el surrealismo y el terror fantástico. Los que deambulan por allí en la penumbra, pueden encontrarse con Bruno Schulz, Aickman, Ligotti. O Michael Cisco.

The San Veneficio Canon, recopila la primera y premiada novela (corta) de Michael Cisco, “The Divinity Student”, publicada como un único volumen en 1999, junto a su continuación, “The Golem”. En ellas se narran las peripecias del Estudiante de Teología por la misteriosa urbe de San Veneficio, como si del alucinado protagonista del western Dead Man se tratase, vagando por una Las Vegas reseca y aplastada por el sol, sin casinos ni furcias, imaginada por un Lord Dunsany que abusara de la absenta para sobrellevar un dolor de muelas.

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Vintage’62

Vintage'62

Vintage'62

Hace ya unos años, cuando Rodolfo Martínez creó su propio sello editorial, Sportula, lo hizo tanto para publicar sus nuevos libros –en concreto la más que interesante serie de Yáxtor Brandan– como para rescatar del olvido otros que habían terminado su vida editorial anterior. Poco a poco el catálogo de Sportula ha ido creciendo, siempre con obras de Rodolfo Martínez, y lo cierto es que el último paso que le quedaba por dar era publicar material de otros autores. Vintage’62, el décimo séptimo libro publicado, es el primero que incluye material original de nuevos autores. Vintage’62 es una antología de relatos seleccionados por Alejandro Castroguer que parte de una curiosa premisa (en 1962 fallecieron al menos ocho personas sin un nexo definido en común pero que, en su mayoría, son iconos populares presentes en el recuerdo de muchos de nosotros) para presentarnos una heterogénea docena de relatos cuyo leivmotiv es la nostalgia. Y quizá sea el punto de partida o las expectativas que como lector tenía antes de leer el libro, pero lo cierto es que me ha dejado un sabor agridulce.

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