Tenía ya ganas de traer a Miguel Ángel Martín a esta página, un poco por provocar, lo confieso. No por la polémica afición del autor leonés por la temática escabrosa, sino porque considero que Martín es uno de los mejores autores de cf patria (a pesar de llevarle la contraria al propio autor, que niega hacer ciencia ficción). No de futurismo o prospectiva, sino del empleo de la ciencia ficción como herramienta para hablar del presente, del ser humano y del mundo que nos rodea. Y aunque casi cualquier obra suya puede recomendarse sin problemas (The Space Between, Rubber Flesh, The Fourth Wave, Playlove…) aprovecho la (ejem) reciente edición de Motor Lab Monqi para animarles a acercarse a la obra de Martín con la menor cantidad de prejuicios posibles.
Motor Lab Monqi continúa la saga de Brian (the Brain), personaje que apareció por primera vez en la tira Días felices, niño cabezón superdotado con el cerebro por fuera, cuyas aventuras infantiles se fueron desgranando en las sucesivas entregas de su propia colección de la línea Brut de La Cúpula. Dichas aventuras fueron felizmente reunidas en un solo tomo, simplemente titulado Brian the Brain, de imprescindible lectura para comprender este Motor Lab. Puesto que la historia de Brian toma forma de trilogía (infancia, adolescencia, y próximamente, espero, adultez), me disculparán si en la reseña hablo de ambas como si del mismo tebeo se tratase.
Y la historia de Brian es, como bien la define Martín, un tecno-melodrama donde las inquietudes del autor, básicamente la influencia de la tecnología y los cambios sociales en el comportamiento de los seres humanos, se analizan sustituyendo la asepsia discursiva de costumbre por la sutileza emocional. Las vicisitudes de Brian; el rechazo, la pérdida, la soledad, las carencias afectivas, se subrayan con el habitual humor cabrón de Martín, tan difícil de pillar en muchas ocasiones, pero que en este caso incluso agudizan la sensación de patetismo. A saber, Brian es un niño que quiere ser “normal” (aclaro que Brian es un niño con un descomunal cabezón esculpido con circunvoluciones cerebrales, de una inteligencia superior y capacidades telequinéticas que no controla del todo), como los demás niños de su clase, hacer las mismas cosas y relacionarse con ellos de igual a igual. Evidentemente, esto no va a ser posible, los niños, como ocurriría en cualquier grupo de primates, saben perfectamente que Brian es diferente, incluso peligroso según pasan los años y sus poderes aumentan, y le rechazan instintivamente. Este rechazo da forma a uno de los conflictos centrales de la historia de Brian, la hipocresía del buenrollismo, la tiranía de lo políticamente correcto, la base moral imperante en la sociedad occidental contemporánea. En propias palabras de Martín; “el fenómeno conocido como “lo políticamente correcto”, es el más hijoputa, mezquino y despreciable de los fascismos”. En el tebeo, Oliver, el personaje que muestra un comportamiento más abiertamente hostil hacia Brian, es “premiado” por el autor, es decir, el propio Brian reconoce que al menos, es sincero, mientras el resto de niños calla por hipocresía. “Pobre Brian” es la máxima condescendiente, mientras siguen mansamente al líder y su comportamiento aísla cada vez más al “pobre Brian”. Por otro lado, el propio Brian, el individuo frente al grupo, es el monstruo digno que en ningún momento se queja de su situación, afrontando la realidad de las cosas sin crearse un sistema de mentiras que alivie psicológicamente su situación, eludiendo cualquier forma de victimismo. Es muy consciente de quién es y de lo que cabe esperar de los demás.
En Motor Lab, además, se añade el trauma de la adolescencia, de la siempre dura tarea de crecer. Viviendo ya en Biolab de forma permanente, un Brian adolescente se enfrenta al amor cuando Sinan, una muchacha que ha perdido sus extremidades en una explosión, se acerca a Brian con intenciones románticas. Al mismo tiempo, Brian comienza a perder sus poderes, el rasgo que lo diferencia de la masa. Pérdida y frustración que se airean mediante explosiones de violencia psíquica. Resaltar además las relaciones entre los personajes, que se comunican intercambiando información, es más, acumulan información pero no tienen experiencias y emociones convencionales.
Por supuesto, los temas habituales de Martín están presentes; la ciencia y la tecnología como fuerzas transformadoras (se trata de un tebeo muy influenciado por ensayos científicos y antropológicos, habituales lecturas de Martín, según él mismo confiesa), el futuro, y la pornografía. La pornografía extraña, claro, en este caso la atracción sexual por las personas mutiladas, una venerable parafilia que venimos disfrutando desde la Antigüedad. A mí este tema de la pornografía fetichista me resulta muy interesante, incluso fascinante, como análisis de los extraños mecanismos del cerebro humano en general y para obtener placer, en particular. Es decir, el concepto, el hecho artístico, de que a alguien le pongan dos personas vestidas de riguroso látex de pies a cabeza, que hablan en danés mientras juegan con sus heces a la luz de unos fluorescentes en una habitación alicatada de blanco hospital hasta el techo. El porno raro como reducto de propuestas estéticas alteradas y absolutamente nuevas.
Finalmente, queda hablar del grafismo de Martín, ya plenamente establecido desde hace muchos años y fácilmente reconocible, como si J.G. Ballard fuese un dibujante de línea clara, conjurando un universo de edificios impersonales, ciudades vacías, playas desoladas, lluvia ácida. Ya saben, claridad expositiva (excepcionales las cuatro primeras páginas), depuración de líneas, blanco y negro sin gradaciones, ambiente quirúrgico de una curiosa y rara belleza casi abstracta, como los fotogramas de Psicosis en aquel relato clásico de, otra vez, Ballard; “La arquitectura de los moteles”. Sin embargo he notado una variación en el trazo, un acabado algo más orgánico (perdón) y descuidado, como si hubiese entintado utilizando plumilla o pincel en lugar de rotring, que permite un acabado más pulido, más cerrado. O quizá es una locura mía.
Y ahí lo dejo ya. Brian The Brain es, en conjunto, otro implacable memorándum sobre el presente en la impecable carrera de Miguel Ángel Martín, una obra que comparte herramientas e inquietudes con los más raros ejemplares del zoo de la cf, y donde se disecciona el objeto principal de las obsesiones de Martín; el asombro que le produce el mundo en le rodea, la época que nos ha tocado vivir y los seres que la habitan. Y una vez terminado el trabajo, ya nos toca a nosotros, lectores, arreglárnoslas como podamos con los pedazos.
Brian the Brain (Ed. La Cúpula)
Tapa blanda. 188 pp. B/N 10.40 €
Motor Lab Monqi (Ed. Rey Lear)
Tapa blanda. 148 pp. B/N 18.95 €
Siempre he pensado que Martín es una de las instituciones más serias de este país. Y esta reseña me recuerda que lo tengo un tanto abandonado, así que procuraré hacerme con alguno de esos libros que comentas, sobre todo la antología de Brian the Brain.
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