Influencia, de Ramsey Campbell

InfluenciaEn la tertulia de Santander hemos montado un anárquico club de lectura. Cada uno o dos meses seleccionamos un nuevo título fácil de conseguir, en librerías, bibliotecas u otros medios. Así cualquiera puede hacerse con él y participar en el pequeño debate de la siguiente tertulia. A mediados de Abril, acercándose el verano y el festival Celsius, nos decantamos por uno de los escasos nombres entonces confirmados: Ramsey Campbell. Uno de los saldos más recientes de La Factoría, reedición del premio Británico de Fantasía en 1989. Todavía no sé si mi opinión está en minoría porque retrasamos el debate hasta Junio, pero he quedado bastante satisfecho con la elección.

Parto de la base que Influencia no es el colmo de la originalidad. Campbell escribe una narración mil veces vista: el intento de una fuerza sobrenatural por poseer a una niña pequeña y vivir de nuevo a través de ella. Rowan es la hija de un matrimonio con problemas económicos pretendida por su tía abuela, Queenie, una mujer excéntrica con un fuerte ascendiente sobre toda su familia. Arrastra una intrahistoria de la cual no se habla y apenas se vislumbra en pequeños fragmentos encerrados en conversaciones desperdigadas a lo largo de la novela. Una serie de temas de los cuales los más cercanos saben y hablan de manera críptica, con multitud de silencios y sobreentendidos, para cabreo (y curiosidad) de los observadores ajenos.

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Los amigos de Eddie Coyle, de George V. Higgins

Los amigos de Eddie CoyleEl título de Los amigos de Eddie Coyle es deliciosamente ambiguo. Afirma bien la naturaleza coral de la novela. Ahí están los atracadores de bancos en plena etapa de preparación de varios golpes; un traficante capaz de conseguir, con el tiempo necesario, cualquier arma; un agente federal a la caza de un gran caso; un barman que pone velas a dios, el diablo y los tristes mortales; y, entre ellos, Eddie Coyle, el nexo. Un criminal de poca monta, intermediario en pequeñas operaciones y dispuesto a traicionar a alguno de los anteriores con tal de no entrar en prisión para cumplir una pena por tráfico de alcohol. Es ahí donde emerge la sutil anfibología del título; amigos, lo que se dice amigos, no hay. Tal y como queda claro desde el primer capítulo, son medios para conseguir sus fines, Y saben guardarse las espaldas. De ello dependen su libertad o, si no juegan bien sus cartas, su salud.

Mediante capítulos breves, Higgins prescinde de la mayor parte de pasajes descriptivos o narrativos y centra su pericia en esbozar unos diálogos refrescantes. Sus personajes hablan, hablan y hablan sin descanso. Mientras aguardan la llegada de otra persona, esperan para dar un golpe, realizan una transacción o, simplemente, conversan, exponen sus problemas, cierran acuerdos que no saben si cumplirán, dejan entrever sus problemas de pareja, alardean de su vida sexual y relatan todo tipo de historias. Reales, ficticias, importantes, intrascendentes… da lo mismo. El placer está en “escucharles”, ver cómo aumenta su definición cada vez que aparecen en escena y añaden algo más a su bagaje. Descubrir quiénes son cuando Higgins decide no llamar a cierto personaje por su nombre.

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Dulces dieciséis y otros relatos, de Eduardo Vaquerizo

Dulces dieciséis y otros relartosVivimos un período de reivindicación de la ciencia ficción española y, en concreto, de la generación HispaCon. Entre lo publicado el último año tenemos dos ejemplos evidentes: la primera antología de Los premios Ignotus, que tengo la sensación ha volado por debajo del radar incluso del público más especializado, y la colección Cyberdark presenta, lanzada por el complejo Cyberdark/Alamut/Bibliópolis. Un sello llamado a poner de nuevo en el mapa los mejores relatos de autores surgidos del fandom en las décadas de los 80 y los 90; hasta ahora han aparecido tres libros, aunque en la presentación en la librería Gigamesh en Marzo Luis G. Prado anunciaba la posibilidad de que fueran veintena, incluyendo antologías temáticas. De llevarse a cabo daría forma a la colección más completa a la hora de entender (un parte de) la literatura fantástica hecha en España; ninguna otra ofrecería una radiografía tan exhaustiva de un periodo de tiempo determinado.

En este contexto, el nombre llamado a abrir la iniciativa, Eduardo Vaquerizo, no resulta para nada extraño. Como comenta Juanma Santiago, la mayoría de autores importantes que cultivaron el relato con asiduidad en aquel período ya han visto recogidos los más significativos, en colecciones generalmente aparecidas en editoriales pequeñas. Rodolfo Martínez, Elia Barceló, Daniel Mares, Armando Boix, Rafael Marín, Félix Palma… cuentan con uno o varios volúmenes en su haber. Los más avispados han podido reunir a través de ellos los relatos publicados en una miríada de fanzines, revistas o antologías. Si no me falla la memoria, apenas él y José Antonio Cotrina (del que llevamos más de una década esperando su particular Cotrinomicón) no habían visto un volumen con sus mejores relatos. He aquí la oportunidad de solucionar ese olvido.

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Terra Nova vol. 3

Terra Nova vol. 3El tercer volumen de Terra Nova, publicado hace aproximadamente medio año, supone en algunos aspectos un avance respecto al volumen anterior. Por ejemplo a la hora de atraer la atención de sus posibles compradores, con una ilustración de cubierta bastante más adecuada para un público alejado del (micro)fandom. Sin embargo, en lo que a la selección se refiere, la cosa me ha parecido más desigual. La mitad del volumen se fía a tres relatos largos/novelas cortas, situados de manera consecutiva al final y gran parte de la valoración está condicionado por la impresión que produzcan. En mi caso particular, dos me han parecido tan tan flojos que han amargado mi percepción de la antología, con tres o cuatro relatos entre lo mejor de 2014. Especialmente por uno, sin duda entre lo peor publicado con diferencia y, para más inri, ganador de aquel curioso certamen ideado por los editores de la colección para dinamizar la participación de autores hispanos.

Comenzando por los no escritos en castellano, Terra Nova vol. 3 se abre con “El héroe” “El jugador”, de Paolo Bacigalupi. El autor de La chica mecánica explora la influencia que los padres tienen en sus hijos a través de un periodista de Laos emigrado a EEUU. Para indagar en esa conexión, encadena dos narraciones en paralelo: en la principal cuenta su labor mientras se relaciona con la redacción y las noticias, en un entorno donde el peso de las redes sociales y la interacción con los lectores lo domina todo. Mientras, en la “secundaria” se retrotrae a su infancia en Laos y la caída en desgracia de su padre; cómo sus principios estaban por encima de cualquier otra consideración. El clímax en este plano da pie a la resolución en la cual queda claro que es fiel hijo de su padre.

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Modelos animales, de Aixa de la Cruz

Modelos animalesConocí a Aixa de la Cruz a través de “Romperse”, el relato seleccionado por Juan Gómez Bárcena para la antología generacional Bajo treinta; la disección de un personaje que, aferrado a la taza del baño, vomita su vida en un puñado de páginas. Modelos animales es su primera colección de relatos y, como ocurrió con “Romperse”, me ha gustado más de lo que me gustaría reconocer. No, no es una frase hecha ni el habitual postureo de comentarista en busca de un gancho. En su interior hay una voz que se recrea de manera insidiosa en el dolor de personajes perturbadores. Sobre todo por cómo nos ponen en contacto con una serie de sentimientos latentes bajo esa pátina superficial en la cual nos desenvolvemos cotidianamente y que llamamos convivencia.

El relato que abre y da nombre a Modelos animales es una buena medida de lo que vamos a encontrar: un narrador en primera persona que parte de una estampa cotidiana en un momento concreto para, después de habernos introducido en su vida, desgranar sus pensamientos más ocultos. Una serie de temores, anhelos, deseos que afectan a su comportamiento y dan pie a situaciones siniestras, aderezadas con el morbo inevitable tras ese ejercicio de nudismo personal. En ocasiones desde una distancia heladora; una frialdad que contribuye a desarmar al lector y dejarle desvalido, incómodo ante unos afectos y unas visiones pocas veces puestas de manifiesto.

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Robocop vs Terminator, de Frank Miller y Walter Simonson

RoboCop vs TerminatorCuando Dark Horse se lio a comprar licencias de películas para producir cómics a finales de los años 80, supongo que pareció la típica maniobra para hacer dinero fácil en un mercado en expansión. No se puede negar que había mucho de ello. Pero lejos de caer en la mera explotación comercial, se preocuparon de poner unos buenos cimientos en los márgenes del todopoderoso cómic de superhéroes con los autores de segunda fila que podían permitirse. Randy Stradley, Phil Norwood, Chris Warner, Mark A. Nelson, Mark Verheiden, Tom Veitch, Cam Kennedy son los primeros nombres asociados a los tebeos de Predator, Alien, Star Wars… Gente en las antípodas de la etiqueta “hot” y, salvo excepciones, con unas carreras de perfil muy bajo, si alguna vez llegaron a despegar.

El número de combinaciones que puedes establecer dentro de cada franquicia está limitado a la flexibilidad del material de partida. Y salvo que tu cerebro sea como el de Alan Moore, estos bichos dan para lo que dan. Sin embargo se hicieron buenos tebeos. En particular guardo un grato recuerdo de la franquicia Alien de la cual salieron una serie de series limitadas con un acusado rasgo de aventura espacial que conducían las historias en una dirección diferente a la que después tomarían en el cine, con los aliens llegando a la Tierra y proliferando por todo el planeta; lanzando ideas que después serían reutilizadas como el uso militar de los bichos por parte de un general zumbado o unos navegantes deseando exterminar a la especie humana mediante esas criaturas. Incluso llegaron a destacar algunas de las combinaciones entre franquicias: el primer Aliens vs Predator, un par de Batman vs Predator, el Tarzan vs Predator o aquel Superman vs Aliens en el que Kevin Nowlan hacía que Dan Jurgens pareciera otra cosa. El resto son de más vergüenza ajena.

Los más significativos fueron traducidos en su momento, a excepción de éste. Paradójicamente uno de los primeros y creado por dos de los autores más señalados surgidos del cómic de los 70. Dos autores totales que durante la década anterior se habían hecho un nombre mayormente poniendo su arte al servicio de personajes de superhéroes de Marvel y DC: Frank Miller y Walter Simonson. Supongo que por un tema de derechos, RoboCop vs Terminator había permanecido inédita hasta hace unos meses. 23 años después de ser publicado. Se dice pronto.

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The Kraken Wakes, de John Wyndham

The Kraken WakesEntrar en cualquier librería británica con un poco de fondo y pasear por sus secciones es algo cercano a encontrarse en Sangri-La. No sólo por el volumen de novedades o el precio medio de los ejemplares; los autores añejos con un cierto nombre cuentan con multitud de títulos disponibles en ediciones más o menos recientes. En una reciente visita a Manchester no pude resistirme a este pequeño placer ni a hacerme con un puñado de libros de este pelo entre los que se contaba éste; una de mis múltiples asignaturas pendientes de los tiempos heroicos que en castellano sólo se pude conseguir con una apolillada traducción de los años 50.

The Kraken Wakes es otra novela apocalíptica de John Wyndham en la cual unas criaturas extraterrestres desean terminar con el mundo tal y como lo conocemos. En sus primeras páginas la pareja protagonista observa la caída de un objeto en el océano que, unas semanas más tarde, se revela como uno de los cientos de objetos llegados a la Tierra desde otro planeta siguiendo un amenazante plan en varias etapas. Así, lo que se inicia como una batalla entre humanos y alienígenas, con barcos perdidos, bombas nucleares detonadas en llanuras abisales y algunos ataques en superficie, lentamente se transforma en una ola de destrucción abrumadora con la civilización humana arrinconada, sorteando a duras penas su extinción.

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Hollywood maldito, de Jesús Palacios

Hollywood malditoJesús Palacios es perro viejo. Un libro sobre películas con rodajes problemáticos y un aura de malditismo no sería tan atractivo como un libro sobre películas con rodajes problemáticos y un aura de malditismo en las que sus creadores bien desearan alterar la realidad a través de sus imágenes, bien hubieran puesto de manifiesto una serie de energías telúricas, imposibles de explicar desde el ámbito de la razón, que acarrearan un sino fatal para una parte de los involucrados. Más o menos esto es lo que defiende en Hollywood maldito. Desarrollarlo ya es harina de otro costal.

Cada capítulo de Hollywood maldito se centra en una película para, a través de ella, tratar los entresijos de su producción, los avatares que se produjeron durante sus rodajes o en etapas posteriores, las muertes asociadas, su halo misterioso/macabro, la supuesta base real en la que una parte se inspiró, la relación con el mundillo esotérico de alguno de sus creadores… Todo convenientemente mezclado y con las dosis de carnaza necesarias para enriquecer una exposición en la que varios de los hilos conductores funcionan adecuadamente. Por ejemplo el tránsito del cine de terror desde la voluntad de alentar sentimientos atávicos a partir de la imaginación, lo no-real, a trabajar con una materia prima extraída de supuestos hechos reales; cómo de las grandes criaturas del cine clásico se pasó a un grueso de producciones basadas en exorcismos, posesiones demoniacas, casas embrujadas y todo un cúmulo de variaciones. El discurso es sugerente y se ve enriquecido con todo tipo de reflexiones paralelas, como cuando expone cómo los falsos documentales y los efectos especiales han difuminado los límites entre realidad y ficción hasta el punto de cerrar la puerta a nuevas películas malditas.

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La constelación del perro, de Peter Heller

La constelación del perroBig Hig y Bangley viven en un aeródromo de Colorado. Han sobrevivido a una pandemia que ha diezmado a la humanidad hasta situarla al borde de la extinción. Los escasos supervivientes deambulan en busca de recursos y la mayor parte de las interacciones entre grupos es violenta. Bangley aporta al dúo su determinación y su destreza con las armas mientras que Hig vuela diariamente en su Cessna, rastreando la llegada de merodeadores; merodeadores que, si no atienden a las instrucciones de alejarse en otra dirección, son tratados como hostiles. Sin misericordia. La convivencia entre ambos es tensa; Bangley tiene una personalidad huraña propia de un hombre de la frontera y zahiere a Hig sobre su comportamiento, como si la civilización siguiera existiendo. Unos códigos que saltaron en pedazos con la televisión, los límites de velocidad y las colas de los supermercados. Hig aguanta porque sabe que su vida depende de la mutua colaboración y mantiene el asidero de Jasper, su avejentado perro, fuente de compañía y “calor” imposibles de encontrar en Bangley.

La constelación del perro, de Peter Heller, recoge el testimonio en primera persona de Hig. En pasado, desgrana sus días en el aeródromo, su convivencia con Bangley, su… rutina. Frente a otros libros que cuentan lo mismo, Heller sustenta su aportación en su narrador y cómo construye su relato. Ha pasado cerca de una década desde el fin del mundo y los años en soledad hacen mella. En el narración de Hig destaca su manera no lineal de evocar su vida. En mitad de las acciones que acomete se deslizan recuerdos de otros tiempos, relacionados o no con lo que está contando, que crean un flujo de conciencia dislocado, ideal a la hora de emular la memoria de alguien que llevan mucho tiempo encerrado en sí mismo, atenazado por las pérdidas sufridas, las decisiones tomadas y el peso de los recuerdos. Para redondear la redacción, Heller prescinde de cualquier acotación. Diálogos, descripciones, pensamientos… se suceden de forma continua, con un ritmo endiablado, y potencian la fractura del testimonio.

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Qué difícil es ser dios, de Arkadi y Borís Strugatski

Qué difícil es ser diosApenas recordaba nada de Qué difícil es ser dios y lo poco que se mantenía en mi memoria no podría asegurar si venía de ella o de su adaptación al cine: El poder de un dios; una extrañísima coproducción europea que me dejó bastante flipado hace un cuarto de siglo (¡glubs!). En su discontinuada apuesta por recuperar las novelas más significativas de los hermanos Strugatski, Gigamesh la reeditó hace cuatro años y he aprovechado un reciente viaje en tren para releerla. Un placer éste, el de las relecturas, que debiera prodigar más a menudo. Entre los detalles más evidentes que había olvidado está su aire a folletín decimonónico. La tenía como una aventura más próxima a la fantasía medieval, cuando claramente su base es una historia de capa y espada con sus conspiraciones y sus villanos de opereta. Además esta vez he entendido mejor el primer capítulo, un vistazo al pasado de sus personajes cuya carga alegórica queda expuesta cuando se llega a las últimas páginas.

Don Rumata de Estor es un aristócrata en la corte de Arkanar. De cara a sus iguales y el resto de habitantes del reino es un caballero con tintes legendarios; un titán en la lucha cuerpo a cuerpo que se comporta de manera orgullosa y prepotente. Pero esta faceta es una fachada; un artificio bajo el cual esconde su verdadera cara. Rumata proviene de otro planeta, la Tierra, desde donde ha sido enviado para observar el desarrollo social de sus diferentes reinos. Vive como alguien de su posición mientras es testigo de todo lo que ocurre a su alrededor, transmitiéndolo a través de un pequeño dispositivo de observación. A su vez intenta influir en la vida de ciertas personas con las que se relaciona sin forzar demasiado el principio de no intervención bajo el cuál debiera guiarse. Una regla que lo pondrá bajo una enorme tensión cuando Don Reba, el sátrapa que actúa como primer ministro, inicia un pogromo contra médicos, artistas, pensadores…

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