Disfruté bastante de Hombre / Que viene Valdez, las novelas de Elmore Leonard reunidas en un mismo volumen de la colección Frontera. Publicarlas juntas no era un vulgar capricho del editor, Alfredo Lara. En ambas se deja sentir el peso de los territorios de Arizona y Nuevo México durante el último cuarto del XIX, bajo la amenaza de las correrías de Cochise, Gerónimo y otros Apaches; un marco ideal para un argumento clásico (los bandoleros que quieren hacerse con el cofre de una diligencia; la codicia de un terrateniente), y un drama sustentado en las tensiones raciales o de clase en una población formada por diversos grupos nativos y colonos blancos, sostenido sobre sendos protagonistas genialmente trazados. No es casualidad que ambas dieran pie a dos películas que merece la pena recuperar. El tren de las 3:10 a Yuma y otros relatos del Oeste es el secuaz perfecto para los que gustamos de aquel libro. La práctica totalidad de sus 15 relatos comparten el mismo tiempo y lugar y cuentan historias complementarias, con un trabajo de personajes necesariamente más esquemático, argumentos menos elaborados, más apoyados sobre la intriga y la sorpresa, y una misma base común: ese polvorín incierto sembrado en la difusa frontera entre México y EE.UU, destinado a explotar bien por las pésimas gestiones de los apaches en las diferentes reservas y agencias, bien por la codicia individual o colectiva de paracaidistas en la zona.
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Hombre / Que viene Valdez, de Elmore Leonard
En la presentación de este volumen de la colección Frontera, Alfredo Lara señala cómo en demasiadas ocasiones los lectores vemos los géneros y los autores a la manera de compartimentos estancos. Iain Banks es uno de los ejemplos más evidentes, hasta el punto que se tomó la molestia de poner o no una M. entre su nombre y su apellido para separar de forma meridiana sus obras de ciencia ficción del resto. La percepción que de él tengamos está mediatizada por qué las lecturas hayamos hecho, sin o con la M., facilitada por un ecosistema editorial entregado con entusiasmo a alentar esa división. Fredric Brown, Jack Vance, Leigh Brackett… El número de autores observados bajo este sesgo es extenso. Elmore Leonard se suele tener en España como uno de los escritores de novela negra contemporánea más señalados. Sin embargo, a sus espaldas cuenta con una ingente producción en el terreno del western, parte de ella adaptada al cine: El tren de las 3:10, Los cautivos, Joe Kidd, Hombre, Que viene Valdez. Las novelas que inspiraron estas dos últimas fueron las elegidas por Lara para formar el primer volumen de la colección dedicado a Leonard. Una sabrosa golosina para los aficionados a los relatos de frontera.
La idea de reunirlas no sólo es un acierto dada la extensión de cada una, alrededor de las 150 páginas. Comparten elementos que se benefician de una lectura consecutiva mientras mantienen diferencias que evitan la desagradable sensación de estar leyendo dos veces la misma historia. Su coincidencia más evidente es su localización: una Arizona a finales del siglo XIX donde las correrías de los grupos Apaches de Cochise y Gerónimo están grabadas en el recuerdo y la única violencia viene de hombres blancos, guiados por una codicia apenas superada por su racismo. No es casual que sus protagonistas, John Russell y Bob Valdez, sean considerados ciudadanos de segunda: Russell por el tiempo que pasó con los Apaches, criado como si fuera uno de los suyos, y Valdez por su sangre chicana. Pero casi más importante es su retrato moral. Los dos se guían por un código sólidamente vinculado a un sentimiento de honor que les lleva a aceptar retos que ponen sus vidas en riesgo.
Los amigos de Eddie Coyle, de George V. Higgins
El título de Los amigos de Eddie Coyle es deliciosamente ambiguo. Afirma bien la naturaleza coral de la novela. Ahí están los atracadores de bancos en plena etapa de preparación de varios golpes; un traficante capaz de conseguir, con el tiempo necesario, cualquier arma; un agente federal a la caza de un gran caso; un barman que pone velas a dios, el diablo y los tristes mortales; y, entre ellos, Eddie Coyle, el nexo. Un criminal de poca monta, intermediario en pequeñas operaciones y dispuesto a traicionar a alguno de los anteriores con tal de no entrar en prisión para cumplir una pena por tráfico de alcohol. Es ahí donde emerge la sutil anfibología del título; amigos, lo que se dice amigos, no hay. Tal y como queda claro desde el primer capítulo, son medios para conseguir sus fines, Y saben guardarse las espaldas. De ello dependen su libertad o, si no juegan bien sus cartas, su salud.
Mediante capítulos breves, Higgins prescinde de la mayor parte de pasajes descriptivos o narrativos y centra su pericia en esbozar unos diálogos refrescantes. Sus personajes hablan, hablan y hablan sin descanso. Mientras aguardan la llegada de otra persona, esperan para dar un golpe, realizan una transacción o, simplemente, conversan, exponen sus problemas, cierran acuerdos que no saben si cumplirán, dejan entrever sus problemas de pareja, alardean de su vida sexual y relatan todo tipo de historias. Reales, ficticias, importantes, intrascendentes… da lo mismo. El placer está en “escucharles”, ver cómo aumenta su definición cada vez que aparecen en escena y añaden algo más a su bagaje. Descubrir quiénes son cuando Higgins decide no llamar a cierto personaje por su nombre.
Pronto, de Elmore Leonard
Desde hace mucho tiempo me gusta la novela negra. Todo comenzó con el cine, supongo que viendo el Sueño eterno de Hawks, pero después de degustar esta y otras maravillas (por nombrar mi otra favorita, El halcón maltés de Huston) me entró curiosidad por el género en los libros y… Ahí estaban Dashiell Hammett, Raymond Chandler y el resto de maestros de los primeros años. Herederos de la “novela problema” victoriana (podríamos remontarnos a Poe con sus cuentos de Dupin) pero con un toque urbano y salvaje que les condujo a inventar y llevar a su cumbre el género negro. Luego todo evolucionó. El hardboiled más bestial de los 50 y 60, la locura genial de Jim Thompson, el lirismo de Charles Williams o el toque “polar” francés de José Giovanni. Y un maestro como James Ellroy que lleva el género a nuestros días. Podrían citarse más nombres, lo sé, pero estos son mis favoritos.
El recientemente fallecido Elmore Leonard es un caso especial. En España no es muy conocido y en USA probablemente, o eso me parece a mí, no está considerado como un “grande”. Pese a que muchas de sus obras han tenido adaptaciones al cine, no recuerdo que ninguna se haya publicitado como “basada en la obra de Elmore Leonard”. Con una excepción: la tarantiniana Jackie Brown (la novela se titula Rum Punch). En palabras del autor, sus novelas se basaban en los diálogos; mientras escribía aseguraba que ni él mismo conocía el final. Era de la interacción mediante las conversaciones de sus personajes como iba creando, de forma improvisada, las tramas hasta que, por sí mismas, sus “criaturas” llegaban a la palabra FIN.
Raylan, de Elmore Leonard, y Justified
Entre las muchas series que podrían pasar como “La gran olvidada” en ese panorama de genialidad en el que vive la ficción televisiva anglosajona, mi corazón guarda un lugar para Justified. Lejos del olimpo que ocupan las más grandes (State of Play, The Wire, Breaking Bad, The Office BBC) y un paso por detrás de muchas otras, pero con atractivos únicos como su protagonista, Raylan Givens, ese personaje “pose” al que todo fanboy querría parecerse; una legión de pseudofreaks provenientes de lo más profundo y endogámico de las montañas de Kentucky; o una visión del género policial que recrea y retuerce sus propias convenciones.
Buscando información sobre su origen, descubrí que el marshall Givens no aparece por primera vez en el relato de Elmore Leonard “Fire in the Hole” (2001) sino que fue creado a mediados de los 90 como secundario para una de sus novelas: Pronto. Raylan es una obra muy posterior (2012) que, de alguna manera, intenta canibalizar su propio éxito televisivo mientras ejerce de vademécum para el equipo de guionistas. Hasta el punto que la mayoría de las ideas o personajes que presenta los hemos visto con posterioridad tanto en la segunda como en la tercera temporada de Justified. Sin embargo, como espectador que se acerca a la novela buscando una experiencia complementaria, Raylan se asemeja (y es triste reconocerlo) a un fan fiction mal hecho, un texto sin alma pergueñado por un observador incapaz de trasladar al papel nada de lo que se puede ver en la serie. Lo peor es que tampoco se puede decir que Leonard esté particularmente entonado en la escritura de los diálogos ni la profundidad de sus personajes.
Bandidos, de Elmore Leonard
La reciente muerte de Elmore Leonard me llevó a mirar una de las estanterías-Pila (así está el tema, oigan) y observar que había acumulado un puñado de sus novelas sin haber leído ninguna. Puesto a poner fin a este desconocimiento, agarré la que se encontraba más a la izquierda: Bandidos. Tras terminarla, indagando un poco, me he dado cuenta que no está considerada una de sus mejores obras; de hecho todavía no ha sido reeditada por Alianza. Y un poco entiendo por qué. En sus páginas prácticamente no ocurre nada de entidad. Además su argumento se mueve alrededor del apoyo del gobierno de EE.UU. a la contra nicaragüense; es taaaaaaaan años 80. Sin embargo también contiene elevadas dosis de una de las constantes que suelen asociarse a Leonard. Ese talento único para crear perdedores con una manera muy especial de contar su caída en desgracia.
Bandidos relata el encuentro en Nueva Orleans de cuatro personajes: un antiguo ladrón de bancos recién salido del trullo que lleva un cuarto de siglo sin echar un polvo; un antiguo policía expulsado del cuerpo por un descuido estúpido; una antigua monja testigo de las salvajadas más grandes del polvorín nicaragüense; y un antiguo ladrón de guante blanco que, tras un período a la sombra, trabaja en una funeraria. Los cuatro unidos por el afán de venganza de un antiguo general de Somoza en plena captación de fondos entre la aristocracia del GOP de Louisiana.