Agente de Bizancio, de Harry Turtledove

Agente de Bizancio

Uno se pregunta a menudo porque hay tantas ucronías dedicadas al mundo romano. ¿Quizás por un sentimiento de admiración mal disimulado por aquella época? Todos sabemos que el Imperio Romano fue un ejemplo de funcionalidad en muchos aspectos pero que también tuvo sus partes oscuras que ayudaron a que finalmente cayera después de unos cuantos siglos marcando el ritmo de Europa. Aun así, la parte oriental del impero sobrevivió de aquella manera hasta comienzos de la Edad Media. Pues bien, Agente de Bizancio es una ucronía sobre el Imperio Romano de Oriente, también llamado Imperio Bizantino; ubicada en el tiempo a principios del siglo XIV la civilización romana no sólo ha aguantado las acometidas de los bárbaros del norte y ha superado las propias disputas internas sino que además se encuentra en su momento de máxima esplendor.

A este hecho hay que añadir también que un personaje clave de la Historia como Mahoma, en este universo paralelo, en esta posible ucronía, se convirtió al cristianismo e incluso fue santificado y eso significa que la religión musulmana no se desarrolló. El escenario que nos presenta Harry Turtledove está formado básicamente por un Imperio Romano que ha reconquistado la parte occidental del Mediterráneo, que domina el Mare Nostrum con capital en Constantinopla y que utiliza el griego como lengua oficial en detrimento de un latín poco valorado. Un imperio rodeado por otros reinos menos desarrollados –al menos teóricamente– como los franco-sajones, las tribus bárbaras de las estepas y, muy particularmente, el Imperio Persa que continúa siendo la gran fuerza a combatir.

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Los navegantes, de José Miguel Vilar Bou

Los navegantes

Los navegantes

Cuando se habla de fantasía épica es habitual que se expresen algunos reproches contra el exceso de tópicos y convenciones. Es cierto que la mayoría de novelas de este género, en mayor o menor grado, tienden a idealizar personajes y situaciones, a respetar tabúes relacionados con el lenguaje utilizado y la ausencia de escenas sexualmente explícitas… Aunque tengan mala fama, estas convenciones no siempre son negativas. Se trata de recursos que se han impuesto porque se ha comprobado que funcionan, aunque a veces se abuse de ellas. Por lo demás, las convenciones se pueden romper y de hecho se rompen. Son muchos los autores que han adoptado unas técnicas narrativas más modernas desde el respeto a la esencia del género. Sin embargo, pocas novelas debe haber que rompan las convenciones de la fantasía épica de forma tan radical y decidida como Los navegantes.

La novela cuenta la historia de la invasión de Arialcanda por parte del ejército colonial del Imperio Trinisanto. Dirigidos por el ambicioso y megalómano Virrey Veritám, los trinisantos cuentan con ayudas mágicas como la de unos repugnantes seres creados a partir de cadáveres. Frente a ellos, una ciudad antiquísima, considerada sagrada y desconocedora por completo de la guerra. Como Arialcanda es obviamente incapaz de defenderse a sí misma, los reyes vecinos envían en su defensa, más por acallar las críticas por su pasividad ante los trinisantos que por convicción moral, un reducido ejército de criminales y desheredados, destinado a ser despedazado fácilmente por la máquina de guerra trinisanta. Arialcanda está condenada a caer, pero las atrocidades perpetradas por los invasores acabarán despertando el espíritu de lucha de sus habitantes.

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House Of Leaves, de Mark Danielewski

House Of Leaves

House Of Leaves

Una dedicatoria puede ser un acto de seducción, de pleitesía, de simple agradecimiento. Pero también puede ser más que todo eso. Lars von Trier se inventó una amiga muerta para dedicarle su primer corto y así hacerse perdonar sus inevitables imperfecciones. Mark Danielewski abre su primera novela, House Of Leaves, con un desafiante pronunciamiento: «Esto no es para ti».

La magnitud del guante arrojado por el autor es evidente incluso en la ojeada más superficial al libro: volumen de gran formato, 710 páginas de extensión, texto en diferentes tipografías, colores, tamaños y diseños, imágenes, diagramas, multitud de hojas casi en blanco, notas a pie de página que a veces invaden el texto cual hormigas, en horizontal, en vertical, en diagonal, en ventanas impresas al revés o en negativo, fotos, dibujos, o un peculiarísimo índice onomástico donde, además de los nombres propios, pueden localizarse las apariciones en el libro de nombres, verbos o adverbios de uso corriente como «ver», «otra vez», «oscuro», «hombre», «mujer» y la práctica totalidad del diccionario exceptuando artículos u otras partículas desprovistas de sentido completo.

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Fantástica televisión, de Alfonso Merelo

Fantástica televisión

Fantástica televisión

Hoy en día Internet nos ofrece un repositorio de información prácticamente inabarcable, en el que podemos encontrar desde datos en tiempo real sobre acontecimientos mundiales, hasta los detalles más arbitrarios sobre el tema que deseemos explorar. Sólo es necesaria algo de paciencia y saber dónde buscar. Si echamos la vista atrás hasta hace apenas unos diez años, puede parecernos que vivíamos en una especie de edad oscura en la que era habitual manejarnos con mastodónticos volúmenes de enciclopedia para poder redactar esos pesados trabajos que nos encargaban nuestros sádicos profesores.

El mundo de la cultura ha sido una de las áreas donde este cambio ha supuesto un mayor impacto, la Red nos permite extraer toneladas de información actualizada en pocos minutos sobre cualquier asunto, las comunidades globales se han erigido como grupos de opinión teóricamente independientes a las que cada vez acceden más usuarios para orientarse. En este contexto las publicaciones clásicas, tanto revistas especializadas como obras o ensayos analíticos, corren serio peligro de obsolescencia. Sin embargo el medio impreso todavía puede ofrecer valor añadido, especialmente a través de la búsqueda de la calidad y fiabilidad en sus contenidos, que se manifiestan de forma muy heterogénea en el medio digital.

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WALL·E

WALL·E

WALL·E

El cine prospectivo o incluso el de pura ciencia ficción ha producido un mayor caudal de buenas películas del que la crítica académica está dispuesta a reconocerle. Es un abanico amplio: joyas escondidas como el falso documental postatómico The War Game, películas comerciales con sorprendentes elementos ambiciosos como Nivel 13, modestas series B de connotaciones épicas como El increíble hombre menguante, o incluso éxitos de moda con muchas ínfulas y algunos aciertos como Matrix. Sin embargo, todas estas citadas, y otra treintena larga –desde Aelita hasta El truco final, pasando por Ultimátum a la Tierra, El planeta de los simios, Soylent Green o El show de Truman– son películas, a mi juicio, de un segundo peldaño: bien por una imaginería chocante a la que hoy resulta difícil abstraerse, bien por falta de convicción en los elementos especulativos planteados, por debilidades propias de una producción escasa de medios, por incoherencias argumentales, o por varias de esas razones combinadas. En suma, a mí me salen sólo siete obras maestras casi impecables, siete películas en las que los defectos son escasos o quedan sepultados por cualidades de mayor jerarquía. Son, por orden de producción, Metrópolis, La invasión de los ladrones de cuerpos, 2001, Alien, Blade Runner, Brazil y Gattaca.

Comparten diversas cualidades: por ejemplo, su temática de carácter, efectivamente, antes prospectivo y alegórico que lúdico o especulativo en el plano científico. En ellas, el uso de la imaginería de la cf es una herramienta con la que se fuerza una situación límite para reflexionar en torno a las preocupaciones de la sociedad de su tiempo. También coinciden en la influencia de su imaginería visual, que ha contribuido a forjar la imagen del futuro en la cultura occidental, mucho más que los éxitos de taquilla: para casi cualquier espectador, las naves espaciales futuras verosímiles se parecen mentalmente más a la Nostromo que al Halcón milenario, por citar sólo un ejemplo. Y todo ello sin desdeñar, por supuesto, la calidad intrínseca de cada uno de esos filmes.

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Sharp Teeth, de Toby Barlow

Sharp Teeth

Sharp Teeth

Cualquiera pensaría que hay formas más sencillas de abordar un debut literario que la elegida por el norteamericano afincado en Detroit, Toby Barlow. Sin duda una novela de misterio o histórica gozaría de más garantías de hacer saltar la banca; o, si se conoce el mercado ­–y Barlow tiene las herramientas necesarias para conocerlo, siendo como es analista de marketing–, aún puede uno afinar un poco más y apostar por los caballos ganadores seguros que son hoy en día el romance paranormal o el techno-thriller. Lo que no hace un escritor en ciernes con la mirada puesta en los beneficios es sacrificar su ópera primera en el altar de las novelas sobre hombres lobo, vertiendo para ello su sangre con el puñal ceremonial de un estilo en apariencia tan poco apropiado como es el verso libre. No, esto es algo que sólo haría alguien para quien publicar un best-seller va varios puestos por detrás de satisfacer sus inquietudes literarias, y que venda lo que Dios quiera. Claro que, en realidad, Barlow también hace trampas: En Sharp Teeth confluyen tanto la novela de misterio como el romance paranormal y, para más inri, en realidad sus licántropos ni siquiera son hombres lobo.

La acción, sita en la ciudad de Los Ángeles, gira alrededor de las turbias peripecias de unas bandas de hombre perro y sus disputas por la supremacía en los bajos fondos. Aquí, el cambio de forma no depende de la luna llena –aunque sí se menciona de pasada la vulnerabilidad a las balas de plata en algún tramo de la novela–, ni se transmite la licantropía mediante mordiscos, ni supone el cambio de bípedo a cuadrúpedo la pérdida de la racionalidad y la sumisión a la bestia interior; rasgos emblemáticos del subgénero, todos ellos, que Barlow barre debajo de la alfombra sin ningún reparo.

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Viejo Siglo XX, de Joe Haldeman

Viejo Siglo XX

Viejo Siglo XX

Vaya por delante una cuestión importante. Aprecio sobremanera a Haldeman como escritor, y tengo a La guerra interminable como ni novela preferida de ciencia ficción. No digo que sea la mejor, aunque si podría estar en un hipotético top ten; simplemente afirmo que es la obra de este género con la que más he disfrutado. Y empiezo por aquí porque no me queda más remedio que decir, con gran dolor de mi corazón, que Viejo Siglo XX es un libro flojo donde los haya, lo peor que se ha publicado de este autor en nuestro país e indigno de él. Es lamentable ver cómo, con demasiada frecuencia, muchos escritores pierden el rumbo al final de su carrera y sus últimos libros parecen ser una parodia de sus obras maestras iniciales. Le pasó al gran Heinlein con bazofias como El número de la Bestia o El gato que atravesaba las paredes, les está pasando al revolucionario Silverberg, cuya Roma eterna es una burla a su profesionalidad, y, parece, también a Haldeman.

Viejo Siglo XX hace aguas por demasiados sitios. Desde un punto de vista estrictamente narrativo la historia es un palimpsesto de demasiados temas que difícilmente encajan entre sí: inmortalidad, exploración espacial, realidad virtual, inteligencias artificiales, tecnofobia y un recorrido nostálgico por nuestro siglo XX. Demasiadas cosas en muy poco espacio y sin acabar de centrarse en ninguna de ellas convierten al libro en una coctelera caótica sin pies ni cabeza. Haldeman es como un malabarista que intenta mantener en el aire un objeto tras otro hasta que, al final, todos se estrellan en el suelo.

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Ya estamos muertos, de Charlie Huston

Ya estamos muertos

Ya estamos muertos

A juzgar por los títulos editados hasta ahora en la colección Runas de Alianza Editorial, parece que han encontrado un hueco prometedor con novelas de fantasía ligeras y divertidas, pero con un nivel de exigencia literaria por encima de la franquicia al uso. Prueba de esto son la saga de Locke Lamora de Scott Lynch, que ya va por su segunda entrega, La voz de las espadas de Joe Abercrombie y, en menor medida, el clásico La espada rota de Poul Anderson. Con Ya estamos muertos la colección inicia otra saga que bien podría encuadrarse en el mismo nicho.

Desde que cogemos el libro por primera vez nos queda claro que no vamos a leer un título con grandes ambiciones literarias, y aunque el poco afortunado «corta pega» que aparece en la portada no invita a pasar de ahí, nos encontramos ante una novela que cumple a la perfección la máxima de «si no tienes nada nuevo que contar, al menos entretén al lector».

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El hombre divergente, de Marc R. Soto

El hombre divergente

El hombre divergente

El hombre divergente es una colección de diez relatos obra de Marc R. Soto, mezclando inéditos y ya publicados. Son once, en realidad, si contamos la narración que los relaciona en forma de fix-up. La mayoría de ellos se podrían encuadrar dentro de los géneros de terror o de exploración psicológica del crimen. El autor es una de las nuevas figuras a seguir en lo que se refiere al relato corto de género fantástico, como atestigua la respetable cantidad de narraciones que ha conseguido colocar como ganadoras o finalistas de algún premio literario.

Elia Barceló, autora del prólogo, compara al autor con Stephen King. He de decir que siento un enorme respeto por la habilidad como contador de cuentos de King, a pesar de las críticas negativas que cosecha, a veces justificadas por los altibajos de calidad en su demasiado abultada producción y a veces motivadas simplemente por su popularidad. Por ese motivo acojo con total escepticismo cualquier comparación con él. Hay muchos que quisieran escribir como King –al menos cuando está en forma– y casi ninguno que lo consiga. No obstante, he de admitir que tras leer los relatos he llegado a comprender y compartir lo que dice Elia Barceló. King tiene una marcada habilidad para crear personajes cercanos al lector, que parecen verosímiles, que tienen preocupaciones y reacciones con las que podemos identificarnos. Ello motiva que realmente nos importe lo que sucede a sus protagonistas, con lo cual una historia de terror ya tiene mucho ganado, pues será fácil que nos involucremos en la misma. Algo de eso tiene también Soto. Sus personajes, por mucho que sean españoles en vez de naturales de Maine, parecen igualmente reales; es muy fácil para el lector identificarse con ellos y preocuparse por su suerte.

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El vuelo del dragón, de Anne McCaffrey

El vuelo del dragón

El vuelo del dragón recoge cuatro novelas cortas interrelacionadas que, en su momento, tuvieron bastante repercusión en el mundo de la ciencia ficción estadounidense. Hasta el punto que las dos primeras, “La búsqueda del weyr” y “El vuelo del dragón”, ganaron, respectivamente, los premios Hugo y Nebula a la mejor novela corta de los años 68 y 69. Fueron el inicio de una serie formada por una veintena de libros, entre novelas y colecciones de cuentos, que en España comenzó a publicar Acervo a finales de la década de los 70. Roca Editorial ha recuperado el primero de ellos manteniendo la traducción original de José María Aroca que, es justo reconocerlo –como la mayoría de los libros de la época publicados en colecciones de género–, necesitaba un lavado de cara.

Pern es un planeta periódicamente invadido –más o menos cada dos siglos– por unas esporas que, si germinan, arrasan con toda la vida que exista a su alrededor. En el pasado su continente central fue devastado por estos seres mientras que en el hemisferio norte se ha evitado la tragedia gracias a los jinetes de los dragones; un grupo organizado al que rinden tributo los señores de los distintos fuertes en los que se divide el territorio y que se mantiene activo aguardando la siguiente oleada de esporas. Sin embargo la última vez que éstas debían aparecer no lo hicieron y el tiempo ha desempeñado su rol con suma eficacia: muchas costumbres que realizan han perdido su sentido inicial, casi todos los weyrs –las fortalezas de los jinetes– fueron abandonados, el número de dragones ha menguado hasta el punto que parece difícil repeler una nueva invasión y la orden y su relación con los habitantes de Pern se ha erosionado hasta el punto de ruptura.

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