Canciones de amor para tímidos y cínicos, de Robert Shearman

Canciones de amor para tímidos y cínicosMenudo órdago se lanzó Robert Shearman con Canciones de amor para tímidos y cínicos. Su título anuncia las guías que conectan sus relatos; historias con una base romántica donde Shearman explora la idea del amor en toda su amplitud: romántico, paterno-filial, tóxico, no correspondido… Esta variedad desacomplejada se acrecienta con las situaciones desde las cuales lo aborda, desde un fantástico que termina internándose en la fantasía o lo surrealista pasando por la autoficción o el terror. En ocasiones desde un punto absurdo que, aun cuando no termina de funcionar, demuestra una inteligencia, un vitriolo y, ocasionalmente, una mala hostia que afilan sus ideas en múltiples direcciones. Puede que ninguno llegue a resultar incontestable, de esos que alegremente solemos tildar como Obra Maestra, pero es fácil comprender a los jurados de los premios Británico de Fantasía y el Shirley Jackson cuando le otorgaron a Canciones de amor para tímidos y cínicos la categoría de Mejor Colección de Relatos el año de su publicación.

Shearman hace crecer sus ficciones siempre desde lo ordinario, con tres opciones de partida. Una es un principio cotidiano en el que irrumpe un suceso extraordinario destinado a darle una sacudida sin, por ello, abandonar ese entorno costumbrista. Sería el ejemplo de “Animal atropellado”, el texto más largo de Canciones de amor para tímidos y cínicos. Se inicia cuando dos compañeros de trabajo, en un incómodo viaje por carretera durante el cual no fluye la conversación, atropellan un conejo que, para su sorpresa, cuenta con unas alas a lo murciélago. Lo insólito ejerce de rompehielos y terminan consumando en un motel de carretera la química recién aparecida entre ambos. Lo mejor de “Animal atropellado” llega de la caracterización del varón dentro de un patetismo extremo junto a un subtexto sobre la necesidad de aire fresco en relaciones estancadas por lo rutinario, pero no es suficiente para hacer olvidar su falta de regularidad. Lo descabellado de ese elemento fortuito, y su trivialidad, entorpecen bastante la recepción de una historia que avanza a salto de mata. Como otros cuentos, el desarrollo es errático y amenaza con devorar, si no devora, algunos de los logros. Por fortuna, otros se mantienen incólumes.

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Los fantasmas de mi vida, de Mark Fisher

Los fantasmas de mi vidaDe los tres libros de Mark Fisher que llevo leídos, éste es el que más me ha costado. Aunque hay una serie de ideas que lo recorren de principio a fin, su estructura capitular recuerda en todo momento su origen como recopilación de ensayos; una sensación bastante, mucho más profunda que en Lo raro y lo espeluznante y Realismo capitalista. Además abunda en dos cuestiones problemáticas según sea tu bagaje. Primero, el peso de la crítica musical. Durante los años 90 Fisher tocó en un grupo tecno y, tras doctorarse en filosofía, se convirtió en uno de los más reputados analistas musicales en el Reino Unido. Esta inclinación se deja sentir en más de la mitad de los textos de Los fantasmas de mi vida. Igualmente, el ensayo donde siembra las ideas guía del libro a ratos me ha resultado oscuro, demasiado para ser una introducción que debe abrirte las puertas e iluminar lo que vas a leer a continuación.

“La lenta cancelación del futuro” es, al mismo tiempo, el esqueleto y el tejido conectivo de Los fantasmas de la vida. La ligazón destinada a presentar los temas principales y dar sensación de conjunto. El título ya aclara su dirección; cómo una maquinaria corporativa basada en el consumo y la represión ha sesgado las mayores manifestaciones culturales del cambio hasta instaurar ese realismo capitalista sobre el cuál escribía en su obra más conocida; un presente asociado a la idea de fin de la historia en el cuál es más fácil imaginar el fin del mundo que una alternativa al capitalismo. El principal vehículo para exponer este proceso, y a lo que va a dedicar gran parte de las 200 páginas posteriores, es la música. Según Fisher, el árbol filogenético de la música, bastante sencillo de detallar a lo largo de los años 60, 70 y 80, perdió su linealidad y se quebró en las últimas décadas. Hasta el punto que resulta imposible establecer el origen o las consecuencias de cualquier movimiento en un entorno que se ha vuelto circular. La repetición de estilos y temas ha frustrado cualquier posibilidad de progreso y aboca a un presente estancado en la nostalgia. Esta cancelación del futuro se pone en contraposición a las hauntologías; artefactos culturales creados por una serie de artistas, atrapados por la melancolía de ese futuro que ya no iba a ser y la forma en que la tecnología materializa la memoria.

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Oryx y Crake, de Margaret Atwood

Oryx y CrakeHan tenido que pasar 10 años para que una editorial retomara MaddAddam; la trilogía escrita por Margaret Atwood entre 2003 y 2013 cuya edición quedara inconclusa tras la publicación Oryx y Crake y El año del diluvio. Antes de traducir el inédito MaddAdam, Salamandra ha recuperando este verano los dos primeros volúmenes. Conviene recordar la excelente acogida entre el aficionado a la ciencia ficción del primero de ellos, una recepción que no se repitió con El año del diluvio, un poco por la curiosa concepción de esta novela sobre la cual ahora escribo. En Oryx y Crake Margaret Atwood carga el peso sobre la invención de dos escenarios bien delimitados en el tiempo y las relaciones causa-efecto. En ese contexto, la pequeña peripecia que comprende empieza y (más o menos) termina, con lo cual, sin más información, nadie puede aducir que se haya quedado colgado. Si a esto le añades los seis años transcurridos entre la traducción de este título y la publicación de El año del diluvio, la situación puede entenderse un poco mejor.

Aun a riesgo de repetirme, me ha sorprendido el peso que Margaret Atwood pone sobre la construcción del lugar narrativo. No tanto de los personajes y sus relaciones, sino sobre el escenario y su transmisión. Un aspecto crucial cuando estás ante una distopía y un postapocalíptico, las dos historias entrelazadas en Oryx y Crake, pero cuya relevancia es tan determinante que en muchos momentos el argumento se me ha antojado casi trivial. Además Atwood entrelaza una serie de ideas profundamente reaccionarias y perturbadoras en lo que se refiere a la relación del hombre con la tecnología y la naturaleza, y la ficcionalización de las tensiones de la sociedad occidental contemporánea, que siempre se sustentan sobre una elaboración concienzuda.

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Una mirada a la oscuridad, de Philip K. Dick

Una mirada a la oscuridadEn 2005 la revista Gigamesh le dedicó un número a Philip K. Dick. Entre material de calado, caso de un ensayo de Damien Broderick sobre sus conexiones con el movimiento transrealista o una completísima bibliografía elaborada por el añorado Juan Carlos Planells, se incluía un Hit-Parade donde 12 lectores poníamos nota a sus novelas. La mejor valorada fue Una mirada a la oscuridad. Confirmaba una condición que se ha ganado como obra más sólida de su carrera, uno de los inexcusables lugares de paso para conocer a Dick con Tiempo desarticulado, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, UbikFluyan mis lágrimas, dijo el policía. De hecho se puede considerar como uno de los grandes compendios de sus inquietudes. Aunque no llega a abarcar la totalidad de las cuestiones que lo interesaron durante sus tres décadas de escritura profesional, la mayoría quedaron adosadas a una narración que funciona como semblanza de la vida de un drogodependiente en la California de los 70.

Su protagonista, Fred, actúa de agente infiltrado entre adictos a la sustancia D. Esta droga aniquila la personalidad de quienes la consumen en un proceso que, en su caso, le ha llevado a disociarse del personaje a través del cuál ejerce encubierto: Bob Arctor. Esto es algo evidente desde el segundo capítulo cuando Dick borda uno de esos momentos tan “suyos” durante los cuales quiebra el sentido de la realidad: mientras Fred expone en una conferencia su infiltración y cómo un dispositivo permite cambiar su aspecto hasta el punto que nadie puede reconocerlo, Bob Arctor se materializa en el relato y da su opinión despectiva de la audiencia desde su perspectiva de adicto a la sustancia D. Esta dislocación, por el momento oculta para Fred, sus compañeros y superiores, se hace más evidente cuando desarticular a Arctor se convierte en el objetivo principal de su misión. El policía no es consciente que esa persona a la que observa por las cámaras de vigilancia y cuyas andanzas documenta con todo detalle resulta ser él mismo.

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Gabriel revisitado, de Domingo Santos

Gabriel revisitadoLa muerte de Domingo Santos fue un gran mazazo para el sector más añejo del fandom. Su papel como escritor, traductor, editor y aficionado fue transformadora: no se puede entender la ciencia ficción en España sin su figura. Alfonso Merelo ya le dedicó un sentido obituario en esta web. Servidor, sobre todo, siente una admiración descomunal por su trabajo como editor. Su peso a la hora de seleccionar los títulos en Ultramar, Martínez Roca Superficción, la primera etapa de Acervo, Cronos o Júcar Etiqueta Futura, y su labor de década y media al timón de Nueva Dimensión son elocuentes; para fijar el concepto de ciencia ficción literaria de varias generaciones de lectores y para elevar unos estándares de publicación paupérrimos. Sin embargo, nunca he sentido el mismo cariño por el Domingo Santos escritor. De los diferentes libros suyos que he leído, apenas guardo un recuerdo positivo de Hacedor de mundos, y no sé si hoy, treinta años después de leerla, mantendría mi juicio. Ya conté un poco en mi reseña de Crónicas de la Tierra y del espacio mi distancia con su literatura. Algo que no ha cambiado al leer Gabriel revisitado.

La Gabriel original apareció en 1962. Gabriel revisitado es su reescritura publicada en 2004 por Juanjo Aroz en Espiral Ciencia Ficción. Este logro, ser quien recuperara una novela clave de la ciencia ficción española, habla de la importancia de Aroz entre finales de los 90 y principios de los 00, un período particularmente hostil para los escritores en España. Tres de sus libros ganaron el premio Ignotus a la mejor novela en años consecutivos y en su colección tuvieron cabida Rodolfo Martínez, Eduardo Vaquerizo, José Antonio Suárez o Juan Antonio Fernández Madrigal. Posteriormente Gabriel revisitado fue reeditada en la última colección de quiosco que Planeta dedicó a la ciencia ficción. Más recientemente, ha pasado a formar parte de los clásicos de la ciencia ficción españolal disponibles gracias a Sportula.

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La hipótesis, de Ekaitz Ortega

La hipótesisLa segunda novela de Ekaitz Ortega seguramente desconcertará a los lectores de Mañana cruzaremos el Ganges. Aunque mantiene ese acercamiento costumbrista a su argumento y sus personajes, La hipótesis esconde una historia en apariencia más sencilla, todavía más apegada a nuestra realidad. Como indica el texto de cubierta trasera, propio de Azcona y Berlanga, aunque también recuerda a un cruce entre Rafael Chirbes y Santiago Lorenzo.

Máximo es un hombre avejentado que sufre un asalto en su comercio de barrio. Durante su recuperación se ve asediado por un cierto sentimiento de culpa, la indefensión y la incertidumbre: no vio a su asaltante, no se robó nada de la tienda, nadie parece estar interesado en investigar el ataque. Recuperado físicamente, abandona su trabajo, vende el local, acoge en su piso a la hermana de su mujer recién separada de su marido… Por arte de birlibirloque, el evento ha transformado su vida radicalmente. Para arrojar luz contrata a Martos, un guionista, con el objeto de plantear posibles explicaciones al ataque. En los diferentes encuentros entre Máximo y Martos y en los textos que este escribe se establece el discurso de La hipótesis: la relevancia de los mecanismos de la ficción para alcanzar lo “real”.

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El Pescador, de John Langan

El pescadorDentro de ese ideario en construcción que, al final, es toda colección de libros, el terror contemporáneo me parece el flanco mejor cubierto por La biblioteca de Carfax. Shaila Correa y María Pérez de San Román, sus editoras, están dando cabida a una serie de autores y obras esenciales para entender la actualidad de un género muy maltratado en España. Con cada novedad acrecientan la polifonía de un repertorio tan variado como la propia literatura de terror en sí e invita a ser leído independientemente del conocimiento de su autor o la novedad detrás de su propuesta.

El Pescador fue junto a Cero el plato fuerte entre los títulos presentados en 2018, con una preparación diametralmente opuesta a la de Kathe Koja. Si en Cero el conflicto central emanaba de las turbulencias de la creación artística contemporánea (la década de los 90 del siglo pasado), John Langan se acercaba a la base tradicional de lo extraño, en su frontera con el horror cósmico, e incorporaba un paisaje mental más cotidiano al tradicional desfile de criaturas y sensaciones abracadabrantes: la melancolía por la muerte de un ser querido. Básicamente, todo El Pescador da vueltas al desamparo de una serie de hombres que, por diversas causas, han perdido a sus mujeres. Tal es el caso del narrador, Abe, viudo después de que su esposa padeciera un cáncer que la debilitara hasta su muerte. Tras la inevitable zozobra, alcanza un consuelo en las rutinas asociadas a la pesca. Ese bote salvavidas le lleva a los ríos más recónditos del estado de Nueva York en unas largas jornadas a las que, después de unos años, se ha unido Dan; un compañero de trabajo cuya mujer e hijos fallecieron en un accidente de coche. Sin embargo, mientras Abe se ha “beneficiado” de haberse despedido de su mujer, el duelo de Dan tiene un cariz mucho más depresivo.

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Torrance. Símbolos, números, juegos y notas musicales en El Resplandor de Kubrick, de Daniel Pérez Navarro

TorranceQuien haya leído C durante algún tiempo seguramente recordará a Daniel Pérez Navarro. Entre 2015 y 2018 tuvimos la suerte de compartir su capacidad de análisis y de discurso alrededor de varias obras de actualidad siempre abiertas a interpretaciones y, por tanto, origen de controversia en las redes sociales. Sin embargo, en sus textos sobre Blade Runner 2049 o Aniquilación se alejaba de lo crematístico, estimaba valores que acostumbran a quedar en los márgenes de la conversación e invitaba a recalibrar la mirada. Así horadaba ese sustrato por debajo de la superficie, ese flanco apenas tocado en otros artículos. Por ese motivo cogí con especiales ganas Torrance. Si no me falla la Tercera Fundación, su primer libro de no ficción, escrito alrededor de El resplandor; una obra inagotable que continúa generando atención cuatro décadas después de su estreno.

En Torrance Pérez Navarro aborda aspectos de escritura, diseño y composición de la película en breves desarrollos que apuntan multitud interpretaciones. Abarca sus grandes clásicos, rollo la posición de la cámara, la disposición de elementos en el escenario o las diferencias entre la visión de Kubrick frente a la de King, sus vínculos con las dos grandes novelas de casas encantadas (Otra vuelta de tuerca y La maldición de Hill House), el uso de los espejos y su relación con los personajes, la conexión con los cuentos de hadas, sus nexos con Eyes Wide Shut y otras obras de otros directores… Algunos de estos elementos van y vienen en diferentes capítulos y tejen hebras que atan Torrance más allá de la propia película, pero ningún elemento resulta tan aglomerante como la presencia de una serie de números, por sí solos o en secuencias. El 12, el 21, el 42, los productos de 2×1, 3×7… se convierten en una base rítmica sobre la cual Pérez Navarro levanta las armonías y construye los temas.

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Voces en la ribera del mundo, de Diana P. Morales

Voces en la ribera del mundoHay mucha ambición detrás de Voces en la ribera del mundo. A través de una miríada de personajes y enfoques, Diana P. Morales aborda una serie de relatos entrelazados para levantar un calidoscopio de situaciones de ciencia ficción: diferentes apocalipsis, la colonización de otros planetas con sus respectivos primeros contactos y multitud de cuestiones relevantes para nuestro presente. La tarea de integración detrás de su escritura y el vértigo inducido por la suma de narraciones dotan a Voces en la ribera del mundo de una enorme riqueza. Se experimenta desde una reinvención y un descubrimiento constantes.

El primero de esos relatos es “Mi existencia no ha sido en vano”, la piedra angular sobre la cual Morales introduce la estructura del resto del libro. En una primera sección, “Un descubrimiento en Sshotz”, un narrador omnisciente cuenta cómo unos alienígenas observan el paso de una nave espacial en las proximidades de su planeta y su voluntad por comunicarse. A las pocas páginas cambia a una primera persona con el punto de vista del piloto de esa nave, el vehículo del contexto desde el cual aparece la exploración espacial: encontrar una alternativa a una Tierra moribunda. La caracterización de este cosmonauta, Hidalgo, ya exhibe los problemas de los psicólogos de ese futuro cercano para encontrar profesionales a la altura de los retos del viaje espacial; un poco en la línea de las tripulaciones de la Prometheus o la Covenant. Una extravagancia acentuada cuando se presenta a la cultura extraterrestre con la que nuestro emprendedor se da de bruces y para los que termina convertido en una deidad. En el tramo final su planeta materno se convierte en objeto de peregrinación para algunos de ellos que, al aterrizar, salen a una Tierra cubierta por un gélido invierno ¿nuclear?

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An American Story, de Christopher Priest

An American StoryTenía serios prejuicios sobre An American Story. Su sinopsis invitaba a pensar que la conspiranoia se había apoderado de Christopher Priest y había escrito una novela sostenida sobre las especulaciones más extravagantes de lo ocurrido el 11S. Desde luego, resulta innegable que su argumento se apoya en algunos hechos incongruentes acaecidos aquel día; una serie de circunstancias apenas cubiertas u obviadas por la versión oficial. Sin embargo, su presencia obedece a un propósito más elaborado que apuntalar otro relato. En su gusto por explorar los márgenes más incómodos de nuestra realidad, Priest recupera el guante con el que escribió La separación, su novela de 2002 en la cual el extravagante vuelo de Rudolph Hess al Reino Unido en 1941 conduce a la firma de la paz separada con la Alemania Nazi y pone los cimientos de un escenario problemático: la Segunda Guerra Mundial toma un curso diferente, al que conocemos… y al de los horrores de un mundo dominado por el fascismo tradicional en las ucronías. Al mismo tiempo, An American Story es la novela de Priest más asequible para el gran público desde Experiencias Extremas, S.A y la más explícitamente contemporánea, por sus ideas fuerza, por la manera de abordarlas y por una escritura más directa de lo habitual. En multitud de detalles se asemeja a un thriller de expositor de tienda de aeropuerto.

Su narrador, Ben Matson, es un periodista que en los atentados del 11S perdió a la mujer de la que estaba enamorado, Lil. A lo largo de 20 años va y vuelve sobre ellos por su imposibilidad de clausurar el trauma: jamás se encontró su cadáver. Además, al conversar con Oliver Viklund, el exmarido de Lil del que estaba en trámite de separarse, sus palabras no coinciden con lo que él vivió. Asimismo anda por ahí un matemático ruso al que entrevistó a mediados de los 90 y al que regresa un poco por esas extrañas casualidades que tapizan las novelas de Priest. Estos mecanismos entre el azar y lo inevitable imbuyen al lector en una secuencia en la que se suceden el presente (un futuro cercano a unos meses vista) y los años posteriores al 11S. Un poco por la lógica interna de la evocación de Matson (algo despierta un recuerdo que se desarrolla a continuación), pero, sobre todo, como mecanismo para mantener la intriga y dosificar unas revelaciones convergentes que, todo sea dicho, tampoco resultan tan sorprendentes en su mayoría. Alrededor de esa cadena figura una realidad no moldeada por los hechos sino por su interpretación. Una idea que se explicita a través de una elaboración sociológica, el Teorema de Thomas, que va y viene en el testimonio de la mano de ese matemático ruso que bien podría haberse apellidado McGuffin.

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