La vía del futuro, de Edmundo Paz Soldán

La vía del futuroEn estos ocho relatos hay una serie de cuestiones bien representadas de esa proverbial ciencia ficción de los próximos cinco minutos. En particular una realidad fragmentada y con fuertes desequilibrios en la que, a pesar de estar individual y colectivamente bajo observación y/o vigilancia constantes, queda espacio para lo incierto y lo sorprendente. El portavoz elegido por Edmundo Paz Soldán para presentar su libro, “La vía del futuro”, funciona de declaración de intenciones. Si bien no llega a ser inapelable, este relato ejerce con solvencia su papel de exploración sobre algunas de las patologías más frecuentes entre los credos de Silicon Valley. Lamentablemente el resto de cuentos revelan un interior menos contundente, más romo a pesar de lo pertinente y contemporáneo de los temas abarcados.

Aprecio sus planteamientos, una serie de escenarios alejados de los habituales en la ciencia ficción más comunes. Los lugares narrativos van desde unos EE.UU. multiculturales a una Bolivia fraguada entre lo local y lo foráneo. Esta realidad híbrida, globalizada, lo macera todo. La primera persona es dominante, a veces desde un único narrador y otras desde una yuxtaposición de voces que acercan al lector a un trasunto de relato oral sobre esa cuestión en la frontera entre el presente y un futuro que se cocina en los hornos tecnológicos y psicológicos de nuestro tiempo. En el caso concreto de “La vía del futuro”, la suma de testimonios de una serie personas radiografía una secta surgida al abrigo de la Inteligencia Artificial y la carrera de su impulsor, un directivo de las grandes tecnológicas. El encadenamiento de declaraciones, desde el periodista que indaga en su pasado y el cambio de paradigma en su mesianismo a los jóvenes que se sienten atraídos por sus dogmas, inician un diálogo entre las ideas que Paz Soldán codifica en los diferentes hilos. Muy bien tramado en ese culto por las figuras públicas de las megacorporaciones y su influjo sobre la sociedad moderna, con numerosos matices alrededor de sus propósitos personales, empresariales, cuasi religiosos.

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Agentes de Dreamland, de Caitlin R. Kiernan

Agentes de DreamlandCaitlin R. Kiernan es la escritora detrás de La joven ahogada, la novela más modernuqui entre las publicadas por Valdemar en la colección Insólita y, tengo el pálpito, de las que menos repercusión logró. Es hasta entendible dado que aquel relato heterodoxo y fragmentado de búsqueda de la propia identidad a través de los cuentos de hadas estaba más próxima a las inquietudes de los lectores de una colección generalista; poco terror/horror/espanto había en sus páginas, más allá del que pudiera despertar su vértigo existencial. Además de por este libro, Kiernan es apenas conocida en España por sus guiones para La chica que quería ser muerte, entre lo más aseado de los tebeos surgidos al calor de Sandman, y sus relatos Lovecraftianos presentes en Alas tenebrosas y Ominosus. Una vertiente dentro de la cual encuadraría Agentes de Dreamland. Si bien queda alejada de los mundos concebidos por el autor de Las montañas de la locura, comparte ingredientes con su concepción del terror preternatural.

Puestos a resumir su contenido en un blurb, Agentes de Dreamland funciona como piloto de un Planetary Lovecraft Edition. Sus páginas están dominadas por un par de agentes cínicos de la muerte a la caza de una secta que quiere recuperar la Tierra para unas criaturas inhumanas, primas hermanas de las creadas por el carca de Providence y su maestro fungoso, William Hope Hodgson. En la epidermis, son evidentes sus puntos comunes con El archivo de atrocidades, aunque sin lo que me alejó de ella (los ladrillos de información; los guiños geek) y con un relato dislocado entre varios tiempos y narradores que, a brochazos, establecen el contexto de un universo cuyo desarrollo podría desarrollarse en futuras historias. O no.

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La joven ahogada, de Caitlin R. Kiernan

La joven ahogadaYa he comentado alguna vez cómo me apena lo ocurrido con Insomnia de Valdemar, el último intento sostenido de lanzar una colección centrada en el terror más o menos contemporáneo. Quizás porque sus dos primeros libros no eran los más adecuados para atraer al comprador, pero sobre todo porque la selección no ha sido la que uno esperaría de una colección de terror. Nada más lejos de intención quitar mérito a su equipo editorial; llevo leídos la mitad de los títulos y, salvo una pequeña decepción, me han parecido obras valiosas con un buen número de cualidades a destacar. Pero también la concepción del terror de dos de ellos (La guardia de Jonás y esta La joven ahogada) no se constriñe a lo que hoy en día se suele entender como tal. Una diversidad que hace de la heterodoxia su principal virtud… y su talón de Aquiles frente a un público aficionado adicto al sota, caballo y rey.

La joven ahogada es un artefacto posmoderno, la pseudo novela escrita por India Morgan Phelps (Imp) en la cual desnuda su pasado y su personalidad a través de una narración heterodoxa. Entre sus recuerdos de una etapa oscura de su vida se dan cita cuentos, biografías de artistas, posibles interpretaciones de sus obras o múltiples disgresiones sobre el arte de contar historias. Esto, que bien podría haber sido un guirigay incomprensible, queda férreamente dosificado por Caitlin R. Kiernan. El despliegue del relato, desde cuando Imp comienza contándonos la enfermedad mental de las mujeres de su familia hasta cuando el lector descubre todo lo que hay detrás de los extraños encuentros vividos en los años previos, se realiza a través de una secuencia en la cual apenas un par de capítulos en pleno ataque de locura pueden llegar a hacerse excesivos.

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Ominosus

OminosusNunca he sido muy fan de Lovecraft. Mi iniciación a sus Mitos llegó a través de La llamada de Cthulhu, aquel juego de rol en el que la cordura de tu personaje duraba menos que un sobre en una sede del PP. A raíz de aquellas tardes enfrentado a batracios legamosos, criaturas fungosas y presencias ominosas, me leí Dagón y otros cuentos macabros, una de las colecciones publicadas por Alianza. La verdad, no me sentí atraído en exceso por unas historias escleróticas, atravesadas por un lenguaje demasiado recargado para mi tierno gusto. Más tarde leí En las montañas de la locura, relatos aquí y allá, y entré mejor en ese mundo insensible ante el sufrimiento de los personajes que pululaban por él. Pero mi mente ya estaba más orientada hacia otro tipo de lecturas y apenas he vuelto a él puntualmente, más a través de otros autores observando sus mitos bajo “otra mirada” que mediante su obra. Sin embargo en los últimos meses ha regresado a mi pila indirectamente… y con fuerza.

En Navidad devoré El rito, la novela de Laird Barron publicada por Valdemar. Quedé atrapado por su recreación de los grandes temas de Lovecraft y cómo Barron los utilizaba para aproximarse a otras inquietudes caso del pavor que produce lo femenino entre un grupo significativo de varones. Además como huevo de pascua incluía su propia versión de lo que hizo Angela Carter en La cámara sangrienta, arrancando cualquier rasgo edulcorado a un cuento clásico, “El enano saltarín”, y recreándolo hasta incrustarlo en todo su salvaje esplendor dentro de la cosmogonía de su novela. Como cuando uno se siente atraído por un fogonazo queda con ganas de más, he terminado llegando hasta la antología Ominosus; la ofrenda de Fata Libelli a la ficción de tintes lovecraftianos que incluye una novela corta de Barron.
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