Diablos de polvo, de Roger Smith

Diablos de polvo

Diablos de polvo

Términos que el españolito de a pie puede mencionar cuando habla de Sudáfrica: mundial, apartheid, Nelson Mandela, la roja, zulúes, segregación racial, Iniesta, xenofobia, quizá el término bóer o a J. M. Coetzee, si es friqui Distrito 9, si le gustan las historias bélicas Rorke’s Drift o la batalla de Isandhlwana, Holanda (XD)… y poco más. Desarrollar cada idea, victoria de nuestra selección de fútbol aparte, es harina de otro costal.

A un servidor le vino bien la lectura hace un par de años de El factor humano, el libro donde John Carlin relataba cómo se las arregló Nelson Mandela para que la transición desde el apartheid al sistema democrático actual no fuera traumática. Cómo a través de las relaciones personales y con un símbolo como la selección de rugby, hizo trizas toda una serie de prejuicios que amenazaban con arrastrar a Sudáfrica al desastre de una guerra civil. Sin embargo aquel libro, un tanto errático en su comienzo, lleno de valores positivos y emoción en su desenlace, crea una visión distorsionada de la sociedad postapartheid. Una sensación realimentada por la adaptación de Clint Eastwood, Invictus, o la imagen edulcorada que transmitieron los periodistas deportivos durante el mundial de fútbol de 2010 (aunque si se ha leído a Coetzee ya hay un contrapeso importante; en mi caso gracias a la angustiosa La edad de hierro). Quizás por todo esto Diablos de polvo se me ha hecho todavía más terrible de lo que ya es. Esta es una novela negra que muestra el nulo valor que tiene una vida en aquel país. Sin destriparla, en sus 20 primeras páginas asesinan a un empresario mientras huye su amante, asesinan a esa mujer y a sus dos hijos pequeños en un accidente de carretera y uno de sus asesinos mata al otro; los primeros embates de una narración despiadada que no da cuartel.

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Poesía cruel, el crowdfunding de Es Pop

La editorial Es Pop se lanza al ruedo del crowdfunding. Una alternativa a la edición convencional obligada por las dificultades de mantener cualquier sello con ventas por debajo de los mil ejemplares.

He leído tres de los cuatro libros que forman la colección Valdemar/Es Pop y, aunque no he encontrado ninguno que me haya parecido absolutamente satisfactorio, me han ofrecido buen género con un acusado componente de serie B. Narraciones ágiles con mucha energía y protagonizadas por personajes carismáticos, en libros con un formato muy atractivo. Personalmente me gustaría tener la oportunidad de continuar leyendo títulos similares y por eso difundo por aquí esta iniciativa.

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Orc Stain, de James Stokoe

Orc Stain

Reseña que recoge los números 1 al 5 de Orc Stain, recopilados en trade paperback, publicado por primera vez en 2010.

Dentro de la oferta de títulos con los que Image Comics intenta ampliar su abanico de géneros un poco más allá de su universo superheroico, uno de los más divertidos es Orc Stain, de James Stokoe. Como sugiere el título, Orc Stain es fruto de la típica discusión de frikazos (otro sábado sin pillar, a altas horas de la madrugada y con más de media docena de cervezas encima) sobre El señor de los anillos y el papel de los orcos como fuerzas del mal. El orco, ¿es malo por naturaleza o es que Tolkien lo hizo asín? ¿Por qué los orcos van por ahí hechos unos guarros, matando y destruyendo, en vez de dedicarse a la cerámica y entrar en comunión con la naturaleza? La explicación oficial nos dice que el orco es creación de Morgoth, que se burlaría así de los hijos de Ilúvatar, los elfos, tal como Satanás siempre se burla en sus actos de las creaciones de Dios. Otros (yo), en una línea más de materialismo dialéctico, opinan que el orco es la visión que Tolkien tenía de la masa que salía de las fábricas para emborracharse y armar bronca, dejando la Comarca, perdón, su Inglaterra ideal que nunca existió, hecha un asco. Stokoe, más modesto, y en plan Rousseau pajero, tiene sus dudas; ¿y si los orcos tuvieran capacidad de elección?. A la hora de abordar esta pregunta, Stokoe se queda en la parte lúdica y no entra en pajas de cineforum progre.

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El enviado de Roma, de Wallace Breem

El enviado de Roma

Hace un par de años, gracias a esta reseña, me hice con El águila en la nieve, de Wallace Breem. A mí, como al autor de la fenomenal reseña enlazada, estas historias fatalistas de last stand men me pirran, sean las Termópilas, los últimos de Filipinas, el amanecer zulú o el amanecer de los muertos. Pero El águila en la nieve no sólo cumplió mis expectativas, sino que las arrasó y entró directamente a formar parte de mi panteón de novelas favoritas. Porque lo que en superficie es una historia de soldados que resisten heroicamente hasta el final, es en realidad el drama, qué digo drama, la terrible tragedia de Máximo, el último general romano digno de tal nombre, un ciudadano y militar entregado a la causa de Roma, un imperio que se despedaza, y que, en virtud del deber, pierde amigos, camaradas, a su propia esposa, todo menos la vida, que finalmente se convierte en una carga que ha de sobrellevar penosamente. No sólo es una novela intensa, áspera, de un terrible fatalismo, sino que Breem es capaz de calzar algunos momentos emotivos realmente devastadores con simples pinceladas; un broche, un bárbaro cruzando el río helado, una muchacha secuestrada, un reproche silencioso a un amigo, un grito desesperado de furia en plena batalla.

En fin, que pocas veces había sufrido como una perra con tanto gusto como con El águila en la nieve; Breem se había convertido en mi nuevo ídolo. Así que claro, corriendo a la tienda a por El enviado de Roma.

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Software, de Rudy Rucker

Software

Software

Cada vez que leo una obra cyberpunk de la primera etapa, cuando William Gibson, Bruce Sterling, Lewis Shinner, John Shirley y el resto de sospechosos habituales definían el movimiento relato a relato, novela a novela, echo un poco de menos no haberla vivido en directo. Aunque la sensación es que aquello terminó en agua de borrajas, quizás desde el momento en que muchos escritores, críticos y lectores encasillaron el cyberpunk en una serie de estereotipos que sólo eran una parte de las coordenadas iniciales, muchas de ellas conservan la energía, chispa, transgresión, de cuando fueron escritas. En el caso concreto de Software, publicada hace justo 30 años, el texto de cubierta trasera comenta que es una novela desquiciada cuya lectura resulta fascinante desde la primera página. Y es frenéticamente cierto.

En ese sentido Software recuerda mucho a la música punk. No solo en su formato conciso o en su tono salvaje, sino en su concepción descontenta con la ciencia ficción predominante de la época y la sociedad en que fue escrita, en pleno desembarco de las políticas económicas neoliberales en EEUU y Gran Bretaña. Aquí representadas, sobre todo, por una sociedad robótica lunar en la que el darwinismo social se lleva hasta las últimas consecuencias y se utiliza, por ejemplo, la inflación como técnica de selección “natural” para eliminar los elementos menos productivos. Algo que, más recientemente, hemos visto en la decepcionante In Time, aunque aquí los indigentes son condenados a otro tipo de muerte: son absorbidos por vastas mentes robóticas para terminar convertidos en meros apéndices.

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Siete malos tragos, de Joaquín Revuelta

Siete malos tragos

Siete malos tragos

La ciencia ficción es un género en el que los relatos cortos han brillado con tanta fuerza o más que las novelas o las sagas interminables. Aun hoy en día autores como Ted Chiang demuestran que un buen cuento es superior a páginas y páginas de malas novelas. La teoría de los sacos de estiércol y los frascos de perfume. Y no solo eso. Hay escritores como el australiano Greg Egan que no ha logrado alcanzar en sus novelas la excelencia que muestra en muchos relatos. Y sin embargo el mercado se ha inclinado inexorablemente hacia el género más extenso. Al parecer se prefieren los malos tochos de 400 páginas a los buenos relatos de 20.

España y su magra producción no es una excepción. Desaparecidas casi por completo las publicaciones periódicas, surgen por doquier e-zines y proyectos de antologías de varios autores, pero su trascendencia es escasa. Es difícil encontrar los relatos ganadores de los muchos premios que se convocan. Las editoriales que siguen funcionando prefieren sacar novelas a antologías de autores y esto produce un feedback: los autores escriben novelas y dejan el relato corto porque si las primeras no las lee prácticamente nadie cuando son publicadas en condiciones bastante malas, con los segundos no hay ni publicación. Muchos comentan que el libro electrónico puede cambiar esa percepción, y algunos, como el gaditano Joaquín Revuelta, han decidido comprobarlo sacando a la luz esta antología titulada Siete malos tragos, tantos como relatos la componen.

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Dead Water, de Simon Ings

Dead Water

Dead Water

En 1928 el dirigible Italia, en ruta hacia el Polo Norte, se estrella en el desierto ártico. Entre sus tripulantes se encuentra el joven científico Lothar Eling.  Antes de embarcarse en esa aventura, Lothar se había topado con un fenómeno que, posteriormente, revolucionaría el campo de la física: a base de aguadillas en aguas noruegas descubrió que en el medio marino las capas de agua se superponen según las diferencias de densidad y temperatura (por ejemplo una capa de agua dulce “flotaría” sobre otra de agua salada sin mezclarse), cuya fricción genera el oleaje. Y cuando la hélice de un navío intenta propulsarse mientras permanece sumergida entre fluidos de distinta densidad, dicho navío apenas puede desplazarse, o lo hace a una mínima fracción de su velocidad normal, un fenómeno conocido como agua muerta.

Eric Moyse, un magnate que ha hecho fortuna con la caza de ballenas, encabeza una expedición para rescatar el dirigible y acaba encontrando el libro de notas de Eling, donde éste había anotado y desarrollado teóricamente su descubrimiento. Gracias a dicho libro de notas, el profesor Jakob Dunjfeld, maestro de Lothar Eling, enuncia posteriormente el teorema de circulación de Dunjfeld que, sumado a una revelación crucial durante un bombardeo en Londres en la II Guerra Mundial, permitirá a Eric levantar un imperio de transporte de mercancías por mar, inventando el sistema de contenedores en continua circulación por las rutas marítimas.

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Cómo Minotauro recuerda a Ray Bradbury

El hombre ilustrado

El hombre ilustrado

Después del recuerdo de Ray Bradbury de la semana pasada, toca una de las actividades más amargas en las que reincido de vez en cuando: comprobar el tipo de editorial en que se ha convertido Minotauro.

Como comenté hace siete años cuando cumplió su 50 aniversario, Bradbury fue parte fundamental en su nacimiento. Como testimonio tenemos la entrevista que Julián Díez hizo a Paco Porrúa para el número 23 de la revista Gigamesh, de la que extraigo lo siguiente

¿Cómo llegaste a la ciencia ficción?

Por un medio totalmente ajeno al género. Leí un artículo en el año 1954 en Temps Modernes, la revista que publicaba por entonces Sartre, titulado “Qué es la ciencia ficción”. Para mi fue una sorpresa en un cierto sentido, pero sólo relativa: era como una continuación de lo que había leído en mi juventud, Verne, Wells, Poe, la literatura fantástica argentina… Busqué libros en Buenos Aires y encontré El hombre ilustrado, de Bradbury, que cumplió todas las exigencias que tenía como lector: estilo inspirado y adecuado, imaginación en los argumentos e incluso una ideología que me pareció atractiva. Ya en aquel artículo se trataba a la ciencia ficción como la literatura crítica y Bradbury seguía esa pauta, aunque luego el género la haya perdido en parte

(…)

Nos hemos desviado del tema de cómo te acercaste al género y creaste la editorial.

Después de Bradbury, leí a Sturgeon y Simak. Entonces trabajaba como redactor en una enciclopedia y sentía la necesidad de entrar de un modo más activo en el mundo de los libros. Conseguí un poco de dinero y contraté Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, Ciudad y Más que humano (…).

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Charley´s War, de Pat Mills y Joe Colquhoun

Charley´s War

Hace muchos años tenía fijación con el personaje de Marshal Law, la salvaje sátira de Pat Mills y Kevin O´Neill sobre el superhéroe norteamericano. Seguiré defendiendo la primera miniserie contra viento y marea, sin embargo reconozco que lo que vino después no era muy allá. Pero leyendo el demenciado cross-over Marshal Law vs Hellraiser (seguramente sólo lo recuerdo yo), quedó indeleblemente grabado en mi memoria el relato de un cenobita que rememoraba sus tiempos como soldado en la I Guerra Mundial. Recuerdo sobre todo una ilustración de O´Neill, en la que unos soldados británicos pasaban a bayoneta a unos desdichados alemanes que habían sido encadenados a las ametralladoras para que no pudieran huir.

Así que, como persona aficionada a los relatos morbosos y desquiciados y fan de Pat Mills, que cuando lo hace bien, lo hace MUY BIEN, al enterarme de que el venerable guionista inglés tenía en su haber un folletín antibélico de chorrocientos capítulos sobre las peripecias de un soldado en la I Guerra Mundial, supe que tenía que leerlo sí o sí.

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La tercera expedición (recordando a Ray Bradbury)

Ray Brabdury

Ray Brabdury

Ayer murió Ray Bradbury. Como ejercicio de recuerdo he releído “La tercera expedición”, uno de los primeros relatos Crónicas marcianas. Los tiene mejores (“Vendrán lluvias suaves”, “El ruido de un trueno”, “La fábrica”, “La ciudad”…) pero es el que mejor recuerdo de todos ellos. Su primera lectura me produjo un tremendo desasosiego.

Por si no lo recuerdan, “La tercera expedición” cuenta la llegada a Marte de una nueva oleada de astronautas al planeta rojo que, frente a lo que encontraron las dos primeras expediciones, se toparon un escenario del todo incomprensible: un paisaje poblado por sus memorias de juventud dominado por los lugares donde se criaron, los familiares que murieron años atrás, los objetos que habitaban su cotidaneidad… El medio oeste del primer tercio del siglo XX al que Bradbury consagró obras enteras como El vino del estío.

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