Lobas de Tesalia, de Pilar Pedraza

Lobas de TesaliaComo se habrán imaginado ya, yo de chaval era un niño gordo, introvertido, retraído y asocial (no he cambiado nada), que se pasaba las vacaciones de verano releyendo tebeos y hurgando en la pequeña biblioteca de mi padre en vez de quedar con otros niños para liarnos a piñazos, cazar lagartijas o darle patadas al balón, algo de lo que aún hoy día me arrepiento muchísimo (“Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en vastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes”, escribía Lovecraft en un momento de gran lucidez). Entre mis lecturas preferidas de niño loco se encontraba la Historia Universal del sueco Carl Grimberg, doce pequeños tomos originalmente publicados por la Editorial Daimon en 1967, que desgranaban la tragicomedia humana con rigor escandinavo y que, por una mezcla de aburrimiento y curiosidad, me dio por hojear un día; El alba de la civilización, Grecia, Roma. No pasé de ahí, la Historia Antigua me había volado la cabeza. Lo que primero me atrajo fue la mitología, que me parecía alucinante literatura fantástica años antes de que yo supiera qué era eso. Estaba tan pirao que, como Lovecraft, abracé el paganismo ya de chaval (afortunadamente para mi madre no me dio por levantar altares a Dionisos o sacrificar ranas). Y es que, ¿quién podía creer ya en una religión tan aburrida como el cristianismo después de haber conocido un mundo de Titanes, Dioses, Monstruos (¡hasta robots!) y pasiones desbordadas, amorales y salvajes?. Poco después también aprendí a valorar el relato histórico que también tenía algo de mitológico. Yo aquello me lo leía como el que se lee ahora Juego de Tronos; faraones que encontraban reinas en la tierra del fin del mundo, templos inmensos abarrotados de momias de gatos, monos y cocodrilos, asirios destruyendo Babilonia, palacios en Cnossos, la reina Tomiris ahogando la cabeza de Ciro el Grande en un odre de sangre, las Termópilas, la Anábasis, elefantes trepando por los Pirineos, grotescos asesinatos familiares, la sangre corriendo por el mármol, las legiones conquistando el mundo… En fin, un relato de flipar que releía una y otra vez y que me dejó tarao para toda la vida, como suele ocurrir con todas esas cosas que te fascinan durante la infancia.

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Recomendaciones lectoras para esta Navidad… o para cualquier otro momento

Ahora que estamos inmersos en esa pequeña bacanal del consumo llamada Navidad, alentada por las miles de listas con sugerencias para hacer regalos, no hemos podido resistirnos a poner nuestro pequeño granito de arena para contribuir a la recuperación económica. Hemos preguntado a siete aquilatados lectores (Elia Barceló, Gabriella Campbell, Eva Díaz Riobello, Julián Díez, Alfonso García, Santiago L. Moreno y Ekaitz Ortega) por tres libros para regalar, recibir, leer durante estas Navidades… o cualquier otro momento del año. Tres títulos que merezca la pena ser disfrutados independientemente de su género o su temática, la nacionalidad de su autor o la editorial en que estén publicados. El resultado son estas opciones de lectura, un listado en el cual la práctica totalidad de títulos están disponibles en papel o en formato electrónico. Esperamos que alguno de ellos sean un descubrimiento y podáis disfrutarlos en los próximos días, semanas, meses…

¡Feliz sol invicto!

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El leopardo y la montaña, de Wallace Breem

El leopardo y la montaña

El leopardo y la montaña

La escasas conversaciones que he mantenido sobre Afganistán siempre han derivado hacia lo mismo: cómo en los últimos 200 años cualquier intento de conquista, control exterior, vertebración a la manera occidental han terminado en una ordalía de tiros, traiciones, muerte… Los hechos son tozudos se acuda a la historia reciente (ocupación soviética hace treinta años, la interminable guerra de desgaste en que se ha convertido la lucha contra los talibanes) o a la pasada (los sucesivos intentos de los británicos por controlar el país, cuya máxima expresión fue la aniquilación del ejército británico de Kabul a comienzos de 1842).

En El leopardo y la montaña Wallace Breem se aproxima a las raíces de estos fracasos a partir de uno de los hechos más relevantes de la tercera guerra anglo-afgana: la heroica retirada hacia zona segura de una milicia organizada por los británicos para controlar la pequeña región de Waziristán. Aunque es necesario aclarar que, en su esencia, El leopardo y la montaña es una novela de temática bélica. Una historia que se preocupa por describir con detalle todo lo que rodea a la táctica y estrategia de una contienda: el despliegue de los diferentes pelotones sobre el terreno, la situación de las diferentes ametralladoras para cubrir a las tropas en las sucesivas escaramuzas, las decisiones que su protagonista, Charles Sandeman, toma para permitir la supervivencia un día más de sus hombres… A priori podría parecer un tanto aburrido, pero en sus páginas hay la suficiente riqueza a otros niveles como para que no sea así.

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El enviado de Roma, de Wallace Breem

El enviado de Roma

Hace un par de años, gracias a esta reseña, me hice con El águila en la nieve, de Wallace Breem. A mí, como al autor de la fenomenal reseña enlazada, estas historias fatalistas de last stand men me pirran, sean las Termópilas, los últimos de Filipinas, el amanecer zulú o el amanecer de los muertos. Pero El águila en la nieve no sólo cumplió mis expectativas, sino que las arrasó y entró directamente a formar parte de mi panteón de novelas favoritas. Porque lo que en superficie es una historia de soldados que resisten heroicamente hasta el final, es en realidad el drama, qué digo drama, la terrible tragedia de Máximo, el último general romano digno de tal nombre, un ciudadano y militar entregado a la causa de Roma, un imperio que se despedaza, y que, en virtud del deber, pierde amigos, camaradas, a su propia esposa, todo menos la vida, que finalmente se convierte en una carga que ha de sobrellevar penosamente. No sólo es una novela intensa, áspera, de un terrible fatalismo, sino que Breem es capaz de calzar algunos momentos emotivos realmente devastadores con simples pinceladas; un broche, un bárbaro cruzando el río helado, una muchacha secuestrada, un reproche silencioso a un amigo, un grito desesperado de furia en plena batalla.

En fin, que pocas veces había sufrido como una perra con tanto gusto como con El águila en la nieve; Breem se había convertido en mi nuevo ídolo. Así que claro, corriendo a la tienda a por El enviado de Roma.

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