Extremity, de Daniel Warren Johnson

ExtremityLlevo intentando conseguir este tebeo desde la semana después de su publicación en España. Sin embargo ha resultado imposible; está completamente agotado en la distribuidora y, supongo, los dos ejemplares que quedaban en una librería de Albacete seguirán allí hasta que alguien se entere que en Wallapop se puede vender por 10 o 15 euros por encima de su PVP. El hecho es que la gente del podcast Ansia Viva Cómics ha insistido tanto en él que no me he resistido a comprobarlo sin aguardar a una reimpresión que, estando Planeta Cómic de por medio, cualquiera sabe si llegará. Y joder si les doy la razón; la experiencia creada por Daniel Warren Johnson como autor prácticamente total de Extremity es de primera magnitud.

Esta historia de venganza en un mundo postapocalíptico, de extremidad por extremidad hasta terminar todos mutilados, es un compendio del talento para el dibujo de su autor. Su garra al plasmar las batallas, las peleas, la tortura, las persecuciones es tan potente como su delicadeza al ilustrar las escenas más intimistas, en las que unos jóvenes acogotados por la venganza desatada por su padre buscan alternativas o, simplemente, refugio. Este talento narrativo de Warren Johnson sobresale por encima de la creación del escenario, un mundo postapocalíptico donde diversos clanes rebuscan entre la chatarra para nutrir sus arsenales y parchear una tecnología que han dejado de comprender. Lejos de devaluar el tebeo, este aspecto más vulgar a mitad de camino entre la ciencia ficción y la fantasía, lejos de la complejidad de otros tebeos independientes como el Prophet de Brandon Graham y Simon Roy, beneficia la inmersión.

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La física del universo cinematográfico Marvel, de José Manuel Uría

La física del universo cinematográfico MarvelEs relativamente fácil encontrar libros, vídeos, artículos que se sirven de la ficción para, mediante una mirada a su base científica, exponer aspectos generales o particulares de Física, Química… de manera más o menos didáctica. El atractivo de las novelas y relatos de ciencia ficción, los cómics de superhéroes, las películas de catástrofes… permiten explorar sus posibilidades, analizar sus aciertos y errores, abrir la puerta a una pedagogía establecida muchas veces desde miradas perspicaces y discursos sólidos. Lo que resulta infrecuente es encontrar una propuesta que, a partir de esa ficción, utilice un racionamiento inductivo para extraer conclusiones sobre la base científica que puede reglar ese mundo ficticio. Discutir sobre las leyes físicas imperantes en sus dominios, no necesariamente compatibles con nuestra experiencia. La premisa de éste La física del universo cinematográfico Marvel.

La estructura del ensayo a lo largo de sus 200 páginas es inmutable. José Manuel Uría divide su contenido en secciones (Tecnología Asgardiana, Artes místicas, El planeta viviente…), a su vez segmentadas en artículos de varias páginas. En ellos expone su búsqueda entre las diferentes teorías contemporáneas e hipótesis no descartadas para urdir una explicación a cada fenómeno considerado. La descripción de estas facetas (la naturaleza de Mjolnir, los aparentes poderes mágicos del Doctor Extraño, el origen de Ego…) permite ahondar en los principios relativistas, cosmológicos, cuánticos, termodinámicos… sobre los cuales podría asentarse. Todo para llegar a reunir un conjunto de postulados/principios compatibles con los sucesos vistos en la pantalla. Los cimientos del universo cinematográfico Marvel.

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Wonder Woman. El feminismo como superpoder, de Elisa McCausland

El feminismo como superpoderValorar en España un personaje como Wonder Woman con más de 75 años a sus espaldas es un ejercicio reducido a unos escasos connaisseurs con mucho mucho mucho interés por su figura. De hecho cuando surge en conversaciones suele recibir comentarios entre sexistas y condescendientes, de icono menor respecto a otros surgidos en la misma época. Y en cierta forma es una discusión complicada de establecer por la dificultad de seguir sus cómics en España, casi siempre publicados a salto de mata, sin la contextualización de artículos de fondo que relataran sus orígenes más allá de cuatro datos enciclopédicos. Una nueva desventaja frente a Batman, Superman, El Capitán América o cualquier superhéroe surgido dos décadas más tarde de la factoría de Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko. Estas carencias hacen que este ensayo sea todavía más importante de lo que de por sí es.

Ya sólo por las cien primeras páginas de Wonder Woman. El feminismo como superpoder la lectura merece la pena. Elisa McCausland no sólo toca su génesis y los cimientos que sus creadores, William Moulton Marston y Elizabeth Holloway, le proporcionaron (lo habitual en los ensayos dedicados a un personaje de cómic), sino que ese relato queda sólidamente vinculado con la primera ola de feminismo; un movimiento del cual ambos formaron parte. Marston veía los cómics como el medio más adecuado para introducir una nueva visión del mundo, una perspectiva utópica que impulsaría la sociedad hacia unos valores más igualitarios donde las mujeres fueran conscientes de su poder y escaparan de los estereotipos arraigados y transmitidos por la práctica totalidad de los personajes de la época. Y con el dibujo de Harry G. Peter, eso comenzaron a hacer en 1941.

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Button Man, de John Wagner y Arthur Ranson

En 1990 un grupo de guionistas y dibujantes capitaneados por el patriarca del tebeo británico, Pat Mills, fundaron la revista de historietas semanal Toxic!, básicamente un 2000 AD más violento, grosero y bestia, en el que los autores conservarían los derechos y el control de sus creaciones, cosa que no ocurría en la venerable cabecera británica. Entre los fundadores se encontraban, aparte del propio Mills, el núcleo de 2000 AD; Alan Grant, Kevin O´Neill, Mike MacMahon y John Wagner. Wagner (veteranísmo guionista del que seguramente conocerán la adaptación cinematográfica de su Una historia violenta) propuso Button Man, un proyecto sobre un asesino a sueldo que estaba preparando con Arthur Ranson, quien ya había dibujado unos cuantos capítulos de la serie de la Juez Anderson y su Psi-Division  junto al guionista Alan Grant. Aquí la historia se complica; parece ser que Mills canceló la serie con varios capítulos ya dibujados porque se parecía demasiado a otra creación suya, Accident Man, una historia sobre un asesino a sueldo que acaba adquiriendo conciencia social. Quien fue primero, si Accident o Button, queda para el curioso lector, pero la forma de proceder de Pat Mills no debió ser la mejor, a tenor de lo que cuentan en el prólogo Wagner y, sobre todo, Ranson, que casi llega a alegrarse del fracaso de Toxic! que no llegó ni al año de vida.

En un acto ya cercano a la desesperación, los autores ofrecieron la serie a 2000 AD. Pero como todo el mundo sabe la venerable cabecera británica se especializa en fantasía y ciencia ficción y en un principio Button Man, una serie cercana al género negro, no encajaba en su línea. Pero cuando le presentaron las páginas ya dibujadas por Ranson, a Richard Burton, editor por entonces de la revista, le faltó tiempo para dar luz verde a la publicación de la serie en 1991, serie que finalmente acabó gozando de cierto éxito y varios volúmenes recopilatorios (incluso se barajó una adaptación cinematográfica protagonizada por Leonardo DiCaprio). En 2015 a editorial ECC publicó en España el primero, El juego de la muerte, y en 2016 el segundo, La confesión de Harry Exton. Existe un tercer volumen, Asesino de asesinos, que no comentaré aquí porque acabo de descubrir mientras escribo esta reseña que se publicó en septiembre del año pasado. ¡Aquí en C siempre al día! Y es que la tormenta de publicaciones en la que se ha convertido el mercado del tebeo español no perdona a los que ya tenemos una edad, que vamos con la lengua fuera intentando mantener un ritmo que perdimos hace tiempo.

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El caminante, de Jirō Taniguchi

Leí por primera vez El caminante en un sitio harto improbable; la revista El Víbora de principios de los noventa, publicado creo recordar que por capricho de Josep María Berenguer, editor de la Cúpula, a quien le hacía gracia el contraste con el resto de series de la revista. El caminante apareció de forma incompleta durante cuatro números, junto a las entonces series estrella de la revista, como el ultraviolento Ángel el indeseable, de Iron o las Pequeñas viciosas de Santiago Segura y Jose Antonio Calvo, más desubicado que un monje zen en la mansión Playboy. Pero aquellas cuatro historias me produjeron una profunda impresión, no por su carácter casi alienígena si lo comparábamos con el resto de las historietas con las que compartía páginas, sino por sus valores propios que son muchos y muy valiosos. Porque si la literatura u otras artes narrativas nos proporcionan herramientas que nos permiten reflexionar sobre nuestras experiencias, nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo, El caminante podría ser el ejemplo perfecto de esta afirmación.

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Jirō Taniguchi, In Memoriam

Jirō Taniguchi

Leer cómics en provincias en aquellos tiempos previos a internet, desconectado de la mayor parte de revistas y fanzines, sin librerías especializadas, tenía mucho de búsqueda del tesoro. Peinar un kiosko tras otro los viernes o los sábados en una perpetua sorpresa de no saber qué te ibas a encontrar. Esta impresión se acrecentó cuando llegaron las primeras filas del desembarco manga. Sin referencias. Sin bagaje. Debía tener 18 o 19 años cuando me topé con un tebeo particularmente llamativo: un álbum firmado por dos autores japoneses. Lo estuve hojeando, no tenía mucho texto… Me dejó impactado por su dibujo, cómo secuenciaba la acción a través de una narrativa limpia donde el tiempo se ralentizaba sin, por ello, sacrificar la sensación de movimiento. Una bala golpeaba un espejo en dos viñetas mientras otra disparada simultáneamente viajaba hacia su blanco a lo largo de tres o cuatro páginas. Un asesino descerrajaba un disparo sobre el pecho de un hombre mientras la bala salida de la pistola de su víctima dilataba su trayectoria durante varias páginas, golpeaba el suelo, se deformaba… Me lo llevé para casa.

Hotel Harbour View, que así se titulaba el álbum, fue mi entrada en el mundo de Jirō Taniguchi. También fue mi primer recuerdo cuando el pasado sábado me enteré de su muerte. Una vivencia que forma parte de mi (jarl) narrativa personal y me gusta recordar por su componente de descubrimiento; de disfrute personal cuando los tebeos comprados eran escasos y los releía una y otra vez; de choque cuando llegué al resto de su obra y observé su riqueza y su alejamiento de aquella base criminal. Supongo nacida de su guionista, Natsuko Sekikawa.

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Las cosas de la vida (Integral), de Gérard Lauzier

Hace un par de años ya, la Editorial Fulgencio Pimentel editó finamente un integral que recopilaba los cinco álbumes de Las cosas de la vida, serie de historietas satíricas y costumbristas que Gerard Lauzier publicó en la mítica revista Pilote a lo largo de la segunda mitad de los setenta. Lauzier era uno de los muchos y brillantes humoristas que granaron la historieta francesa de aquella época (Gotlib, Claire Bretécher, Vuillemin, Martin Veyron, Rene Pétillon…), pero que, como muchos de ellos, se encuentra hoy pelín olvidado si exceptuamos a los aficionados más veteranos o más cascarrabias (un cariñoso saludo a Ramón de España). El mercado español de principios de los noventa, cada vez más americanizado y japonizado (tendencia que hay que reconocer que ha cambiado muchísimo, quizá no en ventas, pero sí en oferta, como demuestra esta edición), condenó al olvido a muchos de estos autores, si sobre todo, como es el caso de Lauzier, acabó abandonando los tebeos por el cine. Yo mismo sólo había leído una historia suya hace un porrón de años, ya no recuerdo si en un Cairo, un Cimoc, un Tótem o en el Comix Internacional. Se titulaba “Cenando fuera”, una historieta sobre un tipo que lleva a su mujer a una fiesta organizada por su jefe con el objeto de trepar en la empresa El sarao resulta ser una orgía de intercambio de parejas y para no quedar mal, el protagonista no tiene reparos en animar a su esposa a tirarse a algún desconocido. Como tierno adolescente, aquello me perturbó bastante, es decir, “¿son los adultos, es la vida adulta así?”, me pregunté entre perplejo y escandalizado. “Pues anda que no te queda nada, chaval”, podría haberme contestado el propio Lauzier con una amable sonrisa.

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Hellstar Remina, de Junji Ito

En 1985, el grupo de noise experimental japonés Hanatarash celebró un concierto en el club Tokyo Super Loft, durante el cual el cantante Yamantaka Eye (futuro fundador de los Boredoms) irrumpió en escena atravesando la pared de la parte posterior del local a los mandos de una excavadora. A continuación, arrancó parte del armazón de protección antivuelco del vehículo para lanzárselo al público, manipuló un martillo hidráulico como si fuese un guitar hero de la obra y finalmente varios miembros de la audiencia lograron evitar que arrojara un cóctel molotov sobre lo que quedaba del escenario; un caos de escombros, metal retorcido, amplificadores y la propia excavadora, cuyo combustible se derramaba por el suelo. Yamantaka fue detenido y así terminó otro típico concierto del alegre mundo del japanoise; en el cuartelillo.

Con esta obra cumbre de la performance, Hanatarash no hacían más que continuar con una venerable tradición del rock antes de que se convirtiera en un espectáculo de estadio para toda la familia, es decir, el ruidaco y la provocación escénica como representación del exceso, la pasada de rosca como impactante recurso expresivo y la destrucción como acto creativo. Equivalente a un corte de mangas al opulento mercado del ocio y el entretenimiento de su época, el concierto de la excavadora sería el reverso, mostrenco, povera y peligroso, del colorido j-pop de los ochenta, la edad dorada de las idols. Y leyendo el manga Hellstar Remina, la obra maestra de Junji Ito, enseguida me vinieron a la memoria Hanatarash, su excavadora y la poética de la sobrada.

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Parasyte, de Hitoshi Iwaaki

Aprovechando que Planeta tiene prevista su publicación en castellano para este próximo octubre, es un buen momento como cualquier otro para  recomendar Parasyte, un manga de terror, ciencia ficción y unos cuantos géneros más, que fue serializado desde 1988 a 1995 en la revista para jóvenes adultos Afternoon, y que ha vuelto a gozar de cierta popularidad gracias a una adaptación al anime y otra a imagen real, ambas estrenadas en el 2014. No es de extrañar este redescubrimiento, Parasyte, el manga original, es uno de los tebeos más adictivos que he tenido el placer de echarme al rostro. Y que además no se extiende demasiado, ocho volúmenes en la edición norteamericana de Kodansha del 2011, para una historia perfectamente cerrada que no se estira artificialmente y que siempre va al grano.

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Robocop vs Terminator, de Frank Miller y Walter Simonson

RoboCop vs TerminatorCuando Dark Horse se lio a comprar licencias de películas para producir cómics a finales de los años 80, supongo que pareció la típica maniobra para hacer dinero fácil en un mercado en expansión. No se puede negar que había mucho de ello. Pero lejos de caer en la mera explotación comercial, se preocuparon de poner unos buenos cimientos en los márgenes del todopoderoso cómic de superhéroes con los autores de segunda fila que podían permitirse. Randy Stradley, Phil Norwood, Chris Warner, Mark A. Nelson, Mark Verheiden, Tom Veitch, Cam Kennedy son los primeros nombres asociados a los tebeos de Predator, Alien, Star Wars… Gente en las antípodas de la etiqueta “hot” y, salvo excepciones, con unas carreras de perfil muy bajo, si alguna vez llegaron a despegar.

El número de combinaciones que puedes establecer dentro de cada franquicia está limitado a la flexibilidad del material de partida. Y salvo que tu cerebro sea como el de Alan Moore, estos bichos dan para lo que dan. Sin embargo se hicieron buenos tebeos. En particular guardo un grato recuerdo de la franquicia Alien de la cual salieron una serie de series limitadas con un acusado rasgo de aventura espacial que conducían las historias en una dirección diferente a la que después tomarían en el cine, con los aliens llegando a la Tierra y proliferando por todo el planeta; lanzando ideas que después serían reutilizadas como el uso militar de los bichos por parte de un general zumbado o unos navegantes deseando exterminar a la especie humana mediante esas criaturas. Incluso llegaron a destacar algunas de las combinaciones entre franquicias: el primer Aliens vs Predator, un par de Batman vs Predator, el Tarzan vs Predator o aquel Superman vs Aliens en el que Kevin Nowlan hacía que Dan Jurgens pareciera otra cosa. El resto son de más vergüenza ajena.

Los más significativos fueron traducidos en su momento, a excepción de éste. Paradójicamente uno de los primeros y creado por dos de los autores más señalados surgidos del cómic de los 70. Dos autores totales que durante la década anterior se habían hecho un nombre mayormente poniendo su arte al servicio de personajes de superhéroes de Marvel y DC: Frank Miller y Walter Simonson. Supongo que por un tema de derechos, RoboCop vs Terminator había permanecido inédita hasta hace unos meses. 23 años después de ser publicado. Se dice pronto.

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