Cantante muerto, de Michael Moorcock

Cantante muertoHay en este relato de Michael Moorcock, (sip, relato) un capítulo en el cual un redivivo Jimi Hendrix conversa con el trasunto de un pipa de Hawkwind sobre qué había de auténtico y qué de impostura en sus canciones. Tres páginas magníficas sobre a qué debes dedicar tu arte, hasta qué punto puede haber espacio para carga política en la belleza de una composición musical, qué queda con el paso del tiempo… Este mazazo, escrito en el despertar del sueño contracultural, es el nudo de un argumento que hasta entonces era un cuento fantástico de perfil bajo. El viaje de esa personificación de currela de conciertos, Shakey Mo, y un supuestamente retornado Jimi Hendrix por las carreteras del Reino Unido de mediados de los 70.

Mo, habitual proveedor de Jerry Cornelius, conduce entre la vigilia y la alucinación de las sustancias recreativas por unos lugares apenas transformados por la mano del hombre (Lake District, las Highlands, Skye). Lejos de las interferencias de Londres y ese epicentro que fue Ladbroke Grove, se destila un Easy Rider sobrio, pulcro, mínimo, sin fricciones. El entorno ideal para hacer resonar la manifestación del desengaño tras la desaparición del swinging London, reforzado mediante un último capítulo a la altura de ese diálogo. Un desenlace emocionante y con su carga que me ha hecho olvidar lo poquita cosa que es el libro en la edición de Aristas Martínez.

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Fracasando por placer (XII): Zikkurath nº6, enero de 1982

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La historia de la ciencia ficción está muy condicionada por dos factores relacionados: la relevancia de la participación de los lectores, más significativa que en cualquier otro campo literario hasta tiempos recientes, y la división fundamental que existe entre ellos. Hay tres tipos de personas atraídas por la cf: las que buscan en esencia literatura de aventuras en un escenario futurista o exótico, una temática que durante un prolongado periodo se refugió casi únicamente en nuestro campo, y en rigor es la fundadora del género en cuanto a tal; las que quieren encontrar especulaciones científicas sólidas, que satisfagan su imaginación, que llegaron sobre todo de la mano de Astounding y su revolución, a partir de 1939, y que fue la chispa impulsora de pioneros como Mary Shelley o Verne; y quienes piensan que la cf es una literatura de posibilidades, no convencional, igual que poco convencional para nuestro entendimiento será el futuro (y no hay más que mirar el presente), una puerta que vislumbró Poe en Eureka, a la que quitaron el cerrojo Galaxy y The Magazine of Fantasy & Science Fiction en los cincuenta y que se abrió de par en par en los sesenta.

Por supuesto, hay lectores y escritores que suponen intersecciones de esos conjuntos (el propio Poe escribió también el primer gran cuento hard de la historia, «Un descenso al Maelstrom»), pero los integrantes más fieles de uno u otro bando suelen mirar a los demás con desconfianza. Mi impresión es, además, que cada uno piensa que en realidad los otros dos se entienden entre ellos, con acusaciones claras; para los primeros, los otros dos son finolis que leen cosas difíciles y poco entretenidas; para los segundos, los demás no entienden lo que es la cf de verdad, que se llama CIENCIA ficción al fin y al cabo; y para los terceros, el resto tienen visiones parciales y limitadas de hasta dónde puede llegar un género que hable de lo no real pero verosímil. La convivencia en el mismo territorio de estas distintas versiones es, sin duda, la que dificulta tanto una definición unificada de la cf: se pueden hacer propuestas que atiendan como mucho a dos de esos criterios, pero no a los tres.

En líneas generales, la parte más positiva que creo que aportamos al género los terceros (no creo que a estas alturas nadie que me conozca tenga dudas de en qué grupo me sitúo a priori, por generalizar) fue la ruptura de convencionalismos a distintas escalas. Siempre con lo injusto que resulta hacer generalizaciones, mientras los herederos de Edgar Rice Burroughs y de John W. Campbell estuvieron al mando del cotarro, es cierto que la cf fue hija de su tiempo y de sus convencionalismos; desde el punto de vista de hoy puede considerarte tirando a machista, ocasionalmente xenófoba, sin gran interés por los aspectos literarios etc. Pero, como ya he comentado aquí, eso quedó atrás hace cincuenta y cinco años, se dice pronto. Fue entonces cuando un autor negro y homosexual, Samuel R. Delany, empezó a acaparar premios; cuando uno de los grandes de las etapas anteriores como Frederik Pohl publicaba un relato, «El día millón», que fue considerado casi un clásico instantáneo y hablaba con normalidad de transexualidad, entre otras muchas cosas; cuando toda la comunidad de autores supo que Arthur C. Clarke era homosexual y guardó un respetuoso silencio; cuando empezaron a proliferar las mujeres en las páginas de las revistas, y el feminismo se convirtió en un tema central en la parte del género que más interesaba a la crítica y tiraba del carro creativo.

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Fracasando por placer (VI): Alien nº1, diciembre de 1981

Cabecera Alien

Es una pregunta que surge periódicamente en la cabeza de alguien, por lo general poco informado: si las revistas de cualquier temática suelen ser grandes y con los santos a colores, ¿por qué no hacer una de literatura de ciencia ficción así? Al fin y al cabo, bien lustrosas quedan las ilustraciones de naves, las jamonas espaciales, las esferas de Dyson… Hay otros factores adicionales, como que ese tamaño permite la difusión en quiosco y el cobro de mejores tarifas de publicidad.

Sin embargo, y deseándole lo mejor a la actual Windumanoth, lo cierto es que este razonamiento ha demostrado ser reiteradamente erróneo. Casi todas las revistas más longevas en España (si no consideramos revista a una publicación sin ninguna estructura profesional como BEM, lo que sería otra discusión ya bastante repetida), prácticamente 24 de las 25 más longevas en Estados Unidos, han sido en formato libro o al menos más pequeñas de lo normal en cualquier otro sector, como Gigamesh o Solaris. La inglesa Interzone es casi la única excepción. Las castañas que hemos vivido aquí con este tipo de proyectos, que suelen ser necesariamente aparatosos, han sido curiosas y forman parte de los momentos más divertidos de nuestra intrahistoria.

¿Por qué no suelen funcionar esos experimentos? Básicamente, porque las tiradas exigidas para la distribución en quiosco, que históricamente han sido de varios miles de ejemplares, no se corresponden en modo alguno con el interés el público real. Las revistas de otras temáticas asumen que para vender 50.000 deben imprimir 80.000 y mandar al crematorio 30.000, pero 50.000 ya es un número bueno tanto como ingreso en sí como por lo que permite cobrar a los anunciantes. Imprimir 15.000 para vender con mucha suerte 5.000 no permite una escala equivalente en modo alguno. Y estoy dando datos de los años ochenta, que no se corresponden de ninguna manera con los actuales, tanto por el encogimiento del número de lectores de género como por los del mercado de revistas en sí.

Por otra parte, la publicidad en revistas especializadas tiene la dificultad adicional de cuál es la consideración que tiene el nicho temático tratado para los anunciantes. Lamento comunicar que la percepción tradicional del nicho friki en España fue que éramos la escoria, pobres como ratas y empeñados en comprar cosas totalmente apartadas del mercado publicitario en general.

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