Herederos del tiempo, de Adrian Tchaikovsky

Herederos del tiempoSienta bien que el space opera más tradicional haya tenido una buena acogida entre los lectores de España a través de Herederos del tiempo. No porque los aficionados quedaran sin aventuras espaciales que echarse al gaznate tras la desaparición de La Fucktoría (Becky Chambers, Kameron Hurley…), pero sí como mantenimiento de un caudal en estiaje respecto a la primera década de los dos miles, arrinconado por el imperio de las distopías, los postapocalípticos y, en general, cualquier novela de futuro cercano fácilmente aplicable a nuestro contexto contemporáneo. Sin embargo, también me crea un poco de desazón que la novela que ha acumulado tantos parabienes se mueva en las coordenadas de una space opera neoclásica, donde el escenario, la intriga y, hasta cierto punto, la especulación científico-tecnológica están por delante de otras cuestiones que he aprendido a apreciar de la space opera (post)moderna; lo personajes con múltiples recovecos, el extrañamiento potente, la narración con (algunas) inflexiones en su narrador, la lectura metaficcional de la propia ciencia ficción… Pretender otro Luz a estas alturas del mercado sería entre hacerse un harakiri editorial y proponerse para lapidación en horario de máxima audiencia. Pero me parece una pena que la veta abierta por Banks en La Cultura sea tan escasamente explotada.

Adrian Tchaikovsky se mueve con soltura en este cruce entre La paja en el ojo de dios y Un abismo en el cielo. La referencia no es gratuita; todo Herederos del tiempo es una parque de atracciones sostenido sobre los hombros de una parte sustancial de la aventura espacial de los 70 y los 80. No hay más que ver su guía: la elevación de especies por una inteligencia superior. Una idea que parecía haber caído en desuso en los últimos años y el motivo que empuja a una civilización humana en plena espiral autodestructiva a otro sistema solar. Allí, desde Brin 2 (guiño, guiño) nuestros herederos pretenden convertir una roca inerte en un lugar apto para la vida y elevar unos monos hasta una inteligencia equiparable a la nuestra para gestionarlo hasta el momento de reencontrarse con sus descendientes. El tono en el que se relata todo esto es subterraneamente jocoso, no tanto en el estilo (luego hablaré de él) como en las expresiones grandilocuentes usadas para referirse a un acontecimiento que termina siendo histórico por motivos contrarios a los esperados. Se desencadena un acontecimiento apocalíptico que deja al planeta en un curso de terraformación diferente al proyectado. El momento en el cual las arañas se hacen con la novela y no la sueltan.

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El jardín de infancia, de Geoff Ryman

El jardín de infanciaCuando estuve pensando sobre un clásico que desempolvar y concluir si esa capa polvorienta que lo cubría le hacía justicia me dirigí a las listas de dos premios británicos: los BSFA y el Arthur C. Clarke. Revisando las décadas de los ochenta y noventa un nombre llamó rápidamente mi atención: Geoff Ryman. Ryman es un autor canadiense que desde mediados los ochenta hasta poco después de iniciarse el nuevo siglo hizo casi pleno en los premios más lustrosos de la ciencia ficción internacional: BSFA, Arthur C. Clarke (estos dos por partida doble), así como el Premio Mundial de Fantasia, el Phillip K. Dick, el James Tiptree, Jr. o un Nebula. Un repertorio que llama poderosamente la atención en un nombre que las generaciones actuales mayoritariamente desconocemos.

Hasta hace apenas unas semanas no tenía la más mínima idea de quién era Geoff Ryman. Es muy probable, además, que tú tampoco lo sepas. Pero, ¿por qué teniendo igual o más premios que muchos otros escritores Ryman no aparece en ninguna lista de recomendaciones, ya no solo nacional sino también internacional? En lo que tiene que ver con más allá de los Pirineos quizá no sea un personaje tan desconocido como en España. Sus obras de reeditan de vez en cuando en formato Masterworks donde habitualmente encontramos a los ampliamente considerados clásicos. Incluso recientemente se ha publicado un relato suyo en una nueva antología dedicada al futuro de Londres editada en tierras británicas. Sin embargo, a pesar de mi actual residencia en el Reino Unido, no he escuchado su nombre en los últimos años. Mientras, en lo que se refiere a la publicación en castellano, la suerte editorial de Ryman ha sido dispar: Grupo AJEC, La Factoría de Ideas y Ómicron, además de Ultramar a principios de los noventa. ¿Por qué nadie lo recuerda?

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Herederos del tiempo, de Adrian Tchaikovsky

Herederos del tiempoHerederos del tiempo, primera novela del británico Adrian Tchaikovsky publicada en España, ganó el premio Arthur C. Clarke en 2016 y es uno de los libros de género cuyo lanzamiento ha generado más expectación en los últimos meses. La acción, que comienza en un futuro distante en el que los humanos se disponen a colonizar exoplanetas, se desarrolla a lo largo de decenas de miles de años y sigue dos líneas argumentales distintas: por un lado, el surgimiento de una civilización arácnida a raíz de un proyecto de terraformación fallido. Por otro, las vicisitudes de los ocupantes de la Gilgamesh, una de las “naves arca” que se utilizaron para evacuar la Tierra cuando esta, agostada y envenenada por los efectos de una guerra global, acabó convirtiéndose en un lugar inhabitable.

La novela, una eficaz mezcla entre space ópera y ciencia ficción dura —no desde el punto de vista tecnológico, sino por el rigor y la exhaustividad con los que se abordan los asuntos biológicos y sociológicos—, es inteligente, divertida, ágil y —probablemente su principal virtud— despierta un sentido de la maravilla brutal. Pero hay una enorme diferencia entre la parte dedicada a la sociedad arácnida y la que sigue las andanzas de los últimos supervivientes de la humanidad. La primera es maravillosa, fascinante y absolutamente original: una excelente muestra de lo que una buena historia de ciencia ficción puede llegar a dar de sí cuando el autor lleva el “qué pasaría si” del planteamiento inicial hasta sus últimas consecuencias. La segunda es más irregular y, desde mi punto de vista, impide que Herederos del tiempo llegue a ser una obra redonda.

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El cromosoma Calcuta, de Amitav Ghosh

El cromosoma CalcultaComo si de una muñeca rusa se tratara, hay muchos “cromosomas Calcuta” dentro de El cromosoma Calcuta, la novela de Amitav Ghosh publicada en 1995 y que en España fue editada por Anagrama (hoy está descatalogada, según indica la editorial en su página web). La historia gira en torno al descubrimiento, en la Calcuta de 1897, del mecanismo de transmisión de la malaria a cargo del oficial británico Ronald Ross, un científico inconstante y de vocación tardía cuyas investigaciones, pese a todo, acabaron batiendo a las de expertos a priori mejor preparados y más dedicados y experimentados que él. Su trabajo, que le valió el premio Nobel en 1902, es, pues, el núcleo de esta novela que comienza siendo una suerte de thriller médico futurista para ir evolucionando poco a poco hacia algo más oscuro y, si se quiere, trascendental.

Ghosh propone una intrincada trama en la que, por razones que se irán desvelando (hasta cierto punto) a lo largo de la novela, el descubrimiento de Ross no se debió completamente a méritos propios, sino que sus avances fueron dirigidos por personas que se encargaron de encauzar sus investigaciones en la dirección correcta.

El libro se desarrolla en tres momentos históricos distintos. En un futuro próximo (no muy alejado cronológicamente de nuestra época actual) Antar, un egipcio afincado en Nueva York, trata de averiguar qué fue de Murugan, un experto en la figura de Ronald Ross a quien conoció superficialmente unos años atrás y que se esfumó sin dejar rastro en Calcuta en 1995. En ese mismo año se sitúa la segunda pata de la narración, la que permite al lector acompañar a Murugan durante las horas previas a su desaparición. Por último (a través, fundamentalmente, del relato de Murugan), el lector es transportado también a la India colonial de finales del siglo XIX para conocer detalles acerca de Ross y la manera en la que se desarrollaron sus investigaciones con mosquitos. Las transiciones entre personajes y épocas son constantes y se entrelazan con una naturalidad brillante y sorprendente.

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