Nosotros somos los que estamos bajo sospecha

The NEXT, Nguyen Manh Hung

Esto comenzó como un comentario al pequeño ensayo de Ismael Martínez Biurrun, pero llegado cierto punto era casi tan largo como el artículo original, así que supongo que es mejor que aparezca como un artículo que como una simple respuesta. Espero que no se interprete como un intercambio de golpes, una enmienda a la totalidad de la persona, como parece que han quedado reducidos los debates en estos tiempo de espectáculo televisivo y redes sociales para autoafirmarnos. Es una crítica a ciertos aspectos con los que no coincido, aunque varias ideas de fondo sean las mismas.

Yo, Ismael, con todo el respeto, sí que creo que estás completamente a favor de muchos dogmas neoliberales (especialmente el primar el individualismo frente al colectivismo) tanto por este texto como por otras conversaciones que hemos tenido. Y no pasa nada, ¿eh? Yo también, que me considero ateo y racionalista militante, vivo atormentado por conceptos tan católicos como la culpa y la penitencia. Es algo normal porque nuestra sociedad nos ha alimentado constantemente con estos valores hasta convencernos de que son los correctos. Es muy difícil desprogramarse cuando casi todos los productos culturales y discursos políticos desde los 80 se han centrado en la excepcionalidad del héroe individual, siempre frenado por una masa borrega. De hecho el mensaje más repetido en la literatura juvenil de toda la vida (“Solo no puedes, con amigos sí”) desaparece casi por completo al llegar a la “ficción adulta”. Pocas veces el compañerismo o la compensación de virtudes y defectos con otras personas se nos muestran como algo más deseable que el “sólo tú puedes hacer las cosas bien”. De hecho, las escasas voces discordantes con ese discurso se presentan más en la ficción de género que en la más mainstream.

Dentro de esa loa al individualismo, la figura del Artista es de las más destacables. El Artista se presenta como un tipo brillante, por encima del común de los mortales, dotado de genio creador. Nunca es un tipo vulgar, una persona mediocre como los demás. Sorprendentemente (o no) hoy en día todo el mundo tiene inquietudes artístico-creativas. Tal vez porque el ser humano siempre o casi siempre tiene inquietudes artístico-creativas y el Artista no es para tanto. Sólo un tipo que sabe hacer algo bien, igual que hay gente que mete canastas mejor que otros o que suelda tuberías con virtuosismo rafaelita. Lo que pasa es que ciertos trabajos en esta sociedad se presentan como inherentemente superiores y, por tanto, merecedores de mayor estatus y nivel económico. Es más, hay un cierto pataleo constante al que todos nos hemos entregado que se resume “Cómo ese escritor/músico/actor puede ser millonario y conocido y no yo, que valgo mil veces más”. Porque parece que el artista sólo ha creado algo que funciona si le hace ser famoso, no si le hace disfrutar durante durante su creación. El éxito es, siempre, económico y/o de prestigio. De hecho el mantra “Quiero escribir esto pero como no vende no merece la pena” se repite con insistencia enfermiza entre muchos escritores de género que conozco. Porque parece que no hay que crear la obra que apetece, sino la consumible. Si no, está condenada al fracaso. Al fracaso de ventas, el único que importa.

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El futuro bajo sospecha

Semana de la ciencia ficción en la Complutense“Utopía, capitalismo, distopía y postapocalipsis: narrativa realista en la España actual”: este es el título elegido por Fernando Ángel Moreno para la mesa redonda que tendrá lugar el próximo lunes en la Facultad de Filología de la Complutense, y a la que he sido invitado como castigo por haber escrito una novela distópico-apocalíptica sin encomendarme a Dios ni al diablo. Pues bien, acataré la sentencia con sumo placer.

Seguro que no me equivoco al reconocer en ese título la voz cascada pero radiante de Ursula K. Le Guin, quien, en su reciente discurso de aceptación de la medalla de los National Book Awards, habló de los autores de ciencia ficción como “los realistas de una realidad más amplia”. Dijo más cosas: “Creo que se aproximan tiempos difíciles en los que vamos a necesitar las voces de aquellos escritores que sepan ver alternativas a la forma en que vivimos”. De este llamamiento se podría deducir que Le Guin no ve a su alrededor a autores que estén haciendo eso, imaginar otros mundos posibles, a día de hoy. Pero lo cierto es que sí los hay. Más que nunca. Y no precisamente en la clandestinidad.

Gracias al éxito de sagas juveniles como Los juegos del hambre o Divergente, la literatura distópica vive el momento más popular de toda su historia. ¿Por qué los aficionados no lo estamos celebrando? ¿Por qué se montan mesas redondas en facultades de filología para poner en cuestión el valor de este fenómeno editorial? ¿Se trata de la simple desconfianza de los críticos hacia los títulos de gran impacto comercial? ¿Se trata de la nefasta calidad literaria de los textos, o de algo peor?

Mucho peor. Sobre la literatura distópica se ha cernido la sombra de la sospecha ideológica. Desde distintos foros se ha señalado la existencia de un mensaje latente bajo las peripecias y los fuegos de artificio de estas distopías de moda. Este mensaje dice: no hay alternativa al capitalismo. Toda sociedad planificada desemboca en el totalitarismo o en el caos. Demos gracias por vivir como ciudadanos libres en una economía de mercado, y desconfiemos de quien se nos presente con propuestas utópicas para el futuro.

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El fraude en el etiquetado de la distopía

SelecciónEn alguna ocasión comparé a un crítico o un reseñador con el maitre de un restaurante de lujo. Bien, se trata de una metáfora con bastantes grietas, pero me permite hacer hincapié en varios puntos. Que el chef, el creador, el escritor, es la verdadera estrella; que el maitre sólo es un transmisor y nada más que puede dar cuenta de lo que hacen los verdaderos talentos; y que por tanto su misión es informar al cliente de lo que hay. Parece desaconsejable que un maitre diga que un plato está bueno o no; pero sí debe informar, si se le solicita, de datos como sus ingredientes (por si alguno puede producir una alergia), el modo de preparación, el tipo de sabor… En suma, si el cliente está interesado por el plato y duda de si puede gustarle o no, el maitre debe proporcionarle la información necesaria, con sinceridad, que le permita decidirse. Y también puede darle cuenta de platos que le hayan pasado inadvertidos y se ajusten más a sus gustos, o especialidades del día que no figuren en la carta.

El hecho de que al maitre le guste ese plato o no es relativamente secundario; lo importante es que sepa explicarle a su cliente cómo es para que tome su decisión. Trasladado a nuestro terreno, si comprar y leer o no el libro.

Todo esto es muy periodístico, lo sé; soy periodista y tengo una manera de ver las cosas tan anticuada que ya ni siquiera se estila en el periodismo de ahora, el de enviar las irrelevancias que pueden contarse en 140 caracteres para crearse una “marca personal”. Más allá de esta visión por mi parte de las críticas o reseñas se encuentra el análisis literario, en un terreno totalmente distinto. Es incluso más valioso, pero creo que hay que reservarlo para platos de verdadera entidad y debe hacerse con otro tiempo, con otras aspiraciones.

La cuestión es que el maitre necesita para su explicación utilizar ciertas generalidades. Si el plato es de verduras, de pescado o de carne; si va frito, cocido, asado o la plancha; si es especialmente dulce o picante. Por supuesto, la cocina evoluciona precisamente en la dirección de ofrecer combinaciones sofisticadas; pero siempre existen datos básicos. Si alguien quiere comer pescado, es fácil determinar si un plato es en esencia de pescado o no para ofrecerlo.

Lo que quiero comentar se relaciona con este último punto. Los reseñadores necesitamos etiquetas como medio de informar a nuestros lectores de la condición del libro sobre el que queremos escribir. Las vueltas y revueltas sobre qué es o no ciencia ficción, que en realidad no tienen mayor importancia, son para mí relevantes porque quiero poder explicar con precisión si un libro pertenece a ese género o no, y puedo presentarlo como tal a mis clientes, a quienes confíen en mi criterio.

Se da la circunstancia en los últimos tiempos de que hay una etiqueta dentro de la ciencia ficción que se ha puesto de moda: la de distopía. Ya que estamos entre amigos, me permitirán que me cuelgue una medallita: hace tiempo que dije que esto podía pasar. A mi juicio, el problema de la ciencia ficción es que se empeñó en resultar cada vez menos pertinente para el lector común, centrándose en hechos como la novedad en los temas, que obliga necesariamente a un alambicamiento metarreferencial. La distopía, en cambio, supone una interpretación de nuestra realidad, una proyección de tendencias que observamos hoy en un futuro cercano y plausible.

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Un minuto antes de la oscuridad, de Ismael Martínez Biurrun

Un minuto antes de la oscuridad

De todas las novedades anunciadas por Fantascy para esta primera mitad de 2014 me interesaba sobremanera Un minuto antes de la oscuridad. Una novela que explora una serie de temores tácitamente arraigados entre los lectores de clase trabajadora con ínfulas de clase media. La mayoría de sus personajes se asoman a un abismo construido en base a grandes raciones de rutina e incertidumbre, esperanza y mentira; un cocktail saturado de amargura que funciona como un incisivo reflejo de la España acomodada de hoy en día.

Su puesta en escena incluye varias crisis. La más importante, y a la postre mejor construida, atañe a su pareja protagonista: el matrimonio formado por Ciro y Sole. Ciro es un profesor universitario en un Madrid al borde del colapso. Por el día asiste a su facultad a pesar de que sus aulas se hallan bajo mínimos; la mayoría de sus compañeros y alumnos ya han huido hacia unos refugios en las provincias de la meseta, unos lugares con connotaciones cuasi míticas de los que apenas se sabe nada. Y cuando termina su jornada regresa a los suburbios para reunirse con su familia y sus vecinos; a quemar una basura que ya nadie recoge, comentar las últimas noticias sobre el declive y planificar acciones para resistir hasta la aparición de los brotes verdes, esa luz al final del túnel que no termina de llegar. Su mayor preocupación viene de los ataques de los denominados hawaianos; hordas que deambulan por el extrarradio de la capital mientras atacan a sus habitantes de manera aleatoria. La masa informe a la que nadie hace frente y que amenaza con devorarlos.

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No quieres ser la Minotauro de hace una década

La Tierra larga

Una de Pratchett (y Baxter)

Fantascy es el sello de Random House Mondadori destinado a agrupar los títulos de la editorial que se pueden englobar dentro de la fantasía, la ciencia ficción o el terror. Y, sin pretenderlo, el último jalón del camino en esa eterna búsqueda de una colección de referencia por parte de los aficionados. Lanzarse a hacer valoraciones sobre su rumbo cuando tiene cuatro meses de vida queda en el vasto terreno que abarca de lo difícil a lo injusto; apenas cuentan con un puñado de libros en el mercado, se han comunicado con mucha cautela cuáles serán sus próximos títulos y cualquier juicio está condenado a errar. Pero es interesante comenzar a hablar un poco de las decisiones que toman, de las direcciones que empiezan a seguir, y testar la temperatura del respetable.

Fantascy cuenta con una clara ventaja respecto a otras colecciones surgidas en los últimos tiempos: no parten de cero. El sello engloba desde su inicio los autores de la casa que mejor funcionan: Terry Pratchett, Brent Weeks, Trudi Canavan, Terry Pratchett, mucho menos Paolo Bacigalupi (la repercusión de El cementerio de barcos no tuvo nada que ver con el puntazo de La chica mecánica). Y Terry Pratchett. Una posición de partida fraguada en hormigón armado a prueba de fluctuaciones. También, han apostado para su alumbramiento por cuatro títulos potentes sin escatimar en medios en su promoción: amplia cobertura en la blogsfera, copias de prensa a todo el que las ha solicitado, sorteos varios, presentación en la feria del libro de Madrid, presencia en el festival Celsius de Avilés y, cómo no, en las redes sociales. La cosa promete mantener el nivel tal y como se intuye en sus lanzamientos para los próximos meses.

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El escondite de Grisha, de Ismael Martínez Biurrun

El escondite de Grisha

El escondite de Grisha

Después del relativo éxito de sus dos anteriores novelas, Rojo alma, negro sombra y Mujer abrazada a un cuervo, premios Celsius 2009 y 2011 respectivamente, Ismael Martínez Biurrun da con El escondite de Grisha un paso más en una carrera que gana peso a cada nueva entrega. En ella explora una nueva fórmula narrativa sin sacrificar señas de identidad arraigadas como la solidez en la construcción de sus personajes, el cuidado en la elaboración del lenguaje o el sutil uso de los elementos genéricos para enriquecer la trama.

El escondite de Grisha está contada en primera persona por Olmo, un trabajador recién llegado a una biblioteca de Madrid donde conoce a Grisha. Un joven de poco más de diez años que mantiene un curioso ritual en sus visitas diarias. Olmo y Grisha inician una relación de amistad que les terminará conduciendo hasta Ucrania, el país de donde procede Grisha y en el que se encuentra un niño de su edad con el que mantiene una insólita conexión.

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Infierno nevado, de Ismael Martínez Biurrun

Infierno nevado

Infierno nevado

Infierno nevado es la primera novela publicada de Ismael Martínez Biurrun, un autor prácticamente inédito salvo por su excelente relato “Invasión”, incluido en la última antología Visiones de la AEFCFT. Con este libro, Equipo Sirius edita uno de los títulos más sorprendentemente atractivos y originales del año, una novela histórica con tintes fantásticos y de terror con la que el autor navarro descubre «paisajes e imágenes mitológicas de la que fuera tierra de los vascones». Un libro de apariencia modesta pero que carece de las molestas erratas que han lastrado otros títulos de la colección, y que ha conseguido por méritos propios el pequeño milagro de agotar rápidamente existencias y publicar una segunda edición. Las razones de su éxito –medido, eso sí, en términos de las modestas tiradas del fantástico– radican a mi juicio en la notable mejora técnica y de distribución del producto y, muy especialmente, en las virtudes como narrador de Martínez Biurrun, que ha sabido ofrecer un argumento de interés para colectivos tan diversos como los aficionados al fantástico, a la novela histórica e, incluso, a la historia local. Pero no adelantemos acontecimientos y presentemos convenientemente la novela.

Durante años, el antiguo legionario Lucio Celio Rufo había vivido en paz al abrigo de la locura, desde que fuera encontrado medio congelado en una cañada del Pirineo navarro. Pero un encuentro fortuito con otro superviviente le impulsa a sacar a la luz los trágicos acontecimientos de los que fue testigo. Esa misma noche comienza el relato escrito de su terrible experiencia…

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