Esto comenzó como un comentario al pequeño ensayo de Ismael Martínez Biurrun, pero llegado cierto punto era casi tan largo como el artículo original, así que supongo que es mejor que aparezca como un artículo que como una simple respuesta. Espero que no se interprete como un intercambio de golpes, una enmienda a la totalidad de la persona, como parece que han quedado reducidos los debates en estos tiempo de espectáculo televisivo y redes sociales para autoafirmarnos. Es una crítica a ciertos aspectos con los que no coincido, aunque varias ideas de fondo sean las mismas.
Yo, Ismael, con todo el respeto, sí que creo que estás completamente a favor de muchos dogmas neoliberales (especialmente el primar el individualismo frente al colectivismo) tanto por este texto como por otras conversaciones que hemos tenido. Y no pasa nada, ¿eh? Yo también, que me considero ateo y racionalista militante, vivo atormentado por conceptos tan católicos como la culpa y la penitencia. Es algo normal porque nuestra sociedad nos ha alimentado constantemente con estos valores hasta convencernos de que son los correctos. Es muy difícil desprogramarse cuando casi todos los productos culturales y discursos políticos desde los 80 se han centrado en la excepcionalidad del héroe individual, siempre frenado por una masa borrega. De hecho el mensaje más repetido en la literatura juvenil de toda la vida (“Solo no puedes, con amigos sí”) desaparece casi por completo al llegar a la “ficción adulta”. Pocas veces el compañerismo o la compensación de virtudes y defectos con otras personas se nos muestran como algo más deseable que el “sólo tú puedes hacer las cosas bien”. De hecho, las escasas voces discordantes con ese discurso se presentan más en la ficción de género que en la más mainstream.
Dentro de esa loa al individualismo, la figura del Artista es de las más destacables. El Artista se presenta como un tipo brillante, por encima del común de los mortales, dotado de genio creador. Nunca es un tipo vulgar, una persona mediocre como los demás. Sorprendentemente (o no) hoy en día todo el mundo tiene inquietudes artístico-creativas. Tal vez porque el ser humano siempre o casi siempre tiene inquietudes artístico-creativas y el Artista no es para tanto. Sólo un tipo que sabe hacer algo bien, igual que hay gente que mete canastas mejor que otros o que suelda tuberías con virtuosismo rafaelita. Lo que pasa es que ciertos trabajos en esta sociedad se presentan como inherentemente superiores y, por tanto, merecedores de mayor estatus y nivel económico. Es más, hay un cierto pataleo constante al que todos nos hemos entregado que se resume “Cómo ese escritor/músico/actor puede ser millonario y conocido y no yo, que valgo mil veces más”. Porque parece que el artista sólo ha creado algo que funciona si le hace ser famoso, no si le hace disfrutar durante durante su creación. El éxito es, siempre, económico y/o de prestigio. De hecho el mantra “Quiero escribir esto pero como no vende no merece la pena” se repite con insistencia enfermiza entre muchos escritores de género que conozco. Porque parece que no hay que crear la obra que apetece, sino la consumible. Si no, está condenada al fracaso. Al fracaso de ventas, el único que importa.
Esta eterna búsqueda del éxito y el discurso que lo asocie inevitablemente al mérito y al trabajo duro, nunca al azar o la herencia (un simple mecanismo de perpetuación del poder, la meritocracia es imposible cuando la carrera para unos es de 100 metros y para otros una maratón) se da en todos los trabajos, no sólo los creativos y lo único que produce es una eterna insatisfacción y una sensación de fracaso permanente, especialmente en tiempos de crisis. En ese contexto la gente se refugia en obras escapistas y de aventuras, como escribía Julián Díez en su comentario. Pero lo cierto es que gran parte de las obras de género más conocidas hoy serían clasificadas como literatura juvenil. Por su uso del lenguaje, por sus presupuestos argumentales, por su carácter escapista y por el tipo de personajes que aparecen en ellas. Cuando la realidad es tan dura como es, es normal refugiarse en mundos imaginarios mejores que el nuestro. No tiene nada de extraño ni nada de vergonzoso. Igual que a veces apetece más un bocadillo de jamón que un plato elaborado, en ocasiones apetece más ver Pacific Rim que Her. Puede ser un problema si uno sólo se alimenta de bocadillos de jamón, pero también es cierto que el que disfruta por igual de todos los platos posibles tiende a tener una vida más plena. Lo que hay que hacer no es criticar al que sólo come jamón. Es explicarle que hay más cosas ahí fuera. Y nunca desde la superioridad, porque no hay nada peor que el típico tópico que viene a “explicarte cómo son las cosas”. Lo sé porque yo lo soy bastante.
No voy a entrar en el tema novelas distópico-apocalípticas-llámelo usted como le apetezca (un debate, el de la taxonomía, que le dejo a personas más capaces y más interesadas) demasiado. Sólo decir que estoy bastante de acuerdo con el hecho de que no son antisistema, no son rompedoras. Ni la literatura Z, que se dedica a hacer refritos de todo lo que en su día exploró Romero con sus películas, ni las novelas postapocalípticas publicadas tanto dentro como fuera del género dicen algo nuevo. Pueden poner en el foco más al superviviente, como dice Ismael que hace él, pero son más de lo mismo. De hecho me sorprende criticar la falta de originalidad para luego acabar hablando de que es original hacer cosas nuevas dentro de caminos ya trillados. Si algo pasa en el cómic estadounidense es que se aprovechan conceptos ya existentes y, a veces, se les dan enfoques nuevos, pero eso mismo es lo que sucede con casi todas las nuevas novelas, incluyendo algunas verdaderamente notables como La carretera. Misma historia, mismo argumento, distinto tratamiento. La Idea, el Concepto, es tan importante como la mirada sobre la que él se impone.
El marxismo tal como se concibió en el XIX no tiene tanto sentido hoy en día. Pero sobre esa misma idea se puede dar una vuelta de tuerca y ver nuevas cosas. ¿Qué pasa si junto a la hoz y el martillo apareciera un teclado de ordenador y una caja registradora? La búsqueda de la Gran Idea no es tan importante, aunque desde la ciencia ficción (sobre todo) se siga pensando en ella como el Santo Grial. Isaac Newton decía ya que caminaba sobre hombros de gigantes y encaramándonos a ellos podemos llegar más lejos. ¿Por qué voy a renunciar al cyberpunk o personajes arquetípicos cuando son instrumentos más que válidos para hacer cosas novedosas? Especialmente cuando esos arquetipos existen porque son exitosos y funcionan. Han Solo es el capitán de la Serenity, todos lo sabemos. Y no pasa nada. Porque la originalidad no reside tanto en crear un nuevo Han Solo como en explicar qué sucede con el héroe revolucionario cuando tiene que convertirse en ministro de Defensa de la Nueva República y enfrentarse a la corrupción crónica de los funcionarios galácticos.
Y es que, aprovechando que Ismael cita a Zizek, me valgo de Antonio Gramsci (hoy más que nunca reivindicado por Pablo Iglesias y el resto de gente asociada a la fundación de Podemos) y su concepto de hegemonía cultural para reforzar un punto con el que estoy muy de acuerdo y que parece que Ismael trata como una boutade del esloveno. La realidad es que la hegemonía total y absoluta es la del individuo triunfante y que sólo existe este camino. Soñar con algo distinto nos está vedado porque no hay alternativa. El sistema son lentejas. Sólo que, como pasaba en mi casa, no las puedes dejar; te las comes y punto. O eso es lo que te cuentan. Y, de nuevo Gramsci, lo que debe hacer el escritor, como cualquier “intelectual orgánico”, es comprometerse con la sociedad y no sólo con su obra (vamos, consigo mismo). Luchar contra la implacable maquinaria del sistema. Jack London también escribió una novela distópica, allá en 1912, en la que prevenía de la llegada del fascismo y era militantemente socialista (socialista de 1912, claro, no lo de ahora). El talón de hierro es abiertamente panfletaria, quizá hasta aburrida desde una perspectiva actual, pero no por ello menos necesaria. Como Ambiente de Jack Womack, una obra concebida en el reaganismo y thatcherismo y por eso de rabiosa actualidad hoy en día. Si son necesarias es porque el Artista no es más que el Obrero, y por eso mismo no debería permanecer ajeno a lo que sucede en la sociedad.
Creo que en eso Ismael y yo sí estamos de acuerdo.
Algo parecido pasa con la literatura y la creación en general. Repetimos ciertos caminos trillados, y tratamos de romper la idea de que no hay nada nuevo desde que Homero contó La Odisea, la historia de un señor que tenía que volver a su casa en Ítaca. Pero repetimos sus fórmulas. No hablamos de Circe enamorada y condenada toda la eternidad a ser vista como una femme fatale, ni del cíclope que ahora está ciego y necesita un bastón para moverse por su isla, ni de los sentimientos y las dudas de la paciente Penélope abandonada por su marido. Siempre nos centramos en el héroe que todo lo puede. Porque hemos sido programados para ello. Y no sabemos salir de allí. En eso también estoy de acuerdo con Ismael. Con lo que disiento es que eso sea lo importante y no la sociedad futura en la que viven. Sólo somos capaces de concebir sociedades hipercapitalistas (hay hasta un premio, el Prometheus, que reconoce a la mejor novela que presenta un futuro utópico anarcocapitalista libre de injerencias del estado), o, incluso peor, neomedievales por la vía del Imperio Galáctico e incluso tribales tras el postapocalipsis. Nos quedamos estancados ahí. Es sintomático. Como lo es que la mente-colmena, el supremo ente colectivo, sea siempre el villano. A mí me parece el final más brillante al que poder aspirar como especie.
Tal vez el futuro está bajo sospecha porque no nos atrevemos a imaginar otra cosa que la que hay ahora. Pero, más bien al revés, hay muchas cosas ahora además de la miseria dominante. Ahí fuera hay gente que está haciéndose implantes para tener nuevos sentidos (oír los colores, las wifis, sentir los campos magnéticos o monitorizar sus constantes vitales). Hay monedas electrónicas que pretenden acabar con los bancos centrales. Taxis privados que se solicitan desde un teléfono móvil. Hay sondas que se posan en cometas. Robots-culo. Hay gente que ensaya nuevas formas de economía. Hay miles de cosas que no se han probado y miles de cosas que pueden volver a probarse con un enfoque nuevo y renovado. Algunas funcionarán y nos harán mejorar, otras serán perjudiciales y otras no lograrán absolutamente nada. Pero es necesario atreverse a tenerlas y seguirlas. Hay gente que lo está haciendo. Lo que deberíamos es sacudirnos el shock de una vez, abrazar el cambio y resetear todo. Pero nos da tanto miedo que seguimos sin hacerlo.
El futuro no está bajo sospecha. Lo que está bajo sospecha es salirse del futuro marcado desde arriba. Y el camino a ese futuro nos lo han grabado tan a fuego que nos parece imposible ir por otro. La ciencia ficción siempre ha sido más un género de prevenir sobre lo malo, otra cosa en la que coincido con Julián Díez. Pero tal vez debería, ahora más que nunca, proponer otras cosas. En eso, como en la necesidad de examinar las creencias, coincido con Ismael. Lo que pasa es que tengo la sensación que los caminos en los cuales creemos para llegar a ese punto son distintos. Si el novelista no baja al barro y las barricadas y sigue habitando el Parnaso de las ideas, no va a llegar a la gente. Si sigue pensando más en su cuenta corriente que en su integridad artística, no va a llegar a la gente. Si sigue pensando que el teclado de ordenador está alejado de la hoz, el martillo y la caja registradora, está condenado a cumplir las propias profecías autoapocalípticas que trata de prevenir.
No deberíamos tener miedo a soñar más grande. No deberíamos tener miedo a ser incómodos y dejar de ser publicados por editoriales grandes. No deberíamos tener miedo a aceptar nuestra falta de excepcionalidad. Deberíamos ser capaces de superar nuestras contradicciones. Los escritores de género han vivido siempre en los márgenes de lo comercial. Ahora que han triunfado parece que han limado sus uñas. Como la gente que está probando cosas nuevas, es cosa del escritor arriesgarse. Porque el futuro no es el que está bajo sospecha. Somos nosotros, como especie, los que estamos bajo la terrible sospecha de no ser capaces de llegar a un futuro que merezca la pena ser vivido. Y el escritor de género debe ponerse el mono de albañil y empezar a poner ladrillos para construir el edificio del mañana, no ser el jubilado que grita desde la verja “Lo estás haciendo todo mal”.
Yo lo que tenía que hacer es ponerme a escribir y no meterme en estos jardines. Pero bueno, puestos a procrastinar, mejor aquí que en facebook. Así que vamos allá.
Salvo la memez de que estoy a favor de dogmas neoliberales porque mis escritos se centran más en el individuo que en el colectivo (cosa muy cierta), estoy de acuerdo con mucho de lo que dices, Joserra, y te agradezco que te hayas tomado el tiempo para contestar tan brillantemente a mi texto.
Yo creo que el error de partida está en juzgar la ficción como si fuera una herramienta de construcción social. No lo es. En todo caso de demolición. ¿Por qué? Porque la utopía pertenece al orden de creación filosófica o política, pero no es buen material para la creación literaria. Incluso diría que el pensamiento narrativo y el pensamiento utópico son contrarios, porque uno se fundamenta en la búsqueda del conflicto y el otro en la anulación de todo conflicto. Podríamos, como el filósofo, describir una isla o un mundo imaginario absolutamente ideales, pero desde el momento en que se introduce la narración en ese escenario ya la hemos liado; basta con que uno de sus habitantes comience a sentirse injustamente tratado —más aún si se trata del protagonista, es decir, de mí— para que la utopía se convierta automáticamente en distopía.
Solo soy capaz de imaginar dos clases de narraciones utópicas más o menos funcionales, y ambas son tramposas: en una, describiríamos efectivamente el mejor de los mundos posibles, donde hay justicia, libertad, bienestar universal, etcétera…, pero nuestro protagonista sufriría alguna clase de paranoia o desequilibrio que le impediría ser feliz, o bien creería que está siendo injustamente tratado, por lo que padecería —y nosotros con él— un conflicto imaginario como si fuera real. Es posible que existan libros o películas que aborden esta clase de distopía mental, pero apuesto a que son escasos y de poco interés. La otra opción es un relato distópico con final feliz, es decir: después de una serie de avatares heroicos, nuestro prota logra triunfar y favorecer el establecimiento de un nuevo orden utópico. Claro. Pero más nos vale colocar rápidamente el punto final a esa historia. Porque en cuanto pasemos la página, sin ninguna duda, surgirán los problemas…
Por eso insisto: el trabajo del novelista no es ser optimista y proponer futuros mejores, sino justamente problematizar el presente, aunque lo haga desde supuestos mundos alternativos. Además, ¿a quién se le ocurre reclamar virtud e inspiración política a un Artista —como tú los denominas—, gente bien conocida por su egocentrismo y sus hábitos de vida tan poco ejemplares? Estáis locos. Para proponer soluciones políticas se inventó la política. Y no hay nada más lamentable que una novela demasiado consciente de su mensaje ideológico, una novela panfletaria. Qué espanto. Si te refieres a eso con lo de “ponerse el mono de albañil y empezar a poner ladrillos para construir el edificio del mañana”, desde luego no contéis conmigo. (Imagino que Gramsci hablaba del compromiso del artista como ciudadano, como sujeto político —totalmente de acuerdo en eso, pero igual se aplica a un taxista o a un profesor—, no como creador de relatos políticos, ¿o sí?)
Te veo obsesionado con el tema del éxito y la marginalidad. Pues bien, una de las reflexiones más sorprendentes e interesantes de la mesa redonda del pasado lunes (donde hice poco más que escuchar y aprender) fue la siguiente: en contra de lo que denuncian los artículos que yo recogí en mi post, distopías como Los juegos del hambre encierran un mensaje de cierto valor subversivo, no precisamente individualista ni neoliberal, y han triunfado a pesar de la ideología dominante (o incluso gracias a ella, ya que el sacrosanto objetivo de vender libros se ha impuesto a cualquier interpretación inconveniente de sus historias). Y no ha sido un autor marginal antisistema, sino una autora comercial “de segunda línea” (en palabras de Julián Díez) quien ha tenido la perspicacia y el talento necesarios para dar con esta historia “social” capaz de calar en millones de personas de un modo incontestable. Nos parezca mejor o peor literatura, es evidente que ha sabido dar con la tecla, ha encontrado una resonancia especial, quizá relacionada con la percepción que comienza a invadirnos a todos de vivir ya en una realidad distópica.
(Personalmente, me sigue costando tomarme estas historias como mucho más que aventuras juveniles, pero me encantó la falta de prejuicios literarios con que los expertos —desde otros campos más amplios, filología, filosofía, política— asumieron y diseccionaron su contenido. Lástima que no estuvieras en aquella mesa…)
En todo caso, ahí queda esa lanza rota por el mainstream.
No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación: “La Idea, el Concepto, es tan importante como la mirada sobre la que él se impone”. Lo suscribo al 150%.
No sé si recuerdas cierta conversación que mantuvimos hace un par de años, cerveza en mano, después de una presentación en Estudio en Escarlata. Te conté que estaba pensando escribir una historia de clones, pero que me daba miedo porque el tema ya ha sido abordado cientos de veces. “Sí, es cierto, hay miles de novelas sobre eso”, me confirmaste. Luego diste un trago, te encogiste de hombros y añadiste: “¿Y qué?”
Si no fuera por ese ¿y qué? ya nadie escribiría novelas. Todos los temas ya han sido explorados de una forma u otra. Salvo, quizá, los robots-culo.
Y después de teclear las palabras robot-culo me temo que ya no soy capaz de seguir razonando. Otro día más.
Bueno, creo que en los aspectos más literarios estamos de acuerdo y en los, digamos, de tipo social estamos en desacuerdo. Y es una cosa que tiende a ser irreconciliable, pero para eso somos artistas diletantes y nos gusta discutir de estas cosas, ¿no? 🙂
La utopía es, hasta por etimología (no lugar), inalcanzable. Evidentemente la sociedad perfecta para todos no existe. La política y la economía, en teoría, nacen para eso. Su función es maximizar la felicidad. Ciertamente, la utopía de diez millones de españoles puede ser la distopía de la familia Botín. Y la utopía de miles de millones de personas, la distopía de nosotros, europeos privilegiados. Yo soy varón, caucásico y heterosexual (por ahora, tras la Singularidad nadie lo sabe), y soy consciente que por estos tres motivos llevo mejor vida que un montón de personas. La maximización de mi felicidad como individuo entra en conflicto a veces con la maximización de la felicidad de los habitantes del planeta. Porque la utopía perfecta no existe, igual que la distopía perfecta con un gobierno con una aprobación del 0% de la ciudadanía tampoco. Aunque ahora todos vayan de luchadores antifranquistas en España y todo el mundo estuviera en la Resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que esos gobiernos se mantenían entre una cierta paz social. Por los mismos motivos, cierto tipo de sociedad será odiada por aquellos que pierdan sus privilegios, adquiridos merecidamente o no. Una cosa es ser idealista y otra ingenuo.
El ejemplo paradigmático de esto en la CF es la Cultura de Banks. De hecho en “Pensad en Flebas”, el primer libro, son los villanos. Y se nos presentan como tal con críticas perfectamente válidas. Eso es lo grande de Banks. Propone otra sociedad, te la presenta como la mala de la historia y al final terminas pensando que para ser los malos, son mejores que los buenos. Claro que por eso él era un gran escritor y yo un amateur. Algo parecido pasa con “Los desposeídos” de Ursula K. Le Guin, subtitulada, precisamete “Una utopía ambigua”, donde hay una crítica al tipo de sociedad que propugna porque la perfección no existe. Pero creo que ellos, como yo, ven que la CF es un gran vehículo para proponer este tipo de ideas. Para mi desgracia, ahí acaban nuestras similitudes como autores.
Porque aunque coincido contigo en que el panfletarismo es malo, la exposición de ideas sociales está en la base de la CF. Hasta en la hard, que pretende, al menos en parte, realizar divulgación científica. Hasta en el space opera más pulp, que nos transmite el ansia de explorar nuevos mundos. En El sueño de hierro Norman Spinrad recrea la novela de ciencia-ficción que haría Hitler. Y se nota. Igual que hay ideas abiertamente anarcocapitalistas en la trilogía de La edad de oro de John C. Wright y me lo pasé muy bien con ella, ojo, aunque los valores que transmita son opuestos a mi ética. Porque Hombres somos, y nada del mundo no es ajeno. Incluso cuando escribimos aventuras. Eso lo deben notar los demás al leer, porque la objetividad pura también es algo inalcanzable.
Sobre la destrucción y la creación, la realidad es que si nos ponemos zen, como decías en tu artículo son lo mismo. Destruir lo que no nos gusta (homofobia y machismo, por ejemplo) crea cosas nuevas al mismo tiempo (una sociedad más igualitaria). No creo que haya que renunciar a la destrucción ni seré yo el que lo haga, porque no doy para tanto. Pero sí creo que deberíamos poner algo más de énfasis en la creación de lo que queremos que venga después, no solo en lo que queremos evitar que suceda. Y trabajar para conseguirlo.
Y lo de las cervezas es lo suyo siempre para discutir estas cosas, sí.
Toda la razón. Lo propio de la ciencia ficción es, incluso más que la especulación tecnológica, la ideación de sociedades alternativas. Así ha sido siempre y así seguirá siendo, por suerte. Y si me dices que la utopía y la distopía se confunden, en función del punto de vista, ya no puedo estar más de acuerdo.
Lo que no acepto, por resumir y zanjar, es que las ficciones distópicas más apocalípticas sean consideradas nocivas, paralizadoras o emisoras de mensajes conservadores, la doctrina del shock y blablablá. Me parece un análisis equivocado, como ya he explicado.
Ahora que hablen otros, venga.
Un saludo…
Yo lo que interpreto de esa frase de Zizek es que no podemos imaginar que el colapso de esta sociedad lleve a otra cosa que no sea la barbarie. Como decía Brecht “Instruído por impacientes maestros, el pobre oye que es éste el mejor de los mundos, y que la gotera del techo de su cuarto fue prevista por Dios en persona”. Lo que venga después tiene que ser, inevitablemente, peor. Sé que resulta difícil de concebir un postapocalipsis feliz, pero el fin de ciertas cosas no tiene por qué ser el fin de todo. Cuando el único renacimiento que se concibe es uno más tenebroso, se contribuye a la parálisis. Porque parece que no hay nada mejor que esto.
Desde luego no tiene por qué ser su intención. Igual que las abuelas y las madres no pretenden irritar o agobiar cuando te preguntan cuándo te vas echar novia/tener hijos/salirte un trabajo. Se preocupan por ti. Eso no significa que produzcan más presión que sensación de sentir que alguien se preocupa por ti. Algo parecido siento que pasa con el boom de la ficción postapocalíptica reciente.
Reconozco que tengo un problema con las utopías. Las que conozco en sentido estricto fueron escritas a finales del siglo XIX (Noticias de ninguna parte, El año 2000). Todas apuntan en la dirección indicada por Ismael; presentaciones de una supuesta sociedad ideal que, supongo, en su momento tuvieron alto vuelo imaginativo y hoy sólo puedo leer en diagonal.
Con las utopías ambiguas de las que habla José Ramón me surge otro problema: terminan siendo un poco tramposillas. Le Guin, en una novela que me encanta, plantea su sociedad anarquista centrada en la pobreza y la contrapone al lado de un sistema capitalista podrido hasta la médula; supongo que como nosotros. Quizás hubiera sido más interesante contraponerla a una sociedad capitalista más equilibrada o, como indica Pringle en su guía, en un entorno más rico.
Es un asunto que también presentan historias que se acercan a la utopía reaccionaria. Hace un rato he recordado Juramento de fidelidad, de Larry Niven y el hombre que está a la derecha de Genghis Khan (Jerry Pournelle). La parte central de la novela es presentar una posible nueva sociedad neofeudal en una arcología ideal de la muerte que, para que destaque, se pone al lado de un grupo de corruptos, envidiosos y saboteadores cuya única aspiración es verles hundirse en su miseria.
(las novelas de Banks me las tomo como space opera; en el fondo después de la singularidad, con acceso a fuentes casi infinitas de energía, todo es como mucho más fácil)
No te falta razón en lo de Los desposeídos, pero curiosamente cuando recuerdo esa novela, siempre me quedo en cómo LeGuin construye su sociedad anarquista y la hace viable, creo que ese aspecto se impone a todo lo demás.
En lo de Banks te doy la razón, creo que él mismo lo reconocía en su artículo sobre La Cultura.
Me ha venido a la mente “Las edades de la luz” de McDonald y su steampunk revolucionario, aunque si no recuerdo mal, la novela termina justo cuando empieza lo que Joserra reclama en su artículo. Aún así tengo buen recuerdo de ella.
Bueno, la cosa sería incluso: ¿se mide la felicidad en watios consumidos o en segundos dedicados a hacer lo que te apetece? Una sociedad menos abundante y más relajada es también una utopía ambigua. A eso me refiero con la búsqueda de cosas nuevas y estimulantes con respecto a la sociedad en la que vivimos y cómo creo que la CF puede contribuir a hacer calar esas ideas en el imaginario colectivo.
Se ha dicho muchas veces, valga una más: la ciencia ficción no es predictiva, sino reactiva; no predice lo nuevo que va a venir, sino que señala lo malo (o bueno) que tenemos ahora. También se ha dicho a menudo: en la ciencia ficción los escenarios, las sociedades, son los auténticos protagonistas. Soy pesimista, al igual que nunca la ciencia ficción, salvo por pura casualidad, acertó con el futuro, tampoco ahora nos va a indicar el camino correcto. Lo que sí que hará, y con tanta potencia como siempre sino más, será señalar lo que está mal ahora, los caminos erróneos, las falsas esperanzas, los trileros del poder, las manipulaciones y el shock, sí el shock del futuro, tanto de su defecto como de su ausencia. Ahí es y será siempre el género rey, al igual que la novela negra es el género de la crítica social y el terror la literatura de los traumas y sus efectos, la ciencia ficción es la literatura que nos enseña que es el presente por comparación con un futuro de contraste.
De acuerdo en lo de la comercialidad y el miedo a ser fiel a tus propias neuras, a tus necesidades creativas. Es general, nadie sabe como conseguir la “profesionalidad”, “vivir de la creación”. Igual es que no se puede y el breve tiempo en que los creadores se hicieron profesionales ha pasado y ahora toca el mecenazgo o la simultaneidad de tareas para llevarse un plato a la mesa. Antes no era así, durante un par de siglos sí parece que ha existido esa figura hiperespecializada, el autor profesional, pero lo mismo ya no es posible tal y como lo concebimos. O sí, quizá eso también de para un relato de ciencia ficción.
Es que no lo veo tanto como profecía. Digamos que ciertas cosas se cuelan y dibujan un futuro distinto. Star Trek es más oracular de lo que nos creemos. Hoy los blancos y las negras se pueden besar. Hay asiáticos, rusos, autistas no muy empáticos y sanos chicos de Arkansas en el puente de mando. Tus enemigos pueden ser tus aliados. A eso me refiero con que la CF siempre lleva, ímplicitamente una ideología.
No es entrar en el debate de “es de izquierda o de derecha”. La tecnofilia tiene sus cosas buenas, y disfruto un huevo con, por ejemplo, Accelerando, para mí es como un reverso luminoso de Neuromante. Por supuesto que no lo creo una utopía, ni siquiera creo que sea oracular, pero me da también nuevas ideas para el futuro. Porque la CF ha sido también un acicate para las nuevas ideas. Y hacen falta. Muchas.
Suscribo este primer párrafo de Eduardo hasta la última coma. No se puede decir más claro.
Un saludo.
Joserra, sobre el artista comprometido con su entorno social y la construcción del futuro, te recomiendo muchísimo “El tapiz de Malacia”, de Brian Aldiss, que aparte de ser una novela estupenda, coincide con tus tesis y seguramente te mole. Por mi parte, en este tema me sitúo en la ekidistanzia; creo instintivamente que los artistas tienen que hablar de lo que les salga de la polla, de lo que conozcan, les preocupe y les interese, que no tienen responsabilidad social. Pero por otro lado también entiendo tu posición, es cierto que apenas hay novelas que imaginen otra organización económica y social posible. Supongo que es reflejo de un bloqueo general que sufrimos como sociedad y que romperlo se me antoja una tarea titánica. Pero bueno, se van viendo brechas en el sistema y quizá se puedan aprovechar, aunque no sé muy bien cómo.
Sobre el tema del individualismo y el colectivismo en las distopías juveniles… No he leído las novelas de los “Juegos del Hambre”, ni he visto las películas, pero desde que escribo en la página he reseñado tres “young adult”, tres novelas de cf y fantasía juvenil (“Alif el invisible”, de Willow Wilson, “El cementerio de barcos”, de Bacigalupi y “Ready Player One”, de Ernest Cline, las dos últimas distópicas) y el héroe individualista que aparece en ellas es el héroe prototípico en búsqueda mística. Vamos, que son historias del “héroe de las mil caras” (la teoría de Joseph Campbell que todos conocéis y con la que doy la brasa en todas mis reseñas, no he podido superar el mítico artículo de Spinrad en Gigamesh). Son, en cierto modo, historias donde el colectivo está sublimado, o representado, en ese héroe prototípico que sirve de inspiración heroica. Entendiendo heroico no como ir dando mamporros por ahí, sino que el “héroe” es un tipo corriente, el hombre (lo siento, casi siempre es un hombre, es triste pero es así) ideal al que aspiramos ser, que se enfrenta a sus demonios, desciende a los infiernos y resurge triunfante con un conocimiento espiritual que resuelve el conflicto de historia. No me parecieron apologías del individualismo a lo Ayn Rand, por ejemplo.
Bueno, este artículo tiene como imagen un poster de Pacific Rim. Yo no creo que todo el arte debe estar subordinado al impacto social (de hecho, con mis amigos discuto bastante del tema, ellos son mucho más de realismo socialista y tal), pero desde luego la narrativa por construcción tiene graves problemas para escaparse de la realidad social. Y la que proyecta al futuro ni te cuento. Lo que comentaba a Edu de Star Trek, por ejemplo. O el archimanido ejemplo de Heinlein y, por ejemplo, Vernor Vinge, decantándose por el lado minarquista.
Yo las distopías juveniles no las tengo trilladas. Pero hablaba más del individualismo generalizado. Se nota en toda la ficción, desde la publicidad (la más falsa de todas las ficciones) a las películas y los libros. De hecho ya he dicho que la narrativa juvenil es de las que ha solido escapar a esa discurso dominante.
Interesantísimo intercambio de opiniones, al que he llegado gracias a un tweet de Juanma Santiago. Yo soy uno de los que quedó huérfano de la página de Literatura Prospectiva, paso a poner ccyberdark en favoritos.
Muy interesante lo que comentas, Joserra, sobre que hoy día una literatura comprometida ya sería una que escapara del individualismo feroz. Es cierto, más allá de izquierda o derecha, ese individualismo nos lo van metiendo hasta la médula por todas partes: ni familia, ni amigos, ni equipos, “solo tú eres el que lo vales, lo mereces, te lo has ganado”.
Es verdad que la literatura juvenil de hace años fomentaba el compañerismo y la amistad por encima de todo, incluido el sacrificio personal por el bien de los otros. Un buen signo de la época en que vivimos es que eso hoy todos lo consideramos ñoño, falso, hipócrita, impostado.
Claro que en ficción siempre funciona mejor una historia en la que sabemos “cómo se llama el chico”, como decía Felipito el de Mafalda. La psicohistoria en la Fundación molaba, pero en realidad lo divertido era ver a Hari Seldon en persona, o ver cómo luchar y vencer a el Mulo. Nos gusta saber quién es el héroe, quién es el genio, quién es el lider. Igual que en los años 30, adoramos dar con un buen liderazgo, alguien que nos lleve con su fuerza hacia adelante por sí solo.
Por eso una buena función social de la ciencia ficción sería mostrarnos cómo hemos llegado hasta aquí o hasta las estrellas gracias a que estamos “sobre hombros de gigantes”. O al trabajo de equipo de millones de personas. Pensando en algún genio individual claramente indiscutible, como Mozart, ¿cuánto le debe en realidad a otros el milagro de su creación musical? Una idea para un cuento: Mozart en realidad era un músico normal, más bien desconocido que nunca llegó a estrenar ninguna ópera, pero alguien del siglo XXVI se encaprichó con él, y decidió viajar en el tiempo a la Viena del XVIII y financiar a la familia Mozart para hacer que estrenara sus óperas y escribiera el Requiem antes de morir. Eso ya hizo que el nombre de Mozart brillase algo más. Por eso, otro melómano del siglo XXVII deicide viajar al pasado y ayudar para que Mozart tenga los mejores instrumentos en su infancia para aprender a tocar. Así, poco a poco, se van acumulando en la Viena del XVIII todos los recursos que hacen de Mozart el gigante que hoy conocemos. De hecho, en la orquesta e intérpretes de la compañia que estrenó “La flauta mágica” de Mozart el 90% eran viajeros en el tiempo escogidos entre los mejores músicos y cantantes de la historia. ¿Genio individual en el caso de Mozart? Sí, pero gracias a la labor de un grrran equipo. 🙂
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