Circe, de Madeline Miller

CirceMadeline Miller novela en Circe la vida de este personaje mientras sistematiza toda la mitología a su alrededor. Una tarea esta, la reescritura de un mito griego en clave feminista, que tiene su más afamado antecedente en La antorcha de Marion Zimmer Bradley; la guerra de Troya contada por Casandra, hija de Príamo, condenada a ver ignorados todos y cada uno de sus augurios. Miller se apoya en “Homero”, Hesíodo, Píndaro u Ovidio para construir un relato en primera persona que abarca desde la infancia de Circe hasta su liberación del yugo como ser legendario.

La introducción, el enfrentamiento entre Titanes y Olímpicos, sigue los pasos de lo que vendría a ser un poco Mitología 101. La familia de Circe se alinea con los primeros para, una vez concluido, dejarlos bajo el escrutinio del Olimpo y la continua sospecha de una futura rebelión. Hija del dios Helios y la oceánide Perseis, Circe muestra desde su niñez rasgos alejados del resto del panteón griego. Como en los mitos, los dioses, semidioses, ninfas, dríadas, héroes… de Miller viven entregados a satisfacer sus pasiones sin aparente espacio para el remordimiento o la empatía. Mientras, la pequeña diosa muestra unas “debilidades” más próximas al carácter humano. Así, alivia sensiblemente el tormento al cual se ve sometido Prometeo o mantiene durante su juventud una relación de complicidad con su hermano Eetes. También hay lugar para comportamientos más propios de deidades, caso de su enamoramiento de Glauco y su elevación a la categoría de dios o el ardid ideado para castigar a Escila, la ninfa de la que Glauco se había enamorado, el desencadenante del destierro de Circe en la isla de Eea. Inicio del segundo acto de la novela, marco de la tarea más ardua de Miller.

Sigue leyendo

Lavinia, de Ursula K. Le Guin

LaviniaGuardo un gratísimo recuerdo y un tremendo cariño por la mayor parte de lo que Ursula K. Le Guin escribió entre finales de los 60 y la década de los 70. Sin embargo sigo particularmente atraído por lo logrado en sus dos últimas novelas de Terramar: Tehanu y En el otro viento; cómo en una serie tan a la contra de la fantasía post El Señor de los Anillos y supuestamente clausurada en La costa más lejana fue capaz de ir más allá y narró aspectos hasta entonces inexplorados, caso del aprendizaje de la vida una vez se ha perdido un poder casi absoluto o la cesión de la responsabilidad a las nuevas generaciones. En esa exploración de nuevos senderos según Le Guin ha sumado años y ganando experiencia vital, Lavinia está hermanada con estas historias de Terramar y supone un nuevo logro en una carrera plagada de ellos.

Le Guin parte de La Eneida para ofrecer el punto de vista femenino del segmento final de la epopeya. Un poco a la manera de Marion Zimmer Bradley y sus relecturas de La Iliada o el ciclo Artúrico, la autora de La mano izquierda de la oscuridad recupera el pulso de sus mejores obras gracias a la voz de su narradora: Lavinia, la única del rey del Lacio, destinada a convertirse en la mujer de Eneas.

Sigue leyendo

Nosotros somos los que estamos bajo sospecha

The NEXT, Nguyen Manh Hung

Esto comenzó como un comentario al pequeño ensayo de Ismael Martínez Biurrun, pero llegado cierto punto era casi tan largo como el artículo original, así que supongo que es mejor que aparezca como un artículo que como una simple respuesta. Espero que no se interprete como un intercambio de golpes, una enmienda a la totalidad de la persona, como parece que han quedado reducidos los debates en estos tiempo de espectáculo televisivo y redes sociales para autoafirmarnos. Es una crítica a ciertos aspectos con los que no coincido, aunque varias ideas de fondo sean las mismas.

Yo, Ismael, con todo el respeto, sí que creo que estás completamente a favor de muchos dogmas neoliberales (especialmente el primar el individualismo frente al colectivismo) tanto por este texto como por otras conversaciones que hemos tenido. Y no pasa nada, ¿eh? Yo también, que me considero ateo y racionalista militante, vivo atormentado por conceptos tan católicos como la culpa y la penitencia. Es algo normal porque nuestra sociedad nos ha alimentado constantemente con estos valores hasta convencernos de que son los correctos. Es muy difícil desprogramarse cuando casi todos los productos culturales y discursos políticos desde los 80 se han centrado en la excepcionalidad del héroe individual, siempre frenado por una masa borrega. De hecho el mensaje más repetido en la literatura juvenil de toda la vida (“Solo no puedes, con amigos sí”) desaparece casi por completo al llegar a la “ficción adulta”. Pocas veces el compañerismo o la compensación de virtudes y defectos con otras personas se nos muestran como algo más deseable que el “sólo tú puedes hacer las cosas bien”. De hecho, las escasas voces discordantes con ese discurso se presentan más en la ficción de género que en la más mainstream.

Dentro de esa loa al individualismo, la figura del Artista es de las más destacables. El Artista se presenta como un tipo brillante, por encima del común de los mortales, dotado de genio creador. Nunca es un tipo vulgar, una persona mediocre como los demás. Sorprendentemente (o no) hoy en día todo el mundo tiene inquietudes artístico-creativas. Tal vez porque el ser humano siempre o casi siempre tiene inquietudes artístico-creativas y el Artista no es para tanto. Sólo un tipo que sabe hacer algo bien, igual que hay gente que mete canastas mejor que otros o que suelda tuberías con virtuosismo rafaelita. Lo que pasa es que ciertos trabajos en esta sociedad se presentan como inherentemente superiores y, por tanto, merecedores de mayor estatus y nivel económico. Es más, hay un cierto pataleo constante al que todos nos hemos entregado que se resume “Cómo ese escritor/músico/actor puede ser millonario y conocido y no yo, que valgo mil veces más”. Porque parece que el artista sólo ha creado algo que funciona si le hace ser famoso, no si le hace disfrutar durante durante su creación. El éxito es, siempre, económico y/o de prestigio. De hecho el mantra “Quiero escribir esto pero como no vende no merece la pena” se repite con insistencia enfermiza entre muchos escritores de género que conozco. Porque parece que no hay que crear la obra que apetece, sino la consumible. Si no, está condenada al fracaso. Al fracaso de ventas, el único que importa.

Sigue leyendo