Días sin final, de Sebastian Barry

Días sin finalAparte de la fantasía, la ciencia ficción y el terror, el género que he seguido con más asiduidad de siempre ha sido la novela negra o criminal. No obstante, en los últimos años su presencia en la pila ha disminuido frente al western, arrastrado por la lectura de una serie de títulos inexcusables (Meridiano de sangre, Butcher’s Crossing) o híbridos (No es país para viejos, La constelación del perro, Ojos de lagarto), que me han llevado a recuperar un tipo de historias que apenas había seguido en la gran pantalla y se han convertido en esenciales gracias al peso de la idea de frontera. Ando particularmente cuidadoso a la hora de seleccionar títulos y soy afortunado en los que voy leyendo. A su manera, cada uno ha contribuido a quitarme de la cabeza el prejuicio de semejanza dentro del western. Para ser un género tan aparentemente constreñido, he redescubierto una enorme riqueza que la memoria referente al cine había olvidado. Sirva como ejemplo este Días sin final.

Un joven recorre la frontera con la caballería y participa en varias atrocidades contra los nativos americanos. Toma parte en una cacería de bisontes y observa las desastrosas consecuencias de sus estampidas. Es protagonista de las acciones contra las tribus de las llanuras y de la posterior Guerra Civil, con sus mataderos de soldados y crueldades diversas. Es empleado en los espectáculos extravagantes que atraen al público de salones y clubs. Experimenta en sus carnes la amenaza de unos caminos más peligrosos que los del Sacro Imperio Romano durante la guerra de los treinta años. Etcétera, etcétera del pan nuestro de cada día del siglo XIX al oeste del Mississippi. Pues bien, Sebastian Barry enhebra estos mimbres y erige una novela que se siente enormemente fresca. Por cómo construye el relato y, a través suyo, por cómo proyecta la identidad de sus personajes y de aquellos EE.UU. sin los cuales no se puede entender las grietas que resquebrajan la sociedad del país en los últimos años.

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Circe, de Madeline Miller

CirceMadeline Miller novela en Circe la vida de este personaje mientras sistematiza toda la mitología a su alrededor. Una tarea esta, la reescritura de un mito griego en clave feminista, que tiene su más afamado antecedente en La antorcha de Marion Zimmer Bradley; la guerra de Troya contada por Casandra, hija de Príamo, condenada a ver ignorados todos y cada uno de sus augurios. Miller se apoya en “Homero”, Hesíodo, Píndaro u Ovidio para construir un relato en primera persona que abarca desde la infancia de Circe hasta su liberación del yugo como ser legendario.

La introducción, el enfrentamiento entre Titanes y Olímpicos, sigue los pasos de lo que vendría a ser un poco Mitología 101. La familia de Circe se alinea con los primeros para, una vez concluido, dejarlos bajo el escrutinio del Olimpo y la continua sospecha de una futura rebelión. Hija del dios Helios y la oceánide Perseis, Circe muestra desde su niñez rasgos alejados del resto del panteón griego. Como en los mitos, los dioses, semidioses, ninfas, dríadas, héroes… de Miller viven entregados a satisfacer sus pasiones sin aparente espacio para el remordimiento o la empatía. Mientras, la pequeña diosa muestra unas “debilidades” más próximas al carácter humano. Así, alivia sensiblemente el tormento al cual se ve sometido Prometeo o mantiene durante su juventud una relación de complicidad con su hermano Eetes. También hay lugar para comportamientos más propios de deidades, caso de su enamoramiento de Glauco y su elevación a la categoría de dios o el ardid ideado para castigar a Escila, la ninfa de la que Glauco se había enamorado, el desencadenante del destierro de Circe en la isla de Eea. Inicio del segundo acto de la novela, marco de la tarea más ardua de Miller.

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Las diez mil vidas de Milo, de Michael Poore

Las diez mil vidas de MiloMilo lleva reencarnándose miles de años en un bucle que se aproxima a su final. Ya ha empleado nueve mil novecientas noventa y cinco de sus diez mil oportunidades para consumar una existencia perfecta y, así, pasar a ser uno con la Ultraalma. Sobre su cabeza revolotea la idea de fracasar y verse abocado a la nada; la desaparición de quienes no consiguen ese único, gran, trascendente premio. Mientras aguarda en la Otra Vida cada nueva oportunidad, vive junto a una serie de personajes y reflexiona sobre sus errores y aciertos, siente y aprende de cada nueva experiencia. Uno de esos seres es Suzie, una encarnación de la muerte con la que mantiene una relación romántica cada vez más intensa, hasta el punto que ésta lleva un tiempo planteándose su labor, si está dispuesta a continuar con ella.

En esta encrucijada sobre las cuestiones suscitadas por las maneras del emplear nuestro tiempo en vida y su sentido es donde Michael Poore ha emplazado Las diez mil vidas de Milo. Una sucesión de historias entre el relato y la parábola con una mínima fracción de la experiencia de Milo. Su plato principal son sus últimas cinco vidas; narraciones entre las 15 y las 90 páginas que abarcan de lo pseudohistórico a la ciencia ficción apocalíptica o distópica. Tres de ellas, “El caso del Club de las Gachas”, “El Buda en invierno” y “La familia Stone”, me han parecido lo mejor del libro al enfrentar a su protagonista con particulares infiernos opresivos y resolverlos mediante soluciones de lo más diversas.

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