Días sin final, de Sebastian Barry

Días sin finalAparte de la fantasía, la ciencia ficción y el terror, el género que he seguido con más asiduidad de siempre ha sido la novela negra o criminal. No obstante, en los últimos años su presencia en la pila ha disminuido frente al western, arrastrado por la lectura de una serie de títulos inexcusables (Meridiano de sangre, Butcher’s Crossing) o híbridos (No es país para viejos, La constelación del perro, Ojos de lagarto), que me han llevado a recuperar un tipo de historias que apenas había seguido en la gran pantalla y se han convertido en esenciales gracias al peso de la idea de frontera. Ando particularmente cuidadoso a la hora de seleccionar títulos y soy afortunado en los que voy leyendo. A su manera, cada uno ha contribuido a quitarme de la cabeza el prejuicio de semejanza dentro del western. Para ser un género tan aparentemente constreñido, he redescubierto una enorme riqueza que la memoria referente al cine había olvidado. Sirva como ejemplo este Días sin final.

Un joven recorre la frontera con la caballería y participa en varias atrocidades contra los nativos americanos. Toma parte en una cacería de bisontes y observa las desastrosas consecuencias de sus estampidas. Es protagonista de las acciones contra las tribus de las llanuras y de la posterior Guerra Civil, con sus mataderos de soldados y crueldades diversas. Es empleado en los espectáculos extravagantes que atraen al público de salones y clubs. Experimenta en sus carnes la amenaza de unos caminos más peligrosos que los del Sacro Imperio Romano durante la guerra de los treinta años. Etcétera, etcétera del pan nuestro de cada día del siglo XIX al oeste del Mississippi. Pues bien, Sebastian Barry enhebra estos mimbres y erige una novela que se siente enormemente fresca. Por cómo construye el relato y, a través suyo, por cómo proyecta la identidad de sus personajes y de aquellos EE.UU. sin los cuales no se puede entender las grietas que resquebrajan la sociedad del país en los últimos años.

Días sin final atesora la memoria de dos décadas de Thomas McNulty, un emigrante irlandés de los tiempos de la Gran Hambruna que recorre los caminos de EE.UU. con su amigo John. En las primeras páginas ambos son seleccionados para protagonizar un número de travestismo para diversión de los mineros de un pueblo, lo que permite a Barry introducir un aspecto transformador: Thomas McNulty no sólo está enormemente atractivo vestido de mujer sino que, en cada salida al escenario, está cómodo en ese rol. Un detalle nada casual cuando se desvela la relación que mantiene con John. La manera de recordar esta intimidad, y las que vendrán posteriormente unidas a otros detalles, dinamitan las preconcepciones sobre ese constructo cultural, el western, y lo interpretan bajo una huida de lo normativo que se siente cotidiana por el discurso del narrador, siempre delicado y sugerente, sin caer en lo gratuito ni violentar la verosimilitud.

Tras su breve estrellato, Thomas y John se alistan en el ejército y recorren el país desde las grandes praderas hasta la costa oeste cuando este viaje era una temeridad. En Oregon, azuzados por los colonos, participan en la aniquilación de un grupo de nativos, viven las consecuencias de una enorme riada/inundación y regresan a Fort Laramie para vivir los primeros escarceos con las tribus de las praderas. Es en este momento donde se materializa Atrapó su caballo, el sioux que va a poner de vuelta y media a su unidad y con el que se ven involucrados en una serie de escarceos que terminarán con el jefe siendo atraído a una trampa, arraigando una enemistad cuya resolución no llegará hasta prácticamente el desenlace de Días sin final. Cuando Thomas y John terminen su servicio regresarán hacia el este acompañados de Winona, la sobrina de Atrapó su caballo primero, secuestrada en Fort Laramie y educada a los modos anglosajones por la mujer del coronel al mando.

Days Without EndHasta la aparición de Winona, el relato destella por muchos motivos. A pesar de contar sucesos horribles reflejados como tales, se plasman desde la emoción de una persona entrada en años que recuerda su juventud y la ilusión que entonces sentía por cualquier aspecto de la vida. La escala de una gran inundación y lo que marcó la diferencia entre vivir y morir; la magnitud del hambre y la sed al atravesar las montañas y las grandes praderas cuando sus únicos habitantes eran los nativos americanos; el refulgir de los sables bajo el sol del amanecer en una carga de caballería contra un poblado de mujeres y niños indefensos… Cada recuerdo se recupera de manera vívida, intercalando imágenes de una belleza y una crueldad desbordantes, con un ritmo inusitado para lo que estamos acostumbrados en el western. En este estilo impresionista, la descripción de paisajes y la narración de las acciones vienen acompañadas de los pensamientos y emociones del joven Thomas y, a través de su recuerdo, de las personas que le rodean. Siempre de la misma manera, certera y sin entrar en juicios, tejiendo un panorama donde el ser capaz del mayor acto de altruismo puede a continuación cometer una atrocidad descomunal, sin contradecirse. Emerge un paisaje humano tan rico como el natural, donde la empatía y el compañerismo son constantemente forjados bajo el fuego del racismo o el clasismo.

Esta recreación estética del western llega junto a la de la identidad de EE.UU., en una revisión donde las raíces irlandesas de Thomas desempeñan un papel básico. Se aprecia a lo largo de toda la novela, pero más en los capítulos dedicados a la Guerra de Secesión. El regimiento de Thomas y John está repleto de irlandeses que terminan encontrando entre sus adversarios a antiguos compatriotas. La imagen de una guerra civil como un conflicto entre hermanos tiene esta connotación adicional, y lleva a sendas particularmente oscuras cuando los encierran en un campo de concentración y padecen una nueva hambruna. El trabajo de regeneración es todavía más evidente cuando Winona entra en escena y cómo va a ser aceptada o rechazada por diversas personas independientemente de la educación exquisita que ha recibido y muestra.

He disfrutado del estilo, aunque Barry fuerza demasiado la voz de McNulty, un hombre escasamente cultivado que parece poseído por el espíritu de un bardo. A veces del siglo XXI (“Un hombre que solo cuenta con ceros en su haber no puede recibir un uno por respuesta”). Pero si se pasa por encima de esta cuestión de verosimilitud, Días sin final es una novela con pasajes estremecedores, muy recomendable para quien esté buscando un western alejado de las historias de frontera tradicionales, más centrado en la descripción y construcción de paisajes interiores que en los exteriores.

Días sin final, de Sebastian Barry (Alianza Editorial, col. Alianza de Novelas, 2018)
Days Without End, 2017
Traducción de Susana de la Higuera Glynne-Jones.
Rústica. 280 pp. 17,5€
Ficha en la web de la editorial

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