Artifex Cuarta Época 4

ATE 4

ATE 4

Quizás este Artifex 4 vaya a pasar a la historia por ser el último en el que colabora Julián Díez como antologista, probablemente cansado de una labor tan farragosa como agotadora. Y quizás sea este el momento de reconocer públicamente la inmensa labor que ha hecho, junto a Luis G. Prado, a lo largo de los 16 volúmenes que forman esta colección y en los que, posiblemente, hayan aparecido las mejores narraciones cortas de género de los últimos tiempos escritas en nuestra lengua.

Dicho esto, es una pena que la retirada de Julián Díez no haya coincidido con un tomo más vistoso y logrado. Si comparamos con los tres últimos números de esta Tercera Época, hay que reconocer que Artifex 4 es el más flojito, lo que, me apresuro a recalcar, no significa que sea malo, ni mucho menos. Es una antología de lo más interesante, pero no alcanza las excelencias de sus tres antecesoras. Hay buenos relatos, pero ninguno que sobresalga de una forma destacada por encima de la media.

Por ponernos selectivos, quizás las piezas más interesantes sean las de Alejandro Carneiro, Juan Díaz Olmedo, Juan Carlos Planells, Daniel Vázquez y Alejandro Alonso, Domingo Santos y Rafa Marín. Ahora bien, ninguna de ellas representa un paso adelante en la carrera de estos escritores sino, más bien, una revisitación de los temas y estilos que más han tratado a lo largo de sus carreras, de ahí que, en ocasiones, y en especial si uno ha leído hace poco otros cuentos suyos, se tenga una cierta sensación de déjà vu, de ya leído. Aunque, reconozco, que esto puede ser más un fallo mío que de los autores.

“Huitzilopochtli Tonight” de Alejandro Carneiro goza del corrosivo humor tan habitual de este gallego. Se inscribe en un subgénero nuevo que está haciendo furor: el de la crítica a los programas televisivos tipo Gran Hermano –por ejemplo, “200” de Santiago Eximeno–. La idea de Carneiro es llevar las cosas hasta el absurdo y caer de lleno en la parodia más desternillante. No se busca ningún atisbo de realismo en esta historia de un reality ambientado en el mundo azteca y donde el mayor premio posible entre los concursantes es ser sacrificado en directo ante millones de telespectadores. Sin embargo, reconozco que hay otros cuentos de Carneiro –como “Barrotes celestiales” o “En una bañera cualquiera”– con los que he disfrutado más.

Juan Díaz Olmedo es, probablemente, la gran revelación de los dos últimos años dentro del fantástico. “El señor de las ratas” disfruta de las virtudes que brindaba “Dragón podrido”: un gran virtuosismo a la hora de crear una atmósfera malsana, unos personajes creíbles y un gusto exquisito –aunque no sé si este es el término adecuado– para los detalles más morbosos y escatológicos. Este cuento es un eficaz e impactante relato de terror con atisbos de ciencia ficción que, aunque mantiene los parámetros de su obra anterior, parece señalar una evolución en la carrera de esta joven promesa. Veremos.

“La caja de Pandora” de Juan Carlos Planells es también una muestra de las obsesiones de este autor. Aún sin ser un relato redondo –chirría un poco en algunas de sus partes y carece de una cierta lógica– posee la gran virtud de mostrarnos el funcionamiento de una mente obsesiva y hasta qué extremos se puede llegar en el coleccionismo compulsivo –no se si Planells estaba pensando en algunos de nosotros, frikis cienciaficcioneros completistas–. En cualquier caso, es un cuento eficaz y potente que, en algunos aspectos, me ha recordado a  “Play “Nobody’s Home” de Avril Lavigne”.

Daniel Vázquez y Alejandro Alonso han conseguido con “Borgeano” el relato más original y difícil de la antología. Uno de esos cuentos que sólo la ciencia ficción es capaz de parir pero que, por desgracia, sólo los aficionados a este género son capaces de leer y entender. Nos encontramos ante una ambiciosa space opera donde las paradojas relativistas y cuánticas son el meollo de la cuestión hasta extremos realmente radicales. La gran virtud de Vázquez y Alonso es también su mayor problema: son capaces de crear en muy pocas paginas un universo tan novedoso y original como diametralmente opuesto al nuestro para, a la vez, mostrarlo sin dar ninguna explicación, es el lector el que tiene que reconstruir lo que está leyendo con las pistas que se va encontrando a lo largo del camino. En cierta forma, recuerda por su ambición y dificultad a “Luchacruenta” de Greg Bear. Complejo, extenuante pero de una gran belleza. Un cuento no apto para todos los público pero que, a buen seguro, unos pocos disfrutarán.

“Oneiros” de Domingo Santos es un cuento clásico tanto en la forma como en el fondo, lo que no podía ser menos viniendo de quien viene. De estilo calmado y ritmo suave quizás le falte algo de chispa para despegar y convertirse en algo más que un bello homenaje a la ciencia ficción más clásica.

“Son de piedra” de Rafa Marín es, tanto por personajes como por espíritu, una especie de continuación de su obra maestra “Una canica en la palmera”. Con un tono cercano al mejor realismo mágico, la historia de cómo la bruja Chloe «lee» el trágico pasado de la casa que acaba de comprar resulta tan fascinante como bien escrita. Su único posible defecto es que resulta menor comparado con su magnífico predecesor.

El resto de los cuentos son más discretos aunque no desdeñables. “Ainé de los elfos” de Raquel González Osando, a pesar del título, es una historia de robots con muchos puntos en común como la película IA de Spielberg. “Principio de exogénesis” de Sergio Mars es un relato de corte clásico que no acaba de despegar del todo y presenta un perfil demasiado plano. “Reina de Sangre” de David Mateo Escudero –alias Tobías Grumm– es un correcto cuento de vampiros ambientado en la época de las cruzadas que peca de exceso de páginas. “La escena definitiva” de Roberto Malo sólo puede ser calificado como la fantasía suprema del buen pornógrafo, más divertido que bien escrito, es un cuento que es mejor leerlo que comentarlo. Por último, “Quieres ampliarme” de Sergio Parra es una historia de timadores en un futuro cercano interesante pero un poco confusa.

Para acabar, no puedo dejar de mencionar la portada del libro, una de las más bellas de las últimas Artifex y bastante alejada de la ambientación space opera habitual.

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