Robocop vs Terminator, de Frank Miller y Walter Simonson

RoboCop vs TerminatorCuando Dark Horse se lio a comprar licencias de películas para producir cómics a finales de los años 80, supongo que pareció la típica maniobra para hacer dinero fácil en un mercado en expansión. No se puede negar que había mucho de ello. Pero lejos de caer en la mera explotación comercial, se preocuparon de poner unos buenos cimientos en los márgenes del todopoderoso cómic de superhéroes con los autores de segunda fila que podían permitirse. Randy Stradley, Phil Norwood, Chris Warner, Mark A. Nelson, Mark Verheiden, Tom Veitch, Cam Kennedy son los primeros nombres asociados a los tebeos de Predator, Alien, Star Wars… Gente en las antípodas de la etiqueta “hot” y, salvo excepciones, con unas carreras de perfil muy bajo, si alguna vez llegaron a despegar.

El número de combinaciones que puedes establecer dentro de cada franquicia está limitado a la flexibilidad del material de partida. Y salvo que tu cerebro sea como el de Alan Moore, estos bichos dan para lo que dan. Sin embargo se hicieron buenos tebeos. En particular guardo un grato recuerdo de la franquicia Alien de la cual salieron una serie de series limitadas con un acusado rasgo de aventura espacial que conducían las historias en una dirección diferente a la que después tomarían en el cine, con los aliens llegando a la Tierra y proliferando por todo el planeta; lanzando ideas que después serían reutilizadas como el uso militar de los bichos por parte de un general zumbado o unos navegantes deseando exterminar a la especie humana mediante esas criaturas. Incluso llegaron a destacar algunas de las combinaciones entre franquicias: el primer Aliens vs Predator, un par de Batman vs Predator, el Tarzan vs Predator o aquel Superman vs Aliens en el que Kevin Nowlan hacía que Dan Jurgens pareciera otra cosa. El resto son de más vergüenza ajena.

Los más significativos fueron traducidos en su momento, a excepción de éste. Paradójicamente uno de los primeros y creado por dos de los autores más señalados surgidos del cómic de los 70. Dos autores totales que durante la década anterior se habían hecho un nombre mayormente poniendo su arte al servicio de personajes de superhéroes de Marvel y DC: Frank Miller y Walter Simonson. Supongo que por un tema de derechos, RoboCop vs Terminator había permanecido inédita hasta hace unos meses. 23 años después de ser publicado. Se dice pronto.

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The Superior Foes of Spider-Man, de Nick Spencer y Steve Lieber

The Superior Foes of Spider-Man

The Superior Foes of Spider-Man

Al fin llegó el gozoso momento de incluir un tebeo Marvel en mi exquisita selección de reseñas para la página, otro logro conseguido. Pero antes que nada, quisiera dejar claro que aunque en su día fui un rabioso marvel zombi adolescente mutante, llevo como quince años sin seguir ninguna colección Marvel, con alguna excepción puntual para bien, como los X-Statix de Milligan y Allred (y ya ha llovido) y alguna otra, que prefiero no mencionar, para mal. Así que deberán disculparme olvidos, errores y omisiones, desconozco casi completamente las recientes peripecias de la mayoría de personajes. Por no saber, no sé muy bien de qué iba la Civil War o lo de los cuernos que Gwen Stacy le plantó a Peter Parker en Londres (esto último ni quiero saberlo). Aunque no creo que sea un obstáculo insalvable para escribir la crítica, a pesar de todas estas barrabasadas concebidas para mantener el interés en unos personajes ya excesivamente longevos, el inmortal “que todo cambie para que todo siga igual” que ha regido los tebeos de Marvel desde tiempos de Stan Lee, permanece grabado a fuego en los cerebros de los sucesivos editores que han pasado por la Casa. Y el tebeo Marvel elegido para entrar en el Olimpo de la Crítica, The Superior Foes of Spider-man, se puede leer perfectamente con sólo tener una vaga idea de quien es Spiderman.

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¡Universo!, de Albert Monteys

¡Universo!

Cuando hace unas semanas Albert Monteys subió a twitter unas páginas de adelanto de su nuevo proyecto, un tebeo de ciencia ficción titulado ¡Universo!, mi reacción fue algo tal que así; “¡Monteys haciendo ciencia ficción! ¡Y no es de humor! ¡¿Cómo se atreve?! ¡Pero Monteys, saca otro Calavera Lunar de una vez! ¡hazme de reír!”. Soy el lector que nadie querría tener.

Pero quizá no sea tan sorprendente que Albert Monteys, en mi opinión uno de los tres o cuatro mejores autores de tebeos de humor que hay en España (y tenemos muchos y muy buenos), haya elegido la historieta de ciencia ficción para su nueva aventura en solitario, puesto que se trata de un género al que ya ha acudido en el pasado. Por ejemplo con Calavera Lunar nº 237 (1996) o aquel intento de editar un necesario tebeo infantil por parte de El Jueves, Carlitos Fax (2005). En este caso, además, el proyecto se edita en formato electrónico e irá apareciendo en www.panelsyndicate.com, la web donde Brian K. Vaughan y Marcos Martín llevan publicando The Private Eye durante algunos años con suficiente éxito como para ampliar su oferta invitando a Monteys a incorporarse a la web.

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Maison Ikkoku, de Rumiko Takahashi

Maison Ikkoku

Aquí va otra reseña repescada de mi viejo blog (y las que quedan). Lo siento, cuando me quedé en paro sentía que se abrían ante mi horas interminables de ocio que emplearía en realizarme como persona a costa de sus impuestos, pero en realidad estoy más liado que cuando trabajaba, que coño, que aquello era trabajar y punto, ahora entre recorrer desolados polígonos industriales leoneses ofreciendo mi fuerza de trabajo, refrescar los portales de empleo cada cinco minutos, hacer los baños y delinquir impunemente por internet, no es que no tenga tiempo para escribir, es que no tengo tiempo ni para leer. Así que toca una antigua reseña sobre Maison Ikkoku, un tebeo que les hará ser mejores personas. O parafraseando a una antigua amiga mía cuando hablaba de los Housemartins, “si te gusta Maison Ikkoku no puedes ser mala persona”.

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I Am a Hero, de Kengo Hanazawa

I Am a Hero

I Am a Hero

Algo que me intrigaba mucho cuando fueron apareciendo en España, publicados un poco a voleo, los primeros tebeos japoneses que miraban más allá del público adolescente masculino (la demografía shonen), era la aparente contradicción que existía entre entre una industria muy férrea, estajanovista y completamente sometida a resultados y la (aparente) libertad absoluta con la que se movían los autores. El descaro calpurniano de aquel Crayon Shin-Chan de Yoshito Usui que se publicaba en cuadernillos como si fuese una Mafalda oriental enloquecida (y mira, luego éxito mundial), el inclasificable Gamma, el hombre de hierro de Yashuito Yamamoto, la historia de un tímido sarariman que se convertía en una Masa oriental en los momentos de agobio cotidiano (por no hablar del inenarrable momento en el que se enamora de su mujer cuando la ve… ¡cagando en el campo!), el Ikkyu de Sakaguchi, mil doscientas páginas para contar la trepidante historia de un monje zen en el Japón del siglo XIV, El caminante, el tebeo de Jiroh Taniguchi sobre los paseos de un señor por su barrio o Gon, un peculiar tebeo de funny animals, las aventuras de un dinosaurio enano cabrón dibujadas con agónico hiperrealismo detallista por Masasi Tanaka. O el Dr. Slump en su totalidad. Aunque quizá lo que me admiraba, y me admira todavía, no son más que herramientas trilladísimas del tebeo japonés, propias de su cultura y de su industria, que yo confundía con la personalidad creativa del autor. Es posible que la respuesta sea una mezcla de ambas cosas. El caso es que si algo me sigue atrayendo del tebeo japonés es que, dicho vulgarmente, no tiene ningún miedo a sacarse la chorra. Y en I Am a Hero, Kengo Hanazawa no solo se la saca, sino que te la restriega por la cara las veces que haga falta, lo que no le impide vender miles de ejemplares y llevarse varios premios de la industria.

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Marvel Cómics. La historia jamás contada, de Sean Howe

Marvel Comics. La historia jamás contadaSean Howe aborda en este libro un relato de la historia de Marvel desde sus primeros tebeos de superhéroes a finales de los años 30 hasta hace un lustro. Un repaso que, de manera inevitable, es el relato de la vida profesional de las personas que fijaron su curso durante este tiempo. Desde la faceta creativa, fundamental para entender una de las manifestaciones cruciales de la cultura popular del siglo XX, pero también desde una perspectiva empresarial. Los auges y caídas del mercado, la búsqueda de nuevos yacimientos de lectores, la obsesión por penetrar en el mundo del cine, los acuerdos de distribución para llegar a los puntos de venta en un país de dimensiones continentales… no han sido solo causa de sus descalabros más sonoros sino que sentaron las bases de los factores que han modelado el mundo del cómic estadounidense a lo largo de siete décadas.

La historia de Marvel se puede tomar como un paradigma de multitud de empresas en el capitalismo contemporáneo. Su motor se ha alimentado del talento y de la capacidad para prever el curso del mercado, pero también, y muy especialmente a partir de la década de los 80, del crecimiento continuo a través del endeudamiento. Más personajes, más trabajadores, más tebeos, más clientes, más publicidad, más ingresos y, llegado el momento, la adquisición de nuevas empresas para ganar tamaño y llegar a nuevos mercados. El mecanismo para obtener el capital necesario, aparte de una controvertida salida al mercado bursátil, fue una deuda en aumento alimentada por una burbuja hinchada con cada nuevo gestor. El epítome se alcanzó durante la década de los 90. Una época de bonanza para los creadores, donde guionistas de medio pelo como Scott Lobdell amasaban 85000 pavos al mes y proliferaban copias malas de Jim Lee o Rob Liefeld, pero también de una ahora casi olvidada bancarrota.

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Saga, de Brian K. Vaughan y Fiona Staples

Saga

Saga

Seguramente hayan sufrido alguna vez el síndrome Soy leyenda cuando un producto cultural, ya sea película, serie de tv, novela o tebeo, triunfa entre crítica y público y a usted no sólo le parece incomprensible que semejante pufo pueda gustar a un ser vivo que no esté corrompido por un extraño virus, sino que además le resulta odioso y aborrecible, más aún, le ofende personalmente, es decir, no sé como os puede gustar esa puta mierda, joder. Y venga todo Dios a dar la turra con lo mismo, hasta que acaba uno encerrado en casa, pasando las noches abrazado a la recortada, odiando muy fuerte y soltando espumarajos en un blog, con la convicción febril del que sabe que todo el mundo es idiota menos él.

A mí esto no me ha pasado nunca, cuidao, pero me puedo imaginar perfectamente cómo se debe sentir un pobre desgraciado al que, por poner un ejemplo completamente al azar, no le haya gustado Saga, el tebeo de ciencia ficción de Image Comics que lo está petando entre público y crítica (tres Eisner y un Hugo en 2013) desde que comenzó a publicarse allá por 2012.

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Prophet: Remission, de Brandon Graham, Simon Roy, Farel Dalrymple y Giannis Milonogiannis

Prophet

Los locos y añorados años 90 señalaron el período creativo más fértil de Rob Liefeld, el reputado dibujante que, ya liberado de las ataduras y presiones de las grandes editoriales y convertido en artista total, dio a luz una galaxia de inolvidables personajes en un brevísimo espacio de tiempo, un subidón creativo de no te menees. Una de sus más desconocidas creaciones fue Prophet, cuya colección duró apenas veinte números y algún que otro especial. Prophet, John Prophet, un vagabundo convertido en supersoldado durante los años 30, gracias al típico suero del típico científico loco, que, ya metidos en faena, también le reprogramó el cerebro para el bien. Estos experimentos acabaron por convertirle en un bendito que se dedicaba a repartir estopa contra las fuerzas del Mal en nombre de Dios a lo largo y ancho de épocas y mundos. Pero, durante el transcurso de sus aventuras y por esas circunstancias de la vida del justiciero de tebeo, acaba criogenizado. Hasta que un buen día, dos personajes del seminal grupo Youngblood (otra inspirada creación de Liefeld) lo descongelan para que continúe la sagrada misión de pegarse con otro señor muy malo y sus esbirros. Pero la vida es muy puta, y la tiranía de las ventas más todavía, así que, aunque les cueste creerlo, Prophet volvió a dar con sus huesos en la nevera. En resumiendo, que me canso de copiar de la Wikipedia, estamos ante una versión mejorada del Capitán América pero con un depurado y atrevido estilismo; hombreras descomunales, melena alisado japonés a lo Melendi, protector de boxeo y musculatura que desafía los principios de la anatomía elemental, la geometría y la teología, rasgos todos ellos que condensan de modo ejemplar los innovadores recursos estílisticos del famoso autor.

Años después de que la colección quedara en el limbo de las obras de culto injustamente olvidadas (las cubetas de los tebeos de oferta), Liefeld recupera al personaje poniéndolo en manos de Brandon Graham y Simon Roy. Es un movimiento similar al ya realizado en el pasado con Supreme y Alan Moore, pero esta vez con autores indis. Image ya había ampliado su oferta tebeística con productos como Bulletproof Coffin, Orc Stain o King City (obra del propio Graham), así que, en una maniobra más vieja que el tebeo (risas enlatadas), ¿por qué no dejar a un personaje olvidado en manos de estos chicos, a ver qué pasa?. Como resultado, Prophet, que aunque conserva la numeración (el primer número de Graham y Roy es el 21), es un tebeo muy alejado de la propuesta de Liefeld. No me atrevería a afirmar categóricamente que mejor o peor, dejémoslo en simplemente diferente.

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Motor Lab Monqi, de Miguel Ángel Martín

Motor Lab Monqi

Tenía ya ganas de traer a Miguel Ángel Martín a esta página, un poco por provocar, lo confieso. No por la polémica afición del autor leonés por la temática escabrosa, sino porque considero que Martín es uno de los mejores autores de cf patria (a pesar de llevarle la contraria al propio autor, que niega hacer ciencia ficción). No de futurismo o prospectiva, sino del empleo de la ciencia ficción como herramienta para hablar del presente, del ser humano y del mundo que nos rodea. Y aunque casi cualquier obra suya puede recomendarse sin problemas (The Space Between, Rubber Flesh, The Fourth Wave, Playlove…) aprovecho la (ejem) reciente edición de Motor Lab Monqi para animarles a acercarse a la obra de Martín con la menor cantidad de prejuicios posibles.

Motor Lab Monqi continúa la saga de Brian (the Brain), personaje que apareció por primera vez en la tira Días felices, niño cabezón superdotado con el cerebro por fuera, cuyas aventuras infantiles se fueron desgranando en las sucesivas entregas de su propia colección de la línea Brut de La Cúpula. Dichas aventuras fueron felizmente reunidas en un solo tomo, simplemente titulado Brian the Brain, de imprescindible lectura para comprender este Motor Lab. Puesto que la historia de Brian toma forma de trilogía (infancia, adolescencia, y próximamente, espero, adultez), me disculparán si en la reseña hablo de ambas como si del mismo tebeo se tratase.

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Roco Vargas, de Daniel Torres

Roco Vargas

Dicen que el verano es época de relecturas. Para mantener la costumbre de publicar, durante este mes de vacaciones recuperaré semanalmente algunos artículos perdidos de mi antigua bitácora. En septiembre volveremos con más emociones. A descansar.

En Roco Vargas se recopilan los cuatro álbumes “clásicos” de “Las aventuras siderales de Roco Vargas”, publicados en los ochenta y antes del regreso a las estanterías del personaje hace ya bastantes años con el álbum El bosque oscuro. Con este regreso se trataba de convertir a Roco en protagonista icónico de una serie abierta al estilo francés, una vez que la historia del personaje había quedado completamente cerrada y resuelta al final de La estrella lejana. Por tanto, no me ocuparé aquí de esos cuatro álbumes (El bosque oscuro, El juego de los dioses, Paseando con monstruos y La balada de Dry Martini), de la época “moderna”.

La serie se inicia en 1984 con Tritón, un álbum donde Torres se encuentra todavía bajo la influencia total de Miguel Calatayud en lo gráfico, pero que sigue la escuela del tebeo de aventuras de toda la vida en lo narrativo. La historia no es más que un pastiche posmoderno de cachondeo a costa de la ciencia ficción más clásica, la de los años treinta, (el malo es un oriental del espacio que se llama Mung, no les digo más). Predominando el interés en lo gráfico, el álbum, ligero y de divertidos diálogos, es como tomarse un martini con media sonrisa y la ceja levantada mientras se lee a P.G. Wodehouse  y no presagia en absoluto lo que llegaría después. En esta historia, Roco se nos presenta como un aventurero espacial retirado (con los rasgos de Clark Gable) que lleva una doble vida regentando el exclusivo club Mongo y escribiendo ciencia ficción pulp bajo el seudónimo de Armando Mistral. Incluso tiene un mayordomo negr…, digooo, verde y marciano para más señas. La acción transcurre en un sistema solar de broma habitado por mercurianos, venusianos, marcianos…, en un ejercicio de revisión irónica de la cf de los años veinte y treinta, que abarca desde, por supuesto el Flash Gordon de Raymond, hasta los seriales de Buck Rogers pasando por la space opera de Van Vogt e, incluso, Burroughs (el de Tarzán, no el otro) bañado todo en la estética retrofuturista del Fritz Lang de Metrópolis o La mujer en la luna y los arquitectos locos de las vanguardias de los años veinte.

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