Fuck Data, de Max Power

Fuck DataLos juegos con narradores que no son lo que parecen o son mucho más de lo que parecen, o contadores de historias que anidan relatos dentro de relatos hasta revelarse ellos mismos como ficciones creadas por otro, acostumbran a iniciarse en la primera página y quitarse la careta más adelante. No recuerdo un caso donde el acto de enmascarar su naturaleza se llevara a la propia cubierta del libro, ni se descubriera qué se va a leer en el texto de la cubierta trasera. Supongo que este es uno de los motivos que han llevado a una novela cuyo perfil se ajustaría a Anagrama, Alfaguara, Periférica, Candaya o, por qué no, el sello Laberinto de Minotauro a Sonámbulos, una pequeña editorial de Granada. A pesar de ciertas debilidades y excesos, Fuck Data depara una lectura fecunda; entre el relato de crecimiento y el ensayo narrativo, captura el tiempo en el que vivimos, se nutre de sus incertidumbres y problemáticas, y establece un diálogo entre realidad y representación desde un espíritu agitador. Comenzando con su escritura a manos de una inteligencia artificial.

Max Power es un profesor que abandonó a su familia en Badajoz para viajar a Japón y unirse a Fuck Data. Esta organización terrorista golpea a las corporaciones y gobiernos del mundo socavando la información que circula por internet. En este mundo de los próximos cinco minutos resulta imposible conocer nada a través de la red; horarios de los trenes, noticias de cualquier diario, el setlist de un concierto… todo está sujeto a alteraciones que convierten la más mínima certeza en un concepto de otra época. El hijo de Max Power, llamado Max Power, abandona Badajoz y se presenta en Madrid con lo puesto. Allí planea refugiarse con su tío, para más señas escritor, y encontrar el rumbo en una vida que parece haber descarrilado.

Fuck Data se cuenta mediante las transcripciones del testimonio de Max Power junior. Relata su llegada a la capital, el día a día con su tío y la mujer de este, recuerdos fragmentarios de sus años de universidad… El ejercicio de rememoración queda íntimamente conectado con el acto de grabar sus memorias, su vida en un presente asediado por la incertidumbre y su origen; un intento de lograr una inteligencia artificial que pueda pasar por humano. Estamos ante la recreación de un ente que ha recibido los recuerdos y el ARN de su “padre” y está en proceso de integrar todo ello para afianzar las diferentes capas de su personalidad. La gracia es que en esa secuencia de diferentes pasados en confluencia se suceden situaciones extrañas. Por ejemplo, Max pasa su primera noche en Madrid en un hotel donde un director de éxito está de promoción entre diversos medios de comunicación. El joven termina en la habitación de las entrevistas sin tener ni idea de quién es su interlocutor. La conversación entre ambos es un diálogo de besugos a imagen y semejanza de las conversaciones con uno de aquellos bots de hace un cuarto de siglo que pretendía superar un test de Turing.

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La pasión de los hombres cometa, de Alberto Moreno Pérez

La pasión de los hombres cometaUna de las vetas más relevantes de la ciencia ficción transhumanista especula con la adaptación del ser humano a otros medios: planetarios, caso del narrador de Homo Plus, entregado a la supervivencia en Marte; o extraplanetarios, caso de los exters de Hyperion, los colmeneros de Mundos en el abismo o aquellos seres humanos diseñados para ser naves espaciales de Historia natural. La pasión de los hombres cometa entra de lleno en esta segunda categoría. Y no sólo se centra en cómo podría ser una adaptación en un plano anatómico/fisiológico. Bosqueja cuestiones psicológicas, motivacionales, de esa nueva humanidad capaz de orbitar una estrella sin estar constreñida al interior de un casco. Tal es el paso dado por los humanos de La Orden, una sociedad secreta que dedicó sus recursos a modificar los cuerpos de todos los miembros posibles y llevarlos a un conjunto de órbitas entre los planetas interiores de nuestro sistema solar y la nube de Oort. Alberto Moreno Pérez lo relata a través de las vivencias de Oort-36. En su trayectoria de cientos de años alrededor del sol, este neohumano se ve atrapado por unos problemas de funcionamiento cuya causa se convierte en la excusa para averiguar quién es, de dónde viene y a dónde va.

La estructura de este relato largo / novela corta (su extensión debe andar por las 20000 palabras) es hábil. El argumento sigue un ¿quién lo hizo? de libro, marco para un thriller espacial donde las escalas de tiempos y distancias, enormes, se comprimen hasta destilar el máximo atractivo de las historias de venganza. Quién era Oort-36 tiene una importancia equivalente a sus acciones para encontrarse con quien está detrás de sus problemas. Así, Moreno Pérez intercala ese viaje por el sistema solar con el descubrimiento del pasado de La Orden y la persona antes de las transformaciones padecidas para adaptarse al vacío.

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Subsolar, de Emilio Bueso

SubsolarSiempre es difícil concretar la calidad individual de la novela que cierra una serie. Su valor intrínseco está estrechamente relacionado con la conclusión de la historia que se ha estado desarrollando en los libros anteriores. No debería ser así, pero el último volumen suele acabar ejerciendo la función de mero instrumento finalizador. Con Subsolar esto no ocurre, debido a una determinada particularidad. Mientras que la separación entre la primera y la segunda parte estaba bien delimitada, en esta tercera entrega no hay una marca diferenciadora con respecto a dónde dejó la trama al lector en el libro anterior. La última parte de la trilogía “Los ojos bizcos del sol” parece más bien la segunda mitad de Antisolar, sin pausas en la continuidad y sin otra diferencia que el cambio de escenario. Tampoco se dan los consabidos apoyos de oficio con los que se suele refrescar la memoria de lo sucedido en los libros precedentes, para que el lector recuerde cómo se llegó a esta situación hace ya más de un año, de tal modo que el principio invita a releer los últimos capítulos de la segunda novela. Así pues, la sensación de unidad es mayor y elude el peligro de parecer un mero apéndice. En ese aspecto, recuerda a aquellos volúmenes que Ediciones B dividía en dos entregas debido a su largo número de páginas (Neal Stephenson y otros tochos semejantes). En este caso, la extensión no parece ser el motivo del corte y tengo el convencimiento de que la publicación en un único tomo, hecho que sucederá pronto, será más satisfactoria.

Con independencia de cómo ejecuta la suerte suprema, asunto que trataré más tarde, Subsolar es una novela que se muestra a la altura de las precedentes, convirtiendo la regularidad en una de las virtudes de la serie. La historia sigue entreteniendo por divertida y original, aunque la sorpresa por el novum que hace interesante todo el ciclo —ese mundo en simbiosis con moluscos, insectos y ahora arácnidos— vaya a menos, como es normal. La peripecia es, quizás, la que menor variedad ofrece, pues lo que se desarrolla en sus páginas es un periplo continuado por el desierto con parada en varios núcleos de población, algo monótono en cuanto al viaje de los héroes, que hasta ahora había recorrido una gran diversidad de escenarios. Sin embargo, las diferencias entre esos distintos centros urbanos están bien marcadas, su exotismo bien trabajado. Como mandan los cánones de la fantasía, hay una gran batalla final que, contada desde el punto de vista del narrador, recordemos que en primera persona, produce un efecto de inmersión potente, sin que penalice el contra efecto inevitable de ocultar el plano general de la batalla.

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