La isla de Bowen, de César Mallorquí

La isla de Bowen

La isla de Bowen

Hace unas semanas, César Mallorquí ganó el premio nacional de literatura infantil y juvenil con La isla de Bowen. Según el jurado, “un canto a la aventura y homenaje a la literatura clásica, escrita con pasión, amenidad, humor e inteligencia”. Cuesta no dar la razón a tal elogio, incluido al uso del calificativo clásico, en demasiadas ocasiones utilizado para enmascarar una obra apolillada, vetusta, antigua. La isla de Bowen surge del amor a una literatura de otra época, cuando todavía quedaban territorios inexplorados sobre nuestro planeta, los escritores contaban con abundante terreno para sorprender y los lectores eran más impresionables.

En un texto escrito a raíz del premio, el propio Mallorquí relata la génesis de La isla de Bowen y cómo buscó recuperar con ella el espíritu de la novela de aventuras a caballo de los siglos XIX y XX. Es fácil encontrar en sus páginas el hálito de las grandes obras de Verne, London, Stevenson o Wells, el cine de Richard Fleisher (Los Vikingos, 20000 Leguas de viaje submarino) o La isla del fin del mundo (basada en la novela The Lost Ones, de Ian Cameron), con la que comparte pequeñas similitudes. Sin limitarse a ser una mera imitación, utilizando con ingenio múltiples recursos ya inventados, sin caer en vicios que deslucen hoy algunas de ellas (me costaría encontrar una novela de Verne en la que no pasase páginas y más páginas leyendo en diagonal).

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Hic Sunt Dracones, de Tim Pratt

Hic Sunt Dracones

Hic Sunt Dracones

Hic Sunt Dracones es el segundo libro publicado por la editorial Fata Libelli, y su primera colección de relatos dedicada a un único autor. Para la ocasión han apostado por Tim Pratt, un escritor que apenas tenía un puñado traducidos a nuestra idioma del cual han urdido una sólida selección de siete piezas. Un vehículo de lo más apropiado para pasar cuatro o cinco horas en un mundo narrativo tan homogéneo como coherente.

Para hablar de la idiosincrasia de Hic Sunt Dracones me voy a centrar en el mejor relato de la colección; es el que mejor resume la manera de enfocar el fantástico de Pratt, explicitada en la notable introducción que acompaña al volumen (parte de la cual se puede leer aquí). “El pez limpiafondos” cuenta lo que le ocurre a un tardoadolescente, Graydon, de regreso a su pueblo después de haber sido expulsado de la universidad y embarcado en la pesca de un bagre descomunal. Su interés nace de la peculiaridad del siluro: al engullir objetos con un cierto valor sentimental le devuelve recuerdos de su hermano fallecido en un desafortunado accidente de moto.

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La luna cuadrada, Ghada Sammán

La luna cuadrada

La luna cuadrada

La luna cuadrada es una antología de relatos fantásticos que la siria Ghada Sammán publicó en 1994. La autora, una de las escritoras árabes más importantes de las últimas décadas, es un referente cultural e ideológico en su país, y destacado miembro de la llamada “literatura femenina emancipada”. A día de hoy, con más de 30 libros publicados, y casi una desconocida en España, acapara una polivalente trayectoria como escritora de teatro, poesía, novelas, guías de viaje, y relatos como los recogidos en este libro.

Nueve de los diez relatos que la componen se podrían clasificar dentro de la temática fantástica. Partiendo de una base similar (libaneses, exiliados en Francia o Inglaterra tras la larga guerra civil en su país, que se enfrentan a una situación conflictiva producida por un suceso sobrenatural), los relatos sirven para acercarnos al difícil conflicto entre la opresiva sociedad de la que provienen y la sociedad europea. El interés de Sammán queda especialmente orientado hacia los problemas femeninos, tratando de exponer la necesaria dignidad y emancipación de la mujer árabe a pesar de las trabas psicológicas y sociales que se lo impiden. En el primer relato, “Cortar la cabeza al gato”, encontramos a un exiliado en París que sufre al enamorarse de una mujer, también árabe, cuyo progresista comportamiento es similar al de una europea. El confuso joven es visitado por el fantasma de una casamentera que le recuerda cómo debe ser la mujer -o mujeres, hasta tres- con la que se case. Él, enfrentado a la complicada realidad del carácter de su pareja y la tradición que representa la casamentera, ve acrecentadas sus dudas. Temeroso, no encuentra el modo de exponérselas a su pareja, y acaba dejándose llevar por el reto.

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Pronto, de Elmore Leonard

Pronto

Pronto

Desde hace mucho tiempo me gusta la novela negra. Todo comenzó con el cine, supongo que viendo el Sueño eterno de Hawks, pero después de degustar esta y otras maravillas (por nombrar mi otra favorita, El halcón maltés de Huston) me entró curiosidad por el género en los libros y… Ahí estaban Dashiell Hammett, Raymond Chandler y el resto de maestros de los primeros años. Herederos de la “novela problema” victoriana (podríamos remontarnos a Poe con sus cuentos de Dupin) pero con un toque urbano y salvaje que les condujo a inventar y llevar a su cumbre el género negro. Luego todo evolucionó. El hardboiled más bestial de los 50 y 60, la locura genial de Jim Thompson, el lirismo de Charles Williams o el toque “polar” francés de José Giovanni. Y un maestro como James Ellroy que lleva el género a nuestros días. Podrían citarse más nombres, lo sé, pero estos son mis favoritos.

El recientemente fallecido Elmore Leonard es un caso especial. En España no es muy conocido y en USA probablemente, o eso me parece a mí, no está considerado como un “grande”. Pese a que muchas de sus obras han tenido adaptaciones al cine, no recuerdo que ninguna se haya publicitado como “basada en la obra de Elmore Leonard”. Con una excepción: la tarantiniana Jackie Brown (la novela se titula Rum Punch). En palabras del autor, sus novelas se basaban en los diálogos; mientras escribía aseguraba que ni él mismo conocía el final. Era de la interacción mediante las conversaciones de sus personajes como iba creando, de forma improvisada, las tramas hasta que, por sí mismas, sus “criaturas” llegaban a la palabra FIN.

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Room 237, de Rodney Ascher

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En un principio esta reseña iba a ser una respuesta a la pregunta planteada al final de un pasado post de aquí el compañero, pero mientras le daba vueltas en la cabeza y la réplica iba tomando forma, la cosa acabó convirtiéndose en una serie de desvaríos, razonamientos absurdos, perogrulladas, lugares comunes y simples y llanas estupideces, que, por supuesto, no dan respuesta ninguna a la cuestión formulada, pero que por eso mismo se convertían en una típica entrada de las mías, ¡así tendría que escribir menos! ¡dos pájaros de un tiro!

Lo que se preguntaba Nacho tras comparar la versión cinematográfica de Fin de Daniel Monteagudo, con el original literario es, muy resumidamente, por qué en el cine (sobre todo comercial) el espectador “exige” una historia cerrada, sin incertidumbres, con todo bien explicadito y mascado, a diferencia de lo que ocurre en literatura, donde se arriesga mucho más en ese sentido. Por ejemplo, en literatura es muy habitual, como dice Nacho, emplear el narrador falible para mentir o vacilar al lector, pero no tanto en el cine, sobre todo en el cine comercial, insisto, donde el público no suele tolerar “los agujeros de guión”, y ya no digamos que se le mienta directamente. Es posible que la propia idiosincrasia del cine impida este tipo de experimentos, la fuerza de “la imagen real” que se dice, nos sugestiona de tal manera que suspendemos la incredulidad de tal modo que tendemos a identificar lo que ocurre en la pantalla con la propia realidad. Y también es clave el aspecto comercial, las productoras cinematográficas no suelen hacer grandes inversiones a fondo perdido por amor al arte, su intención es dar al público lo que creen que el público espera. Y reconozcámoslo, a la mayoría de nos gusta ver/leer/escuchar historias bien contadas y estructuradas, en los que las reacciones de los personajes tengan lógica, motivaciones claras y no queden incógnitas por resolver. Que “se entiendan”, vamos. Es decir, nos gusta ver en la ficción todo lo que la realidad no es y si no, nos enfadamos (un ejemplo al azar, esto es lo que dijo en su día el crítico Carlos Boyero sobre la estupenda Holy Motors, de Leos Carax; “una sucesión de tonterías sin gracia, los caprichos vacuamente surrealistas de un niño consentido e irritante”). Una paradoja que revela claramente la tremenda importancia que tienen en nuestra cultura las obras de ficción.

Room 237 (Rodney Ascher, 2012), la película que me vino a la mente tras pergeñar toda esta perorata, trata precisamente de esto, de las obras de ficción y su especial e íntima relación con el público lector/espectador, relación llevada al límite gracias a los avances tecnológicos.

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La guerra de los mundos, de Howard Koch y Orson Welles, y el estudio posterior de Hadley Cantril sobre la psicología del pánico

Nota inicial (30/10/2013): Antes de la lectura de esta reseña recomiendo pasarse por el siguiente artículo que habla sobre la repercusión que tuvo la emisión del Mercury Theatre, bastante menor de lo que se suele comentar. Sus autores, Jefferson Pooley y Michael Socolow, son profesores universitarios de comunicación y periodismo y autores de un libro sobre el fenómeno La guerra de los mundos y el estudio de Cantril. El artículo señala varios errores cometidos en el estudio de las cifras por el sociólogo de la Universidad de Princeton que se refieren a las dimensiones del “pánico”, pero no a lo que llevó a parte del público a alarmarse/asustarse.

El título más largo e inexacto del mundo

El título más largo e inexacto del mundo

Hace 75 años, el 30 de Octubre de 1938, el Mercury Theatre puso en antena la adaptación de La guerra de los mundos de H. G. Wells escrita para la ocasión por Howard Koch. El temor que indujo entre un porcentaje significativo de sus oyentes, especialmente en zonas rurales, forma parte de nuestro imaginario colectivo, probablemente sobreestimado por el paso del tiempo y el efecto magnificador de unos medios de comunicación que disparon su alcance. Este libro resulta interesante para indagar en lo ocurrido; además del guión utilizado por la compañía de Orson Welles incluye un estudio del sociólogo Hadley Cantril sobre las causas del pánico desencadenado aquella noche de otoño. Entre miles, decenas de miles o centenares de miles de radioyentes.

El guión de Koch es un pequeño dulce. Uno pasa sus páginas mientras se imagina la puesta en escena y entiende por qué la gente se pudo alarmar de aquella manera. De un ingenio sibilino, y con una densidad más que notable, toca todos los momentos claves de la obra de Wells. No solo cuenta la llegada de los marcianos sino que también ofrece un vistazo a lo que sería el mundo tras la presumible aniquilación de la civilización humana antes de la proverbial salvación vía microbios. En apenas una hora junto a la introducción, las piezas musicales para crear atmósfera, los primeros noticiarios…

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Últimos días en el Puesto del Este, de Cristina Fallarás

Últimos días en el Puesto del Este

La ficción literaria está repleta de lugares comunes. Desde hace décadas se repiten en ella temáticas, tramas, argumentos e incluso paisajes narrativos, y son raras las ocasiones en las que esa circunstancia no afecta, por comparación directa con las anteriores, a la calidad de una determinada obra. Una de las excepciones presenta un escenario por el que ya han transitado escritores tan prestigiosos como Dino Buzzati y J. M. Coetzee, e incluso nuestro Albert Sánchez Piñol. La tensa espera en un olvidado puesto fronterizo sitiado por los bárbaros ha sido tratada en obras como El desierto de los tártaros, Esperando a los bárbaros y La piel fría, tres novelas de calidad mayúscula. La nouvelle de Fallarás viene a sumarse a ese pequeño grupo de élite, y aunque no llega a alcanzar las mismas cotas que sus predecesoras, cuenta con la calidad suficiente como para ser sumada sin rubor en el haber de ese nicho temático.

Además de la similitud existente entre sus correspondientes escenarios narrativos, muchas de estas obras participan de un denominador común. Al igual que ocurre en el poema de Kavafis del que todas parten, la amenazadora presencia del invasor más allá de las murallas juega un papel secundario en la trama; en realidad, los bárbaros sólo son el percutor de los sucesos que acontecen tras las murallas. El interés de la novela se  centra siempre en la peripecia personal de los sitiados. Mediante la descripción de sus reacciones y de los recursos que emplean para adaptarse a las circunstancias, el autor analiza lo mutable que se torna el concepto de humanidad cuando es sometido a los rigores de la supervivencia. Las penurias del asedio terminan por socavar la esperanza de los resistentes, difuminando los principios morales y la escala de valores que compartieron antaño. Fallarás centra la atención en uno solo de esos personajes, con un estilo tan íntimo y directo que produce la sensación inequívoca de que la protagonista no es, en realidad, otra cosa que el vehículo de sus propias emociones.

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Bajo la piel, de Michel Faber

Bajo la piel

Bajo la piel

Isserley conduce por las carreteras de Escocia buscando algo que el resto de la gente acostumbra a evitar: autoestopistas. Con un cuidado extremo observa a los que se encuentra en su camino, da un par de pasadas por delante y, si cumplen sus requisitos, se detiene a recogerlos. Se pueden imaginar que poco importa el destino: siempre van en su misma dirección. Sin embargo su suerte no está todavía echada. Comienza entonces un análisis más exhaustivo. ¿Viven en familia? ¿Tienen trabajo? ¿Alguien los echará en falta si decide “llevárselos”? Mientras se inicia una conversación llegan los únicos fragmentos en los que el narrador se aleja de Isserley para centrarse en lo que observan sus “presas”; unos párrafos en los que somos más conscientes de sus singularidades. Su peculiar apariencia física; ese cuerpo recorrido por incontables cicatrices que apenas acierta a disimular; un busto generoso, siempre a la vista a modo de anzuelo; su directa y un tanto pueril forma de manejar la charla. Entonces, de vuelta a Isserley, llega el juicio definitivo. El momento de decidir si son o no apropiados; si existe o no riesgo en tomarlos; si debe apretar el botón escondido en el salpicadero del vehículo para dormirlos o si debe dejarlos en algún arcén de las Highlands sanos y salvos.

Este es el inicio de Bajo la piel. El relato de una práctica que se repite una docena de ocasiones, contada con la misma asepsia con la que su narrador observa los actos y pensamientos de Isserley. Hay mucha frialdad y claustrofobia detrás de su rutina y los rituales a los que se aferra en una realidad en la que debiera haber sido una presa y donde, sin embargo, medra como un eficiente depredador. Asimismo es un baluarte para sus compañeros, un trabajador indispensable del que dependen sus congéneres pero al que observan como un bicho raro. Llegar hasta su posición implicó demasiados sacrificios.

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Raylan, de Elmore Leonard, y Justified

Raylan

Raylan, fan and fiction

Entre las muchas series que podrían pasar como “La gran olvidada” en ese panorama de genialidad en el que vive la ficción televisiva anglosajona, mi corazón guarda un lugar para Justified. Lejos del olimpo que ocupan las más grandes (State of Play, The Wire, Breaking Bad, The Office BBC) y un paso por detrás de muchas otras, pero con atractivos únicos como su protagonista, Raylan Givens, ese personaje “pose” al que todo fanboy querría parecerse; una legión de pseudofreaks provenientes de lo más profundo y endogámico de las montañas de Kentucky; o una visión del género policial que recrea y retuerce sus propias convenciones.

Buscando información sobre su origen, descubrí que el marshall Givens no aparece por primera vez en el relato de Elmore Leonard “Fire in the Hole” (2001) sino que fue creado a mediados de los 90 como secundario para una de sus novelas: Pronto. Raylan es una obra muy posterior (2012) que, de alguna manera, intenta canibalizar su propio éxito televisivo mientras ejerce de vademécum para el equipo de guionistas. Hasta el punto que la mayoría de las ideas o personajes que presenta los hemos visto con posterioridad tanto en la segunda como en la tercera temporada de Justified. Sin embargo, como espectador que se acerca a la novela buscando una experiencia complementaria, Raylan se asemeja (y es triste reconocerlo) a un fan fiction mal hecho, un texto sin alma pergueñado por un observador incapaz de trasladar al papel nada de lo que se puede ver en la serie. Lo peor es que tampoco se puede decir que Leonard esté particularmente entonado en la escritura de los diálogos ni la profundidad de sus personajes.

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Bandidos, de Elmore Leonard

Bandidos

Bandidos

La reciente muerte de Elmore Leonard me llevó a mirar una de las estanterías-Pila (así está el tema, oigan) y observar que había acumulado un puñado de sus novelas sin haber leído ninguna. Puesto a poner fin a este desconocimiento, agarré la que se encontraba más a la izquierda: Bandidos. Tras terminarla, indagando un poco, me he dado cuenta que no está considerada una de sus mejores obras; de hecho todavía no ha sido reeditada por Alianza. Y un poco entiendo por qué. En sus páginas prácticamente no ocurre nada de entidad. Además su argumento se mueve alrededor del apoyo del gobierno de EE.UU. a la contra nicaragüense; es taaaaaaaan años 80. Sin embargo también contiene elevadas dosis de una de las constantes que suelen asociarse a Leonard. Ese talento único para crear perdedores con una manera muy especial de contar su caída en desgracia.

Bandidos relata el encuentro en Nueva Orleans de cuatro personajes: un antiguo ladrón de bancos recién salido del trullo que lleva un cuarto de siglo sin echar un polvo; un antiguo policía expulsado del cuerpo por un descuido estúpido; una antigua monja testigo de las salvajadas más grandes del polvorín nicaragüense; y un antiguo ladrón de guante blanco que, tras un período a la sombra, trabaja en una funeraria. Los cuatro unidos por el afán de venganza de un antiguo general de Somoza en plena captación de fondos entre la aristocracia del GOP de Louisiana.

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