Fabricantes de sueños 2005

Fabricantes de sueños 2005

Fabricantes de sueños 2005

Fabricantes de sueños puede parecer, a primera vista, una antología de relatos un tanto presuntuosa. Pretende recoger, nada más y nada menos, los mejores cuentos de ciencia ficción, fantasía y terror publicados cada año en España. Sin embargo en el mercado anglosajón es de lo más corriente encontrar títulos como The best science fiction of… así que la A.E.F.C.F.T. hace muy bien en seguir patrocinando este tipo de libros por más que muy a menudo no dejen de tener un cierto carácter subjetivo, en función del número de páginas –unas 240– y de las opiniones de cada antologista.

El volumen correspondiente a 2005, que recoge lo mejor de 2004, ha sido seleccionado por José Carlos Canalda, Antonio José Cervero y José Vicente Ortuño. Y aunque, como es casi obligado en este tipo de proyectos, es un tanto irregular no es menos cierto que merece la pena hacerse con él, más que nada por la existencia de un par de joyas irremplazables. En total nos encontramos con diez cuentos: cuatro de terror, uno de fantasía y cinco de ciencia ficción, aunque queda claro que el miedo es el gran protagonista de este libro ya que tanto el relato de fantasía como uno de los de ciencia ficción funcionan perfectamente dentro de este registro.

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El misterio del príncipe, de J. K. Rowling

El misterio del príncipe

Es curioso observar como el fenómeno Harry Potter ha sido juzgado más bien por una serie de cuestiones extraliterarias que por sus propias virtudes como obra narrativa. En efecto, la mayoría de los periodistas y críticos que se han acercado a esta saga han resaltado, especialmente, el hecho de que haya conseguido enganchar a la lectura a una generación que muchos dábamos por perdida para esto de los libros. A partir de ahí, el debate parece que se ha centrado en si realmente era bueno que nuestros tiernos infantes cayesen en la garras de la literatura fantástica y en esa línea ha habido opiniones para todos los gustos. Desde defensas tibias (“por lo menos leen”) hasta gestos de auténtico horror.

Como mucho, Harry Potter parece que ha sido considerado una herramienta útil para que el lector joven llegue a otros sitios, un rito de iniciación antes de entrar en las cosas que de verdad uno tiene que leer.  Y, sin embargo, muy poca gente ha analizado si los libros de J. K. Rowling son buenos por sí mismos, no como herramientas pedagógicas o como extraño misterio mediático sino como artefactos literarios. Y creo que esto se debe a que muchos de los que han llenado páginas de periódicos y tertulias radiofónicas con el tema no se han leído realmente la saga. Sinceramente, dudo mucho que lo hayan hecho. Y a este respecto una anécdota que oí hace unos meses en un programa de radio. Se hablaba sobre posibles lecturas para el verano y alguien menciono, para los más jóvenes, los libros de Potter. Todo el mundo estuvo de acuerdo pero, rápidamente, alguien afirmó: “la verdad es que el bueno es el primero, los demás son meras explotaciones de ese éxito”. Y ahí es cuando estuve a punto de salirme de la carretera –cosas de escuchar la radio sólo cuando conduzco– porque –a pesar de que el resto de los tertulianos asintieran gravemente– es justo lo contrario. Los dos primeros libros de la serie –La piedra filosofal y La cámara secreta– son los más flojos, mientras que los volúmenes tres y cuatro –El prisionero de Azkaban y El cáliz de fuego– son los dos más conseguidos hasta el momento. En fin que en este país, como siempre, nos encanta hablar de lo que no sabemos.

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Artifex Tercera Época 1

ATE1

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Renovarse o morir. Y, en este caso, afortunadamente, fue renovarse.

De esta forma, Artifex encaró en el 2005 un nuevo avatar llamado Tercera Época y donde se dejó de lado el formato revista o el aire entre amateur y elitista de anteriores encarnaciones para dar paso a lo que en el fondo siempre ha sido este proyecto: una antología de relatos fantásticos en castellano en formato bolsillo. Puede que las portadas sean más vistosas y llamativas que antaño pero la esencia de Artifex sigue intacta, esperemos que por mucho tiempo.

Este primer tomo presenta una variada y nutritiva selección donde, prácticamente, se tocan casi todos los géneros del fantástico nacional. Gustarme, gustarme sobre todo me ha gustado “La cotorra de Humboldt” de Lorenzo Luengo, un afilado estudio sobre la condición humana y una muestra más de su prosa evocativa y barrroca.
Ahora, reconozco que el cuento que más me ha subyugado es “Las muchas hazañas de la Sección 13” de José María Faraldo. Puede que no sea el mejor; de acuerdo con que apenas hay historia y sólo es un esbozo de algo más grande. Por supuesto que no deja de ser un pastiche, homenaje o plagio, pero la idea de crear una Liga de los Hombres Extraordinarios con personajes de la literatura española de finales del XIX y principios del XX (la Doña Inés de Zorrilla, Silvestre Paradox de Baroja, Pío Cid de Ganivet e, incluso, ¡Marcelino Pan y Vino!) me resulta, sencillamente, irresistible, y más aún si se sitúan en una República ucrónica dirigida por Don Manuel Azaña (que uno no es sólo friki con eso de la ciencia ficción).

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El horror de la escalera, de Arthur Quiller-Couch

El horror de la escalera

El horror de la escalera

Durante el siglo XIX en Inglaterra –seguida muy de cerca por E.E.U.U.– se desarrolló el primer mercado masivo de literatura popular. Evidentemente, libros y lectores han existido desde tiempo inmemorial, pero únicamente cuando se ha conseguido un sistema educativo amplio que dé cabida a la mayor parte de la población de un país podemos hablar de literatura popular masiva y de mercado. En Inglaterra esto empezó a conseguirse a finales del XVIII cuando las mujeres –las grandes ausentes– devoraron e hicieron triunfar a la llamada literatura gótica. Con la posterior incorporación de los jóvenes y las clases trabajadoras al vicio de la lectura, el  mercado creció de una forma tan brutal que hizo posible la aparición de una pléyade de autores profesionales. Evidentemente, los nuevos lectores exigían más diversión que profundidad y a lo largo de esta centuria fueron apareciendo la mayoría de los géneros literarios actuales: misterio, policíaco, romántico, juvenil, histórico, erótico, aventuras, humor, espionaje y, como no, fantasía, terror y ciencia ficción.

La competencia fue feroz y muchos autores, como Conan Doyle, lograron tocar casi todos los palos con una envidiable maestría. No es de extrañar, por tanto, que el número de grandes autores de esta época y lugar sea abrumador –Stevenson, Rider Haggard, Le Fanu, H. G. Wells, etc., etc.– y que algunos alcanzasen cotas realmente inimaginables partiendo de donde partían –Kipling, Conrad–. Sin embargo, el tiempo ha condenado a un injusto olvido a muchos de estos escritores con la burda acusación de ser de «segunda fila». Afortunadamente existe una editorial como Valdemar dispuesta a rescatar a algunos de ellos para uso y disfrute de las actuales generaciones. Y este es el caso de este grueso volumen que recoge la obra fantástica de Arthur Quiller-Couch, un perfecto desconocido del que sólo se sabía que había sido elegido por Stevenson para finalizar a su muerte su inconclusa novela St. Ives.

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La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger

La mujer del viajero en el tiempo

La mujer del viajero en el tiempo

A veces, cualquier género literario parece caer en una serie de tópicos que, en cierta forma, obstaculizan su evolución posterior. Y la ciencia ficción, por supuesto, no es una excepción. Valga como ejemplo dos temas: las historias de amor y los viajes en el tiempo.

Parece que escribir una historia de amor en clave de ciencia ficción es algo imposible. Que se sepa solo dos autores lo han conseguido con aplauso unánime de crítica y público: Philiph José Farmer con Los amantes y George R. R. Martin con Muerte de la luz. Claro que algunos lectores y críticos han argumentado que lo realmente notable de estas historias son otros aspectos como los rasgos sociológicos y xenobiológicos implicados en los mundos de ambas novelas.

Por otro lado, y desde que Wells creó este sub-género y Heinlein lo acabó de remachar en los 50, no se podía escribir más sobre viajes en el tiempo sin caer en la falta de originalidad, sin narrar algo que sonaba ha ya contado.

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Días memorables, de Michael Cunningham

Días memorables

Días memorables

Estamos ante un libro realmente peculiar. Un intento por parte de un escritor serio, con fama de culto y exquisito, por escribir ciencia ficción. Circunstancia, cuando menos, sorprendente. No porque sea el primero en hacerlo; sólo hay que ver las novelas aparecidas el año pasado de autores como Roth, Ishiguro o Casariego, sino porque es un esfuerzo consciente y explícito; Cunningham tiene como modelos tanto a Virginia Wolf como a Ursula K. Le Guin y de esta extraña mezcla sale Días memorables, un libro realmente memorable pero que también pose un cierto aire de extrañeza.

Desde luego, el punto de partida es tan caprichoso como interesante: un fix up de tres novelas cortas cuyo único punto en común son la poesía de Walt Whitman, como eje explicativo del mundo, y la ciudad de Nueva York, una ambientada en el futuro, otra en el presente y otra en el pasado.

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Cuentos europeos de fantasmas

Cuentos europeos de fantasmas

Cuentos europeos de fantasmas

Una de las grandes ventajas que ha tenido el abaratamiento de los costes de edición en los últimos años es la aparición de pequeñas editoriales ultra-especializadas, capaces de crear pequeñas joyas a un precio relativamente asequible y que sólo interesan, desgraciadamente, a un pequeño grupo de lectores. Editoriales en las que el tamaño modesto no va unido a un descenso en la calidad del producto sino, más bien, todo lo contrario.

Éste es el caso de Clan Editorial, un sello especializado en las antologías temáticas de cuentos, inicialmente españoles y, recientemente, internacionales. Sus libros tienen un precio bastante asequible y están realizados con auténtico mimo y cariño. No sólo en las estupendas traducciones si no en la calidad del papel (especialmente en las cubiertas) y en las preciosas ilustraciones interiores. En fin, un producto de calidad que debería de sacar los colores a más de una gran editorial de fama. Estos Cuentos europeos de fantasmas son, además, muy bien recibidos por tratarse en su mayoría de relatos inéditos o de difícil acceso al común de los lectores. Además, presenta el doble interés de recoger obras de autores poco conocidos (como Jean Lorrain, Charles Ferdinand Ramuz o Georges Eekhoud), de tradiciones literarias poco tratadas (escritores suizos o belgas) o de autores famosos que frecuentaron más bien poco el fantástico (Lermontov, Zola).

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El Invencible, de Stanislaw Lem

El Invencible

El Invencible

17 años y un aburrido verano en el pueblo suelen ser una combinación mortal, así que en aquel lejano 1986 me aprovisioné de la munición habitual para sobrevivir a tan largo asedio: muchos libros. Para ser más exactos, muchos libros de ciencia ficción. Uno de ellos fue El Invencible de Stanislaw Lem.

Entonces ya me había leído sus relatos de robots y los cuentos de Ijon Tichy. Lo tenía clasificado en el apartado de autores muy serios, con un sentido del humor vitriólico y dedicados a criticar al género humano. Una especie de ilustrado del XVIII que hubiese sobrevivido hasta el siglo XX y en el proceso hubiera perdido su fe en el género humano y ganado en mala leche. Así que El Invencible me sorprendió y de qué manera. Aparentemente era una historia de lo más convencional, típicamente pulp si me apuran. El Invencible que da título a la novela es una nave espacial de combate perteneciente a un Imperio terrestre que se está expandiendo por el cosmos. Vamos, una especie de Enterprise en un episodio de Star Trek (y creo que esta comparación estaba en la mente del propio Lem). La misión que debe cumplir es otro cliché más del género: acudir a un planeta inexplorado y descubrir qué ha destruido a la nave Cóndor.

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La era de cristal, de W. H. Hudson

La era de cristal

La era de cristal

Este verano, me encontraba charlando con un conocido experto en ciencia ficción nacional cuando la conversación derivó hacia uno de los “padres” del género de nuestro país. La crítica contra el pobre autor fue demoledora, y ante una débil justificación de su obra en aras de su carácter de “clásico”, la sentencia fue inapelable: “en este país, por desgracia, no sabemos distinguir lo antiguo de lo clásico”.

Bueno, creo que esta verdad es, por desgracia, inapelable pero, creo también, que no es únicamente un mal español. Y si no, echémosle un vistazo a La era de cristal del muy inglés W. H. Hudson. La única justificación que se me ocurre para publicar en nuestros días una novela de ciencia ficción escrita originalmente en 1887 es su carácter de clásico, de obra seminal cuyas influencias puedan rastrearse hasta nuestros días y cuya calidad sea incuestionable. Una obra como, por ejemplo, la de H. G. Wells o Julio Verne, por poner los dos ejemplos más obvios. Si ésta no es la razón, entonces lo único que se me ocurre es la curiosidad erudita o arqueológica, más típica de un estudioso académico que del gran público. Como el editor es Minotauro y no el servicio de prensa de ninguna universidad, queda claro, por tanto, que el libro de Hudson debe de tener ese carácter de clásico que antes comentamos.

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Maestros del horror de Arkham House

Maestros del horror de Arkham House

Maestros del horror de Arkham House

A veces es difícil romper ciertos prejuicios firmemente anclados en el ánimo del buen lector español de literatura fantástica y, quizás, el más acendrado e indestructible sea aquel que jura y perjura que los libros de nuestros géneros preferidos son caros. Bueno, más bien carísimos. Rebuscando por los foros y artículos que se pueden leer por internet veremos que esta idea es recurrente e indestructible y que por más que editores, escritores y aficionados varios la hayan intentado poner en entredicho persiste incólume en la mente de un buen número de lectores. Y si hablamos de la colección Gótica de la Editorial Valdemar para qué queremos más. Da igual que juremos que sus libros son de una calidad editorial exquisita (papel de alto gramaje, tapa dura, lomos cosidos), que sus traducciones son de las mejores del mercado y que tengan la más impresionante selección de autores clásicos de terror jamás reunida. La frase final siempre es la misma: “Sí, pero vaya precio…”

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