El nacimiento del ciberpunk. Influencias internas (2 de 4)

Neuromante

En cuanto a los materiales de ciencia ficción que utiliza, la literatura ciberpunk no es, en cierto modo, original. La mayoría de sus conceptos proviene de una cf clásica actualizada, adaptada a su presente y pasada por el tamiz de la posmodernidad. Neuromante no inventa nada, o tal vez sí lo hace, precisamente, a la manera posmoderna, la misma que a lo largo de este siglo XXI ha trufado el mercado del arte con reinterpretaciones, resignificaciones, remakes y reboots. La novela de Gibson, y el ciberpunk en general, proponen una mezcla de géneros y tropos que une elementos dispares y reutiliza viejos conceptos, abordados en conjunto desde una nueva perspectiva. Dada la enorme herencia que recoge el nuevo subgénero, no es difícil encontrar la impronta de autores y obras precedentes, que proceden de diversos nichos.

Dime Detective MagazineEl repaso al cúmulo de influencias que concentra Neuromante ha de comenzar, sin embargo, por un género distinto. Es necesario viajar de nuevo a la época de las revistas pulp, y más concretamente a cabeceras como Black Mask o Dime Detective Magazine. De la mano de autores como Dassiel Hammet primero y Raymond Chandler después, la novela hard boiled se sofisticó, añadiendo elementos morales, crítica social y un alcance que, terminada la II Guerra Mundial, gracias a la Série Noire de Gallimard, le ganaría el respeto de la literatura general, lo cual la ciencia ficción siempre envidió. De ahí procede uno de los elementos más atractivos con los que cuenta la novela de Gibson, su tono noir. La misión de Case, la oscuridad del entorno urbano en el que se mueve, la violencia y la narrativa realista con la que se describe ese futuro próximo se corresponden con la novela negra. Incluso la tecnojerga y las referencias coloquiales a las drogas de diseño, que aportan ese aroma tan peculiar a la narración, son un eco del slang utilizado en muchos de sus relatos. La naturaleza marginal del protagonista, fuera de la legalidad, sitúa la narración en los terrenos de la crook-story, el subgénero que puso en duda el maniqueísmo dentro de la novela criminal, lo cual es normal teniendo en cuenta el carácter punk de gran parte de sus narraciones.

Dentro del territorio de la ciencia ficción, cuando se buscan influencias del pasado en una obra o corriente presuntamente original siempre se acaba dando con la monumental figura de Alfred Bester. En los años 50, el escritor norteamericano concibió en sólo dos novelas, El hombre demolido (1952) y Las estrellas mi destino (1956), gran parte de las ideas que años más tarde explotarían como nuevas las siguientes generaciones de escritores. Gracias a la fuerza desenfrenada que empuja sus tramas, estas dos obras han soportado bien el paso del tiempo. En ellas, especialmente en la primera, se pueden encontrar tanto el origen de la corporatocracia que impera en las sociedades del ciberpunk, dirigidas por todopoderosas multinacionales que deciden el destino de los ciudadanos, como el marginalismo que determina la composición y fisonomía de sus ciudades. Los Tessier-Ashpool de Gibson proceden de los D’Courtney o los Presteign besterianos, familias cuyo poder empresarial hace que estén por encima del sistema. Las tramas policíacas de estas novelas, la arquitectura de sus ciudades y la tecnología cercana, parca en lo futurista, también han marcado el imaginario ciberpunk.

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Pequeños héroes, de Norman Spinrad

Pequeños HéroesLlegué a Pequeños héroes a través de la serie de artículos sobre las colecciones de ciencia ficción en España escritos por Julián Díez para la revista Gigamesh. Después de haber perdido la conexión con los libros de Acervo tras su deriva hacia las plomizas series de Stephen Donaldson (Thomas Covenant) y Ann McCaffrey (Pern), y los abismos pajeros de Terry Brooks (Shannara), no tenía ni idea de su existencia. Desde luego como penúltimo número de la colección, rodeado de los bestsellers que, en muchos casos, estaban muy por debajo de los primeros libros de la Dragonlance, ya es de por sí una rareza. Su escritura lo hermana no solo con el resto de la producción de Spinrad; también lo conecta con una corriente, el cyberpunk, de la cual el autor de Los jinetes de la antorcha e Incordie a Jack Barron fue inspirador, fan y estudioso.

El principal gancho de Pequeños héroes emerge de su personalidad ochentera. Estética y conceptualmente remite a aquella década o, más bien, a lo que podrían haber sido los 90 si la MTV se hubiera convertido en la estructura dominante del panorama musical, no se hubiera desarrollado la World Wide Web, el uso de sustancias estupefacientes se hubiera extendido a toda la sociedad, los grupos de phreakers y hackers hubieran tenido la oportunidad de golpear el sistema más allá de pequeños aguijonazos y la crisis económica que estaba por venir se hubiera convertido en la tormenta perfecta. Esta conjunción sirve de molde para un escenario distópico de esos en los cuales el mundo tiene cuerda para rato pero no apetece experimentar. Ni por aproximación.

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