Ciencia ficción y hippies apartados de la civilización más caótica. Eso tenemos en Time Pressure, de Spider Robinson, así que la novela se podría enclavar en ese subgrupo literario que se conoce por el (acertado) nombre de ‘ciencia ficción pastoral’, como leemos en la versión de 1995 de La enciclopedia de ciencia ficción de John Clute y Peter Nicholls, o lo que también se podría llamar ‘ciencia ficción rural’: pienso en obras de Clifford D. Simak, George R. Stewart, Zenna Henderson o John Wyndham. El sentido de la maravilla, como en estos autores, proviene tanto de lo cienciaficcionesco –en este caso, la llegada de una viajera en el tiempo–, como del entorno natural, cubierto de nieve y hielo, donde habitan los protagonistas. Time Pressure también se puede leer como una variación del subgénero del primer contacto con especies alienígenas. Lo que llega del aire y se materializa entre los árboles nevados no es un platillo volante tripulado, como en esos casos, sino una mujer del futuro. A partir de ahí, el narrador va presentando a la chica en su círculo de amigos, cómo se desenvuelve y los motivos por los que ha vuelto.
El narrador en primera persona es un hippie de 28 años que vive aislado en una enorme casa rural en Nova Scotia, Canadá. Es un anacoreta por vocación y, como complemento, un lector atento, despierto y crítico de ciencia ficción, cosa que le salvará la vida. No es raro que salpique su relato de los hechos –la inexplicable materialización de una viajera en el tiempo en una esfera translúcida– con reflexiones sobre ciencia ficción. Se anticipa a la posible ruptura del pacto de ficción que exige toda historia con preventivas apelaciones a los lectores, y, avanzándose a ellos, mencionándolos con toda intención, desactiva los lugares comunes que en otro autor hubieran chirriado como fallidos mecanismos de seducción, para hacer su relato más creíble, más consciente de sí mismo.
En este sentido vemos cómo la ficción influencia a la realidad. Si la novela se compone de dos ficciones –por un lado la vida convencional del narrador, y, por otro, el hecho que hace de detonante de todo lo demás–, acercarse a la realidad –a ese hecho– con ojos cienciaficcionescos es lo que ayuda al protagonista a entender lo que pasa: por paradójico que parezca, sus lecturas del género han hecho de él una persona escéptica, racional e incrédula, y eso es precisamente lo que le hace creer en lo que ven sus ojos, lo que acaba de presenciar en el arranque del libro y que de ninguna otra manera podría llegar a ser otra cosa: la presencia de lo improbable.
La estructura de Time Pressure, sin embargo, está descompensada. Aunque el arranque es envolvente, el tramo central se alarga en exceso para, en las últimas 50 páginas de un libro de 240, dispararse sin el comedimiento que ha definido el conjunto hasta ese momento. 20 o 25 páginas menos de socialización entre hippies colocados no le hubieran hecho daño. Y es sólo al final del libro que acabamos de montar ese puzle cuyas piezas han ido apareciendo, dispersadas, en el relato, creando la sensación de que el autor ha terminado el libro con prisas.
La escritura coquetea con varios registros: el coloquial de los jóvenes hippies que pueblan la novela, y el analítico o más reflexivo de los excursos del narrador sobre ciencia ficción y sobre los tópicos en los que, a sabiendas, incurre al contar la historia. Siempre con un fluir acompasado, la frase de Robinson está medida con rigor, y las piezas encajan hasta conseguir ese tono bipartito que caracteriza la voz del narrador. Robinson domina la frase larga, cosa no muy frecuente en la ciencia ficción, y refleja bien las relaciones de pareja, el engranaje social de un colectivo determinado (los hippies), con buen ojo para todas las pequeñas contradicciones y sentimientos incómodos que pueden surgir en estas circunstancias. Los personajes suenan a verdad.
Pese al carácter marcadamente arácnido de su nombre, Spider Robinson no ha incurrido nunca en el terror ni en la fantasía macabra: su terreno es el de la ciencia ficción, y es autor de numerosas sagas y trilogías. Es un hijo de los años sesenta, y todo ese ambiente –con su acracia, su fraternidad y su ingenuidad– permea Time Pressure. En la página 88 el testimonio se dedica a inventariar la jerga particular de la cultura hippie para que la recién llegada viajera en el tiempo no se pierda en el transcurso de sus conversaciones. La descripción de los motivos decorativos de una de las casas de la comuna tampoco tiene desperdicio: es un catálogo de parafernalia hippie que es, a su vez, un viaje en el tiempo, a una década culturalmente edificante que puede servir, hoy, de alegre contraste con nuestro presente de monotonía y soledad, de precaución y aislamiento. Al enumerar estas señales, Robinson subraya lo forzado de su existencia, su razón de ser como código de identificación social, el papel que cumplen estos detalles como mero signo de pertenencia a una determinada tribu urbana.
La novela es de 1987, pero es un retrato lúcido de la contracultura de los años sesenta y setenta, y, aunque no sea una gran obra, narra la decadencia del movimiento, las vivencias de sus últimos protagonistas, lanzando una mirada irónica pero afectuosa a las pasiones que circulaban por dentro del movimiento hippie hasta estallar en un final cienciaficcionesco muy afín a las simpatías de la contracultura hippie.
Time Pressure, de Spider Robinson
Ace, 1987
243 pp. Hardcover.