Tras el 11S

La crítica

Tras el 11S, alguien entrevistó a Umberto Eco y le preguntó qué opinaba sobre las causas y las consecuencias del atentado.

Eco respondió:

Imagino que me pregunta eso porque me considera un pensador, ¿no? Pues déjeme que lo piense.

Es una de las formas más exactas y sencillas con que he visto describir el trabajo intelectual: pensar mucho, durante mucho tiempo, aplicando sistemas de análisis.

Muchos críticos de cine o literatura o teatro o cómic ―de hecho, la mayoría― escriben sus juicios al poco tiempo de acabar la obra. No profundizan realmente en los textos, sino en sus impresiones inmediatas sobre los textos. Son dos tipos de acercamientos muy, muy diferentes a la realidad.

Hay críticos brillantes y experimentados que salvan bastante bien los muebles, pero ninguno de ellos negará que ni una sola de sus críticas escritas de ese modo está a la altura de un análisis cuidadoso de la obra. En los análisis cuidadosos, que requieren varias recepciones y examen riguroso de los diferentes elementos estéticos (personajes, estructura, imaginarios espaciales, temporales, voces narradoras, estilos, tradiciones, idiologemas…), la impresión cambia a menudo y, si no llega a cambiar totalmente, sí cambian numerosos elementos, salen a flote detalles no considerados, implicaciones inesperadas… Todo crítico sabe esto. Incluso cualquier estudiante de Filología debería saber esto.

¿Por qué entonces no solo los profesionales, sino casi todo el mundo, se muestra tajante y postulador e inflexible cuando emite un juicio sobre una obra que ha visto solo una vez?

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Lecturas cherokee de James Joyce

DublinesesHace poco me encontré con una alegre, refrescante sorpresa leyendo Dublineses. Disimulada entre sus páginas se percibía una tenaz defensa (fortificada, podríamos añadir) de la llamada subcultura. Pero no es sólo que se ‘percibiera’: es que, entre los primeros pliegues argumentales de uno de los primeros cuentos, estaba, ejemplificada ahí como un tesoro, toda la dinámica de la dominación que atraviesa, como  una red de gruesos vasos sanguíneos, lo que se conoce como cultura: vemos el olfativo desprecio con que se aparta de lo subcultural, vemos cómo funciona y cómo es esa parcela subcultural de la creatividad, y en conjunto vemos una vindicación total, honesta, de lo despreciado.

Así empezaba sin saberlo, con ese libro, un viaje a través de Joyce, hacia la subcultura.

Imbricada en “An Encounter” vemos a la vez la defensa de la subcultura y el ataque frontal a una autoridad que, encastillada e impaciente, la desprecia. La historia es sencilla: unos críos, aficionados a la lectura de novelas y tebeos del oeste, deciden, incitados por el influyente encanto de sus aficiones, desobedecer su mundo y salir en busca de aventuras (al coste de la desobediencia). ¿A qué se enfrentan? En clase, el profesor, dogmático, maniqueo, clasista y autoritario, les prohíbe leer semejante bazofia. Les dice: “Que no vuelva a ver esta miserable basura en este colegio. El hombre que la escribió, imagino, es un miserable escribiente que escribe estas cosas por un trago”. Ah, los desprecios y los prejuicios avanzan de consuno hacia el infinito. Ahí, la autoridad. Los críos, ilustrados y valientes, ignoran olímpicamente las pobres amonestaciones de esa nada envejecida que es su profesor, y salen, con los ojos ardiendo como faros, a vivir aventuras como los protagonistas de las historias despreciadas que leen a escondidas. Ahí, la desobediencia liberadora.

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Sobre la ciencia en la ciencia ficción

Cuando Alice se subió a la mesaSe puede decir así, si queremos: la ciencia ficción no tiene nada que ver con la ciencia. Hay historias que la incluyen más, otras que menos, pero su presencia, en los surcos de un cuento o novela, está al servicio de la imagen, de la potencia semántica de la imagen, y no del análisis físico, químico o biológico del mundo. La ciencia forma parte de un contexto del que, bien tejido, surge el novum creíble, y no tiene por qué plegarse a las conclusiones de la así llamada realidad porque la ciencia, en la ficción, está al servicio de la imaginación y de la poesía. Representa lo pensado y sentido y no el desmenuzamiento científico del mundo, de los mecanismos internos, físicos, químicos o biológicos que realmente componen este mundo. Los objetivos de la ciencia en la ciencia ficción no son los mismos que en el laboratorio.

La ciencia en la ciencia ficción es un imaginario utilizado para espolear el sentido de la maravilla y hacer que despliegue todo el fulgor que lleva dentro y del que es capaz. Es un corpus explicativo y racional, orquestado para apuntalar un sentimiento, un pensamiento, una idea. Y la ciencia es, en sí misma, imaginario. Que haya fallos o incongruencias científicas en una novela de ciencia ficción es irrelevante. Sí, cierto, soy consciente de que puede chirriar hasta el punto que nos expulse de la lectura, pero en ese caso nos estará expulsando un elemento extraliterario, como si leyésemos un libro plagado de faltas de ortografía, de erratas y desajustes en la maquetación. Comprensible el rechazo, pero por motivos que nada tienen que ver con el texto. Esa novela o ese cuento reajustan las leyes físicas, químicas, biológicas y etcétera, y las resignifican en el nuevo contexto que las gesta a su manera, permitiéndose el lujo de ignorar o violentar determinadas certezas contrastadas.

Hay que adentrarse en la ficción poetizada, que es como decir aumentada, que nos propone todo texto cienciaficcionesco, sin los asideros de nuestra racionalidad cotidiana. “La función de la ciencia en la literatura de ciencia ficción es poética”, leemos en la Teoría de la literatura de ciencia ficción, de Fernando Ángel Moreno, así que todo este texto no es más que una simple nota al pie de esa frase.

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Las terceras trampas del relato breve

Aquí no es MiamiEs cierto que no sólo en el relato breve se esconden estas terceras trampas narrativas, pero el salto de sus resortes es más visible en el terreno corto, quizá porque en la novela hay más espacio para todo y no hay que acotar tanto la escritura. Pero bueno, a lo que vamos: esta tercera trampa que nos tiende la escritura es –además de eso, una trampa– una tentación especialmente irresistible, un comodín: me refiero a cederle al argumento, o al tema general, la contundencia emocional del cuento, confiando en que el tema mismo se encargará de tejer las inercias que impactarán o conmoverán a quien lea. Mi tema es tan serio que no puede (ni puedo) fallar, y el argumento que escojo para representarlo es tan extremo que me basta con mencionarlo para conmover. Pero lo que hace ese gesto es apartar el texto de ti y acercarlo a algo previo, existente, que no necesita de tus aportes.

Para hablar de la maldad humana escribiré un cuento sobre películas snuff, alejándolas del murmullo distorsionante de las leyendas urbanas, acercándolas a lo que nos queda cerca y conocemos mejor. A lo demostrable. Seré grave y mi escritura cruenta porque mi tema será cruento y grave. Hacer así es cómodo porque es una tentación descansar del esfuerzo de escribir. Y ante la garantía de que el tema, que es tan extremo, te asegura la transmisión del horror, te relajas, porque ya está todo hecho, y te sientas a ver el espectáculo de las reacciones lectoras. Acomodaticio, confías en que el tema lo hará todo por ti. Pero lo que estás haciendo es cederle a la realidad X (intolerablemente macabra), el peso y la potencia emocional del cuento, y no a tu talento. Que es quien debería transmitir esos tormentos. De adentro a afuera. Porque la contundencia no viene dada por la escabrosidad de lo narrado: decir películas snuff confiando en que ese submundo enfermizo será suficiente para que tiemblen las manos lectoras es quedarse afuera de la intención y del texto. Es nombrar lo que todos sabemos y no añadirle nada. Encontrar una situación cotidiana y extraerle ese mismo temblor a las manos lectoras es lo que hace el talento de verdad, que es un movimiento que, como digo, va de adentro a afuera.

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Las segundas trampas del relato breve

“…no pidáis al sueño sino reposo”.
Antonio Machado, en Juan de Mairena

No tengo boca y debo gritar

En el cuento hay pequeños vicios en los que es fácil caer. Seductoras trampas que nos tientan con su apariencia de solución original. Cuando el cuento esté a punto, cuando ya le falte sólo ese toque final, llegarán las trampas y nos confundirán con sus prometedoras piruetas narrativas hasta que creamos que estamos dándole el aporte clave a la historia, y no: la estaremos despotenciando. Uno de estos fallos es especialmente dañino porque desvirtúa el conjunto de todo lo narrado, retroactivamente, sin remedio. Me refiero al quiebro final, ya sea un sueño o un inesperado cambio de enfoque, que, con su sorpresa, le da la vuelta a lo leído hasta el momento.

El sueño, utilizado como elemento sorpresa final, como explicación de todo, es un error de esos que chirrían hasta el punto de arruinarte la experiencia completa de lectura. Tenemos un cuerpo narrativo, y el sueño, colocado como final, invalida todo lo anterior y se arroga el supuesto mérito de sorprender, de romper con las expectativas lectoras. Lo malo es que lo hace de la peor manera posible. Hace que todo lo narrado quede átono, desvirtuado y olvidable porque, en el fondo, sólo era un sueño. Y como mecanismo de sorpresa es torpe: nada más simple que decir, “¡que no, hombre, que era broma!”, que es a lo que se reduce el recurso. Como espectadores, como lectores, como asistentes a un despliegue narrativo, nos quedamos sin asideros con los que recordar la historia y pensarla, y lo único que perdura es el chisporroteo tontorrón de la sorpresa.

El otro caso, primo hermano del sueño como recurso para terminar una historia, es el giro sorpresa. Y lo mismo: cambia tu percepción de lo leído hasta ese momento porque el autor o la autora te había llevado de la mano por un camino para que creyeras que todo era A, y, en el último instante, cambia un detalle particularmente significativo, en media frase, que hace que aquella previsible A, de repente y por sorpresa, sea, y haya sido siempre, B. Bien. Creo que provocar esa sorpresa final con un giro argumental, o con el volteo de un pequeño pero significativo detalle, es un recurso que no funciona, que no aporta nada. Es un recurso que sólo llama la atención sobre sí mismo y sus supuestas virtudes sorpresivas, relegando lo anterior a mera excusa para proyectar esa misma sorpresa.

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Hipótesis sobre la ciencia ficción española

Historia y antología de la ciencia ficción españolaQuizá la clave de la ciencia ficción española esté agazapada en una inocente frase de uno de sus más notables ejemplos. Cogemos En el día de hoy, de Jesús Torbado, ucronía en la que el ejército republicano gana la guerra civil, y leemos: “La gente siempre ha querido en España trabajar y comer, no llegar a la Luna”. Este pragmatismo telúrico, atávico, explica parte del rechazo que siente el público lector por el género, parte de la desconfianza que despiertan sus colores y sus formas en el público mayoritario. Como es (o puede ser), un tema delicado, hay que matizar. ¿Qué quieres decir con esa arrogancia de “la clave de la ciencia ficción española”? Lo que quiero decir es que, si no hemos dado un corpus literario comparable al de otras literaturas, y si, pese a que la ciencia ficción entró en España y en el idioma hace ya décadas, no ha acabado de arraigar como sí hicieron, en cambio, otros géneros literarios, la explicación quizá esté ahí, latente e implícita, en la anecdótica frase de una buena novela del género.

No tengo ninguna intención de provocar ni quieren estas páginas (virtuales) ser un aguijonazo de forastero esnob. No tengo el más mínimo interés en picar a nadie. Pero si pensamos en la ciencia ficción española, si desprejuiciamos la mirada e intentamos abarcar sus logros y su raigambre desde unas coordenadas trazadas con los pies en el suelo, tendremos que hacerlo sin los voluntarismos ni los deliquios del fanático cantor que adora sin freno. El fándom tiene que alejarse del fándom.

En España la ciencia ficción no gusta mucho. En general, no gusta mucho; es en los entornos de la periferia cultural donde empieza a gustar. Y en España se escribe buena ciencia ficción, sin duda: hay obras y nombres propios admirables, sí, pero no ha arraigado ni hay un corpus de autores que hagan de ella una gran literatura de género. Repito: esto no quiere decir que no haya muy buenos escritores y escritoras –los y las hay–, como tampoco quiere decir que no haya buenos cuentos y novelas –los y las hay–; quiere decir lo que quiere decir. Que aún nos falta subir algunos peldaños más para llegar adonde han llegado otras literaturas.

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John Brunner e Idiocracia

Idiocracia

Como ya comentaba en un texto anterior, finalmente he terminado por llegar a la conclusión de que sólo hay dos respuestas de la cf a nuestra situación actual que mantengan alguna vigencia: parte de la obra de John Brunner y la semiolvidada película Idiocracia (aunque tenga cierto carácter de culto).

Sobre John Brunner, para hacerlo bien, debería sentarme y releer sus cuatro novelas fundamentales: Todos sobre Zanzíbar, El rebaño ciego, Órbita inestable, y El jinete en la onda del shock. También convendría un estudio un tanto serio sobre cómo un profeta vivió disfrazado de garbancero, o cómo un garbancero devino en profeta. En el origen de su carrera, que comenzó muy joven, enhebró una serie de aventuras espaciales de tercera que no le hacían destacar especialmente de otros autores británicos del momento (tipo Colin Kapp, J.T. McIntosh etc.). Escribía deprisa para poder ganarse la vida, y amontonaba publicaciones con títulos tan esperpénticos como Los súper bárbaros, Esclavistas del espacio o La amenaza psiónica. Sin embargo, ya con treinta años, la publicación de algunos textos más sofisticados como El hombre completo (1964) y Las casillas de la ciudad (1965) hacían suponer que podría ser algo más, una especie de Silverberg menor. Pero no anticipaban el aldabonazo que supondrían esas cuatro obras posteriores del periodo 1968-1974 (que se siguieron alternando con material adocenado de supervivencia).

Brunner no es el más grande, ni el mejor escritor, y de hecho en balance le veo inferior a Silverberg, por el que siento debilidad; pero por alguna razón ha terminado por ser el más pertinente de los autores de ciencia ficción. Este es un concepto que manejo con frecuencia, la pertinencia, en el sentido de capacidad de un texto de ciencia ficción de seguir siendo relevante y efectivo para un lector independientemente del momento en que se lea la obra, de la evolución de la sociedad, la edad del lector o cualquier otro factor.

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Seis planteamientos inconclusos

En un tiempo como éste, las ideas bullen en la cabeza. No falta tiempo; falta impulso ante la sospecha de que todo es más bien inútil, que la única posible consecuencia de un esfuerzo analítico es el desahogo, darnos de cabezazos contra las paredes.

Aquí presento ideas anotadas en mi libreta, que no tengo ánimo para desarrollar o investigar a fondo, pero que supongo serán representativas de lo que sienten otros lectores, y tal vez den pie a que alguien se extienda al respecto.

Aquel mes de marzo de 2020

1. La primera verdadera situación de cf (que yo haya vivido)

Cuando fui a comprar por primera vez a un supermercado tras el inicio del confinamiento, sufrí un shock escénico como no recuerdo otro igual en mi vida. Santiago Moreno presentó una situación similar en esta misma web, yo cuento la mía. Vivo en medio del campo; mi entorno siempre está casi vacío. Pero de repente, la siguiente vez que fui a comprar a la ciudad, días después del comienzo del confinamiento… La cola de gente cabizbaja aguardando turno para entrar en el centro comercial, las miradas huidizas, como si el contacto visual contagiara; los lineales con productos básicos vacíos; las mascarillas de algunos, el encogerse al paso de otros, gente con bufandas y guantes de fregadero… Caí de golpe en un mundo escondido en mis pesadillas, pero presentado con toda la falta de uniformidad y de épica propia del mundo real. Sabía de antemano que iba a encontrarme algo así, pero no es lo mismo que tenerlo delante, tras días de aislamiento en el que todo había cambiado. La última vez que había estado allí faltaba papel higiénico, pero todo lo demás era como siempre.

Fue la primera vez en mi vida que de verdad me sentí en un escenario de ciencia ficción.

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Las trampas del relato breve

RegresoTomo, como ejemplo de esas trampas que nos deja a veces la escritura, un cuento de Theodore Sturgeon, y por tanto como la excepción de una obra, como la puntual bajada de atención ante unos retos invisibles, y no como la norma. Menos conocido que Philip K. Dick o Ray Bradbury, Isaac Asimov o Arthur C. Clarke (por citar las luminarias de siempre), Theodore Sturgeon, como cuentista y novelista, ocupa un lugar destacado dentro del género. Fuera de él, no. Qué tiene que ocurrir para que esto cambie es algo que aún no sé. Un primer paso podría haber sido el hecho de que Kurt Vonnegut lo tuviera siempre como uno de sus referentes confesos, y de que su ubicuo personaje Kilgore Trout estuviera inspirado en él, pero por algún motivo no fue así. Nuevas traducciones en ediciones bonitas, reseñas positivas en los principales suplementos, escritores de renombre confesando su secreta admiración por su obra seguramente serían una solución eficaz. Pero quién sabe.

De todos modos, y reconocimiento público aparte, yendo al título de esta entrada, he encontrado en el cuento “Special Aptitude”/”Espacial aptitud”, del libro A Way Home / Regreso (1955) algunos detalles que nunca había visto en sus otros escritos, que afean el conjunto del texto. Estamos a punto de entrar en el siglo XXIV y el narrador del cuento confiesa que su voto para “El hombre del siglo” irá para el capitán de la nave que le llevó, sesenta años atrás, a recoger minerales a Venus. Miembros de expediciones anteriores habían descubierto que estos minerales eran el mejor combustible para la Tierra, el más ecológico y barato, y también, cómo no, descubrieron que Venus estaba habitada por unos seres humanoides pero horribles. (Como decir “horribles” es como no decir nada, aclaro que, al decirlo, me refiero a que tienen escamas verdes, son muchos más altos que los seres humanos y que de sus colmillos cuelgan densas ristras de babas opacas). De ahí la presencia de militares en la expedición que rememora el narrador. Hasta aquí todo bien.

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Rafael Sánchez Ferlosio y la ciencia ficción

Sánchez FerlosioEs muy probable que lo que vaya a decir, que las palabras que ahora siguen, no sean más que una simple tontería. Pero bueno, a veces las cosas hay que decirlas igual. Es verdad que la relación entre Rafael Sánchez Ferlosio y la ciencia ficción, no fueron, precisamente, muy buenas; ni muy cordiales ni fructíferas. Él, que es una de las mayores aventuras del idioma en las que te puedes embarcar, dijo algunas cosas feas sobre nuestro género. Las cosas como son. En “Personas y animales en una fiesta de bautizo”, que abre sus Altos estudios eclesiásticos, habla de “las desmelenadas invenciones de la ciencia ficción”, mencionándolas como “inversión del escéptico, lúdico, prudente (…) espíritu científico”; y en esa obra maestra que recorre la barbarie humana que es Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado, dice: “Y el sedicente ‘espíritu de aventura’ no es sino el elementalismo emocional vinculado a la mala literatura (…) o una regresión senil hacia las lecturas de infancia, con su percepción del mundo en clave de tebeo, por mucho que ese tebeo adopte los modernos escenarios de la ciencia ficción”. O la primera frase de ese mismo libro, por mí torpemente manoseada, hace poco, en el texto sobre humor y ciencia ficción, que es condescendiente y perfecta: “El desprestigio popular del espacio era completamente normal”. Visto así, la cosa es delicada.

Pero, primero: pensemos en los hechos. ¿Es un rechazo definitivo? ¿Radical? Porque, si vamos, como digo, a los hechos, a su obra, veremos que Ferlosio, cuando rechaza, rechaza bien, con argumentos, pensando, contextualizando y exponiendo, en frase poliarticulada, un pensamiento que socava lo que le es desagradable, lo que le es contrario al bien común del ser humano, con razonamientos y silogismos irresistiblemente persuasivos. ¿Ha sido merecedora de tales mecanismos de crítica ilustrada, la ciencia ficción, en Sánchez Ferlosio? Veamos.

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