Tras el 11S, alguien entrevistó a Umberto Eco y le preguntó qué opinaba sobre las causas y las consecuencias del atentado.
Eco respondió:
Imagino que me pregunta eso porque me considera un pensador, ¿no? Pues déjeme que lo piense.
Es una de las formas más exactas y sencillas con que he visto describir el trabajo intelectual: pensar mucho, durante mucho tiempo, aplicando sistemas de análisis.
Muchos críticos de cine o literatura o teatro o cómic ―de hecho, la mayoría― escriben sus juicios al poco tiempo de acabar la obra. No profundizan realmente en los textos, sino en sus impresiones inmediatas sobre los textos. Son dos tipos de acercamientos muy, muy diferentes a la realidad.
Hay críticos brillantes y experimentados que salvan bastante bien los muebles, pero ninguno de ellos negará que ni una sola de sus críticas escritas de ese modo está a la altura de un análisis cuidadoso de la obra. En los análisis cuidadosos, que requieren varias recepciones y examen riguroso de los diferentes elementos estéticos (personajes, estructura, imaginarios espaciales, temporales, voces narradoras, estilos, tradiciones, idiologemas…), la impresión cambia a menudo y, si no llega a cambiar totalmente, sí cambian numerosos elementos, salen a flote detalles no considerados, implicaciones inesperadas… Todo crítico sabe esto. Incluso cualquier estudiante de Filología debería saber esto.
¿Por qué entonces no solo los profesionales, sino casi todo el mundo, se muestra tajante y postulador e inflexible cuando emite un juicio sobre una obra que ha visto solo una vez?