Fracasando por placer (XXXVII): Ron Goulart

Ron Goulart

Se murió a comienzos de año Ron Goulart. Tenía 89 años, los había cumplido el día antes, estaba en una residencia. No he leído ningún libro suyo y no sabía gran cosa de él. Fue redactor publicitario antes de que su modesto éxito publicando a diestro y siniestro le permitiera convertirse en escritor a tiempo completo, con los sacrificios que eso conlleva si no consigues llegar a ser una estrella. Veo que tenía 180 libros publicados, porque hacía mucho material franquiciero, mucho refrito: tiene unas novelas que se firmó William Shatner pero escribió él, seis de Flash Gordon, siete de Vampirella, seis de una serie en la que Groucho Marx actúa como detective, la novelización de Cleopatra Jones, etcétera. Sólo tiene traducida al castellano la novelización de Capricornio Uno, sobre el guión original de Peter Hyams que dio visibilidad a la conspiranoia lunar. Se le consideraba un experto en general en la cultura popular, y escribió también ensayos.

Leo algunas curiosidades en el obituario de una cierta amplitud que le dedicó el New York Times, reproduzco una de ellas:

Una de las novelas de ciencia ficción más conocidas de Goulart fue After Things Fell Apart (1970), situada en 1995 después del colapso de los Estados Unidos. Cuenta la historia de un detective enviado a investigar los asesinatos cometidos por una organización lesbiana separatista radical llamada Mankill. Los escenarios de la obra incluyen Viena West, una recreación de la Viena de Freud; un motel dirigido por el FBI; y el Festival de Jazz Mecánico de Monterey, que muestra música de pinballs y lavadoras. La novela fue nominada al premio Edgar de la Mystery Writers of America y fue el primero de los cinco libros de una serie llamada “América Fragmentada”, que escribió a lo largo de las siguientes décadas.

La razón por la que decidí escribir sobre él no está ligado a todo esto, que no sabía o no recordaba (sí tengo Capricornio Uno en alguna parte). Es porque el de Ron Goulart era uno de esos nombres poco notorios de la fauna de las revistas de cf que a mí me hacía dar el visto bueno a un ejemplar. Las revistas estadounidenses suelen destacar el título de un contenido en portada (por lo general el más largo o el del autor más conocido, en alguna ocasión un texto que quieren destacar por su calidad), y luego los nombres sueltos de otros escritores destacados del número. No he conseguido dar con ninguna revista en la que el material de Goulart sea considerado el principal, el que merece que se cite su título en portada. Pero su nombre está en incontables ocasiones entre los secundarios. También hay alguna en la que figuran únicamente los nombres en orden de teórica relevancia: he encontrado un The Magazine of Fantasy & Science Fiction que reza simplemente, sin títulos: “Isaac Asimov. Ron Goulart. Wilson Tucker. Evelyn E. Smith”. Y yo, cuando veo una revista así, pienso durante un microsegundo: “Ah, Goulart, bien”. En ese caso, además, “ah, Wilston Tucker y Evelyn Smith. Pero qué bien”. Buenos rellenos. Quizá historias de calidad incluso, sorpresas bienvenidas. No serán contenidos vacíos producidos en el seno de un taller literario, eso fijo. Tendrán un argumento suficiente, estarán bien escritas. Goulart era calificado como camaleónico, quizá como un chiste sobre una de sus series más conocidas, y esa era también mi impresión: si bien una suerte de distopía humorística de baja intensidad era su sello más frecuente, podías encontrarte cualquier cosa en los textos firmados por él, y como mínimo sería profesional y tendría una idea curiosa sobre la que sostenerse.

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Mis cinco libros de ciencia ficción (2)

SolarisPermítaseme que haga mi propia interpretación de lo que afrontamos. Honestamente, tendría que dar muchas vueltas para determinar cuáles son las cinco mejores novelas de la historia del género, y sopesar factores variopintos (relevancia actual, influencia histórica, calidad literaria, impacto entre el público general etc.) que quizá me llevaran a terminar con una lista en la que habría uno o varios títulos que creo que no volveré a leer en mi vida pese a que tenga pocas pegas objetivas que ponerle (¿Crónicas marcianas? ¿Un mundo feliz? ¿Neuromante? ¿El hombre hembra?).

Me resulta más fácil y agradable dar mis cinco novelas preferidas. La lista de la isla desierta y esas chorradas. Libros que no necesito justificar especialmente a nadie salvo a mí mismo. A partir de aquí podría pensarse que voy a empezar con una retahíla de rarezas, pero tampoco va a ser así. Quizá no sean los títulos más obvios, pero creo que tampoco son chocantes. El canon tradicional que ha ido conformando el género está razonablemente bien, y se está expurgando sin que nos demos mucha cuenta para afinarlo aún más (eliminando a Heinlein u olvidando cada vez más cualquier cosa escrita en el seno del género en los años treinta y cuarenta, por ejemplo: véase qué se reedita y qué no).

La incorporación de novelas más recientes a ese canon está siendo más lenta que en décadas anteriores porque hay mucho ruido ambiental, y también porque me temo que casi todas las novelas de mayor visibilidad (por premios, adaptaciones o lo que sea) no son en gran parte las mejores. Tardaremos en ser conscientes seguramente de algunas de las mejores, hasta que sean reivindicadas o reeditadas (como está pasando ahora, por ejemplo, con gente que sólo defendíamos algunos pelmazos, caso de Sheckley, Lafferty o Joanna Russ). Pero ese sería otro tema.

A todo lo que he dicho debo sumar que, a mi juicio, y por mucho que queramos esquivar el asunto, buena parte del impacto de la cf se produce en un momento específico de la vida, y ligado a una suerte de descubrimiento. La letanía de la cf como «literatura de ideas» es del tipo más complicado de mentiras, las que contienen una porción de verdad. Para escribir una buena novela de cf hace falta criterio literario, construcción de personajes, todos los elementos obvios, pero también un algo más que sea capaz de subyugar la mente del lector, de arrastrarle y hacerlo de una forma específica, basada en un cierto pacto de verosimilitud. La novedad temática, aunque no imprescindible, también es un factor de notable peso. Las mejores opciones para generar esa respuesta se han ido desgastando con el tiempo, con la repetición, y la opción del género ha sido barroquizarlas, y en cierta forma, necesariamente, diluirlas. Además, también el lector encallece. Por eso mis escogidas son obras antiguas: el impacto que me causaron es difícil que lo repitan novelas recientes quizá objetivamente igual de buenas, pero que ya no pueden extraer la misma respuesta de mí.

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Fracasando por placer (XXXVI): He venido a hablar de mi libro

Aunque he debido publicar varios centenares de textos sobre literatura de ciencia ficción (si sumamos reseñas y articulitos periodísticos a los reportajes y ensayos más o menos formales), hasta ahora no se había recogido en un libro una parte de ellos. Así que es un placer para mí anunciar la publicación de un volumen recopilatorio, nada casualmente titulado Prospectiva, a lo largo de este mes.

El libro lo publica Cyberdark y será posible conseguirlo gratis durante un tiempo. La librería lo regalará con los pedidos que se hagan en las fechas aledañas al Día del Libro. Los ejemplares restantes (que tampoco serán muchos cientos, dado que ni el contenido ni el autor justifican el optimismo de una tirada amplia) se pondrán posteriormente a la venta en la web e imagino que en algunas librerías especializadas.

Cuando Luis Prado me ofreció amablemente el encargo, no estuve seguro de si tendría material suficiente que cumpliera ciertas pautas: acordamos que habría que recuperar material cuya temática tuviera vigencia, que en su mayoría no estuviera accesible de forma gratuita en webs activas, y que valiera la pena por sí mismo. Pero cuando terminé una primera selección, en la que ya descarté algunos textos válidos porque podían resultar repetitivos o demasiado especializados, pasaba ampliamente de las 200 páginas previstas. Y eso que opté muy pronto por no incluir ninguna crítica o reseña, y desde el primer momento se excluyeron también los contenidos que llevo ya tres años publicando mensualmente en esta sección improvisada. En resumen, he escrito mucho sobre el género a lo largo de treinta años. En una ocasión, alguien me preguntó cuánta ciencia ficción había leído en mi vida, y respondí, sin pensar: «Demasiada». Quizá también he escrito demasiado sobre ella. Pero no debo creerlo del todo porque la sigo leyendo y escribiendo al respecto, aunque lejísimos por supuesto del entusiasmo de los noventa (la década de mis veinte años).

Lo que sí percibo como absolutamente cierto es que la cf se ha imbricado demasiado en mi vida. Casi cualquier recuerdo entre los catorce y los treinta y tantos años va acompañado de la imagen del libro de género que llevaba en las manos o la mochila en ese momento. Tantas lecturas, tantos artículos, tanta atención social por mi parte seguramente me quitaron tiempo (y dinero) en un momento formativo importante. Nunca sabré hasta qué punto influyó en mi carrera profesional, por ejemplo, invertir todas esas horas en responder cartas y mensajes, preparar publicaciones, leer y escribir más de lo que hubiera sido suficiente; sobre todo en el periodo aproximadamente entre 1990 y 2003, en el que quizá consagraba a la cf tantas horas diarias como un deportista olímpico a preparar su disciplina.

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Fracasando por placer (XXXV): La purga como distopía relevante

La Purga

Me llaman la atención estos fenómenos de material temáticamente de cf pero que pasan bastante inadvertidos a los aficionados al género, incluyéndome a mí mismo. Dos ejemplos que vienen fácilmente a la cabeza son La piel fría, de Albert Sánchez Piñol, que posiblemente sea el libro español de cf más vendido de la historia pero muchas veces no se menciona en nuestro contexto, o la serie de novelas de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, sobre cuya calidad y relevancia ya me he explayado de manera suficiente en varias ocasiones.

Llego en esta ocasión un poco por casualidad a esta franquicia de la factoría de terror Blumhouse, surgida como una película de terror cortita con aspiraciones modestas en 2013. Desde entonces ya lleva otros cuatro largometrajes y una serie que fue cancelada por Prime Video después de dos temporadas. Los elementos distópicos han ido cobrando un protagonismo creciente hasta casi adueñarse del relato, y construyendo una estructura extrañamente coherente, si tenemos en cuenta que no parece en absoluto que esa fuera la intención original. Una distopía de pasado mañana, en la que los mapas de los Estados Unidos fracturados por el amor a las armas y la violencia extrema coinciden de manera nada sutil con los que vemos en los resultados electorales.

Permitidme un repaso de lo narrado hasta ahora y una recapitulación de cómo un producto de serie B ha terminado por ser un relato influyente, discutible y oportunista, pero con algunos aciertos notables.

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Fracasando por placer (XXXIV): Hablan algunas pioneras del fandom

TerMaenBarcelona1991

Como (ex) periodista, odio especialmente a los (ex) colegas que funcionan como Robert Kaplan. Este reportero estadounidense que escribe de forma refinada y sobre temas muy interesantes, tiene el defecto de saber antes de salir lo que se va a encontrar en sus viajes. Mientras Kapuściński decía aquello de que él iba y lo contaba, Kaplan en demasiadas ocasiones va y encuentra exactamente lo mismo que sus ideas previas de estadounidense pseudoizquierdosillo, bienintencionado pero prejuicioso, muy maniqueo, ya daba por seguro antes de partir.

He comentado alguna vez que me molestan ciertos comentarios que flotan en el ambiente sobre machismo en el fandom del pasado, porque si bien sé de sobra que siempre hay indeseables en cualquier ámbito, mi impresión es que el nuestro era un ambiente relativamente progresista en términos globales para lo que era la sociedad en su conjunto, y cuando se producían esos problemas era con un carácter puntual. Sin embargo, esa era mi impresión como varón y como señoro. ¿Podría estar equivocado? La única opción, si quería realmente tratar de forma justa el tema, era emprender viaje a esa era distante, los ochenta y noventa, pero como Kapuściński, no como Kaplan.

He decidido preguntar a unas cuantas mujeres de las que sí estaban allí, al pie del cañón, hace 25 o más años, cuando no sólo eran minoría, sino casi rareza. Entiendo que lo más correcto es que mi papel sea simplemente el de vehículo. No quiero cerrar con unas conclusiones ni nada que pudiera ser interpretado como condescendiente, no sólo por una cuestión de imagen. Admiro de veras como personas y en algunos casos también como creadoras a estas mujeres, viejas camaradas, que han tenido la amabilidad de responderme y se explican por sí mismas. Si alguien quiere encontrar algún sesgo en la elección de las entrevistadas, es fácil determinarlo: son las que conozco personalmente y que estaban allí. Había algunas más, pero mi impresión es que no fueron tan constantes, llegaron ya a comienzo de los 2000 (me vienen a la cabeza Gabriela Campbell, Felicidad Martínez, Lola Robles o Concepción Corrales, que es la única con la que he tenido trato en persona) o ya no están con nosotros (un recuerdo entrañable, una vez más, para Pilar y Gala, dos personas maravillosas).

Sólo decir que les remití el mismo cuestionario y que les dije que contestaran como desearan (de manera común, pregunta por pregunta) y que yo reproduciría su respuesta íntegra. Estas eran las cuestiones:

  1. ¿Cómo explicarías hoy que hubiera tan pocas mujeres en el fandom hace treinta años?
  2. ¿Cómo te sentías tú personalmente en ese ambiente?
  3. ¿Sufriste o presenciaste comportamientos machistas en el fandom? ¿De qué relevancia?
  4. ¿Te pesaba a la hora de participar en actos o acudir a congresos la posibilidad de vivir ese tipo de problemas?
  5. ¿Sabes de otras mujeres que no participaran más activamente por incidentes de este tipo?
  6. ¿Tuviste dificultades adicionales para publicar o en cualquier otro sentido en tu condición de mujer?
  7. Por supuesto, puedes añadir cualquier otra cosa al respecto que desees.

Y estas son las respuestas, ordenadas por apellido de las participantes para evitar suspicacias: Pilar Barba, Elia Barceló, Florence Behm, Marisa Cuesta, Adolfina García, Cristina Macía, Susana Vallejo y Cristina Xifra.

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Fracasando por placer (XXXIII): Géneros que manchan

AlmasDeMetal

En una conversación con amigos surgió el tema de un articulito que escribí hace veinte años y no está disponible online. Como alguna otra de mis ocurrencias de antaño, caso del «efecto Connery» (que hoy ya ha perdido valor porque es un estándar imprescindible de cualquier peli de gran presupuesto) o el «momento atiza», su idea central parece ser citada de cuando en cuando. Es la de los «géneros que manchan», elementos temáticos que hacen que cualquier otro contenido quede en un segundo plano cuando se trata de hacer una clasificación. Lo explicaré con un ejemplo: tomemos una película desarrollada en el antiguo oeste y con continuas escenas de sexo explícito. No será considerada como una película del oeste, sino como una porno.

Admitiré de entrada que todo este tema de la taxonomía de géneros es un pasatiempo estéril, pero también una realidad cotidiana. Las etiquetas nos ayudan a escoger una película en el servicio de streaming, a pasar más tiempo en una u otra sección de la librería, a hacer búsquedas de podcasts. Es un mecanismo artificial, con numerosos defectos, que no responde a la realidad de los contenidos cada vez más sofisticados que se producen o escriben en la actualidad, pero no se puede decir que no sirva para nada cuando lo usamos de forma tan continua pese a que las obras con temáticas mixtas, o al menos con elementos de distintos territorios, sean hoy predominantes. Y por ello, precisamente, es curioso cómo se mantiene la prevalencia de ciertos ingredientes en esas mezclas, que manchan más y son los que predominan a la hora de clasificar.

En esta jerarquía de géneros contaminantes, no cabe duda de que el porno está a la cabeza. Cualquier cosa calificable como porno (no erotismo, que como definición de género suena a muy viejuno y hoy es un contenido evidentemente normalizado) lo es, al margen del resto de consideraciones. Las posibles excepciones que puedan encontrarse (podría citarse alguna cosa de Von Trier, por ejemplo) son muy pocas al menos hasta hoy.

Lo curioso es que mi conclusión es que en el segundo puesto de esa jerarquía estaría la ciencia ficción. Una historia que se desarrolle en la Antigua Roma con elementos de cf, será cf. Todo lo demás queda siempre subordinado a la cf (salvo Flesh Gordon, El despertar con la fuerza si es que tal película existe, que seguro que sí, o similares).

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Fracasando por placer (XXXII): La tienda de los mundos, de Robert Sheckley. Antología incluida en el volumen Los viajes de Joenes, Bibliópolis, 2010

Los viajes de Joenes

Si tuviera que decir qué autor asocio más con el placer de leer ciencia ficción, con el disfrute más directo y carente de cualquier necesidad de análisis, sin duda tendría que mencionar a Robert Sheckley. Mis antologías de Sheckley (las dos publicadas por Nueva Dimensión en su colección de libros, El arma definitiva y Peregrinación a la Tierra, así como las tres aparecidas en Nebulae, Ciudadano del espacio, Paraíso II y La séptima víctima) corrieron de mano en mano de quizá una decena de personas, dando lugar a incontables chistes compartidos. Mientras nos divertíamos con sus planteamientos estrafalarios, también a veces comentábamos la habilidad de Sheckley para extrapolar minucias de nuestro mundo real a extremos que no eran del todo kafkianos, sino propiamente sheckleyanos, situaciones trucadas en las que el absurdo en una observación al pie de la letra, en una conducta superficialmente correcta o en una idea preconcebida se convertía en una dificultad que asfixiaba al protagonista.

Nos resultaba obvio que Sheckley era un fabulador de primera, además de un narrador terriblemente divertido. Sin embargo, en esa misma época en que nosotros venerábamos sus relatos de treinta años atrás en un rincón de los suburbios de Madrid, Sheckley había quedado totalmente relegado de la primera plana del género. En algún momento de los años setenta había perdido el toque. También es verdad que había diversificado su actividad, produciendo más novelas y convirtiéndose en editor adjunto de Omni, donde hizo una gran labor. Pero el fenómeno no puede esconderse, de todas formas: Sheckley, por razones que nunca he conseguido averiguar, se quedó sin chispa.

El excelente artículo que presenta este volumen, a cargo de Jesús Pastor, pasa de puntillas sobre un hecho que a mí me parece innegable, y que ha afectado a otros grandes del género, como y a mencioné aquí con Roger Zelazny (y podría también reflexionarse sobre los trabajos a partir de cierto momento de James Tiptree Jr., Theodore Sturgeon o Ray Bradbury, en situaciones que no son comparables con la decadencia puramente atribuible a la edad de Robert Heinlein, Arthur C. Clarke, Theodore Sturgeon o Robert Silverberg). En casi ningún caso, sin embargo, se pasó de un brillo tan abrumador a una oscuridad tan total. El Sheckley de las últimas dos décadas era un escritor pulp adocenado y carente de la menor originalidad.

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Fracasando por placer (XXXI). La edad de oro. 1942-1943. Selección de Isaac Asimov y Martin H. Greenberg. Martínez Roca, 1989

Antes de La edad de oro

No he leído nunca nada respecto al enorme impacto que tuvieron en su momento las antologías realizadas por Asimov que se tradujeron como La Edad de Oro de la Ciencia Ficción, y que en su título original llevaban un «antes de» que aquí se perdió por cosas de la comercialidad. Me da la impresión de que fueron la verdadera vanguardia de la contrarreforma en el género, dada la relevancia de sus consecuencias. La primera, acostumbrarnos al tonillo asimoviano de prólogos autobiográficos faltos de pudor, que han sido (hasta este texto al que tiene la amabilidad de dedicar unos segundos, amigo lector) una constante en la ciencia ficción desde entonces. La segunda, asumir la ortodoxia de que la edad de oro comenzó con la llegada de Campbell a la dirección de Astounding, algo que los relatos presentes en «antes de» venía a confirmar porque serían los cuentos que hicieron a Asimov tilín en su adolescencia, aunque la mitad eran malos de solemnidad y del resto apenas cuatro o cinco realmente buenos. Y la última, impulsar el nacimiento de esta serie de libros que ahora vengo a comentar, La edad de oro en España y The Great SF Stories en USA, y de los que aquí tuvimos ediciones parciales hasta la selección de 1947.

Parciales porque, de libros que superaban las trescientas páginas, Alejo Cuervo eligió recoger cinco, seis cuentos nada más, uniendo de hecho (salvo en el caso de 1941) dos años en un solo volumen. La decisión me pareció en su momento, joven con vocación de historiador, bastante discutible, pero sólo hasta que tuve acceso al tomo Los grandes cuentos de ciencia ficción (1939), versión íntegra del correspondiente inglés y que publicó la argentina Editorial Sudamericana. En resumidas cuentas, la mayor parte de los relatos apestaban, y realmente la selección aparecida en España era válida y suficiente.

Más recientemente, Iberlibro mediante, he tenido la posibilidad de conseguir las ediciones en bolsillo de los años sucesivos, puesto que la serie se prolongó entre 1979 y 1992 (fecha de fallecimiento de Asimov) cubriendo cada año hasta 1963. Los he leído salteados, y mi impresión es que, en particular desde 1950, se podría recoger un tomo decente de cada uno. Cosa que jamás ocurrirá, claro. En cualquier caso, me ha servido para confirmar mi idea de que la edad de oro de la ciencia ficción, si hubo tal cosa, se produjo con el nacimiento de The Magazine of Fantasy & Science Fiction y Galaxy, que supusieron un cambio mucho más radical para el género que la mejora que introdujo John Campbell al frente de Astounding en 1939.

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Fracasando por placer (XXX): Más películas pendientes del siglo XXI y una lista de favoritas (y 3)

Mortal Engines

Tercera entrega y creo que me voy a tomar un respirito un tiempo, porque se me va a reblandecer el cerebro aún más de lo que lo tengo. Al menos, llegaré a algunas conclusiones. Y que conste que la cosecha esta vez no ha sido en absoluto mala.

 

Babylon ADBabylon A.D., Matthieu Kassovitz, 2006 (Netflix)

Me saltó el aviso de que retiraban esta película del catálogo de Netflix, así que decidí darle cinco minutos. Y sorpresita: esta película con un 7% de aprobación en Rotten Tomatoes está razonablemente bien. A ver, no quiero despertar ninguna expectación desmedida, pero es un producto correcto, con algunos aciertos puntuales, y no me extrañaría que llegara a ser un título a reivindicar próximamente, de la misma manera en que se han ido alzando voces a favor de Waterworld o John Carter, pongamos por caso.

La verdad es que había razones para pensar que aquí hubiera algo. Matthieu Kassovitz es un tipo bastante competente (La Haine es, sin duda, una obra maestra) y la novela tuvo familia en su momento. El error quizá estuvo en que se la juzgó como una obra derivativa de Hijos de los hombres, cuando en realidad tiene bastante más que ver con el mundo visual de Luc Besson y no llega a jugar en la liga del superclásico de Alfonso Cuarón. Desestimarla por no llegar a la altura de ese precedente liquidaría todas las pelis un poquito pretenciosas de ciencia ficción de los últimos años, desde Interestellar hasta Ad Astra, porque no llegan a ser 2001. Bueno, en realidad podemos liquidar Interestellar por muchas otras cosas.

Me interesa especialmente el futuro siniestro retratado en la película, que no es postapocalíptico sino simplemente cutre, sucio y peor que nuestra realidad (ahí, justo donde nos encaminamos), con un retrato de una república ex soviética bastante heavy para el arranque. Luego, pese al salpicado de buenas escenas de acción, el interés se va desvaneciendo un poco a golpe de veleidades místicas muy malamente justificadas, y también porque verle la jeta mucho rato seguido a Vin Diesel acaba con la paciencia de cualquiera.

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Fracasando por placer (XXIX): Gigamesh

Revista Gigamesh, la cabecera

No, no recuerdo con mucho detalle las cosas que escribí hace veinticinco años o más. Lo he constatado en los últimos meses con la preparación de un libro recopilatorio de parte de mis ensayos en el género. Porque, aparte, tengo el problema de haber escrito mucho. Más que Balzac, posiblemente, aunque mencionar esa comparación pueda dar lugar a equívocos sobre mi autoestima: hablo de cantidad, no de calidad. También es cierto que para ello he tenido a la mecanografía como aliada; escribo muy, muy rápido, participé en alguna ocasión en concursos con mecanógrafos profesionales, con resultados meritorios. Hubo épocas en las que firmaba cinco notas al día por término medio para una agencia extranjera, y luego me ponía a escribir críticas o ensayos sobre cf. En un Roland Garros, el que ganaron en categoría masculina Sergi Bruguera, en femenina Arantxa Sánchez Vicario y en junior Roberto Carretero, llegué a producir siete páginas enteras de periódico. Recuerdo el dato y que una de ellas fue la contraportada, con los festejos en la embajada de los Campos Elíseos. Por supuesto, ni la menor idea de lo que escribí. Ahora mismo ni siquiera me acuerdo de quiénes fueron los rivales de los españoles en esas finales (acabo de buscarlo: Alberto Berasategui y Mary Pierce, la odiosa franco-yanqui).

A la vez que me anotaba ese tipo de hazañitas estériles, dirigía una revista de ciencia ficción en una ciudad en la que al principio no vivía. Aunque me vienen a la memoria generalidades y anécdotas de la época, tenía la vaga sensación de que había perdido la noción de muchas de las cosas que escribí ahí, incluso de los relatos que escogí publicar. Hice un repaso hace unos días y, en efecto, me sería posible releer algunos números sin más que un recuerdo superficial de su elaboración, pese a haber supervisado cada coma. Aunque esa era la intención de este texto, ofrecer una valoración honesta de mi trabajo de entonces con la perspectiva de los años, como se verá más adelante no va a poder cumplirse.

A estas alturas, creo que puedo permitirme compartir algunos recuerdos. He sido una persona que cumplió buena parte de sus sueños, eso no puedo quitármelo nadie. A los 25 años empecé a dirigir una revista de ciencia ficción, una de las cosas que más deseaba en el mundo, porque eran mi máximo objeto de veneración. Seguramente ya habrá quedado claro a quien haya seguido estos artículos. Fue una combinación de factores realmente curiosa la que me puso al frente de Gigamesh.

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