Lektu y su gran desafío

Lektu

Hace apenas tres meses comenzaba a andar Lektu y, por lo tanto, aún es pronto para hacer valoraciones sobre el rumbo de esta plataforma de venta de libros electrónicos. Todavía está en una fase muy inicial y lejos de implementar todas las posibilidades que poco a poco va integrando. Aunque su mascarón de proa está presente desde el primer día: la ausencia de sistema de protección contra copia. El maldito DRM, más una fuente de problemas para el comprador que una solución para el asunto de las descargas gratuitas.

Es interesante escuchar (o ver si se dispone de tiempo), la presentación que hicieron el pasado 20 de Mayo en Madrid tres de sus cuatro socios fundadores: David Fernández, Farid Fleifel y Alejo Cuervo (Cristina Macía no pudo estar presente). Especialmente la primera y la tercera parte, en las que se desvelan las directrices que guían Lektu como, por ejemplo, reducir al máximo los intermediarios entre editor y lector. Tal y como cuentan, el primero no solo tiene un punto de venta para sus productos sino que, a la vez, dispone de todo un arsenal de estadísticas sobre sus compradores, reales o potenciales. Una información inaccesible desde otras plataformas y muy útil para ajustar, por ejemplo, su política de ventas.

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La guardia de Jonás, de Jack Cady

La guardia de JonásEstoy un poco cansado de la diatriba etiquetas sí vs etiquetas no; uno de los chascarrillos periódicos en cualquier mesa redonda que lleve por título “Los límites de la literatura fantástica”, “Los géneros al inicio del siglo XXI” o “La hibridación como arma de choque ante la fiebre Z”. Son demasiados años en presentaciones o tertulias de diversa índole escuchando a autores cansados de cargar con esa marca de caín llamada gé-ne-ro. Independientemente de la opinión sobre el tema, hordas de lectores buscan esas referencias meridianas cuando van a comprar cualquier libro. Quieren una historia policíaca, de la revolución francesa, de naves espaciales, de aldeanismo raruno… aunque tienen un peligro…

Tomen como ejemplo La guardia de Jonás, número uno de la nueva colección de terror contemporáneo creada por Valdemar: Insomnia. Supongo que sus lectores, atraídos por la casa, la cubierta, el texto de cubierta trasera, esperan una historia de fantasmas en alta mar; algo relacionado con ese horror insondable que tan bien trabajó W. H. Hogdson o nos deslumbró en esa pedazo antología que lleva por título Mares tenebrosos. Pues bien. Como tantas otras veces, aquí han obtenido o van a obtener otra cosa. Relacionada, tangente, no necesariamente contradictoria, pero en otro sistema de referencias; leer La guardia de Jonás como una novela de terror ofrece los mismos réditos que buscar en Centauros del desierto una historia sobre la guerra de secesión. Tal y como cuenta en la introducción, Jack Cady puso en esta novela una serie de experiencias personales mientras sirvió en la guardia costera de EE.UU. en el litoral de Nueva Inglaterra a mediados del siglo pasado. Esta es una historia de marinos, un canto de amor a un microcosmos, el barco, enfrentado a una de las manifestaciones más hostiles de la naturaleza.

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Reina del crimen, de Megan Abbott

Reina del crimenNo abundan traducciones de novelas criminales norteamericanas protagonizadas por personajes femeninos. Aunque existen contraejemplos, su bajo-mundo parece reservado a machos alfa y/o perdedores con diversos grados de testiculina, en no pocas ocasiones compartiendo páginas con uno de los clichés más arraigados: la femme fatale. Dispuestos a zarandear el tópico, en su clausurada colección de literatura popular junto a Valdemar, Es Pop publicó tres novelas escritas y protagonizadas por mujeres: A la cara, de Christa Faust, Poesía cruel, de Vicky Hendricks, y esta Reina del crimen, de Megan Abbott. La idea era poner en circulación una serie de escritoras olvidadas por las grandes colecciones y, a la vez, ofrecer un punto de vista fresco y novedoso, alejado de los estereotipos en un género a veces excesivamente entregado a ellos.

Es curioso que esta reseña aparezca justo después de la de Alif el Invisible; la historia de Reina del crimen es otro bildungsroman con toques (tardo)juveniles. Su narradora relata su iniciación en el mundillo del hampa de la mano de una superviviente de la época dorada de la mafia de los años 30 y 40: Gloria Denton, la reina del título. En su confesión hay fascinación por el oropel del dinero fácil y los garitos de la aristocracia del crimen, pero también se respira el peligro de quien juega con fuego y al arrepentimiento de quien se introduce en un callejón sin salida.

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Acero, de Todd Grimson

Acero

Acero

Venga, un tópico: Acero es una novela que se lee tan fácilmente como se olvida.

Otro menos frecuente: es una pena porque durante casi la mitad de su extensión parecía que no iba a ser así.

Ahora algo completamente suyo, personal e intransferible: esta historia urbana con vampiros, protagonizada por personajes dañados que se encuentran y construyen un santuario inestable, augura algo más que una presentación de personajes. Promete que los conflictos que plantea se van a resolver de una manera menos convencional que el aburrido duelo entre vampiro bueno y vampiro malo de su tramo final.

Sobra decir lo que ocurre.

El protagonista de Acero, curiosamente, no resulta manido. Para llevar la batuta de su novela Todd Grimson no elige a un vampiro sino a su siervo, Keith. El guitarrista de un grupo de cierto nombre caído en desgracia tras una relación destructiva y con él en un presidio venezolano con las manos destrozadas. Antiguo adicto a la heroína, Keith es el lacayo de Justine, una vampira con cientos de años a sus espaldas que no recuerda gran cosa de su pasado y completamente cautivada por él. Hasta el punto que ambos experimentan una atracción que transgrede el estereotipo vampiro-siervo hasta convertirlos en una pareja.

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El valle de la muerte y otros cuentos de fantasmas, de Ralph Adams Cram

El valle de la muerte

El valle de la muerte

Ralph Adams Cram (1863-1942) es uno de esos personajes curiosos y peculiares que, da la sensación, sólo es posible encontrar entre los aficionados a la literatura fantástica. Prestigiosos arquitecto estadounidense –principal defensor en su país del neogoticismo, profesor universitario, divulgador de su arte, autor del edificio de la Academia de West Point–, cuando falleció parecía la quintaesencia del espíritu norteamericano: partidario a ultranza de la democracia, del liberalismo y del american way of life. Y, sin embargo, Cram abominó siempre de los excesos que cometió en su primera treintena de vida. Excesos, como veremos, inofensivos pero que, visto como iba a acabar, parecen pertenecer a la vida de otra persona.

En efecto, Cram en su juventud podría haber protagonizado sin muchos esfuerzos una de las novelas de Henry James o Edith Warthon; una de esas historias de ricos norteamericanos fascinados por la vieja y decadente Europa. En el caso concreto de Cram esta fascinación fue llevada hasta extremos un tanto ridículos y extravagantes. En efecto, nuestro autor viajó extensamente por el Viejo Continente –especialmente por Italia, Francia, las Islas Británicas y Alemania– y se declaró férreo partidario del catolicismo más tramontano, del Antiguo Régimen, del absolutismo político y, en el colmo de su delirio, partidario de los pretendientes Estuardo al trono de Inglaterra y Escocia. O sea, jacobita irredento. Viniendo de un hijo de los jóvenes EE.UU. no deja de tener su gracia y no es extraño que el maduro Cram –que de toda su juventud sólo mantuvo su fe en el estilo gótico– echase pestes de estos deslices no tan juveniles. Como parte de su obsesión, el joven Cram publicó un par de relatos en 1893, no muy afortunados.

“El decadente” es una extravagante defensa de un nuevo credo político que defiende el hedonismo más disoluto, el absolutismo político y el anarquismo revolucionario. Leído hoy, este supuesto homenaje a Oscar Wilde (¿?) no deja de resultar un tanto incoherente y absurdo. “De cómo cabalgó Jaime por el rey” es una fantasía jacobita escrita a lo Stevenson y claramente dentro del género de la literatura juvenil. Agradable e inofensivo, es un cuento que demuestra que imitar al autor de La isla del tesoro no es tan fácil como parece.

No contento con estas obritas, en 1895 Cram publicó Black Spirits and White, una antología de cuentos de terror que recoge seis relatos. En cuatro de ellos, Cram se nos muestra como un autor poco afortunado y claramente anticuado. Cuentos como “La hermana Magdalena”, “La villa blanca” o “Vigilia en Knopsfberg” nacen con, al menos, 100 años de retraso. Hijos del género gótico, están escritos al estilo de Radcliffe, Maturin y Lewis y, evidentemente, poco tienen que ofrecer al lector actual. Como pastiches que son reflejan pálidamente la grandeza de las obras que intentan copiar, y. únicamente, pueden resultar interesantes como reflejo de la fascinación y el morbo que Italia y Alemania –lugares donde están ambientados– despertaban en determinados espíritus impresionables y muy estadounidenses. “Nuestra señora del mar”, una historia de locura y amor ambientada entre una colonia de artistas franceses es levemente mejor pero tampoco acaba de remontar el vuelo.

Tanto se avergonzó Cram de estos experimentos narrativos que, en vida, prohibió la reedición de su obra que pronto pasó al olvido. Hasta que Lovecraft entra en escena. El solitario de Providence conocía este librito –¡cómo no!– y dejó escrito que, en su opinión, “El valle de muerte” es una de las mejores historias de terror jamás escritas. Suscribo esta opinión y, añado, que “El 252 de la calle M. Le Prince” no le va a la zaga. Son los dos relatos que me quedaban por reseñar y, hasta cierto punto, parecen escritos por otra persona distinta al autor de los cuatro anteriores. Comparten algunos puntos con las otras narraciones: ambientación «exótica» –Suecia uno, Francia el otro–, relato en primera persona. Pero, en lo esencial, son radicalmente distintos. No es raro que gustasen a Lovecraft y aún hoy en día nos lleguen a fascinar. Representan a la perfección ese subgénero bautizado por el de Nueva Inglaterra como terror preternatural, una temática que él bordó en sus mitos de Chtulhu pero que otros autores previos ya habían tanteado, como es el caso de Hodgson, Blackwood o Machen.

Con estos dos cuentos Cram está a la altura de todos ellos, incluido Lovercraft. ”El 252 de la calle M. Le Prince” –que abre el libro y despierta, por desgracia, demasiadas expectativas–, no deja de ser una historia de casas encantadas, pero el horror que acecha a sus visitantes está muy cerca de los dioses pretéritos que soñó Lovecraft y las insinuaciones sobre los extraños cultos que en ella han tenido lugar crean un ambiente ominoso sencillamente magistral. “El valle de la muerte” es mejor aún. El terror que asola el citado valle no tiene lógica, ni explicación, parece más una fuerza ciega de la naturaleza que otra cosa y nos es mostrado por medio de una descripción de un paisaje desolado impactante y difícil de igualar.

Los comentarios de Lovecraft llevaron la obra de Cram al terreno de la leyenda, y no fue hasta su muerte que sus cuentos pudieron reeditarse y ser paladeados por los aficionados. Este volumen de Valdemar que recoge la obra completa de Cram, alguien que si hubiese perseverado por la línea de estos dos cuentos podría haber sido realmente grande, posee el cuidado habitual con el que esta editorial realiza su labor aunque no es menos cierto que muchos aficionados pueden preguntarse si merece la pena el gasto para sólo dos cuentos. Bien, aquí entramos más en el terreno del vicio que de la crítica. Y, como demostró Sade, en esto de los vicios cada uno es muy suyo.

¿Pueden suceder tales cosas?, de Ambrose Bierce

¿Pueden suceder tales cosas?

¿Pueden suceder tales cosas?

Ningún aficionado a la literatura de terror que se precie puede desconocer quien es Ambrose Bierce. Si a alguien no le suena este nombre, o se ha confundido de página o más vale que vaya corriendo a la librería más cercana a comprarse este libro y suplir semejante carencia, antes de convertirse en la rechifla generalizada del resto de los aficionados.

Poco puedo añadir sobre la figura del norteamericano que no se haya dicho. «Bitter» Bierce, como fue conocido entre sus contemporáneos –Bierce «el amargo»–, es el mejor cuentista de terror estadounidense entre Poe y Lovercraft, y está perfectamente a la altura de ambas figuras. Veterano de la Guerra de Secesión –donde fue gravemente herido y se forjó su carácter seco, misántropo y amargado–, periodista de prestigio en la costa Oeste, amigo de Jack London, polemista dueño de una lengua viperina, alcohólico, mujeriego… Un personaje de leyenda digno de uno de sus libros y que en su vejez partió para el México revolucionario donde desapareció sin dejar rastro, historia narrada en la película Gringo viejo –donde Bierce fue encarnado por el gran Gregory Peck–.

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Tres piezas góticas

Tres piezas góticas

Tres piezas góticas

Hay muchas formas de determinar el éxito de una editorial. Están los premios que recibe, la calidad de los autores que publica, el dinero que gana, su longevidad, la respuesta del público,… Estas podrían ser algunas de las señales más comunes, aunque hay otra posibilidad un tanto más peculiar pero, bajo mi punto de vista, definitiva: la reacción popular ante la noticia de que algunos de sus títulos están agotados y no hay indicios de que se vuelvan a editar. Si nos encontramos con una respuesta indiferente, mala cosa, pero si la gente empieza a ponerse ansiosa, busca y rebusca en el mercado de segunda mano –donde estas piezas se cotizan de forma exagerada– y se lamenta entre sus amigos, preguntándose por qué no se saca de una vez ese libro maldito, entonces, y sólo entonces, el éxito está más que asegurado y empezamos a entrar en el terreno de la leyenda.

Con la editorial Valdemar pasa esto último y este libro es un buen ejemplo. Tres piezas góticas fue una de sus primeras publicaciones –nº 10 de la colección Gótica– y se agotó con relativa rapidez. A partir de ahí, y para cuando el pequeño círculo de gourmets que inicialmente había seguido a la editorial dejó paso a una legión de fans, se empezó a convertir en un libro buscado y codiciado. Sobra decir que, también, muy escurridizo y difícil de encontrar.

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Frenesí gótico

Frenesí gótico

Frenesí gótico

En el principio fue lo gótico, y luego vino el resto. Antes de que J. R. R. Tolkien, George R. R. Martin, Isaac Asimov, Theodore Sturgeon, Stephen King y H. P. Lovercraft nos deleitasen con sus creaciones, fue el tiempo de Ann Radcliffe, Horace Walpole, Matthew G. Lewis, Charles R. Maturin, William Beckford y Mary Shelley. Y sin estos inmensos precursores ni la ciencia ficción, ni el terror, ni la fantasía existirían hoy en día tal como los conocemos.

La literatura gótica nació dentro de la marea romántica como una respuesta a la Ilustración del XVIII. Frente al gusto por lo racional y científico, por lo equilibrado y clásico, el género gótico es todo lo contrario, desmesurado, irregular, caótico y fantástico. Cuando la ciencia arroja del acervo popular las creencias en lo sobrenatural una serie de autores deciden introducirlas dentro del terreno de lo literario.

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El horror de la escalera, de Arthur Quiller-Couch

El horror de la escalera

El horror de la escalera

Durante el siglo XIX en Inglaterra –seguida muy de cerca por E.E.U.U.– se desarrolló el primer mercado masivo de literatura popular. Evidentemente, libros y lectores han existido desde tiempo inmemorial, pero únicamente cuando se ha conseguido un sistema educativo amplio que dé cabida a la mayor parte de la población de un país podemos hablar de literatura popular masiva y de mercado. En Inglaterra esto empezó a conseguirse a finales del XVIII cuando las mujeres –las grandes ausentes– devoraron e hicieron triunfar a la llamada literatura gótica. Con la posterior incorporación de los jóvenes y las clases trabajadoras al vicio de la lectura, el  mercado creció de una forma tan brutal que hizo posible la aparición de una pléyade de autores profesionales. Evidentemente, los nuevos lectores exigían más diversión que profundidad y a lo largo de esta centuria fueron apareciendo la mayoría de los géneros literarios actuales: misterio, policíaco, romántico, juvenil, histórico, erótico, aventuras, humor, espionaje y, como no, fantasía, terror y ciencia ficción.

La competencia fue feroz y muchos autores, como Conan Doyle, lograron tocar casi todos los palos con una envidiable maestría. No es de extrañar, por tanto, que el número de grandes autores de esta época y lugar sea abrumador –Stevenson, Rider Haggard, Le Fanu, H. G. Wells, etc., etc.– y que algunos alcanzasen cotas realmente inimaginables partiendo de donde partían –Kipling, Conrad–. Sin embargo, el tiempo ha condenado a un injusto olvido a muchos de estos escritores con la burda acusación de ser de «segunda fila». Afortunadamente existe una editorial como Valdemar dispuesta a rescatar a algunos de ellos para uso y disfrute de las actuales generaciones. Y este es el caso de este grueso volumen que recoge la obra fantástica de Arthur Quiller-Couch, un perfecto desconocido del que sólo se sabía que había sido elegido por Stevenson para finalizar a su muerte su inconclusa novela St. Ives.

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Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

Cumbres borrascosas

Cumbres borrascosas

Saboreamos ya de sobras el ansiadísimo siglo XXI y resulta que el gótico, lo gótico, está de moda. Scott (Ridley, no Walter) casi nos había convencido de que nuestros utilitarios financiados a tres o cinco años iban a colapsar los cielos, pero nada más lejos de la realidad. Las noches no pertenecen a los replicantes, sino al movimiento gótico. O, por lo menos, a una denominada tribu que opta por una estética decididamente oscura y deudora de otros tiempos, sobre cuya definición suele haber importantes discusiones. Por suerte lo gótico no es terreno exclusivo de vampiros amanerados, chicas pálidas que visten redecillas negras y gatitos que se van al cielo. Por suerte, también, existe Valdemar, y sus responsables han tenido la brillante idea de recuperar en una excelente edición de su Colección Gótica uno de los clásicos menos apreciados y sin embargo más conocidos del género. Esto es, Cumbres Borrascosas. Y si mi apreciación parece un tanto radical, debemos pensar que, a través del cine, de la publicitación y eco que se le ha dado a esta novela desde siempre, se han cargado las tintas en una condición de novela romántica que no ha dejado contrastar el auténtico frenesí (¡sí!) gótico de la obra. No viene nada mal un pequeño resumen del inicio:

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