Radicalizado, de Cory Doctorow

Radicalizado

Es difícil llevar la contraria a quien considere los cuatro relatos de Radicalizado como pertinentes. Con los argumentos que perfilan, las cuestiones que tratan, las especulaciones que estimulan, Cory Doctorow abre el esternón de la sociedad estadounidense y deja al descubierto algunas de sus vísceras más deterioradas. La violencia policial y el acoso contra las minorías; su demencial sistema sanitario; los extremos de explotación al que puede llegar el uso de software propietario… En Radicalizado hay clarividencia y compromiso en el diagnóstico de los síntomas y el esbozo de respuestas, alineados con una nítida visión política del contrato social. Todo ello explica el buen recibimiento, en su publicación original y en la traducción. Ahora bien, la mayoría de estos análisis pasan de puntillas sobre su enhebre de la ficción. Cómo Doctorow define y despliega los argumentos, la sustancia de los personajes que experimentan el drama, el tono de cada historia, la verosimilitud de los diálogos, la precisión de la trama y la estructura, las complejidades adosadas a cada tema… Facetas casi todas ellas donde se muestra menos atinado hasta, desde mi lectura, poner en entredicho sus aciertos. Una parte sustancial de Radicalizado se acerca más a la homilía de púlpito que a la ficción crítica, provocadora, subversiva. A la ciencia ficción de artículo de Wired que a un relato de revista de narrativa. Algo particularmente evidente en su primera pieza: “Pan no autorizado”.

En esta novela corta Doctorow es capaz de conectar e integrar la acogida de una inmigrante recién llegada a EE.UU. entre otros llegados previamente; su condición invisible para la población local; las diferentes formas de explotación, en su mayoría acopladas al uso de tecnologías de software propietario pero también conectadas con el acceso a unos medios condicionados por una situación económica siempre determinante. Hay inteligencia en cómo todo esto se ficcionaliza. Ahí está, por ejemplo, la ghettización en barriadas, llevada aquí al extremo de verla en un mismo edificio sin que, en mi caso, se dé de bruces con la verosimilitud. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de la construcción del relato. “Pan no autorizado” queda tan embebido en esa labor especulativa del futuro cercano que se atora a la hora de insuflar un hálito emocional, también en juego, ineludible para amplificar los dilemas/problemas puestos de relevancia mediante los personajes.

“Pan no autorizado” se asemeja a una masa hinchada que, siempre que se preste atención a los diálogos, admite su lectura en diagonal a lo grande. De hecho sus ideas se pueden resumir en un hilo de media docena de tweets sin perderse nada relevante. Sin duda son significativas y muestran caminos tortuosos en el uso de la tecnología y su penetración en nuestras vidas en pleno capitalismo tardío. Pero esta inteligencia no es suficiente para soslayar una redacción plana y pesada, un trazado argumental reiterativo, un aire de comedia de pillos que no termina de despegar, una trama meliflua que he leído con la tensión de quien se enfrenta a uno de esos dramas alemanes de sobremesa… Un quiero y no puedo cuyo flaqueo se acentúa en cuanto lo pones en la misma división de los incisivos cuentos de futuro cercano de Ted Chiang, N. K. Jemisin o muchos de los seleccionados por Ken Liu para sus dos antologías de ciencia ficción china. Todos ellos todavía en las librerías. Mejor no ir más hacia atrás en el tiempo.

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Hollywood maldito, de Jesús Palacios

Hollywood malditoJesús Palacios es perro viejo. Un libro sobre películas con rodajes problemáticos y un aura de malditismo no sería tan atractivo como un libro sobre películas con rodajes problemáticos y un aura de malditismo en las que sus creadores bien desearan alterar la realidad a través de sus imágenes, bien hubieran puesto de manifiesto una serie de energías telúricas, imposibles de explicar desde el ámbito de la razón, que acarrearan un sino fatal para una parte de los involucrados. Más o menos esto es lo que defiende en Hollywood maldito. Desarrollarlo ya es harina de otro costal.

Cada capítulo de Hollywood maldito se centra en una película para, a través de ella, tratar los entresijos de su producción, los avatares que se produjeron durante sus rodajes o en etapas posteriores, las muertes asociadas, su halo misterioso/macabro, la supuesta base real en la que una parte se inspiró, la relación con el mundillo esotérico de alguno de sus creadores… Todo convenientemente mezclado y con las dosis de carnaza necesarias para enriquecer una exposición en la que varios de los hilos conductores funcionan adecuadamente. Por ejemplo el tránsito del cine de terror desde la voluntad de alentar sentimientos atávicos a partir de la imaginación, lo no-real, a trabajar con una materia prima extraída de supuestos hechos reales; cómo de las grandes criaturas del cine clásico se pasó a un grueso de producciones basadas en exorcismos, posesiones demoniacas, casas embrujadas y todo un cúmulo de variaciones. El discurso es sugerente y se ve enriquecido con todo tipo de reflexiones paralelas, como cuando expone cómo los falsos documentales y los efectos especiales han difuminado los límites entre realidad y ficción hasta el punto de cerrar la puerta a nuevas películas malditas.

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