El Gran Cuando, de Alan Moore

El Gran CuandoEl Gran Cuando es la primera novela de lo que pretende ser un quinteto: Londres Eterno (The Long London). En esta secuencia, Alan Moore se ha propuesto indagar en quienes somos a partir de las transformaciones a las cuales hemos estado sometidos desde la Segunda Guerra Mundial. El debate sobre la amplitud de esa primera persona del plural, cuáles son/somos los sujetos de su búsqueda a través de la ficción (¿ciudadanos de Londres, de Inglaterra, del Reino Unido, de Europa occidental, hombres, mujeres…?), queda a la espera de la publicación de los otros cuatro libros del quinteto. Mientras, toca valorar lo conseguido en El Gran Cuando. Una novela decididamente juvenil dedicada entre otras personas a Michael Moorcock e Iain Sinclair.

El primero se cita a través de la que es, probablemente, su obra maestra. Inédita en España, Mother London entrecruzaba la vida de tres personajes para, mediante sus avatares por las calles de Londres, afirmar la condición de la urbe como un organismo vivo, dueña de una identidad y una memoria extendida más allá de su paisaje físico hasta colonizar sus pobladores; algo semejante a lo defendido por la obra de Sinclair. Publicada en España por Alpha Decay y Hermenaute, los libros de Sinclair ahondarían en esa exploración de los vínculos entre las personas y las ciudades a través de su historia, su mitología, su psicogeografía. Esto, que en manos de Moore activa el sentido arácnido de chapa considerable, cambia el pronóstico cuando cobras conciencia de la forma de El Gran Cuando: la historia para jóvenes tal como se escribían a mediados del siglo XX. En todo su esplendor.

En 1949, en un Londres en reconstrucción, Dennis Knuckleyard trabaja en la librería de Ada Benson, conocida como “la ataúd”. En un trato con otra librería dedicada a la segunda mano, le cuelan a Dennis un ejemplar de “Paseo por Londres, las Meditaciones por las calles de la metrópolis”. Un libro que no debiera existir, ideado por Arthur Machen para una de sus novelas. Su presencia en las calles de nuestro Londres es una anomalía. El libro proviene del Gran Cuando, una realidad superior de la cual la capital del Reino Unido sería una manifestación parcial, contenida, más mundana de aquella urbe plagada de arquetipos, entes superiores y construcciones impensables. El desliz pronto es descubierto por Jack Spot, un mafiosillo hambriento de poder que se muere por forzar una cita con Harry Lud, el alma del crimen en el Gran Cuando. Spot mueve cielo y tierra para conseguirla con unos medios que parecen hasta entrañables en comparación con lo que puede ocurrir si alguien del otro lado entra escena (Jack el destripador, guiño, guiño). Knuckleyard inicia su particular viaje iniciático hacia los misterios del Gran Cuando. Un bautismo que incluye varias visitas al lugar en unos recorridos que atraviesan localizaciones en su mayoría proyecciones de nuestro mundo que permiten apreciar la naturaleza de una ciudad que encarna todos los Londres que han sido, son, pueden ser.

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El programa final, de Michael Moorcock

Siempre me ha resultado curiosa una opinión muy extendida sobre la figura de Michael Moorcock, me refiero a esa imagen de “Moorcock el garbancero”, un tipo capaz de escribirse en dos días una novela sobre torturados antihéroes albinos (que detestaba), para pagar las enormes deudas generadas por la revista New Worlds gracias a su pésima gestión financiera. Sin embargo, y sin negar que pudiera haberse ganado a pulso cierta reputación, la influencia de Moorcock en la ciencia ficción resulta capital; carismático y entusiasta, fue capaz de convencer y animar a diversos autores británicos (y más tarde norteamericanos) para embarcarse en la misión de demoler y transformar la ciencia ficción anglosajona que predominaba en aquella época de mediados/finales de los años cincuenta del s.XX, es decir, una serie de narraciones escritas de la forma más funcional posible, al margen de la modernidad literaria y cultural de su tiempo, en las que héroes positivistas superaban una serie de obstáculos para reafirmar la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y si no, ya lo arreglaremos gracias a la tecnología (generalización injusta quizá, aunque cuando uno es joven y se rebela contra sus mayores no suele reparar en matices). El resultado fue un movimiento literario conocido como New Wave y su órgano propagandístico, la revista New Worlds, una publicación de papel cochambroso que comenzó distribuyéndose junto a revistas porno, y que, guiada por un afán destructivo y plagado de episodios psicóticos, consumo de drogas, obligaciones familiares desatendidas, acreedores violentos, frustraciones sexuales, caradura sin límites y estrecheces financieras, fue el inicio de un largo camino que, desbrozado por autoras y autores posteriores, ha acabado por convertir a la ciencia ficción en un género lo suficientemente elástico como para albergar todo tipo de inquietudes e intereses temáticos y estéticos, completamente normalizado e integrado tanto en el mainstream como en la “alta cultura”.  Sigue leyendo