Room 237, de Rodney Ascher

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En un principio esta reseña iba a ser una respuesta a la pregunta planteada al final de un pasado post de aquí el compañero, pero mientras le daba vueltas en la cabeza y la réplica iba tomando forma, la cosa acabó convirtiéndose en una serie de desvaríos, razonamientos absurdos, perogrulladas, lugares comunes y simples y llanas estupideces, que, por supuesto, no dan respuesta ninguna a la cuestión formulada, pero que por eso mismo se convertían en una típica entrada de las mías, ¡así tendría que escribir menos! ¡dos pájaros de un tiro!

Lo que se preguntaba Nacho tras comparar la versión cinematográfica de Fin de Daniel Monteagudo, con el original literario es, muy resumidamente, por qué en el cine (sobre todo comercial) el espectador “exige” una historia cerrada, sin incertidumbres, con todo bien explicadito y mascado, a diferencia de lo que ocurre en literatura, donde se arriesga mucho más en ese sentido. Por ejemplo, en literatura es muy habitual, como dice Nacho, emplear el narrador falible para mentir o vacilar al lector, pero no tanto en el cine, sobre todo en el cine comercial, insisto, donde el público no suele tolerar “los agujeros de guión”, y ya no digamos que se le mienta directamente. Es posible que la propia idiosincrasia del cine impida este tipo de experimentos, la fuerza de “la imagen real” que se dice, nos sugestiona de tal manera que suspendemos la incredulidad de tal modo que tendemos a identificar lo que ocurre en la pantalla con la propia realidad. Y también es clave el aspecto comercial, las productoras cinematográficas no suelen hacer grandes inversiones a fondo perdido por amor al arte, su intención es dar al público lo que creen que el público espera. Y reconozcámoslo, a la mayoría de nos gusta ver/leer/escuchar historias bien contadas y estructuradas, en los que las reacciones de los personajes tengan lógica, motivaciones claras y no queden incógnitas por resolver. Que “se entiendan”, vamos. Es decir, nos gusta ver en la ficción todo lo que la realidad no es y si no, nos enfadamos (un ejemplo al azar, esto es lo que dijo en su día el crítico Carlos Boyero sobre la estupenda Holy Motors, de Leos Carax; “una sucesión de tonterías sin gracia, los caprichos vacuamente surrealistas de un niño consentido e irritante”). Una paradoja que revela claramente la tremenda importancia que tienen en nuestra cultura las obras de ficción.

Room 237 (Rodney Ascher, 2012), la película que me vino a la mente tras pergeñar toda esta perorata, trata precisamente de esto, de las obras de ficción y su especial e íntima relación con el público lector/espectador, relación llevada al límite gracias a los avances tecnológicos.

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Sobre la nueva colección de RBA…

Mongoliad

Mongoliad

Esto es algo que he comentado por twitter en varias ocasiones, pero como esa red social son lágrimas en la lluvia aprovecho este espacio para hacerlo. Puesto a que me lluevan “guantazos”, mejor que queden aquí “congelados”; después son más fáciles de encontrar.

Lamento mucho parte de las decisiones que está tomando RBA en su sello de literatura fantástica. A pesar de que están publicando buenas novedades, veo la colección camino del abismo. Mi posición, supongo, puede verse como la del aficionado de vuelta de todo, entre pesimista y catastrofista, que teme que ocurra lo mismo que con la gran mayoría de colecciones que las grandes editoriales han publicado. La desaparición o, lo que es quizás peor, su transformación en Minotauro’.

Toda mi postura se apoya en la base, quizás errónea, que RBA no se conformará con las ventas medias de las últimas colecciones de género que se han ido quedando por el camino. Colecciones que lo hicieron muchísimo peor en la mayoría de los aspectos, caso de la desastrosa Omicron que ni tenía la imagen de RBA, ni su posicionamiento en librerías, ni su arsenal de autores, ni…

Sin embargo… Sin embargo la selección de títulos de RBA da un cierto “pavor”. Repasando los títulos que han publicado, sin ánimo de ser exhaustivo:

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Motor Lab Monqi, de Miguel Ángel Martín

Motor Lab Monqi

Tenía ya ganas de traer a Miguel Ángel Martín a esta página, un poco por provocar, lo confieso. No por la polémica afición del autor leonés por la temática escabrosa, sino porque considero que Martín es uno de los mejores autores de cf patria (a pesar de llevarle la contraria al propio autor, que niega hacer ciencia ficción). No de futurismo o prospectiva, sino del empleo de la ciencia ficción como herramienta para hablar del presente, del ser humano y del mundo que nos rodea. Y aunque casi cualquier obra suya puede recomendarse sin problemas (The Space Between, Rubber Flesh, The Fourth Wave, Playlove…) aprovecho la (ejem) reciente edición de Motor Lab Monqi para animarles a acercarse a la obra de Martín con la menor cantidad de prejuicios posibles.

Motor Lab Monqi continúa la saga de Brian (the Brain), personaje que apareció por primera vez en la tira Días felices, niño cabezón superdotado con el cerebro por fuera, cuyas aventuras infantiles se fueron desgranando en las sucesivas entregas de su propia colección de la línea Brut de La Cúpula. Dichas aventuras fueron felizmente reunidas en un solo tomo, simplemente titulado Brian the Brain, de imprescindible lectura para comprender este Motor Lab. Puesto que la historia de Brian toma forma de trilogía (infancia, adolescencia, y próximamente, espero, adultez), me disculparán si en la reseña hablo de ambas como si del mismo tebeo se tratase.

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