Un día te da por fantasear, y piensas…
Piensas…
Piensas en montar una editorial dedicada a publicar ciencia ficción, fantasía y terror. Bien para traer a España cosas más o menos recientes, del palo de las recomendadas por Mariano Villarreal en esta lista, bien para traducir títulos más bien malditos, condenados al ostracismo porque el perfil de ventas de sus autores va parejo al tema de muchas de ellas; género deprimente, depresivo, pasado de moda, subversivo pero no en el sentido molón del término.
Sea cual fuere el material de partida, tienes una idea meridiana: la compra de los derechos será estrictamente legal. Con estos temas nadie va al juzgado, es algo demostrado. Pero conoces lo ocurrido con Pulp o Ícaro; en los tiempos de internet, los enteradillos y la competencia suspicaz, conseguir información y difundirla es tan sencillo como alto el peligro de la aventura. Ahora bien, mantenerte dentro de lo estrictamente legal implica poner en cuestión tu margen de beneficios y no facilita la competencia. Un riesgo que se puede mitigar. Existen nichos para ahorrar costes, especialmente… especialmente cuando hay traductores en juego.
La poda editorial durante los años de crisis no es algo nuevo. Aquellos que pasamos de los cuarenta recordamos las editoriales/colecciones desaparecidas hacia mediados de la década de los 90. Después de unos años de bonanza, con un porrón de sellos peleando por publicar fantasía y ciencia ficción, pasamos a un lustro de secano con apenas un par de colecciones traduciendo de manera sistemática: Minotauro y Nova Ciencia Ficción. Aquella catástrofe dejó unos cuantos libros notables sin traducir, alguno todavía inédito. Uno de ellos es este 

