En el cambiante panorama de las pequeñas editoriales dedicadas a la ciencia ficción, la fantasía y el terror, donde la supervivencia parece cuestión de cabezonería y de apretarse el cinturón hasta agujeros impensables, El Transbordador ha sido capaz de generar una dinámica ilusionante. Su búsqueda de voces genuinas, de temáticas y visiones alejadas de las recetas dominantes en el mercado, les ha llevado a hacerse un hueco en este frágil panorama y a despertar (cierta) expectación gracias a una serie de autores (Miguel Córdoba, Ekaitz Ortega, Ferrán Varela…) que ya no suenan extraños entre el lector especializado. Publicada a finales de 2017, Me tragó el igualma mantiene los rasgos marca de la casa dentro de una temática no demasiado común hoy en día: la ciencia ficción pastoral.
El narrador utilizado por Víctor Guisado Muñoz se desnuda ante el lector mientras cuenta los momentos clave de su existencia. Primero, quizás los más atractivos, su infancia en compañía de su padre, un poeta que recorre un mundo alienígena creando versos bajo encargo siguiendo un proceso bellamente elaborado. Más adelante, durante la adolescencia, su enamoramiento de una joven con la que vive una historia de amor, y consecuente desamor, que le lleva a separarse de su padre. Posteriormente su paso a una madurez marcada por la pérdida del aliento de anteriores etapas y los sacrificios exigidos para convertirse en un miembro productivo de la sociedad. Etcétera.
Para contarse, el protagonista toma el rol de vate del padre, se embebe de su amor por las palabras y orienta cada elemento de su discurso para desencadenar sus efecto transformadores. Página a página, da a luz un sugerente poema futurista tanto en la forma como en las imágenes a las que acude para enfatizar, subrayar, desarrollar sus ideas y sentimientos. Estas elaboraciones, caso de la evocadora manera de trabajar de los poetas (la importancia de un mineral que sólo ellos saben moldear, su vínculo con los llamados árboles-monte, la fascinación y, a la vez, el temor que generan…), son las manifestaciones que guían hacia el corazón en las entrañas de su relato. En gran parte capitalizado alrededor de los denominados igualmas.
Como dejan claros el título y su presencia desde la primera página, estas criaturas capaces de abandonar el planeta para viajar hasta los confines más lejanos de la galaxia, y una amenaza para todo el que se cruce en su camino, son el pivote de la imaginería creada por Guisado. En su figura y su ciclo vital se concilian lo vasto e inhumano del universo (distancias, tamaños, hostilidad) con lo bello y fecundo de sus rincones; la necesidad de evolución con los riesgos y beneficios que la vida conlleva para la propia vida. Son el gran misterio de Me tragó el igualma y el centro de la existencia del narrador. El catalizador de un potente deseo de cambio que impulsa su metamorfosis.
Guisado despliega esta cosmovisión mediante un denso monólogo ininterrumpido, sin pausas, ni interludios, ni capítulos, acuciado desde tres frentes. Primero, una dislocación en la estructura del relato hacia el ecuador cuando se pierde el hilo cronológico para recuperarlo más adelante, embarullando lo que era (y después es) meridiano. Segundo, mínimas incongruencias de estilo, en especial en algunos tiempos verbales, que si no molestan sí pueden interferir en la percepción del protagonista. No obstante ambos aspectos se me antojan anecdóticos en comparación con cómo el narrador se embriaga de sí mismo y zancadillea la fluidez de su canto. De principio a fin.
Guisado abre las puertas a imágenes hermosas y una vívida perspectiva del universo y la vida. Sin embargo en demasiadas ocasiones su discurso carece de control y en numerosas escenas se deja llevar una página más de lo que daban de sí; la descripción de muchas imágenes se extienden uno, cuando no varios, párrafos más de los necesarios; múltiples frases incorporan una subordinada, una precisión, un epíteto de más. En su exceso, la energía, el talento, la belleza de múltiples fragmentos se emborronan y se sustraen cualidades a un texto que, además, se puede hacer melifluo y adolece de una cierta vacuidad.
Antonio Guisado en el prólogo y Elias F. Combarro en el postfacio encuadran Me tragó el igualma entre el Ian McDonald de Camino desolación o el Rafael Marín de Lágrimas de luz; títulos y autores que comparten numerosas características con la propuesta de Guisado. Sin embargo creo que sus carencias en el dominio del caudal lírico empañan los logros de una novela irregular y desequilibrada, con varios fragmentos destacados, bastante, muy por encima del todo.
Me tragó el igualma (Ediciones El Transbordador, 2017)
Rústica. 153pp. 15€
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