A barlovento, de Iain M. Banks

A barloventoEs admirable cómo Iain Banks construyó su universo de La Cultura a través de novelas independientes con repartos de personajes y escenarios creados ex profeso para la ocasión. Cómo cada título arroja luz sobre aspectos apenas tocados hasta ese momento y profundiza en su cosmogonía mientras se aleja de personalidades y entornos “gancho”, los socorridos recursos para ayudar a descodificar la historia sin adentrarse más de lo conveniente en ese territorio de popularidad en retroceso llamado incomodidad. En el caso de A barlovento además me he encontrado con el entramado más desdibujado de las cinco novelas de la serie que llevo leídas (siguiendo el orden cronológico de publicación, me faltaría Excesión). Mayormente se desarrolla en tres escenarios distintos; uno de los hilos alterna dos secuencias temporales; el reparto se puede calificar de coral… Y me temo que los engranajes de las tramas no están engrasados por igual. La que sucede en el entorno más original aparece encajada entre las otras dos de forma colateral, lo que unido a la naturaleza didáctica de la narración, muchas, demasiadas veces centrada en tratar la vida en La Cultura, resume por qué me ha costado entrar en él.

Pero no quiero restarle valor; A barlovento rezuma ese talento para el space opera grandilocuente tan característico en Banks. La mayor parte de sus páginas transcurren en un orbital donde un compositor exiliado de una civilización ajena a La Cultura se prepara para el estreno de su última gran obra. Justo cuando a esa mega construcción llegue la luz del estallido de una supernova desencadenada durante una de las acciones más trágicas de la guerra iridiada; aquel megaconflicto en la base de Pensad en Flebas donde comenzó a trazarse el carácter mayúsculo de este universo.

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Iain (M.) Banks, descanse en paz

Iain Banks

Iain Banks

Cuesta decir algo interesante sobre Iain Banks que no hayan escrito ya John Mullan en su exhaustivo obituario para The Guardian o Neil Gaiman en su emocionante recuerdo (a la espera de lo que escriban, si algún día lo hacen, M. John Harrison o fonz). Pero me he dado cuenta que, más allá de lo que todos van a resaltar, hay algo que puedo aportar. Probablemente no lo más apropiado por su punto amargo, pero la edad me ha hecho así.

Llegué a Banks como la mayoría de los aficionados a la ciencia ficción de comienzos de los 90. A través de sus novelas de La Cultura publicadas por Martínez Roca y, como no podía ser de otra manera, Pensad en Flebas. Iván Fernández explica el por qué en este fragmento que seleccionó para ilustrar una entrada sobre el space opera en Memorias de un friki. Aunque me gustó mucho más la que leí un par de años después, generalmente peor valorada: El uso de las armas. Además de ganarme por la magnitud de su peripecia me cautivó por su personaje protagonista y por su estructura. Quizás, como señala fonz en un imprescindible artículo sobre La Cultura de hace ya ocho años, excesivamente artificiosa. No obstante contiene todo lo que el space opera británico posterior carece. En gran parte.

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La Cultura, muerte y resurrección de la space opera

I. Introducción

Normalmente, cuando el lector ajeno a la ciencia ficción contempla, lee o escucha alguna referencia al género, lo primero que se le viene a la cabeza son descomunales batallas entre naves espaciales, imposibles haces de láser resplandeciendo en el vacío y fanfarrias imperiales de fondo. Podemos explicarles pacientemente que la ciencia ficción es mucho más que eso, podemos hablar de las ucronías, las distopías, el hard, el soft, la new wave, el cyberpunk y lo que haga falta, pero en el subconsciente colectivo del resto de la humanidad en lo primero que piensa cuando se menciona la ciencia ficción es en La Guerra de las Galaxias. O sea, en la space opera. Y es que la tan denostada space opera es, para qué nos vamos a engañar, la temática, el epítome y el estigma pulp de la ciencia ficción, con sus desenfrenadas aventuras espaciales, sus escenarios deslumbrantes y su melodrama épico. Y, sobre todo, es el lugar donde se destila el sentido de la maravilla en su estado más puro, esa sensación adictiva que nos convirtió en aficionados a la mayoría y que nos hace volver una y otra vez a las estanterías marcadas con el letrero de ciencia ficción.

0078Banks.jpg El escocés Iain M. Banks era uno de estos aficionados, criado entre lecturas de Heinlein, Vance y Bester, cuando a mediados de los setenta decidió emular a sus ídolos pergueñando las aventuras de Zakalwe, la figura trágica de un mercenario socarrón y cabronazo contratado por «los buenos» para limpiar atascos en las cloacas de la alta política intergaláctica. Banks, a la hora de dotar de un trasfondo político y social a la parte contratante, decidió retorcer los elementos característicos de la space opera con el objeto de llevarlos al terreno de sus preocupaciones como escritor y en consonancia con las corrientes contraculturales izquierdistas de aquel momento. ¿Por qué no dar una vuelta de tuerca a los clásicos que se limitaban a proyectar en el futuro distante un reflejo simplista del mundo tal y como era en la época? Así, en vez de crear un universo poblado de recios cadetes espaciales de nombres anglosajones al servicio de Federaciones o Repúblicas de carácter inequívocamente norteamericano, tendríamos uno lleno de anarco-hedonistas de nombres exóticos e imposibles de pronunciar que poblarían la civilización ideal en la que a Banks le gustaría vivir: La Cultura. Inoculando de paso dolorosas dosis de realidad en la space opera mediante esa inyección letal llamada Pensad en Flebas, bofetada que despierta dolorosamente a todo el subgénero de un dulce sueño de aventuras irresponsables. Y una vez cometido el crimen sólo quedaba aprovechar el cadáver como fértil humus de donde extraer nueva vitalidad para que la space opera creciera fuerte y vigorosa de nuevo, capaz de hablarnos de cosas que nos afectan y nos importan, más allá del mero entretenimiento escapista.

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