El sable láser de Rey: los cuentos siempre vuelven

Rey vs Kylo Ren

Hay veces en la ficción en las que un momento concreto hace de bisagra, y a partir de él nada es como antes. Ese instante de cambio puede ser un sacrificio, un acto de valentía o cobardía, o un segundo esclarecedor, de entendimiento, y vale tanto una acción como una palabra o una idea simple. Lo que debe tener de particular ese momento bisagra es la capacidad para romper el curso de lo que se está narrando, de manera que las cosas cambien o alteren sustancialmente la percepción tanto de situaciones como de personajes. Ese momento de claridad lo vive Emma cuando se da cuenta de que ella, tan listilla, tan celestina de mansión inglesa, está enamorada de Knightley como una colegiala. Le sucede a Neo cuando, en lugar de huir, se sacude el polvo e invita al agente Smith a que vaya a por él. Le ocurre a Gandalf al enfrentarse al Balrog en el puente de Minas Tirith. Lo tiene de aceptación Superman en Man of Steel cuando sale de entre la chatarra de Smallville, los soldados se apartan y le dejan pasar y el coronel Hardy anuncia que ese hombre no es su enemigo. Aparece en Sigfried cuando el héroe que no conoce el miedo, después de haber peleado contra un dragón como quien se come una salchicha frankfurt, se echa a temblar al ver por primera vez a Brunhilde. Da lo mismo que se trate de un criticado blockbuster o de un ambicioso festival escénico-musical de 15 horas, en esos momentos de anunciación aparece un personaje que adquiere consciencia de quién es, de su tiempo, de lo que sus acciones significan, un personaje que por decirlo de algún modo provoca un silencio entre los testigos invisibles. La resonancia que dentro de nosotros provoca ese silencio, y da lo mismo que suceda en un teatro de ópera, en una sala de cine o en el espacio reducido que es la página de una novela, explica en parte por qué leemos, vamos al cine y escuchamos música. No debe extrañar que, en esencia, reducidos a su forma más simple, esos personajes que conocen una transfiguración provengan de los cuentos infantiles; sobre todos los que cambian positivamente al protagonista y modifican para bien el curso de la historia, los que se convierten en emblemas, símbolos, figuras míticas. Ese momento lo conoce Rey en Star Wars 7 cuando se enfrenta a Kylo Ren y utiliza la Fuerza para empuñar el sable láser que hasta entonces ha rechazado.

Wagner no tuvo empacho a la hora de recurrir a la psicología de los cuentos. El teutón organizó la que para muchos es la obra de arte más ambiciosa de la historia musical de Occidente alrededor de lo fantástico, de lo mitológico, de personajes arquetípicos que llevan a cabo la experiencia del viaje, ese viaje al conocimiento del mundo y, en el mismo paquete, al reconocimiento y a la autoafirmación, un viaje que en los cuentos lleva a cabo el niño para dejar de serlo. Sigfried es un adolescente que vive en lo más profundo del bosque, apartado de todo, con la única compañía de Mime, un enano que le tutela, le vigila y le desprecia. Sigfried no sabe quiénes son sus padres, ni quién ni por qué le dejó allí. Tampoco de lo que es capaz, ni en lo que puede llegar a convertirse. El primer acto de la Segunda Jornada de El Anillo del Nibelungo culmina con la forja de la espada que perteneció a su padre, los restos de Nothung, que aguardaban a que llegara la ocasión. El héroe destinado a grandes cosas, la búsqueda del origen y la espada: los tres están presentes en ese cuento cinematográfico en el que Rey sobrevive en lo más apartado de una galaxia, en soledad y en el desconocimiento. Los arquetipos resisten todas las modas, Wagner lo sabía bien, y su instinto teatral le dijo que tirara por ahí. El espacio reservado a los cuentos apenas ha variado su psicología. El viaje iniciático del adolescente, como mucho, se adapta a los tiempos: Rey no consiente que un hombre, Finn, adopte con ella el rol masculino sobreprotector, y en los momentos de peligro repetidamente ella le ordena que le suelte la mano. Pero, en lo esencial, el camino es el mismo: de manera significativa, donde el amigo desertor de la Primera Orden fracasa (al empuñar un sable láser que no está destinado a él), Rey triunfa. Porque da lo mismo que se trate del Arturo de Excalibur (el único que puede extraer la espada clavada en la piedra), de Sigfried (el único que puede forjar de nuevo Nothung) o de Aragorn (también con una hoja vuelta a forjar a partir de sus pedazos, el único al que con ella obedece el Ejército de los Muertos). Más allá de los méritos o deméritos artísticos de Star Wars 7, en los que no voy a entrar, ni en las expectativas satisfechas o no del adulto, que me importan más bien poco, la esencia del cuento está presente. Son esos momentos de epifanía los que consiguen que la narración convenza, los que logran que el público juvenil deje durante unos segundos de comer palomitas y la sala guarde silencio. Y ahí, creo, se halla la clave que la emparenta con sus predecesoras, más que las coincidencias externas de situaciones, lugares y objetos. Con otra Estrella de la Muerte, otra cantina, otro Halcón Milenario, pero sin un personaje como Rey, la película no tendría alma y no habría conectado con las nuevas generaciones.

El muchachote que es Parsifal, el tonto simple, el puro loco, como lo llamaba Wagner, se convertirá en el destinado a regenerar lo que los adultos y el paso del tiempo han ido pervirtiendo. Quien fuera grande, Amfortas, vive recluido con unas heridas, físicas y no físicas, que nunca sanan (como el viejo Lancelot y también como el viejo Luke). Cuando Parsifal despierte de su limbo aniñado y no le quede otra que enfrentarse al mundo, tendrá que decidir entre un poder noble, pero también coercitivo, que impone su sentido de justicia, el de los monjes-soldados de la vieja orden a la que pertenece Amfortas, y un segundo poder oscuro y exterminador, pero muy atractivo, el del jardín de muchachas-flor y el mago Klingsor. Seguro que a los Skywalker esa vieja historia les suena de algo. Y a los más jóvenes también. Porque la primera reacción es de rechazo y huida. Los cuentos lo saben y lo reflejan. La primera vez que entra en la fortaleza de Monsalvat y el viejo Gurnemanz le cuenta la historia del Grial y de sus caballeros, Parsifal no reacciona como de él se espera. La herida de Amfortas le es indiferente, no se siente llamado a recorrer camino alguno. Enfadado y decepcionado, Gurnemanz echa a Parsifal de Monsalvat. En el castillo de Katodana, Maz Kanata lleva a cabo con la joven Rey ese papel de intermediario que desempeñó Gurnemanz con Parsifal. La puesta al día y la invitación a coger el sable de luz que perteneció a Luke Skywalker se salda con un rechazo muy parecido. Rey aún es la niña dispuesta a esperar un rescate en su desierto planeta de acogida, no la mujer que mirará hacia delante. La mercadotecnia y los letales hábitos de Disney no deben hacer olvidar esto. Wagner escogió otra vez la forma de un cuento para levantar lo que llamó su definitivo Festival Escénico Sacro. El hecho de que la gestación, significado y logros de Parsifal difieran radicalmente de la gestación, significado y logros de la historia de Rey es independiente de que como construcciones, cada una a su modo, las dos funcionen. Esa es parte de la grandeza de los mitos.

ReyOtra cuestión. El sexo de Rey. Parsifal se ve tentado por el seductor lado oscuro a través de Kundry, uno de los personajes femeninos más ambiguos y fascinantes de Wagner. Kundry, una mantis religiosa que devora machos, una araña de Ewers que vuelve locos a los hombres, abandona durante su trayecto vital ese papel vengativo. La mujer nueva de Wagner tampoco será, obviamente, objeto de deseo y esclava de la cocina. Brunhilde, Sieglinde, Kundry. Los personajes femeninos de Wagner tienen en común dos cosas. Primero, que son admirables. Segundo, que son víctimas de la organización masculina del mundo y que se rebelan contra ella. Si eso lo propuso en el XIX el tantas veces menospreciado Wagner (ya se sabe: protonazi, ególatra, etcétera), ya iba siendo hora de que Star Wars se pusiera al día. Puede que la actualización se deba más al marketing que a otra cosa. A fin de cuentas, quien asume el papel heroico en Los juegos del hambre es Katniss Everdeen, y quien hace lo propio en la también exitosa Divergente responde al nombre de Beatrice Prior. No iban a quedarse atrás. Sean cuales sean las razones, Rey es un acierto. El viaje que llevan a cabo Rey y Kylo Ren es inverso. La primera vez que Kylo Ren aparece en escena lo hace como un aparente digno heredero del poder masculino que representaron Darth Vader y el Emperador: oscuro, monolítico, militarizado, sin fisuras. Pero un uniforme sólo es eso, un recubrimiento. La historia irá mostrando qué se esconde detrás de la máscara de Kylo Ren: alguien que no ha completado viaje alguno, un adolescente a medio cocer, lleno de inseguridades. El antiguo poder universal que conoció Vader se ha reducido a una parodia. Las reacciones acerca de la patética maldad que encarna Kylo Ren deberían tener en cuenta esto: el viaje de Kylo Ren es de signo contrario al de Rey, le muestra desnudo. Por eso el momento en el que Rey y Kylo Ren se cruzan al final resulta tan bueno. El instante en el que ambos llaman con la Fuerza al sable láser funciona como cruce de caminos, ese es el verdadero entrechocar de espadas. Rey, que había rechazado lo que le correspondía en herencia en el castillo de Katodana, toma conciencia de la mujer que es y del papel que le toca. Se alineará con los monjes-soldado, sí, pero a su manera, tratando de tú a Han Solo cuando ambos pilotan el Halcón Milenario y rechazando una y otra vez el paternalismo de Finn, que acaba resultando cómico. La necesidad y la madurez que alcanza durante la aventura la hacen más fuerte que a Kylo Ren, física y moralmente debilitado. Que deje de esperar un rescate y salga en busca de Luke es el siguiente paso, no el último. Y el hecho de que, una vez que encuentra al retirado Jedi, ella le ofrezca el sable láser, como una ofrenda, sólo es un gesto de cortesía. Todos sabemos (los testigos silenciosos, Luke, ella misma) a quién pertenece ahora el arma.

5 comentarios en “El sable láser de Rey: los cuentos siempre vuelven

  1. Qué gran artículo. Comparto impresiones. Rey es el alma de la película, y si bien son evidentes los parecidos de esta película con la trilogía original, no pasan de ser anecdóticos. Si buscas las diferencias encontrarás que el trasfondo ha ganado una barbaridad.

  2. Después de leer el artículo, mi percepción de la película ha cambiado un poco. Me ofrece una faceta que no había visto hasta ahora sobre Rey. El cine necesita heroínas y poco a poco las está creando. Ojalá el público las reciba tan bien como a Rey o a Katniss Everdeen.

  3. «Y para qué escribes también artículos? ¿Qué buscas, lucirte?»
    Pues para compartir lo que has encontrado al leer/ver/escuchar. Y la satisfacción se obtiene en comentarios como el tuyo, Leticia.

    Opino lo mismo, Kaplan. Es una actualización que quita el polvo a algunas cosas.

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