Esto ya me había pasado otras dos veces. La primera, tras leer Dune, allá en los ochenta. La segunda, tras releerlo para escribir un prólogo que ya recuperé en esta misma web. Ver la reciente entrega final de la adaptación cinematográfica de Denis Villeneuve me ha hecho emprender el tercer y definitivo intento con El mesías de Dune, la continuación de la novela seminal que se anuncia que el cineasta canadiense va a llevar al cine.
Unos instantes para poner en situación, aunque creo que ya he contado esto unas cuantas veces. Realmente me gusta Dune. Tanto la novela como esta última adaptación. No voy a entrar en si es una machirulada o si es el ejemplo postrero y definitivo del mito hoy indudablemente casposo del «salvador blanco»: es una historia que está bien por sí misma y que si se publicara originalmente ahora se percibiría en parte superada, pero es que se escribió hace sesenta años. Me niego a juzgar contenidos por partes del argumento que chirrían con la perspectiva actual, obviando los valores puramente artísticos. O la diversión. O eso tan difícil de definir (y posiblemente reprobable si lo juzgamos con según que parámetros) que es la épica. En términos artísticos, de producto cultural, me funciona. La película, que es una adaptación notablemente fiel y espectacular como pocas, la disfruto en consecuencia.
Sin embargo, mi experiencia con Frank Herbert ha sido terrible, terrible. Ya he relatado en numerosas ocasiones que con Estrella flagelada aprendí, a los 18 años, a dejar libros a la mitad, algo que en realidad debo agradecerle bastante. Apenas conseguí terminar otro par de sus rollos. El estilo de Herbert es monocorde: generalmente solemne, por no decir pomposo, repleto de sutilezas y recovecos que más bien son puñetitas difíciles de seguir (las famosas fintas dentro de las fintas que yo creo que nadie entiende del todo aparte de él), con un gusto por la grandilocuencia que raramente se justifica en lo relatado. Apenas tiene relatos que sirvan para congraciarme con él. Hay que agradecer especialmente a Villeneuve que haya introducido en esta segunda parte un par de momentos de leve ironía, curiosamente centrados en el personaje de Stilgar, que como fanático religioso parecería el menos indicado, pero Javier Bardem resuelve el compromiso con solvencia.
¿Cómo casa todo esto con mi gusto por Dune? Simplemente, es que esa vez sí dio con una historia que era Bigger Than Life. Dentro de un escenario de dimensiones incognoscibles, la acción se centra en un planeta que por circunstancias específicas pasa de suburbio a núcleo del universo. En él se cumplirán profecías, se vivirán traiciones y batallas, y emergerá finalmente una suerte de omnipotente salvador. En Dune, pese a sus 700 páginas, hay mucho de todo eso que queda apenas esbozado entre tinieblas, y los manierismos de Herbert tienen sentido porque, de verdad de la buena, lo que cuenta son solemnidades que pueden relatarse con grandilocuencia. Y como tantas veces pasa en la cf, en realidad mejor no explicarlo a fondo.
El antiguo guionista de cómics y actualmente cucubananas profesional Alejandro Jodorowsky, el primero que intentó adaptar la novela al cine (inexcusable una vez más citar el maravilloso documental sobre ese proyecto pluscuamestrafalario), decía que Herbert en esa ocasión, por algún motivo (seguramente por lo que desde que así lo dejó cantado el Fary se viene a conocer como la mandanga), había sido capaz de tocar pulsiones profundas del subconsciente humano. Yo soy bastante poco de este tipo de explicaciones de psicomago (que es como se define a sí mismo Jodorowsky y para lo que le traía Fernando Sánchez Dragó a dormir una noche al mes al Palace para participar en su informativo nocturno, en la típica decisión que toman los liberales con el dinero público en cuanto le echan mano), pero hay algo realmente difícil de analizar en la forma en que funciona a nivel arquetípico Dune, sobre todo si se contrasta como digo con el resto de la producción de su autor.
Así que por tercera vez en mi vida terminé Dune, aunque esta vez fuera por medio vicario, y me asaltó de nuevo una añoranza difícil de solventar: la de encontrar un hogarcito en forma de serial de cf que me acompañe durante unos meses de lectura épica y sin exigencias. Después de todo, a mucha gente le gustan las continuaciones de Dune. O al menos se las ha ido comprando. Hay un montón, luego también a cargo del hijo de Herbert y el garbancero de Kevin Anderson. A lo mejor un poco de garbancerismo me entretendría. No puede ser que estén tan mal después de lo hechizante que es la primera. Quizá me flipé un poco y hoy mi nivel de exigencia no sea tan alto. Además, se ha escrito al respecto últimamente, y se ha destacado que Herbert estaba escribiendo partes de las dos siguientes novelas mientras terminaba Dune, así de previstas las tenía. Venga, vamos a intentarlo otra vez.
Spoiler: sale mal.
No, simplemente no me puedo creer que Herbert tuviera nada de esto previsto cuando escribía Dune. O a lo peor sí, porque hay que recordar de nuevo lo extremadamente manta que era el tipo. Dune relata, en resumen, el ascenso de un elegido en medio de circunstancias épicas, en un entorno con una ecología curiosa descrita con detallitos perfectamente pensados. Bien, pues en El mesías de Dune no hay nada épico, no hay nada de ecología. Lo que hay es el resto, la grasa: el farragoso, impenetrable estilo de Herbert repleto de frases aparentemente profundas que no quieren decir nada, de vocativos, de palabras inventadas usadas una vez y olvidadas para siempre, todo a través de interminables diálogos entre una serie de personajes intensitos unidimensionalmente cansinos. Siempre con la finta debajo de la finta que soy incapaz de percibir en un noventa por ciento de las ocasiones, pero que hace que se den el aire de ser listos, listísimos, aunque luego sus planes resulten ser un mojón que no hay por donde pillarlo y salgan fatal.
El tema es que han pasado doce años desde el final de Dune. Paul Atreides es el amo del mayor imperio conocido; él mismo estima que la jihad que ha encabezado (de la que en ningún momento sabemos cuál es su propósito real ni cómo ha sido posible que los habitantes de Arrakis, que a ojo deben ser como los de Teruel, Soria y la Raya de Zamora juntos, han arramblado con la galaxia entera) le ha costado la vida a sesenta y un mil millones de seres. Lo cual parece un motivo bastante razonable para que haya una notable cantidad de gente con ganas de darle matarile. A ver, los que conspiran en su contra (el antiguo emperador, las sacerdotisas bene gesserit, los de la cofradía espacial y algunos fremen a lo que no les gusta que ahora haya jacuzzis) no parecen obviamente trigo limpio. Pero uno no puede sino simpatizar con ellos dado que no hay ningún indicio de que tengan previsto nada parecido a BAJARSE A 61.000.000.000 DE PERSONAS con la única motivación de cumplir unas profecías que la verdad es que no se sabe muy bien adónde conducen (por cierto que Herbert se permite, en una incorrección política verdaderamente memorable, hacer cachondeíto con que en realidad Hitler fue un genocida muy menor en comparación. Por lo que sea, en el universo de Dune se acuerdan de Hitler, casi de nadie más). Todas esas masacres, conquistas y relato de acción en general, por supuesto, ocurre fuera de cámara sin que tengamos más que alguna exclamación como referencia de que fueron unas cosas que pasaron y posiblemente seguirán pasando.
Porque esta novela en sí querrán sin duda transformarla en otro gran espectáculo hollywoodiense, pero en realidad se podría hacer en una función de microteatro en un piso de Lavapiés. Nada más que consiste en gente hablando, siempre de forma elíptica y declamatoria: unos para ver si se pulen a Muad’Dib, otros para ver si siguen adelante con los puñeteros oráculos.
Respecto a la primera parte, cobran gran protagonismo algunos personajes nuevos: Alia, la hermana de Paul, que ya asomaba en la novela original, la Qizarate, que vienen a ser los yihaidistas pata negra, y la bene tleilaxu, una hermandad a la que no se había mencionado y que creo que es la mejor prueba de que Herbert no tenía esta novela prevista: tiene un papel tan decisivo en la trama y un rol tan importante en el escenario galáctico que es imposible que no la hubiera mencionado si sabía al menos vagamente lo que iba a hacer con ella. La bene tleilaxu es en resumen una orden científica que permite justificar la ausencia de ciertas tecnologías en el universo de Dune, detalle que es justo uno de los que da sabor a toda la imaginería de la primera novela acercándola en rigor más a la fantasía heroica que a la cf y yo creo que abriendo en parte una de las puertas de su éxito.
En su conspiración, entre otras cosas, la bene tleilaxu crea un ghola, un zombi a partir del fallecido Duncan Idaho. De forma que el personaje más plano y menos engolado de la novela original ahora se reencarna convertido en un maestro zensunni (admito que el nombrecito es genial) que la pasa diciendo cosas insensatas supuestamente profundísimas, tipo «no ordenar, esta es la unión última» (Marie Kondo parece que al final llegó a una conclusión parecida).
Después de hablar casi todo el tiempo sólo entre ellos (nunca con los del otro bando ni con esos cientos miles de millones de personas que deben estar en otros planetas aterrorizados por ver por dónde sale esta peña), al final todos los personajes, incluyendo también a un enano que utilizan como grabadora (lo juro), se van juntos al desierto a estar presentes cuando Chani dé a luz a los hijos de Paul, como cuando Poirot junta a los sospechosos para hacer su funcioncita, y sin más justificación que, según nuestro mesías genocida preferido, «hemos olvidado que la palabra compañía significaba originalmente compañeros de viaje. Nosotros somos una compañía». Que la cosa termine como el rosario de la aurora no puede sorprender a nadie, aunque admito que a mí sí me sorprendió que una vez más todo lo mollar se produzca fuera de cámara.
Leo que la crítica ha valorado muy positivamente en la segunda película de Dune que se percibe la evolución de Paul de liberador local a tirano universal; yo no recuerdo que estuviera tan clara en la novela inicial, pero aquí desde luego salta a la cara del lector generando una antipatía difícil de superar. Me reconozco incapaz de entender cómo pretende Villeneuve satisfacer las expectativas que habrá generado para el futuro la buena recepción de las dos películas a partir de un material como éste, en el que hay sólo una escena de acción, los personajes parecen vagar impulsados por motivaciones arcanas nunca del todo explicadas, y todo el mundo cae realmente fatal. Pero no fatal insidioso y seductor: fatal a secas. O tal vez sea cosa mía. En cualquier caso, esta es de esas ocasiones en las que me pregunto realmente cuánta gente ha leído este libro de los que se lo hayan comprado. Y cómo es posible que le pueda gustar a alguien. Aunque, por otra parte, me queda la curiosidad de si Hijos de Dune seguirá por la misma senda y por eso la cosa siguió luego tres tochos más. Al fin y al cabo, tuvo mejores críticas y quedó segundo en el Hugo. No prometo nada. Desde luego, no terminar más de 500 páginas con un tono similar.
El mesías de Dune, de Frank Herbert (Dune Messiah, 1969).
DeBolsillo. 2021.
Traducción: Domingo Santos
Bolsillo, 304 pp. 11,95€
Ficha en la Tercera Fundación
Yo tengo los 3 primeros de Acervo, y luego leí un par más prestados de la de Ultramar. No recuerdo casi nada y al final decidí que fin. La sensación era de que faltaban piezas en la historia y que si leía más estarían ahí. ERROR. Esta saga y la de Pórtico siempre recomiendo no leer las continuaciones. Mejor quedarse con hambre que empacharse de la nada.
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Pues fíjate que tienes la boca llena de razón, uno disfruto enormemente la primera novela y luego te encuentras esta secuela innecesaria y que el autor la escribió para convencer al público que el emperador Atreides si es malo maloso. El tercer libro mejora notablemente comparado con el segundo, pero no este ni el resto de las novelas le llegarán jamás al primer libro. Y no se diga el cuarto libro, que es un monólogo en drogas.
A mi me gusta Villeneuve y estas adaptaciones que hizo de Dune. Justo cuando termino la segunda película comenté con la familia que ahí la debería de dejar el director, que ya no le siga.
Saludos.