Hay un chaval que estudia para clérigo, el hijo menor del monarca de un reino en perpetuo conflicto con su vecino del norte. Como todos los territorios alrededor del Mar Quebrado, ambos viven supeditados a un Señor, el Alto Rey, que les deja autonomía y hace un poco la vista gorda ante sus desavenencias cotidianas del día a día. El mozo se dedica a sus estudios y tiene entre ceja y ceja superar La Prueba, la puerta de entrada hacia su desempeño como sabio, sanador, consejero, historiador, maestre del lugar donde le toque servir. En la corte se le observa con entre lástima y desprecio. Tiene una malformación en un brazo que le ha marcado desde su nacimiento. Sin embargo un día su destino cambia cuando su padre y su hermano son asesinados durante un encontronazo con las tropas del reino vecino del norte. A la velocidad de Júpiter tronante el zagal se ve aupado al trono, prometido a la hija de su tío y, pin pun pan propuesta, se le urge a vengarse de los malandrines autores de la fechoría. Se organiza una expedición de castigo para ajustar cuentas y, mientras se desarrolla, descubre lo que era de esperar: no todo es como se le había descrito. Este es el comienzo de Medio Rey, primera novela de tres previstas (y ya publicadas en castellano) en las que Joe Abercrombie ha abandonado por unos meses su mundo de fantasía más conocido para sumergirse en el terreno de la fantasía infant… juvenil. Un campo al cual aporta más bien nada.
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Sólo el acero, de Richard Morgan
Debería haber publicado este comentario cuando leí Sólo el acero, hace más de un año. Sin embargo dejé el borrador inconcluso, me dediqué en cuerpo y alma a sobrevivir en tierra extraña y se quedó en el limbo del wordpress… hasta hace unos días, en que me acordé de él después de leer este exabrupto en su ficha en la tienda Cyberdark.net
La ventosidad no merecería mayor atención si no fuera porque toca de pleno la homofobia soterrada de un género, la fantasía heroica, siempre dispuesto a esquivar las cuestiones de género. Más interesado por mantener estereotipos y no soliviantar a grupúsculos que viven en los tiempos de las páginas verdes de Nueva Dimensión que por hacer honor a una tradición… la cual sí se ha forzado en otros asuntos. Recordando el brillante episodio del musical gay de IT Crowd, aquí vivimos muy felices con nuestra sexualidad hasta que llega alguien y nos golpea en toda la cara con otra.
No tengo claro si esta es la manera más adecuada de comenzar la reseña: estigmatiza la lectura de una obra ya de por sí estigmatizada. Pero sin la condición homosexual de su protagonista, Ringil Eskiath, no se puede entender ni su amargor, ni su ira, ni la propia novela que narrativiza sus desventuras.
Caballeros de Viriconium, de M. John Harrison
Poco después de publicar Luz a finales de 2003, Bibliópolis recuperó del olvido una de las obras más significativas de la bibliografía de M. John Harrison, inédita hasta el momento en español: la conocida como secuencia de Viriconium. Tres novelas y un puñado de relatos sin una «fuerte» conexión argumental que despliegan un lugar narrativo tan singular como arrollador. Sin embargo, a pesar de que la obra venía con inmejorables referencias y se podía situar en un nicho temático bastante demandado –en el año y medio anterior Canción de hielo y fuego, La saga de Geralt de Rivia o La espada de fuego habían pegado ««pelotazos» de ventas–, no despertó mucho interés, más bien al contrario. Y resulta extraño.
Al menos este Caballeros de Viriconium, leído cuatro años después, ofrece lo mismo que otras novelas de fantasía muy del gusto del lector medio de este tipo de narraciones. Incluso, ante la ausencia del mercado en aquel momento de las novelas del Campeón Eterno de Michael Moorcock en sus diferentes encarnaciones, agotadas hacía una década, era de esperar que concitase una mayor atención. De hecho la novela que ocupa 150 de sus páginas, “La ciudad pastel”, es en muchos momentos un calco de la fantasía heroica escrita por el mítico editor de New Worlds y creador del concepto de Multiverso.