Aterrizaje de emergencia, de Algis Budrys

Aterrizaje de emergencia

Aterrizaje de emergencia

Algis Budrys resulta, para mí, uno de los prototipos de escritor que me interesa. De sólida formación literaria, con una obra crítica valiosa a sus espaldas, las contadas obras suyas que he tenido ocasión de leer aportan casi siempre algo; es más, creo firmemente que tanto El laberinto de la luna como ¿Quién? son dos de las obras modélicas del género. Novelas de cerca de 200 páginas, con comienzo y final, sin posibilidad de continuación, con un excelente diseño de personajes, originalidad en sus contenidos y dosis adecuadas de ritmo.

Me precipité, pues, con buenas ganas sobre este Aterrizaje de emergencia tras veinte años de sequía de publicación de Budrys, desde que Ultramar editara esas dos novelas y también la interesante –aunque peor acabada– Michaelmas. El volumen contiene no sólo la novela que le da título, finalista del Nebula, sino también –para completar un volumen estándar dada su breve extensión– el relato largo “Los silenciosos ojos del tiempo”, finalista del Hugo. En suma, un plato más que tentador. Y admito que precisamente por ello ésta puede ser una de esas reseñas un tanto descorazonadas porque las expectativas, altas, no terminan de cumplirse.

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La ciencia ficción, en la encrucijada del siglo XXI

Nota: Este artículo fue publicado en el número 217 de Revista de Literatura, correspondiente a Mayo de 2006

0043CFJDJimBurns.jpg El futuro ya está aquí. La mayor parte de los sueños de la ciencia ficción tradicional se han incorporado al imaginario colectivo, o han sido descartados como imposibles por la ciencia, o incluso se han convertido en realidad. El género tal y como se le conoció en sus primeros cincuenta años de vida ha quedado, en cierta forma, obsoleto. Parte de sus propósitos, aquellos que tomó de la literatura utópica anterior a su nacimiento, siguen en pie; pero la cf ha cedido esos intereses a la literatura general, que parece haber recobrado el interés por la prospectiva, por el distopismo.

Todo este fenómeno no es bueno ni malo. Desde dentro de la cf se ve en parte como un problema, en parte como una demostración más del rechazo del establishment cultural hacia el género. Algo que no es del todo cierto. Es verdad que se acumulan libros que tocan temas característicos de la cf pero que en su contraportada aseguran que el texto «trasciende la cf», algo que la mayor parte de las veces no es cierto. Pero también es verdad que la cf, debido a algunas características innatas, se ha convertido en un campo a veces difícil de seguir.

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El atlas de las nubes, de David Mitchell

El atlas de las nubes

El atlas de las nubes

¿Necesita la literatura evolucionar para responder a los atractivos de la inconmensurable oferta audiovisual a disposición del consumidor de cultura? Tal vez no se trate de una exigencia para estar a la altura de los tiempos, cuando la literatura siempre ha sido capaz de lanzar su mensaje por encima del tumulto, incluso en épocas aún más oscuras para el intelecto que la nuestra. Quizá se trate, simplemente, de aprovechar logros ajenos para explorar nuevos territorios. Conducir con mayor audacia la imaginación, aprovechando fronteras abiertas por otros creadores.

El atlas de las nubes es una hermosa novela, osada y escrita con un exquisito buen gusto por David Mitchell, que ya había demostrado a los lectores españoles avisados ser un narrador de una pasta muy especial con Escritos fantasma. La clave de ambos libros es el uso de una técnica que va más allá del fix-up –es decir, de la acumulación de relatos vagamente relacionados para formar un libro–, y que alcanza aquí casi su perfección. La estructura del libro es memorable: se comienza con un relato en las islas del Pacífico en el siglo XIX; se pasa a las cartas que un joven músico dirige a su antiguo amante desde una finca belga en la que ayuda a un viejo compositor a escribir sus obras postreras; luego llegamos a un relato policiaco en la California de los años setenta, con una dinámica periodista que busca desvelar los manejos de una empresa de energía nuclear; conoceremos más tarde a un editor que ha conseguido su gran éxito por casualidad pero que se ve internado en un asilo en la Inglaterra actual; llegaremos a un futuro distópico, donde el capitalismo utiliza a humanos criados en probetas para mantener la economía; y acabaremos el recorrido con una futura humanidad en declive, de nuevo en el Pacífico. Salvo este último, todos los demás quedarán interrumpidos por la mitad para dar paso al siguiente, mientras que la historia crepuscular será la primera en cerrarse para dar paso de nuevo a la distópica, luego a la contemporánea, etcétera, para terminar el libro con el cierre del relato original.

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Escritos fantasma, de David Mitchell

Escritos fantasma

Escritos fantasma

Hay obras de arte que se ponen como objetivo el de reflejar el pulso de una época. Escritos fantasma afronta ese notable reto con resultados por momentos brillantes. Se trata de nueve relatos vagamente entrelazados, de manera un tanto caprichosa, tarantiniana podríamos decir –o, más propiamente, iñarrituesca–, que recorren el mundo con el propósito de dar un reflejo coherente de su incoherencia. De su variedad, su riqueza, y su en ocasiones aterradora complejidad.

Lo que hace de este un libro singular es la descarada ambición de sus propósitos. Parece que Mitchell se plantea, en la búsqueda de ese reflejo totalizador de nuestras sociedades, utilizar un amplio abanico de los mecanismos posibles de la literatura. Es por eso por lo que esta obra puede, en cierta forma, ser considerad como fantástica, si es que la utilización de algún elemento no realista puede, de manera automática, incluir a un relato en esa categoría, idea que precisamente este texto parece desafiar. A lo largo de sus más de 450 páginas, hay un fantasma que aparece de manera tangencial en un par de relatos y como protagonista en otro. Además, la penúltima historia, que está claramente anticipada en la anterior, es sin duda de cf. ¿Es suficiente? Lo admito: no para mí, puesto que cada vez estoy más convencido de que una cosa es el género y otra el uso de elementos temáticos. Pero eso es otra historia: ahora quiero dar mis impresiones sobre una buena novela.

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Retorno de las estrellas, de Stanislaw Lem

Retorno de las estrellas

Retorno de las estrellas

Hay una determinada categoría de escritores que ofrecen en cada texto una justificación suficiente para la lectura. Es un síntoma de grandeza; quizá no él único, pero sí uno de los más relevantes. Lem es de los escritores que, al menos en la porción de su obra que conocemos en castellano, ofrece en cada página un aliciente, una razón, una reflexión. Todo ello viene a cuento porque ese don es capaz incluso de transmutar un tópico de la cf como el del viajero que vuelve de las estrellas años después de su partida en un material con valor.

Leyendo Retorno de las estrellas se comprenden en parte las razones que llevaron a que Lem se enfrentara a la ciencia ficción estadounidense y la calificara de pueril. El retorno del astronauta Bregg a la Tierra, plagado de insatisfacciones y temores, es toda una contraposición a la imaginería gloriosa, triunfalista, con la que cualquier artesano medio de la ciencia ficción americana hubiera afrontado ese tema. Ojo: por supuesto, no podemos incluir en esa categoría a Thomas M: Disch, pongamos por caso. Pero es que Los genocidas sería al tema de la invasión espacial lo que Retorno de las estrellas al de la vuelta del astronauta: un cruel repaso a un tema trillado para ofrecer una cruda exhibición no convencional, pero bastante más creíble que la mayor parte de la morralla habitual. Sin embargo, lo cierto es que la historia de la cf “de éxito” no la están escribiendo los Lem ni los Disch. Y quizá por eso sea tan necesario reivindicarles como portavoces de la cf “de calidad”, y hacer hincapié en la necesidad de reescribir esa historia de la cf separando el valor histórico de medianías con cierta imaginación para los cachivaches del literario. Creo, además, que es el único medio para lograr la supervivencia del género.

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