Estrellas perdidas, de Claudia Gray

Estrellas perdidasDe las novelas de Star Wars escritas por Claudia Gray, Fernando Ángel Moreno habla muy bien de Linaje. Una historia previa a El despertar de la Fuerza en la cual la princesa Leia se las tiene que ver con las complejidades de una Nueva República obligada a luchar contra los restos del Imperio y las dificultades de un sistema político necesitado de unos valores que cuesta mantener. Sin embargo, no es el único libro escrito por Gray protagonizado por dicho personaje; Leia: Princesa de Alderaan es un relato previo al Episodio IV con connotaciones más juveniles que, ahora mismo, no tenía tiempo para leer antes de meterme con Linaje. Así que, después de más de dos décadas sin echarme al gaznate una novela de La guerra de las galaxias, he retomado la franquicia con Estrellas perdidas. Otra novela con buenas críticas en la que Gray cultiva el space opera romántico con una evidente composición juvenil.

Sí, digo juvenil y no Young Adult. Además de repelerme esta etiqueta no hay nada en Estrellas perdidas que me haga pensar que no está pensado para su lectura desde los 13 o 14 años. Servidor se fraguó en un momento en el cual la literatura como producto vivía al margen de la mercadotecnia y las recomendaciones/divisiones por edades tenían menos fronteras. Como producto destinado a personas en la postadolescencia (si es en quienes se piensa con esta etiqueta), hay muchos detalles en los cuales Estrellas perdidas podría haber tenido más recorrido, comenzando con una plasmación pacata del amor romántico. Uno no necesita un despliegue de manifestaciones físicas del amor cercano a la Sonrisa Vertical, pero la parte romántica se habría beneficiado de una faceta más carnal que las secuencias para todos los públicos con fundidos en negro que despliega Gray. Aunque claro, si la visión del amor que se quiere mostrar está pensada para lectores recién salidos de la escuela dominical metodista o pentecostal, Estrellas perdidas pasa el filtro. Más cuando viene acompañado de la castidad monacal del resto del relato donde cualquier mención a la sexualidad de la gente joven que la protagoniza queda relegada a la imaginación de un lector que se pregunte por dónde quedó la libido y las ganas de jarana de esos jóvenes adultos de permiso en Coruscant.

Puedo pecar de exagerado en esta percepción, y de sensacionalista a la hora de formularla. Pero ya digo que me repele cada recomendación que se hace de este libro recurriendo a esa etiqueta. Aprecio una autoindulgencia digna de mejor causa en algo que sólo los cretinos hacen: sentirse mal por lo que se lee cuando ese material puede darse también a la chavalería. Añádanle el desprecio a la amplia literatura juvenil previa a la aparición de la etiqueta Young Adult, dentro de la cual Claudia Gray se desenvuelve con solvencia. Lejos de la categoría obra maestra, pero en sintonía con multitud de buenos títulos que se pueden encontrar en ella. Apenas le falta una mayor convicción en su manera de contar las cosas para no terminar cayendo en la sobreexplicación de temas/posturas por pura desconfianza en si se entenderá lo que ha ido contando. Cuando la secuencia narrativa que conduce Estrellas perdidas es meridiana.

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Gótico, de Silvia Moreno-García

GóticoHay muchas cosas que Silvia Moreno-García hace bien en Gótico. La más relevante la sugiere el propio título: ofrece un relato gótico en toda su amplitud. Desarrolla un argumento con una fuerte componente romántica a través de unos personajes y un lugar narrativo que remiten a un imaginario clásico, a los que Moreno-García aporta un cariz contemporáneo que tarda un poco en ganar momentum. De hecho, esta historia de una joven que acude a socorrer a su prima, Catalina, casada con un hombre de origen inglés perteneciente a una familia de rancio abolengo muy venida a menos, quizás sea el mayor disuasor para acercarse a Gótico. Lo atractivo, y lo que me ha llevado a disfrutar de su lectura, es lo que ocurre en los entresijos del arquetipo; la tarea de recreación y resignificación de los elementos que componen la narración, comenzando por el misterio en las entrañas de High Place, la inevitable mansión escenario de la novela.

Cuando la protagonista, Noemí Taboada, llega hasta la pequeña ciudad donde se encuentra el edificio, Moreno-García enfatiza su alejamiento del resto del país donde se encuentra. Por las reglas que operan en su interior, su aislamiento físico en un paisaje montañoso sin infraestructuras dignas de tal nombre, y su traumática historia para la población local. La casa fue levantada sobre una mina de plata explotada por los españoles que vivió un nuevo proceso de colonización cuando una familia británica, los Doyle, se hizo con ella a mediados del siglo XIX. Esta repetición de la jugada, con su abuso de los nativos, es la que cobra relevancia cuando se comenta la extraña plaga padecida durante el Porfiriato, que exterminó a la práctica totalidad de los trabajadores, y la ruina económica ocasionada por la Revolución, y un turbulento suceso familiar cuyos detalles tardan en conocerse. Los Doyle intentan paliar la situación a través del matrimonio del heredero, Virgil, con Catalina, aunque esta aqueja una enfermedad que lleva a Noemí hasta allí; a averiguar qué ocurre con su prima y, necesariamente, resolver el enigma de detrás de High Place.

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