Software, de Rudy Rucker

Software

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Cada vez que leo una obra cyberpunk de la primera etapa, cuando William Gibson, Bruce Sterling, Lewis Shinner, John Shirley y el resto de sospechosos habituales definían el movimiento relato a relato, novela a novela, echo un poco de menos no haberla vivido en directo. Aunque la sensación es que aquello terminó en agua de borrajas, quizás desde el momento en que muchos escritores, críticos y lectores encasillaron el cyberpunk en una serie de estereotipos que sólo eran una parte de las coordenadas iniciales, muchas de ellas conservan la energía, chispa, transgresión, de cuando fueron escritas. En el caso concreto de Software, publicada hace justo 30 años, el texto de cubierta trasera comenta que es una novela desquiciada cuya lectura resulta fascinante desde la primera página. Y es frenéticamente cierto.

En ese sentido Software recuerda mucho a la música punk. No solo en su formato conciso o en su tono salvaje, sino en su concepción descontenta con la ciencia ficción predominante de la época y la sociedad en que fue escrita, en pleno desembarco de las políticas económicas neoliberales en EEUU y Gran Bretaña. Aquí representadas, sobre todo, por una sociedad robótica lunar en la que el darwinismo social se lleva hasta las últimas consecuencias y se utiliza, por ejemplo, la inflación como técnica de selección “natural” para eliminar los elementos menos productivos. Algo que, más recientemente, hemos visto en la decepcionante In Time, aunque aquí los indigentes son condenados a otro tipo de muerte: son absorbidos por vastas mentes robóticas para terminar convertidos en meros apéndices.

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La Cultura, muerte y resurrección de la space opera

I. Introducción

Normalmente, cuando el lector ajeno a la ciencia ficción contempla, lee o escucha alguna referencia al género, lo primero que se le viene a la cabeza son descomunales batallas entre naves espaciales, imposibles haces de láser resplandeciendo en el vacío y fanfarrias imperiales de fondo. Podemos explicarles pacientemente que la ciencia ficción es mucho más que eso, podemos hablar de las ucronías, las distopías, el hard, el soft, la new wave, el cyberpunk y lo que haga falta, pero en el subconsciente colectivo del resto de la humanidad en lo primero que piensa cuando se menciona la ciencia ficción es en La Guerra de las Galaxias. O sea, en la space opera. Y es que la tan denostada space opera es, para qué nos vamos a engañar, la temática, el epítome y el estigma pulp de la ciencia ficción, con sus desenfrenadas aventuras espaciales, sus escenarios deslumbrantes y su melodrama épico. Y, sobre todo, es el lugar donde se destila el sentido de la maravilla en su estado más puro, esa sensación adictiva que nos convirtió en aficionados a la mayoría y que nos hace volver una y otra vez a las estanterías marcadas con el letrero de ciencia ficción.

0078Banks.jpg El escocés Iain M. Banks era uno de estos aficionados, criado entre lecturas de Heinlein, Vance y Bester, cuando a mediados de los setenta decidió emular a sus ídolos pergueñando las aventuras de Zakalwe, la figura trágica de un mercenario socarrón y cabronazo contratado por «los buenos» para limpiar atascos en las cloacas de la alta política intergaláctica. Banks, a la hora de dotar de un trasfondo político y social a la parte contratante, decidió retorcer los elementos característicos de la space opera con el objeto de llevarlos al terreno de sus preocupaciones como escritor y en consonancia con las corrientes contraculturales izquierdistas de aquel momento. ¿Por qué no dar una vuelta de tuerca a los clásicos que se limitaban a proyectar en el futuro distante un reflejo simplista del mundo tal y como era en la época? Así, en vez de crear un universo poblado de recios cadetes espaciales de nombres anglosajones al servicio de Federaciones o Repúblicas de carácter inequívocamente norteamericano, tendríamos uno lleno de anarco-hedonistas de nombres exóticos e imposibles de pronunciar que poblarían la civilización ideal en la que a Banks le gustaría vivir: La Cultura. Inoculando de paso dolorosas dosis de realidad en la space opera mediante esa inyección letal llamada Pensad en Flebas, bofetada que despierta dolorosamente a todo el subgénero de un dulce sueño de aventuras irresponsables. Y una vez cometido el crimen sólo quedaba aprovechar el cadáver como fértil humus de donde extraer nueva vitalidad para que la space opera creciera fuerte y vigorosa de nuevo, capaz de hablarnos de cosas que nos afectan y nos importan, más allá del mero entretenimiento escapista.

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