Los dientes de los ángeles, de Jonathan Carroll

Los dientes de los ángelesLos dientes de los ángeles es la cuarta novela de Jonathan Carroll que leo y profundiza en la ligera decepción que me supuso El museo del perro. Quizás sus dos primeros libros me dejaron una impresión equivocada; El mar de madera y, sobre todo, El país de las risas me parecieron apasionantes historias donde lo fantástico irrumpía la vida cotidiana de sus protagonistas. Además Carroll construía comunidades pobladas de personajes entrañables en su extravagancia; excepcionales cajas de resonancia tanto para los protagonistas como para sus inquietudes. Los dientes de los ángeles es fiel a lo primero pero prescinde de lo segundo. Olvídense de personajes con carisma, sus interacciones o situaciones potentes. Todos ellos han sido reemplazados por múltiples historias y anécdotas más próximas a las narraciones de autoay… terapéuticas a lo Jorge Bucay. Un cambalache que sólo puedo ver como una pérdida.

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Confesiones de un pirata, de Gene Wolfe

Confesiones de un pirata

Confesiones de un pirata

En esa exploración de la identidad personal en que se ha convertido parte de la obra de Gene Wolfe resulta complicado valorar ciertos títulos que ahondan en esa línea de actuación. Cualquier narración que incida en desnudar tanto a sus personajes como el nuevo mundo que se abre ante ellos, está destinada a sufrir la comparación con los testimonios en primera persona de Severian en El libro del sol nuevo o Latro en Soldado de la niebla. Sea justo o injusto, su voz, sus recuerdos, su veracidad, las revelaciones escondidas detrás de cada extraño detalle… serán medidas por su canon establecido hace ya 30 años. Desde este punto de partida es comprensible entender por qué Confesiones de un pirata, escrita dos décadas más tarde siguiendo un esquema similar, se me antoja un pálido reflejo. Una obra menor que, me temo, marca una cierta decadencia en la trayectoria de su autor.

Confesiones de un pirata recoge el testimonio de Chris, sacerdote en una época semejante a la nuestra que fue pirata en el Caribe del siglo XVIII. En primera persona relata su ingreso cuando era joven en un monasterio cubano después de la caída de los comunistas y cómo, de alguna manera, se traslada en el tiempo 300 años hasta la edad de oro de la piratería. Allí se enrola en un pequeño barco mercante, viaja a España donde conoce a una serie de personajes cruciales en el devenir posterior de su vida y retorna al Caribe para terminar en un barco pirata. El resto de su narración cuenta cómo aprende todo lo necesario para sobrevivir en ese escenario repleto de peligros y su ascenso hasta convertirse en uno de los capitanes que arrasa las ciudades de Portobello y Maracaibo en busca del tesoro de la mítica flota del oro.

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Mister B. Gone

Mister B. Gone

Mister B. Gone

Jakabok Botch, el Mr. B. que da título al regreso de Clive Barker a la ficción para adultos tras años de dedicación casi exclusiva –literariamente hablando, al menos– a la serie de Abarat, es un demonio venido a menos, literalmente un pobre diablo nacido en los arrabales del círculo más modesto del infierno, hijo único y malquerido de una diablesa con escasas aptitudes maternales y Gatmuss, un demonio con muy malas pulgas y peores sentimientos hacia su unigénito. Privado de poderes extraordinarios debido a lo diluido de su linaje en relación con los primeros pobladores del averno, Lucifer y su cohorte de primeros ángeles caídos, abucheado y maltratado por los demás diablillos de su edad, ignorante de lo que es el afecto de una familia, el pequeño Jakabok sólo encuentra refugio del mundo cruel en que le ha tocado vivir en las letras; y no en la lectura, puesto que Pappy Gatmuss no ve con buenos ojos que haya libros bajo su techo, sino en la escritura.

¿Que qué escribe el pequeño y desdichado Jakabok? Pues todo tipo de torturas y truculencias, de las que su acomplejada mente está repleta, historias de sufrimientos y muertes dolorosas con un único protagonista: su padre. Lástima que Pappy Gatmuss descubra sus imaginativos escritos; y lástima también que, como cabría esperar en alguien de su carácter, decida acabar con ellos expeditiva y espectacularmente, con una gran hoguera. Lástima, por último, que un «accidente» tuviera que dar con su retoño de bruces en las llamas, convirtiera al joven Jakabok en una deforme colección de cicatrices supurantes y desencadenara su fuga del hogar de los Botch. Lástima para el diablillo, en fin, y suerte para nosotros, pues este hecho es el que motiva a Jakabok a fugarse de casa, en lo que es el primer paso hacia una serie de peripecias que nos irán descubriendo qué clase de ser es realmente este desfigurado Mr. B.

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Vellum, de Hal Duncan

Vellum

Vellum

Hay frases iniciales que en sí mismas representan todo un programa de intenciones. «Toda historia épica debería comenzar con un mapa ardiendo», el arranque de Vellum de Hal Duncan, es una de ellas. El lienzo sobre el que Duncan pinta su fresco es más que épico, pues sobrepasa los confines del espacio y el tiempo, hasta el punto de que los mapas se hacen redundantes: el mapa es el libro, pero el furor del cartógrafo provocó la combustión del documento, que termina asemejado a un enjambre de brasas ingrávidas que revolotean cual luciérnagas ante los ojos del lector, obligado a formarse una imagen, un «collage» mental, antes de que el marco de llamas de cada capítulo consuma el texto.

Claro que orientarse mediante un mapa ardiendo puede plantear serios problemas si lo que se quiere es llegar a algún sitio. Ahí reside el quid de la polémica: mientras la plana mayor del fantástico «literario» actual –Shepard, Jeffrey Ford, VanderMeer– ha cerrado filas con Duncan saludando Vellum como un acontecimiento de los que hacen época, muchos de los lectores tradicionales de género han tenido que recurrir a extrañas teorías conspirativas, con sobornos editoriales de por medio, para explicarse las entusiastas reseñas dispensadas a un libro al que no ven pies ni cabeza.

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Aire, de Geoff Ryman

Aire

Cuando una novela llega avalada por multitud de premios de la ciencia ficción mundial: Arthur C. Clarke, British Science Fiction, Sunburst, James Tiptre Jr., finalista del Nebula, Philip K. Dick y John W. Campbell… o, lo que es lo mismo, la crítica y aficionados de Gran Bretaña, Canadá y buena parte de los Estados Unidos, es casi obligado pensar que estamos ante la obra de género más importante de 2006.

Geoff Ryman es un autor iconoclasta y posmoderno, preocupado tanto por el presente como por el futuro más inmediato. En España tiene publicados varios libros: El país irredento (Ultramar, 1991), premio Mundial de Fantasía y British Science Fiction 1986, y los recientes 253 (Grupo Editorial AJEC, 2007), premio Philip K. Dick 1999, y El jardín de infancia (Ómicron, 2007), premio Arthur C. Clarke y John W. Campbell 1989. En esta su tercera novela editada en el presente ejercicio –por lo que bien puede decirse que éste es el año Ryman en España–, el autor analiza las consecuencias derivadas de la implantación de una nueva tecnología de comunicación a escala global.

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Las flechas de la reina, de Mercedes Lackey

Las flechas de la reina

Las flechas de la reina

Mercedes Lackey es una autora de literatura fantástica extremadamente prolífica. Muchas de sus novelas están emplazadas en el país imaginario de Valdemar y organizadas en forma de trilogías independientes de fantasía épica que siguen las peripecias de algún personaje importante de la historia de ese país. Otra de sus series más destacadas se titula Elves on the Road, y está ambientada en una sociedad contemporánea en la que también conviven elfos, magos, vampiros y demás seres míticos.

Esta novela, Las flechas de la reina, es la primera ambientada en Valdemar, y da inicio a la trilogía Heraldos de Valdemar que sigue la historia completa de su protagonista, Talia. No obstante, este primer libro puede ser leído de forma independiente: desarrolla una historia completa por sí misma. La novela es un típico bildungsroman. Cuenta las aventuras de una joven campesina que se siente fuera de lugar en la austera comunidad fronteriza en la que ha nacido, ya que su cabeza está llena de sueños y amor por las aventuras sobre las que lee en los pocos libros que posee, siempre que puede robarle algún instante a sus obligaciones.

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La Cultura, muerte y resurrección de la space opera

I. Introducción

Normalmente, cuando el lector ajeno a la ciencia ficción contempla, lee o escucha alguna referencia al género, lo primero que se le viene a la cabeza son descomunales batallas entre naves espaciales, imposibles haces de láser resplandeciendo en el vacío y fanfarrias imperiales de fondo. Podemos explicarles pacientemente que la ciencia ficción es mucho más que eso, podemos hablar de las ucronías, las distopías, el hard, el soft, la new wave, el cyberpunk y lo que haga falta, pero en el subconsciente colectivo del resto de la humanidad en lo primero que piensa cuando se menciona la ciencia ficción es en La Guerra de las Galaxias. O sea, en la space opera. Y es que la tan denostada space opera es, para qué nos vamos a engañar, la temática, el epítome y el estigma pulp de la ciencia ficción, con sus desenfrenadas aventuras espaciales, sus escenarios deslumbrantes y su melodrama épico. Y, sobre todo, es el lugar donde se destila el sentido de la maravilla en su estado más puro, esa sensación adictiva que nos convirtió en aficionados a la mayoría y que nos hace volver una y otra vez a las estanterías marcadas con el letrero de ciencia ficción.

0078Banks.jpg El escocés Iain M. Banks era uno de estos aficionados, criado entre lecturas de Heinlein, Vance y Bester, cuando a mediados de los setenta decidió emular a sus ídolos pergueñando las aventuras de Zakalwe, la figura trágica de un mercenario socarrón y cabronazo contratado por «los buenos» para limpiar atascos en las cloacas de la alta política intergaláctica. Banks, a la hora de dotar de un trasfondo político y social a la parte contratante, decidió retorcer los elementos característicos de la space opera con el objeto de llevarlos al terreno de sus preocupaciones como escritor y en consonancia con las corrientes contraculturales izquierdistas de aquel momento. ¿Por qué no dar una vuelta de tuerca a los clásicos que se limitaban a proyectar en el futuro distante un reflejo simplista del mundo tal y como era en la época? Así, en vez de crear un universo poblado de recios cadetes espaciales de nombres anglosajones al servicio de Federaciones o Repúblicas de carácter inequívocamente norteamericano, tendríamos uno lleno de anarco-hedonistas de nombres exóticos e imposibles de pronunciar que poblarían la civilización ideal en la que a Banks le gustaría vivir: La Cultura. Inoculando de paso dolorosas dosis de realidad en la space opera mediante esa inyección letal llamada Pensad en Flebas, bofetada que despierta dolorosamente a todo el subgénero de un dulce sueño de aventuras irresponsables. Y una vez cometido el crimen sólo quedaba aprovechar el cadáver como fértil humus de donde extraer nueva vitalidad para que la space opera creciera fuerte y vigorosa de nuevo, capaz de hablarnos de cosas que nos afectan y nos importan, más allá del mero entretenimiento escapista.

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Los propios dioses, de Isaac Asimov

Los propios dioses

Los propios dioses

Tras cerca de veinte años abonado a la ciencia ficción aún no había leído la que está considerada como la obra maestra de Isaac Asimov, uno de esos libros que «tienes que leer si quieres descubrir lo mejor que la ciencia ficción puede ofrecer». Una novela que significó el retorno de su autor al primer plano del género en un momento crucial de su historia: una encrucijada en la que gran parte de lectores y editores dieron la espalda a la nueva ola para echarse en brazos de la tradición, personificada en escritores como Larry Niven, Arthur C. Clarke, Poul Anderson… o el propio Asimov.

¿Y qué he encontrado? Un texto que en dos terceras partes ya era añejo cuando se publicó, y un tercio que, independientemente de los peros que se le puedan poner, sigue vigente y justifica la lectura de la novela. Como pueden suponer quienes la hayan leído, ese fragmento es el que se presenta bajo el encabezamiento de “Los propios dioses”. Una narración que penetra en un universo paralelo donde tres seres complementarios se enfrentan a una crisis que amenaza la existencia de otras realidades, mientras concilian los problemas que surgen durante su convivencia.

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Espacio revelación, de Alastair Reynolds

Espacio revelación

Espacio revelación

Desde hace pocos años hemos asistido al surgimiento de un puñado de nuevas editoriales que,  tras un largo periodo de sequía de novedades literarias en el género, han venido a ofrecer una gran variedad de nuevos títulos. La Factoría de Ideas fue una de esas nuevas apuestas y, a día de hoy, se puede enorgullecer de haber publicado más de cincuenta novelas en su sello Solaris Ficción. Su línea editorial para la colección parece haberse centrado principalmente en la nueva space opera, aunque también ha reeditado varios clásicos y se ha adentrado en otro tipo de subgéneros.

En esa decidida apuesta por la space opera, una temática que llevaba algún tiempo estancada, han dado a conocer a una nueva generación de autores ingleses que la están revitalizando. Por nombrar a unos cuantos, a esta generación pertenecen Iain M. Banks, Ken MacLeod, China Miéville, Charles Stross o el mismo Alastair Reynolds. Parece ser que la consigna de este nuevo movimiento, que ha venido a ser llamado New Thing, es la fusión de estilos tan dispares como el gótico, la novela de aventuras, la especulación hard, el realismo más sucio y la fantasía épica. Los resultados han sido desiguales en función de cada autor y obra, pero ahora vamos a hablar del libro que nos ocupa.

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La caída del dragón, de Peter F. Hamilton

La caída del dragón

La caída del dragón

La caída del dragón es un libro que me ha producido emociones encontradas.

Peter F. Hamilton, autor hasta ahora inédito en España, narra en él la historia de Lawrence Newton, miembro de una corporación interestelar que se dedica a colonizar nuevos mundos y los saquea de vez en cuando en busca de beneficios que justifiquen su inversión, en actos que podríamos considerar de piratería o un retorno al colonialismo imperialista del siglo diecinueve. Con tal de cumplir esta misión, Lawrence y los otros incursores disponen de una tecnología muy superior a la del planeta en cuestión, que les da la supremacía militar y el control de la situación. No obstante, aunque su misión como miembro de la compañía es ésa, Lawrence tiene una misión personal: encontrar un artefacto de origen alienígena cuya existencia sospecha desde hace años y cumplir, gracias a ello, su viejo sueño de convertirse en piloto espacial.

Decía que el libro me producía emociones encontradas porque Hamilton combina dos tramas paralelas. Por un lado están las aventuras de Lawrence en el planeta, en un ambiente bélico, desarrolladas de forma épica y con unas magnificas escenas de acción. Poco a poco se van dando las claves de que el modelo de control colonial se está quedando caduco al producirse un enfrentamiento cada vez más violento entre las fuerzas de ocupación y un foco de resistencia autóctono. Y por otro lado tenemos los recuerdos de Lawrence, su pasado, del que se nos van dando pinceladas de información, con una precisión prácticamente costumbrista. De esta forma se accede a la historia del protagonista, a la forja de su personalidad, sus sueños, deseos y miedos. Somos testigos de sus emociones o sus decepciones y se obtienen las piezas que encajan presente, pasado y futuro.

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